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miércoles, 4 de junio de 2025

La celda vacía

Estoy frente a la pantalla.

Una hoja de Excel abierta.

Una tabla en blanco.

Esperando.

La estructura está lista. Columnas silenciosas. Filas vacías. Fórmulas pendientes. Sé lo que debería hacer. He hecho esto tantas veces que los atajos deberían fluir solos desde mis dedos. Pero ahora están inmóviles, como si no me obedecieran. Como si recordaran algo que yo intento olvidar.

El cursor titila. Incesante.

No se cansa.

No duda.

No siente.

Yo sí.

Busco una entrada lógica: "Costo unitario", "proyección mensual", "total final". Lo repito mentalmente como una plegaria sin fe. Las palabras suenan correctas, pero me llegan huecas. Como si ya no tuvieran peso. Como si ya no me pertenecieran.

Y en ese espacio entre el pensamiento y la acción, aparece ella.

No con su nombre. No con su rostro.

Solo como una presencia difusa.

Una sombra detrás de los ojos.

Un eco donde antes había concentración.

No es que piense en ella. Es que ella se volvió mis pensamientos. Está dentro, instalada en rincones donde antes habitaba mi orden, mi claridad, mi foco.

Antes, trabajar era una forma de calmar el mundo. Las tablas eran tranquilas. Los datos obedecían. Las celdas, aunque frías, ofrecían una estructura donde nada se movía sin permiso. Yo decidía. Yo trazaba los límites.

Ahora, cada intento de concentración es una fractura. Cada fórmula es un hilo suelto que no sé cómo volver a anudar.

No entiendo cómo pasó. No hubo un instante claro. No hubo promesas. Ni siquiera intenciones. Solo fue ocurriendo. Abrí la computadora como cada día, y de a poco ella empezó a quedarse. Primero en los márgenes, en los pensamientos intermitentes. Luego más cerca. Luego más dentro.

Sin pedirlo, sin advertirme, fue tomando lugar.

Un gesto.

Una frase que no se fue.

Un silencio que se quedó.

Y luego, sin darme cuenta, no supe cómo seguir trabajando sin pensar en ella.

La pantalla sigue ahí. Impasible. Testigo fiel de este naufragio que solo yo veo.

Y sin embargo… sin embargo, también me lo refleja.

No juzga.

No consuela.

Solo observa. Como ella.

Me detengo. Vuelvo a mirar la tabla. Es sencilla. Podría completarla en minutos si no sintiera este vacío que me pesa en el pecho. Esta incapacidad de comenzar. Como si iniciar esa tabla significara dejar de pensar en ella. Como si trabajar fuera traicionarla.

Pero no hay promesa. No hay vínculo. Solo está esa sensación absurda de estar unido a una presencia que no me pidió nada. Que no me mira. Que probablemente ni siquiera sepa que habita aquí, entre mis teclas, entre mis silencios.

No es que no quiera trabajar. Es que no puedo sin sacarla de mí, y ya no sé cómo hacerlo.

Ya no sé qué parte de mi mente es mía.

Cuáles pensamientos me pertenecen.

Qué fragmentos de mí aún no le he dado.

La celda sigue vacía.

El cursor insiste. Yo estoy perdido.

Respiro hondo. Intento. Pero no hay forma. Solo esta tristeza espesa, esta melancolía sin dirección que lo cubre todo.

Y el pensamiento inevitable:

¿Cuándo fue que le di tanto poder?

¿Y por qué nunca me lo reclamó?

No sé si algún día podré volver a mirar esta pantalla sin pensar en ella.

Sin sentir su sombra cruzando mi frente como un recuerdo que no termina de irse.

O quizá no quiera que se vaya.

Quizá, de alguna manera, ya me acostumbré a perderme en ella.







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