No fue una discusión. Fue apenas una frase, dicha con la serenidad cruel de quien cree tener razón. “Debes adaptarte”, dijo ella, como quien suelta una sentencia sin mirar al acusado. Y aunque su voz no temblaba, algo en mí se quebró. No era un consejo: era una orden seca, sin alma, el eco de un mundo que archiva tu nombre en una carpeta gris que nadie abre.
Y al decirlo, sin saberlo, dejó al descubierto que no me conocía. Yo no fui hecho para rendirme, ni para encajar en moldes que otros eligieron.
Tal vez debí verlo entonces —esa bandera roja ondeando frente a mí—, pero a veces uno confunde el viento con promesas, y se queda, creyendo que el amor no puede doler así.
Hasta que el silencio se volvió insoportable, y en la grieta de mi alma nació un rugido que no podía callar.
No me pidas que doble el cuello como un toro domesticado, ni que me acomode al rincón donde los vivos se apagan. Soy grieta y temblor, espina que no se quiebra bajo la bota. Aunque mi cuerpo no sangre, llevo en la carne cada herida de palabras que intentaron volverme sombra.
No nací para ser eco. Hago lo que hago porque he elegido ser río: constante, terco, capaz de cortar la piedra. Desafío la forma misma del mundo cuando se curva frente a un poder sin rostro.
No sé someterme. Cada fibra en mí se rebela contra la muerte callada. Si adaptarse significa callar mi voz, prefiero temblar de pie, con el alma expuesta y los dientes apretados, antes que aprender a mirar el suelo.
Reaccionario, me dicen. Como si sentir con furia fuera un defecto. Como si callar fuera virtud. Pero yo soy de los que devuelven el golpe, de los que no entienden el arte de tragar saliva. No fui diseñado para la obediencia. En mi sangre vive la respuesta.
No me hables de adaptación como si fuera virtud. No quiero el silencio cómodo de los que miran desde lejos. Si vienes conmigo, que sea con los pies descalzos y el pecho limpio. Aquí no hay tregua ni descanso, solo el paso firme de quienes no se arrodillaron.
Ven o quédate. Mira o camina. Pero nunca me pidas que me apague. Porque yo soy el río que no se detiene, el hombre que eligió arder antes que vivir de rodillas.
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