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lunes, 2 de junio de 2025

Brillos en la sombra



Damos porque la luz nos llama,
porque en la sombra aún palpita
el latido de lo eterno,
el fuego que nunca duerme.

No buscamos retorno ni gloria,
solo el eco que confirme
que nuestro paso dejó huella,
que la brisa no fue muda,
que alguien, en la distancia,
sintió el fulgor crecer.

Pero a veces el eco no llega,
la señal se pierde en el aire,
y el silencio nos pregunta
si la entrega fue en vano.

Aun así, sostenemos lo que titubea,
protegemos lo que duda,
avivamos lo que, en secreto,
busca espacio para arder.

Porque el brillo no depende de testigos,
y la llama, aunque nadie la vea,
cumple su propósito al existir.

Toda luz merece ser recibida,
cuidada y protegida,
como un soplo que la resguarde,
como un abrazo que la sostenga.

Y si el viento cambia,
si nos empuja hacia otro tiempo,
sabremos que no fue en vano,
que cada entrega tejió un hilo
en el vasto lienzo del Padre,
donde toda luz merece florecer.

Porque Él, que dio forma a la belleza,
siempre reconocerá lo que hacemos
para que sus maravillas brillen más.

domingo, 1 de junio de 2025

El Paraguas

Mi amiga siempre era sorprendida por la lluvia. No importaba cuántas veces revisara el cielo, cuántas predicciones meteorológicas leyera o cuántos ruegos hiciera para que el clima tuviera piedad. La lluvia llegaba igual, sin previo aviso, con su aguacero implacable. Su cabello mojado, su ropa empapada y los resfriados estacionales se convirtieron en parte de su rutina.  

Resistió estoicamente. Se volvió una erudita del clima. Escudriñó mapas meteorológicos con la concentración de un astrónomo decodificando señales alienígenas. Interpretó el baile de las nubes, el canto del viento, la humedad en el aire. Se convirtió en guardiana de la ciencia atmosférica.  

Pero la lluvia… la lluvia jugaba con ella. Se burlaba de sus estudios, se colaba entre sus predicciones, ignoraba sus cálculos con la audacia de un mago tramposo. Aparecía cuando menos la esperaba, siempre lista para tomarla por sorpresa, como si fuera un truco diseñado con precisión para frustrar sus intentos de mantenerse seca.  

Hasta que un día, mi amiga se hartó. Ya no habría más estrategias inútiles, más derrotas humillantes. Tomó una decisión definitiva: ¡obtuvo un paraguas!.  

Y entonces, la lluvia ejecutó la burla suprema. Como si se hubiera cansado de su propio juego, selló una tregua con el sol en un pacto traicionero.  

Desde el instante en que aquel pequeño pero resistente paraguas ocupó lugar permanente en su bolso, las nubes desaparecieron sin dejar rastro. Ni una mísera sombra gris ensució el horizonte, ni una gota furtiva desafió la conspiración celeste.  

El sol, astuto y oportunista, aprovechó la ausencia de su eterna rival. Brilló con una intensidad desconocida, como si quisiera compensar un montón de aguaceros imprevistos. Por primera vez, mi amiga extrañó la lluvia. Y, por primera vez, la lluvia se rió de ella sin siquiera aparecer.  

El paraguas, orgulloso, esperaba su gran debut. “Déjenme proteger, déjenme brillar”, parecía decir. Pero el sol, despiadado, les castigó con días de brillo insoportable. Mi amiga, obstinada, decidió llevarlo consigo de todos modos. Primero con discreción, luego con descaro. Lo sacaba del bolso cada tanto, lo abría y lo cerraba como quien prueba un artefacto mágico aún sin activar. Le lanzaba miradas inquisitivas, como si quisiera convencerlo de que invocara una tormenta.  

La impaciencia creció. Comenzó a pasearse cerca de aspersores, fingiendo casualidad, deteniéndose estratégicamente cuando el agua giraba en su dirección. En los cafés, agitaba distraídamente su vaso para que las gotitas se elevaran y aterrizaran en la tela impermeable. Probaba el mecanismo con el viento más débil, ajustando el ángulo bajo cualquier sombra sospechosa. Estaba decidida a poner a prueba su paraguas, aún si eso significaba recurrir a métodos poco convencionales.  

Hasta que un día, una nube apareció. Se alzó majestuosa, oscura, cargada de promesas. Mi amiga la vio y se detuvo en seco, conteniendo la respiración como si de su concentración dependiera que no desapareciera.  

Era el momento. Su momento. Después de días de burlas, de una sequía estratégica y de la conspiración descarada entre la lluvia y el sol, por fin había llegado la oportunidad de reivindicarse. Su corazón latía con anticipación. Sentía que todo en su vida la había llevado hasta este punto.  

Una gota cayó. ¡Al fin!  

Nunca antes una sola gota de agua había sido recibida con tanto entusiasmo. Casi podía oír una fanfarria de fondo, como si el universo estuviera celebrando este instante decisivo. Había esperado tanto, había sufrido tanto… ahora, su paraguas tendría su glorioso debut.  

Lo extendió con elegancia, con una ceremonia que rayaba en lo divino. La tela se desplegó como una cúpula protectora, su escudo contra el mundo que tantas veces la había humillado con aguaceros traicioneros. Por fin estaba lista.  

Y entonces... el viento.  

No una brisa suave, no un susurro juguetón, sino una ráfaga impertinente y oportunista, como si el universo hubiese estado esperando justo este momento para lanzar su golpe final.  

El paraguas, con su flamante estructura, no ofreció resistencia. Escapó de su mano y salió volando con una rapidez absurda, como si toda su existencia hubiera estado encaminada a este preciso despegue. Giró sobre sí mismo, dio un par de saltitos emocionados por el aire y luego emprendió una trayectoria gloriosa hacia lo desconocido.  

Mi amiga, aún con el gesto de victoria en su rostro, apenas tuvo tiempo de ver cómo su preciado escudo desaparecía en el horizonte como un cometa errante, dejándola sola… de nuevo… con la lluvia que apenas comenzaba.  

Nadie ha vuelto a ver ese paraguas desde entonces.  

Dicen que sigue surcando los cielos, esquivando techos y antenas, buscando el aguacero perfecto que nunca pudo probar. Algunos afirman haberlo visto en la distancia, danzando con el viento, siempre al borde de la lluvia, pero nunca dentro de ella.  

Mi amiga, mientras tanto, se quedó allí… en medio de la calle, bajo un cielo que finalmente había cedido, dejando caer su largamente esperada tormenta.  

Sin su escudo.  

Sin su victoria.  

La primera gota apenas rozó su mejilla cuando la realidad la golpeó. En cuestión de segundos, su cabello estaba mojado, su ropa empapada, sus zapatos convertidos en pequeños acuarios portátiles. Una vez más, como tantas veces antes, la lluvia se reía de ella y de su eterna derrota.  

Y así, la historia se cerró con la misma ironía con la que había comenzado. La lluvia, una vez más, había ganado.






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sábado, 24 de mayo de 2025

Encuentros

Como si, en su vastedad, el tiempo dejara migas de luz para guiar lo imposible. Como si en los pliegues del azar respirara un propósito oculto. Hay coincidencias que quiebran la lógica, desobedecen las reglas del cálculo y parecen gestos deliberados de un orden secreto, una conspiración silenciosa que, en su capricho más bello, nos acerca con una precisión imposible.  

A veces, la existencia nos ofrece destellos de ese diseño oculto, tejiendo caminos invisibles que conducen los sueños hasta la orilla de lo real. En esos instantes, el azar deja de ser un accidente y se inclina con elegancia hacia un propósito, plegando el caos en formas que nos conducen, sin aviso, al milagro del reconocimiento.  

Era improbable nuestro encuentro, casi absurdo en la vasta lógica del cosmos. Como dos astros condenados a trayectorias opuestas, como sombras que jamás deberían tocarse, como dos notas de una melodía que el tiempo nunca quiso hacer coincidir. Éramos líneas dibujadas en mapas distintos, costas separadas por océanos de distancia y azares que nunca se doblegan ante los deseos.  

Pero algo, en uno de sus raros gestos de belleza, pareció desafiarse a sí mismo. Algún engranaje invisible se alteró, algún cálculo imposible quebró su ecuación perfecta, y de pronto, en el pliegue más insospechado de la realidad, allí estaba ella, en el único cruce improbable que jamás debió existir, en la grieta exacta donde el azar permitió la maravilla de conocernos.  

Los astros titubearon en su marcha errante, inclinándose con un gesto imperceptible hacia la promesa de nuestro encuentro. Las mareas, en su danza antigua, tejieron un acuerdo silencioso con el viento, que en su aliento errático supo llevar los ecos de lo inevitable.  

Todo cedió un poco, el pulso del tiempo se desvió en su mínima fracción, la luz de una estrella agonizante iluminó justo el instante en que nuestros caminos debieron cruzarse. Entre la arquitectura secreta del caos, la casualidad doblegó sus propias leyes, torciendo la vastedad en un instante exacto, en el milagro preciso de hallarla.  

Planeado o casualidad, celebro la maravilla de nuestro encuentro, el instante donde todo cedió. Las órbitas, los vientos, los caminos que nunca debieron tocarse. Como si una fuerza antigua decidiera revelarnos la verdad que escondía.  

Como quien agradece la luz después de la sombra, honro el equilibrio secreto que nos permitió encontrarnos, la precisión oculta que torció el caos hasta dar forma a este milagro. No importa si fue destino o error, si fue cálculo o capricho; lo único que sé es que en este cruce, en esta coincidencia dorada, la inmensidad se dejó comprender por un instante... Y nos miramos. 

Todo debió alinearse. Las estrellas que callan, los senderos que doblan en esquinas invisibles, los pulsos secretos del azar que vibraron justo en el instante preciso. Fue como si el orden oculto del cosmos, en un arrebato de generosidad, ajustara cada variable para que nuestras miradas se cruzaran en el único momento posible.  

Y aquí estamos, con la certeza luminosa de que lo improbable no solo es posible, sino que, cuando ocurre, es la belleza más pura que la realidad puede ofrecer. Como si el destino mismo hubiese escrito su voluntad en las órbitas celestes, sería casi una afrenta ignorarla, sería casi un pecado no quererla.  

Después de todo, si el mundo entero se dispuso a traerla hasta mí, ¿qué otra opción podría quedarme sino rendirme ante su milagro?  







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viernes, 16 de mayo de 2025

El Fulgor

En algún punto invisible de la mañana, el mundo dejó de girar para mí. Fue como si el aire mismo me hubiese tomado por los hombros y susurrado: ¡Mí­rala!

No hubo voluntad, no hubo decisión; solo la certeza súbita de que todo lo demás podía esperar. Allí estaba ella, leve y real, suspendida en su quietud como una nota olvidada en medio de una melodía. Y yo, obediente a ese antiguo hechizo que siempre me domina cuando se trata de ella, abandoné todo fingimiento y, disimuladamente, me rendí a su misterio. Cada gesto suyo era un murmullo, una constelación que mi mirada seguía como si en ello se me fuera el alma.

La contemplé con los ojos del amor, esos que no saben mirar sin asombro. Me extravié en la visión de aquel cuerpo pequeño, como quien admira el lujoso empaque con que la vida guarda las cosas que le generan especial ternura. Sin embargo, ella no era algo que se exhibiera, era un tesoro que se custodiaba. 

No eran solo sus formas lo que en aquel momento me atraía, sino lo que irradiaba más allá de ella: un resplandor que no se veía, sino que se sentía más que en la piel en el espíritu. Un halo sutil y poderoso que cruzó el espacio entre nosotros sin permiso, envolviéndome con una dulzura antigua, provocando en mí un temblor apenas perceptible, como si el deseo de tocarla bastara para quebrar mi mundo.

Por más que la mirara, no lograba entender cómo tanta luz podía habitar en algo tan frágil. Su pequeñez desmentía la vastedad de lo que en ella vibraba. ¿Cómo podía una estrella tan breve sostener un cielo entero? ¿Cómo lograba esa criatura menuda contener la fuerza de encender mis sombras, de doblegarme sin emitir un solo sonido? Me sentí atrapado, rendido ante una energía que no alzaba la voz, pero que todo lo movía. Y la añoré con la intensidad con que se ansían los milagros: esos que se rozan una vez, pero que ya no se olvidan. Quizá el amor sea eso: un sitio al que nunca se llega, pero donde, sin saber cómo, uno permanece.

Alguien llegó entonces, rompiendo el instante como se rompe el agua con una piedra. El hechizo se dispersó, pero ya era tarde. Ella, sin saberlo, me habitaba. Había encendido una llama que no pide permiso, que se queda en silencio a arder. Y aunque sus ojos jamás se volvieron a los míos, los míos ya la llevaban dentro, brillando con el reflejo de su luz, como si todavía la miraran.



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martes, 13 de mayo de 2025

Instantes...

Hoy la presentí antes que verla.

Su aroma llegó primero, como un susurro antiguo que acarició mi conciencia antes de que su figura se hiciera carne. El mundo, por un instante, respiró distinto.

No hizo falta buscarla con la vista: ya estaba en mí, en la piel erizada, en el pecho vibrante. Esa presencia etérea que influye en todo lo que toca se volvió tangible en una danza floral girando en espiral, dándole vida nueva a todo lo que nos rodeaba.

Era ella, usando aquel perfume como heraldo, proclamando al mundo su presencia, ofreciéndole la oportunidad de prepararse para recibir a su reina.

Y entonces, irrumpió con la extraña fusión de un mazo y una brisa marina. Desbordándome, provocando un cúmulo de sensaciones que mi mente, rendida, dejó pasar sin intentar comprenderlas ni contenerlas.

Solo la sentí. Solo me dejé envolver por esa calidez sin nombre que abrazó mi cuerpo como un recuerdo imposible.

Era ella.

O quizá, la eternidad que venía a mí disfrazada de instante.






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domingo, 24 de diciembre de 2023

Nochebuena

Hombre mirando por la ventana a un grupo de monstruos amigables
El hombre, ensimismado en sus pensamientos, miró por la ventana con desgana. A pesar de que podía contar muchas historias sobre lo que veía en el exterior, aquella noche se mantendría al margen de aquel mundo que le fascinaba y en el que se perdía de vez en cuando.

Por ahora, los protagonistas de sus escritos quedarían afuera. Aquella noche, su mundo era aquella habitación repleta de ángeles, reyes y reinas del mundo real. El resto, bueno, el resto tendría que esperar.

Un coro de gritos de alegría lo sacó de sus pensamientos. Sonriendo, saludó con la mano a los seres fantásticos que lo observaban desde fuera, y cerró la cortina de la ventana para apresurarse al encuentro de quienes lo llamaban desde dentro.

–  Hey, el regalo grande es el mío… -. Dijo mientras un grupo de niños le abrazaban las piernas

–  ¡Feliz Navidad Tío!, ya llegó Santa.

Y aquella noche, Nochebuena por cierto, los protagonistas de sus historias se quedaron afuera… provisionalmente. 




A todos los lectores asiduos de mi blog, especialmente a mis amigos de El Tintero de Oro, les quiero dar las gracias por acompañarme durante este año. Sus comentarios me ayudan a pulir mis historias y a mejorar mi escritura. Se les aprecia mucho. Desde Venezuela, les deseo una muy feliz Navidad y un excelente año 2024 lleno de éxitos y alegrías. Un abrazo a todos. (Octavio)

Grupo de monstruos navideños con regalos rodeando una fogata


sábado, 9 de diciembre de 2023

El Espejo

Pareja Hetero de magos adolescentes observando un gran espejo colgado en la pared
La joven pareja, con su aspecto fresco y juvenil y sus túnicas escolares, contrastaba con la apariencia antigua de aquella habitación. Décadas de polvo se habían acumulado sobre el suelo y los muebles que parecían testigos de tiempos mucho mejores. La tenue luz de un candelabro en manos de la chica iluminaba la amplia escena, en la que se podían apreciar algunos de aquello muebles cubiertos con mantas o cortinas, como si alguien hubiera intentado protegerlos mucho tiempo atrás.

Mientras su compañero centraba su interés en la puerta del balcón, cerrada, empolvada y derruida como todo lo demás, la chica recorrió la habitación. Al llegar a la pared del fondo, se detuvo delante de un gran objeto cubierto con una sábana. Los pliegues de la tela dejaban al descubierto partes de un marco dorado con algún tipo de runas, indescifrables pero de una extraordinaria calidad artística.

¡Oesed! –. Dijo en voz baja, mientras tiraba de la sábana haciéndola caer – ¡Estás Aquí!

Alertado por aquel susurro, el chico detuvo su labor con la puerta fijándose en la muchacha y en el mueble que había descubierto. Un enorme espejo con un pesado marco de oro que, desde su punto de vista, extrañamente mostraba una superficie totalmente negra y opaca.

¡Teresa, ten cuidado! – dijo, tratando de llamar la atención de su compañera.

La chica le miró con una sonrisa y una amorosa mirada que tranquilizaron al inquieto muchacho.

Tranquilo Ren, sé lo que es y lo que hace… Ven, mirémoslo juntos

Es una pérdida de tiempo Teresa, y peligroso, sabes lo que veremos.

Aún no es la hora. Ven, será bueno para nosotros.

¡Teresa…!

Anda, ven.

Primer plano de un mago abriendo una puerta con magia de su varita
Renato miró a los ojos de aquella chica que extendía su mano hacia él. Hacía tiempo que sabía que la amaba, que daría todo por ella. Era la única en la que de verdad creía y confiaba en aquellos tiempos de locura.

Alejándose de la puerta, buscó entre los pliegues de su túnica hasta encontrar una pequeña vara de madera con la que señaló la cerradura.

¡Alohomora! 

Una pequeña y rápida lluvia de chispas salió de aquella varita hacia la cerradura y, sin más esfuerzo, la vieja puerta se abrió de par en par. Abriéndola y cerrándola con cuidado, se aseguró de que no tendría más dificultades y tomó con delicadeza la mano que le extendía la chica acercándose a ella para mirar juntos aquella superficie pulida.

¿Cuánto tiempo crees que tenga aquí? – Preguntó la chica

Mínimo desde la caída de Tom. El Profesor Romulus dijo en clase que una vez se usó para un hechizo de ocultamiento y después nadie supo de él. Muy pocos magos lo recuerdan ahora.

Papá dijo que se había quemado… pero aquí está.

Ambos quedaron en silencio observando aquel espejo. Extrañamente, cualquier observador externo solo seguiría apreciando la superficie oscura y sin reflejos. Sin embargo, la expresión de felicidad que invadió los rostros de la pareja indicaba que había algo más.

Pareja de magos adolescentes viendo un espejo en la pared
Que suerte he tenido –. Dijo la chica, extasiada, mientras apretaba dulcemente la mano de su compañero.

Es que aquel espejo le mostraba en ese instante imágenes épicas de batallas y enfrentamientos. Con emoción, vio como legiones enteras de magos se enfrentaban entre si luchando por una sociedad sin desigualdades en la que ninguna magia fuera proscrita y que la carencia de ella no fuera marca de inferioridad. Vio ejércitos enteros marchar por todo el mundo mágico impartiendo paz y justicia a todos los niveles. Y, a la cabeza de esos ejércitos, su amado Renato. Portando las más poderosas reliquias y trayendo el orden al caos, con ella a su lado fortaleciéndole con su amor. 

No más que la mía –. Respondió Renato en un susurro, apretándose al cuerpo de su compañera sin soltar su mano.

Pareja de magos adolescentes viendo un espejo en la pared
A diferencia de Teresa, aquel espejo mágico mostraba a Renato escenas de paz. La paz de la familia, del amor compartido y del apoyo desinteresado. Desde aquel espejo, una Teresa y un Renato distintos le observaban sonrientes, mostrando con orgullo un par de hermosos niños jugando con un grupo de elfos. Todos con las togas escolares de su casa, en un campo soleado y en un contexto pleno de amor y sin preocupaciones. Era su vida, la que había perdido, la que le observaba desde aquel espejo.

Una gran explosión y muchos gritos provenientes del exterior provocaron un sobresalto en la pareja de magos sacándolos de su abstracción.  Rápidamente, el chico volvió a cubrir el espejo mientras observaba fuera de la habitación por la puerta abierta… Ya no tenían tiempo. 

Impulsados por una descarga de amor, ambos magos se abrazaron uniendo en uno solo sus corazones tratando de controlar las lágrimas que asomaban en sus ojos. Separándose pero sin soltar sus manos, respiraron profundamente y caminaron hacia la puerta.

Endureciendo la expresión de sus rostros, se miraron por última vez y, al unísono, avanzaron hacia el balcón donde les esperaba su destino. Los gritos eufóricos y las explosiones se incrementaron mientras alguien les recibía con emoción:

Pareja de magos adolescentes desfilando en una marcha de magos
Honor y gloria, gloria y honor a Renato Potter y Teresa Ryddley. Los líderes de la casa de Slytherin y del nuevo mundo.

Atrás, en aquella habitación, quedó nuevamente abandonado el Espejo de Oesed. El objeto mágico que solo refleja los mayores deseos de tu corazón.








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Relato Corto Original de mi autoría
Participante en el reto
del mes de Diciembre de 2023






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