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domingo, 15 de junio de 2025

Desde los escombros

Querido yo,

Es hora de dejar atrás esa pared: la ilusión que escalaste con el sudor de tus días, convencido de que al otro lado alguien —o algo— te aguardaba. Cada ladrillo fue un gesto de fe, cada grieta en tus manos, el eco de una esperanza que te empujaba hacia arriba. Pensabas que, al alcanzar la cima, verías florecer un mundo nuevo.

Pero la cima trajo silencio. No había voces ni paisajes soñados. Solo un aire inmóvil donde tus anhelos, tejidos con tanto cuidado, no encontraron reflejo. Comprendiste entonces que aquella pared no era un límite, sino un espejismo. Una promesa sin raíces. Una historia que tú solo contabas.

Y en ese silencio, viste con claridad. No hay cadenas que aten tu sombra. No hay un destino trazado más allá del muro. Solo está lo que eres. Deja que el viento arrastre los escombros de lo que soñaste. No intentes reconstruir con piedras que no sostienen. Porque al otro lado no había otra vida. Solo una imagen proyectada por tus propios anhelos, desvaneciéndose en el aire.

El camino está abierto. Sin muros. Sin ecos. Solo tú. Tú, libre de ilusiones.

No te detengas entre los restos. Reconoce la verdad: el dolor no nació de lo que faltó, sino de lo que tú construiste esperando que otro lo habitara. Sí, duele. Duele ver que eras el único que alimentaba esa llama. Siente esa herida, que también es tuya. No la niegues. Porque en ella late tu fuerza.

Diste sin medida, incluso cuando el eco fue el silencio. Esa entrega, sin máscaras ni condiciones, es un tesoro que nadie puede arrebatarte. No guardes rencor por lo que no fue. Ya ofreciste todo; no ofrezcas más, ni siquiera tu tristeza. Suelta el peso como se suelta un sueño que ya no quiere volver.

Por un instante, quisiste abrazar los restos, dar forma al “pudo ser”. Pero una chispa en ti se negó a apagarse. Ser vulnerable es tu coraje, no tu fragilidad. Si hoy caminas con cautela, que sea por sabiduría, no por miedo. Que el recuerdo no opaque tu luz ni te robe el deseo de confiar otra vez.

Sacúdete el polvo. Alza la mirada. El sendero está limpio. Ya no hay promesas que te cieguen, ni muros que te retengan. Solo instantes que te esperan, paisajes que no prometen nada, pero sanarán tus grietas. Y amaneceres que no deben explicarse, solo vivirse.

No eres un mártir. Eres un viajero que ha aprendido a andar con el corazón despierto. Cada paso que des, sin cargas, será una elección. Y ese horizonte, por fin real, no te exige nada. Solo te espera para que lo llenes con lo que eres.













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