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domingo, 22 de junio de 2025

Clara. Una Historia de Oficina

Clara no era influencer, ni gurú de mindfulness, ni reina de TikTok con filtros de perrito. Su filtro era real, su alegría sin hashtags, y su vibra lo suficientemente luminosa como para hackear el manual de la amargura corporativa. Revolucionaba la oficina más que una impresora atascada en lunes de lluvia. 

Llegaba con un termo musical (si, literal, tenía cornetas) que escupía boleros o bachata, zarcillos que tintineaban como campanas de festival y una sonrisa que desafiaba al tráfico, al sistema y al aire acondicionado, aun en modo “glaciar”. Saludaba a la única planta de la esquina:  “buenos días, Fernanda”, Reorganizaba sus lápices como un oráculo de papelería y, sin más, brillaba. Punto.

En una oficina donde quejarse era el cardio oficial y el Excel la biblia tácita, Clara era como un emoji de arcoíris impreso en un correo de Recursos Humanos. No buscaba likes, pero su vibra era tan escandalosa que todos la notaban. Amable sin agenda. Cumplida sin dramas. Efectiva sin arrastrar los pies como si la vida fuera un PowerPoint eterno.

Sin embargo, una mañana, su brillo chocó de frente con la realidad.

Clara había preparado una propuesta para mejorar la experiencia de los clientes: gráficas que cantaban felicidad, ideas prácticas y un diagrama en fuente Comic Sans que era puro amor. Pero a mitad de su presentación, su jefe, con el mismo entusiasmo de un extintor humano, la cortó:

Clara, deja ese optimismo de unicornio para Instagram. Aquí va en serio

Clara parpadeó. ¿Serio? ¿Serio es usar plantillas de 1998 y firmar correos como notarios? Su mente era un circo: imaginó al jefe con un filtro fotográfico sepia, atrapado en su propia seriedad. Pero no iba a dejar que le apagaran el flow. Con una sonrisa de veneno dulce, respondió:

Entendido, jefe. ¿En Arial 12 o me lanzo con Comic Sans para ponerle drama? — Pausa. Inclinó la cabeza —. Oiga, para su información, el unicornio trae datos: 20% más de satisfacción con apenas tres cambios. ¿Le paso el PDF en gris para que pegue con el entorno?

El silencio fue tan denso que el aire acondicionado pareció rendirse. Lucía, la nueva, disimuló una risita con un estornudo. Alguien garabateó como si resolviera la existencia. El jefe, descolocado, farfulló un “envíamelo” y cambió de tema. Clara había plantado una semilla de caos alegre.

El eco de la reunión se quedó flotando en los pasillos y mutó en chisme. Días después, Lucía, la nueva que aún no se había rendido al club del descafeinado, le sopló a Clara el rumor que se estaba extendiendo: su ascenso “no era profesional”. Que “seguro había algo turbio con el jefe”. Que "tanta sonrisa tenía trampa". 

Clara sintió un pinchazo, como si hubieran rayado su termo favorito. ¿Sonreír es sospechoso... pero quejarse del tóner cuenta como mérito? No iba a darles el gusto del drama. Se atrincheró en el baño, frente al espejo mugroso que parecía un mapa de la tristeza colectiva.

Clara, reina — se dijo, señalándose como su propia cheerleader —, estos no saben de luz pura. ¿Chismes? Ruido de fondo. Tú tienes galletas y un termo que canta mejor que ellos

Respiró hondo. Imaginó a los chismosos ahogándose en su café descafeinado y soltó una risita. 

Que inventen. Yo pongo el color en este PowerPoint de mi vida —. Ajustó sus zarcillos con un tintineo rebelde, se lavó las manos y salió con más fuego que nunca.

Esa noche, en su estudio, abrió su cuaderno de frases mal pegadas y escribió con gusto: 

“SÉ FELIZ HOY. AUNQUE ÚNICAMENTE SEA POR JODER A LOS ENVIDIOSOS.”

Al día siguiente, pegó la frase en su monitor con cinta de colores pastel, una bandera en territorio enemigo. Algunos fruncieron el ceño, como si la felicidad fuera un memo mal redactado. Otros rieron por lo bajo. Una pasante, con el arrojo de quien ignora el organigrama, la subió a redes con el slogan: 
“Resistencia nivel: jefa.”

Pero, el incendio de verdad estaba por llegar.

Clara irrumpió un viernes con galletas de llamas, glaseadas con colores que gritaban “feria”, y una nota:

Quemen los rumores o cómanse esto, pero callen las pendejadas.” 

Las voces se congelaron, solo rotas por el crujir de una galleta en la boca del de contabilidad, cuyo ceño, que parecía tallado por un escultor con resaca, se torció en una sonrisa traicionera, mientras Lucía, cómplice oficial, susurraba con galletita en mano: “¿Esto es para quemar lo rumores o para asar maiz?” Clara guiñó: “Lo que quieras, pero que sepan que no me apago por nadie.

Los rumores se evaporaron como mal chiste. Y, con los días, algo cambió.

La diseñadora de informes dejó los grises de sepelio y probó azules que no deprimían. Un jefe de área metió un emoji de sol en su firma (luego lo borró, pero todos lo vimos). El whatsapp de la oficina, un cementerio de “Ok” y “Entendido”, se llenó de memes de gatitos y conejitos. Recursos Humanos, en un giro imposible, puso una sección de “micro-momentos positivos” en la intranet, con Fernanda la planta como mascota.

En cierre del mes, el jefe-extintor llegó con galletas que olían a disculpa. Las dejó sobre la mesa de la sala de reuniones, carraspeó y, con menos rigidez que de costumbre, dijo:

Clara, he estado pensando... El tema del bienestar no es lo mío. Nunca lo ha sido. Pero tú... tú haces que la oficina respire distinto. Así que queremos proponerte algo: liderar el nuevo programa de bienestar y cultura. Es oficial. Es tuyo si lo aceptas.

Clara no lloriqueó. Tampoco hizo un brindis. Solo asintió, con la calma de quien ya sabía que su luz no necesitaba permiso para brillar. Aceptaba, sí. Pero en sus términos.

Y lo hizo espectacular. En una semana, instaló una "estación de desahogo" con peluches antiestrés y una playlist colaborativa titulada "PowerPoint y reggaetón". Redecoró la sala de descanso con luces suaves y frases inspiradoras (nivel sarcasmo dulce), y renombró los lunes como "Días de Sobrevivencia Colectiva", con café extra y mini donas. Recursos Humanos, que antes apenas sabía conjugar la palabra "felicidad", se rindió y le pidió tips para sus propios correos motivacionales. Incluso Fernanda, la planta, recibió su propio Instagram.

Clara convertía el mal día ajeno en anécdota compartida y las crisis en excusa para sacar stickers motivacionales. Su cargo no era solo un título. Era un manifiesto de que el buen humor, bien administrado, puede hacer más por la productividad que veinte charlas de coaching.

Y como todo manifiesto que se respeta, trajo consecuencias medibles.

En solo tres meses, los niveles de satisfacción interna se dispararon como corcho de sidra. El ausentismo bajó, los clientes reportaron un 30% más de interacciones positivas y el rendimiento general del equipo mejoró tanto que hasta el jefe del extintor sonrió sin que se le torciera la cara. La empresa, que antes tenía alma de lunes perpetuo, empezó a aparecer en rankings de “lugares felices para trabajar” y un medio local tituló: “Donde una planta lidera el cambio (y una Clara lo ejecuta).”

Reflexión final: Ser feliz no es negación, es rebeldía pura. Es encararle al mundo y decir: “Sigue tu con tu drama; yo traigo galletas.” 

La alegría de verdad jode a los que la olvidaron. Protégela, cultívala y, si toca, úsala como misil de colorida escarcha... contra los envidiosos.


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