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18 abril, 2021

Relato: Las Caras de la calle La Rosa

La mujer hizo lo posible por ocultarse tras las cortinas mientras veía por la ventana. Su cara de hastío reveló la poca gracia que le hacía lo que estaba viendo afuera.

Refunfuñando se retiró de la ventana y, de rodillas, reanudó su trabajo con ahínco y dedicación fregando con una gruesa esponja mojada en agua jabonosa las antiguas losas de piedra que cubrían el suelo de la pequeña cocina.

Con dificultad y cierto gesto de dolor en el rostro,  se levantó una vez más y paseó su vista por el piso aun húmedo. Aparentemente su empeño daba buen resultado ya que se veía muy limpio y sin manchas. Sin embargo, esto no eliminó la expectativa que reflejaba su rostro. Siguió mirando fijamente, como esperando algo que de alguna manera sabia vendría.

Inmóvil, no apartó la vista de una suave sombra que había localizado cerca de la mesada. En segundos, esta sombra parecía hacerse más definida, mas contrastante con el fondo pálido del piso. 

Poco a poco, a medida que el piso se secaba, y como si se tratara de las trazas de sal que el agua de mar deja al retirarse, formas y líneas fueron revelándose hasta mostrar una imagen perfectamente definida y reconocible. En el piso de la cocina, había aparecido la imagen de una mujer con la cabeza cubierta y profundos ojos que parecía sonreír a la otra mujer de carne y hueso que la miraba.

¡Ahí estás! – Farfulló en voz baja con una marcada expresión de alivio en su rostro.  

Cuando comenzaron a aparecer las caras, ocho meses antes, podían ser lavadas de la piedra y tardaban algunos días en aparecer nuevamente. Ahora, ni siquiera esperaban a que se secara el agua de la esponja para materializarse. Cada vez más definidas, más expresivas.

No importa cuánto empeño ni qué técnica usara para eliminar las imágenes. Invariablemente regresaban, primero esta mujer que parecía de esas mujeres de las de “antes”, luego un niño con el torso desnudo y después, aleatoriamente y rodeando las dos anteriores,  las otras cerca de 30 imágenes de personas diferentes.

Al correrse la voz, la gente comenzó a acudir y el “Milagro de la calle La Rosa” comenzó a hacerse famoso primero en el pequeño pueblo, luego en toda la provincia y, al final, en todo el país y sus vecinos. Por cinco pavos, las filas de personas podían satisfacer su curiosidad y echar una mirada a las “Caras de La Rosa”.

Todo parecía ir bien hasta que la gente comenzó a reconocer en las imágenes a sus seres queridos fallecidos. Esto provocó una estampida de personas que querían ver el fenómeno. La afluencia de gente se hizo incontrolable y la calle de La Rosa se convirtió en poco menos que un circo donde la gente acampaba, predicaba o hasta hacia sesiones espiritistas en honor a lo que llamaron la “Virgen de la Rosa” y sus seguidores.

Hasta un periodista hizo un famoso artículo que tituló “La fotografía del cielo, una instantánea real de la Virgen María y Sus Apóstoles” que dio la vuelta al mundo y que, como si hiciera falta, agravó aún más la situación. Es que el artículo iba acompañado de una fotografía real de las imágenes en la que gente de otras latitudes pudo reconocer también a sus deudos.

El artículo provocó que se desatara la locura colectiva. Las decenas de personas que  visitaban la casa diariamente se convirtieron en centenares en pocos días. Visitantes de todo el mundo convirtieron la calle en un boulevard en el que la gente acampaba durante días. Locos de todo tipo trataba de llevarse “reliquias” destruyendo el jardín, la reja protectora y hasta trataron de llevarse los ladrillos de la pared delante de las mismas narices de su dueña.
 
Hastiada, la mujer cerró su casa y se atrincheró en ella, para evitar el contacto con la gente de afuera, dedicándose a lavar los pisos de cualquier forma que se le ocurriera. La labor, sin embargo, no solo resultaba inútil sino que la situación parecía agravarse cada vez más. A medida que llegaba más gente afuera, parecía ocurrir lo mismo en las imágenes del piso. De las poco menos de 30 originales habían ahora cerca de 100 imágenes rodeando la imagen de la mujer y el niño.

¡Merde! – la maldición de la mujer se disparó por un descubrimiento recién realizado. En la parte más cercana a la puerta que daba al patio trasero de la casa, una nueva figura estaba comenzando a aparecer. La imagen no tardó más que unos segundos en definirse totalmente. Un hombre grande, con una poblada y descuidada barba parecía mirarla desde el piso. No parecía haber marcas o nada que lo indicase, pero esa expresión diabólica que podía adivinarse en las líneas de esa silueta aseguraba que esta imagen era totalmente distinta a las demás.

Este nuevo personaje había comenzado a aparecer unas tres semanas atrás. Siempre venía en solitario, alejado del resto del grupo. A veces parecía estar mirando al grupo anterior, y en esos instantes esa expresión de furia demoníaca parecía hacerse más marcada, más terrorífica.

A los pocos días, la  nueva imagen ya no estaba sola. Otras figuras, algunas ya conocidas que se apartaron de la imagen de “La Virgen” y otras que nunca había visto antes, comenzaron a rodearla. A falta de un nombre más adecuado, y resistente a confirmar sus miedos, decidió llamar la nueva figura simplemente “Paco”, en remembranza a un tío suyo de quien su mamá se expresaba como “El mismo diablo”. Fue a partir de esta aparición que la mujer se dedicó con más ahínco a lavar los pisos. Al contrario que las de “la virgen” esta nueva figura y las que le rodeaban le causaban un intranquilidad inexplicable.

Una vez mas, la mujer apartó por un momento la vista del piso y echó una mirada por la ventana a pesar del evidente desagrado que le causaba lo que veía afuera. En su cara se notaba la misma aprensión que mostraba al esperar la materialización de la imagen de “Paco”. Esperaba algo allá afuera que aún no lograba ver.

De repente, entre la multitud, lo vió. Alto, más alto que todos los que estaban allá afuera por al menos una cabeza. Barba que seguramente no había recortado nunca, sucia y enredada en una especie de cola de caballo al final amarrada con alguna cinta o algo que no se apreciaba por la distancia.. y esos ojos, con ese brillo diabólico que revelaba maldad pura, desprecio y odio por todos los que le rodeaban.. especialmente por la mujer que le miraba desde la ventana…

Definitivamente, era el hombre cuya imagen reposaba en su piso y que en ese momento también la miraba en una especie de diabólica gavilla de gemelos en su contra. Desde la ventana, la mujer pudo ver el grupo de personas que rodeaban al “Paco” de carne y hueso. Pudo identificar al menos tres de las figuras de su piso y que habían abandonado la imagen de “La Virgen” para agruparse con la “otra”.

Más que con miedo, con resignación, volvió a correr la cortinas de la casa y se puso de rodillas en el piso para comenzar nuevamente la labor. Una sonrisa afloró en su rostro apuntalando la actitud de aquel que sabe lo que viene.

La gente que estaba allá fuera no sabía nada. En realidad, aquel periodista casi que da con la verdad. Tuvo en principio algo de razón, las imágenes si eran una especie de fotografía pero no del cielo como promocionó. 

Las imágenes eran una instantánea de las cosas en la tierra, de la guerra que estaba a punto de librarse y de los bandos que entrarían en batalla. Batalla que iniciaría allí, en su pueblo y cuyas huestes ya se habían reunido esperando la orden final.

Frotando vigorosamente las losas del piso su sonrisa se hizo más profunda al fijarse en una imagen en especial. Se preguntó cómo era posible que nadie se hubiera dado cuenta que una de las primeras en rodear a la bendecida madre fue ella misma, la guardiana del portal, la sucesora de aquellos arcángeles primigenios de los días antiguos… 

Con la dedicación de quien tiene conciencia de la responsabilidad asumida, frotó vigorosamente la piedra. Sabía que ya pronto tendría que cambiar la esponja por la espada... y enfrentar al abismo.


Nota: En 1971, en Bélmez de la Moraleda (España), un fenómeno catalogado como paranormal salió a la luz pública causando gran revuelo mediático. Imágenes que se identificaron como caras y cuerpos de personas aparecieron misteriosamente en el piso de una casa de la vecindad sin explicación alguna. La historia real de Las CARAS DE BÉLMEZ inspiró el relato de ficción publicado en esta entrada.



Puedes escuchar el relato Aquí (11:06 min)

 
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09 abril, 2021

Relato: Fantasmas de una vida sin miedos

Acostada en la semioscuridad de su habitación, iluminada solo por una pequeña lámpara de pared, la mujer esbozó una sonrisa auspiciada aparentemente por algún pensamiento que pasó por su mente. Es que, ahora que lo pensaba, más que curiosas le parecían divertidas todas esas historias sobre la extraña locura que parecía ser la maldición de las mujeres de su familia.

Una locura “simple”, diría su padre o “sin consecuencias” como diría el tío Arturo. La cosa es que esa manía de hablar sola durante horas, que puso de moda la bisabuela Jacinta, se repitió sin falta en cada generación siempre con alguna de sus descendientes dedicada a tan curiosa afición. 

Esta afición extraña de hablar con “nadie”, y que el abuelo Antonio achaca a una “estupidez genética de las hembras”, a entender de la chica pensadora parecía más un escape a otra situación más difícil de manejar que una rara extravagancia.

Es que, además de hablar solas, esas mujeres también cargaron con la cruz de un matrimonio que más parecía una penitencia que cualquier otra cosa. De hecho, según el abuelo Manuel, las primeras historias de la bisabuela y su interlocutor imaginario comenzaron luego de una soberana golpiza que su marido le propinó en una noche de borrachera.

Aunque nadie hablaba mucho de eso, el abuelo Manuel heredó todas las malas mañas de su Padre y ninguna de las buenas de su madre. Sin embargo, de alguna manera, el abuelo encontró una mujer con el mismo carácter sumiso de la bisabuela con la que formar una familia propia, a su gusto y medida.

Pobre abuela – Dijo la mujer en voz alta, recordando la cruz de su propia abuela viviendo con el terrible hombre que era su abuelo.

Su madre hablaba poco de la vida con el abuelo, pero el inmediato cambio de humor cuando se le recordaba revelaba lo difícil que había sido su vida y la de la tía Carmen, su hermana mayor, bajo el represivo régimen impuesto en su hogar por el viejo Manuel.

Aun recordaba la cara de la tía Carmen, con esa gran cicatriz en la sien derecha causada por una “fuerte reprimenda” de esas que el viejo solía aplicar a sus hijas. Su madre, una de esas pocas veces que habló de su niñez, contaba como poco después del castigo su hermana comenzó a pasar noches enteras jugando con su “amiguita” Penélope que, por supuesto, solo ella y su incipiente locura veían.

Aquejada por una difícil enfermedad, la tía Carmen había partido varios años atrás. En sus últimos días, ya no hablaba más que con su amiga Penélope la que, al parecer, jamás la había abandonado convirtiéndose en su única compañía. 

Tú, madre, tuviste suerte… encontraste a mi padre – las palabras surgieron de lo más profundo de su ser y un pequeño quiebre en la voz reveló la emoción que sentía -

Con su padre, su madre pareció romper la tradición de tres generaciones con hogares infelices. Cumplido, amoroso y dedicado a su familia. La vida con su padre fue el sueño de toda niña y la ilusión de toda mujer. Solo que la maldición familiar, poco dada a hacer excepciones, actuó bastante pronto… y el padre murió. Murió, y ahí comenzó todo.

Es que la noche luego de su entierro, él regresó. Sin luces, sin cambios en el ambiente, sin avisos de ningún tipo. Simplemente, una noche, él estaba allí parado al lado de su cama… sonriéndole.

Y, como la amiguita de la tía Carmen, su padre nunca se fue. Permaneció con ella tendiendo su mano en momentos difíciles, aconsejándola, confortándola o celebrando con ella según fuera necesario.

Su padre vino, y con él el entendimiento. Las mujeres de su familia con la manía de hablar solas, simplemente no habían enloquecido. Solo tenían la facultad de hablar con seres que habían pasado a otro plano y que habían formado parte importante de su vida. Era un don, no una carga.

¿Con quién hablas nena?... Con nadie mami, estoy cantando – Las palabras surgieron de la boca de la mujer pero venían de un pasado en el que había aprendido a ocultar a los demás las visitas de su padre. Nadie debía saberlo, era su secreto y no debía compartirlo so pena de locura.

Nunca dejó de venir, cada noche o a cada momento en que su soledad lo reclamaba… él venia, y la seguridad de su regazo eran símbolo de un mundo de paz y sosiego que, como en el principio, solo él le aseguraba.  

Han pasado ya cincuenta años desde la primera vez que vino y aún sigue allí a su lado, sonriéndole. Acompañando su soledad, suavizando su vida. Esa vida que ahora siente se le escapa y que ya no tiene fuerzas para retener. 

Vencida por un cáncer terminal que cobraba su premio, la mujer levantó su cara hasta su padre y le sonrió agradecida. Sabía que siempre estarían juntos, que su padre estaba allí para acompañarla a donde se va después y que durante toda su vida no había hecho más que esperarla.

¿Con quién hablas nena?... Con nadie mami, estoy cantando – repitió como una especie de mantra. Luego se levantó de su cama, dejando allí el cascaron maltrecho en el que había viajado toda su vida, y partió al infinito… de la mano de su padre.



Puedes escuchar el relato Aquí (6:58 min)

 
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