Sofía no tenía idea de lo que acababa de ocurrir. Ella solo tomaba su café, sin saber que su presencia había activado un terremoto en mi cabeza.
Pero yo, en mi intento por ser encantador, solté la frase con una confianza completamente desubicada:
— Debes estar cansada de haber paseado toda la tarde por mis pensamientos.
Error. Error catastrófico. Un accidente de creatividad en plena vía pública.
Porque claro, no solo había lanzado una frase trillada, sino que lo había hecho yo, que me jacto de mi sensibilidad literaria. Alguien que busca la originalidad. Que cree en la fuerza de las metáforas bien construidas.
Y allí estaba: usando una línea que probablemente había sido pronunciada en incontables telenovelas y mensajes de WhatsApp desde 2009.
Sofía frunció el ceño con algo entre confusión y cautela.
— ¿Qué?
Allí debí haber retrocedido. Fingido que hablaba con otra persona, que citaba una película, cualquier cosa. Pero no. Doblé la apuesta.
— Bueno... lo que quiero decir es que has estado en mi cabeza todo el día.
Ella apoyó la taza en la mesa y fingió pensarlo.
— Interesante. No recuerdo haber comprado boleto para este viaje. ¿Incluye recorrido guiado o simplemente fui lanzada sin instrucciones?
Y claro, como si no fuera suficiente, mi cerebro optó por agravar el desastre: lanzó una explicación innecesaria.
— Bueno, imagina que mi mente es como... como una expedición arqueológica. Llegaste sin previo aviso y, de pronto, te ves rodeada de ruinas de pensamientos inconclusos, trampas de frases mal estructuradas y algún que otro jeroglífico que yo mismo olvidé traducir.
Sofía bebió un sorbo, sin dejar de mirarme con esa mezcla de diversión e intriga.
— ¿O sea que entré a un templo misterioso?
— Exacto.
— ¿Y dónde está la salida?
— Eh... eso es lo complicado. No suelo pensar en eso.
Suspiró. Y como quien decide que ya está demasiado metida en el asunto, apoyó un codo en la mesa y dijo:
— Bueno. Como guía turística improvisada de tu mente, dime: ¿qué atracciones hay por aquí?
Ahí fue cuando mi cerebro se rindió completamente.
— Bueno, tenemos la sección de "cosas que debí haber dicho pero no dije", la de "planes que nunca ejecuté", y un pequeño rincón donde trato de recordar si me gustan más los perros o los gatos.
Sofía arqueó una ceja.
— Dime que al menos hay señalización.
— Eh... no exactamente, pero puedes encontrar pistas en las cosas que digo sin contexto.
Soltó una carcajada.
— Muy bien, explorador mental. Si ya pasé toda la tarde ahí, al menos dime qué piensas hacer ahora que me tienes en frente.
Y claro, en el momento de brillar, lo único que logué decir fue:
— Ehh...
— Ajá.
Sofía se rió abiertamente.
— Tu sistema necesita mantenimiento.
Se levantó con su taza, tomó una servilleta, escribió algo y me la dejó en la mesa.
— Aquí tienes un mapa mental. Para la próxima, organízalo mejor.
Cuando la leí, solo decía:
"Primera parada: ordenar otro café y decir algo que no incluya 'ajá'."
Definitivamente, no había impresionado a Sofía... pero al menos había logrado que la conversación terminara en risa, y no en desastre absoluto.
Lo que no esperaba era lo que pasó segundos después.
Cuando fui a recoger mi café, el barista, un tipo con expresión solemne y la actitud de alguien que ha visto demasiado en esa cafetería, me miró fijamente y suspiró.
— Hermano... — dijo, con el tono de quien está a punto de anunciar que el barco se hunde —. Lo vi todo.
Sentí un escalofrío.
— ¿Todo?
Asintió, bajando la mirada como quien ha sido testigo de una tragedia.
— Toda la metáfora arqueológica. El templo. La señalización inexistente. La caída libre.
Respiró hondo, como si el dolor ajeno lo afectara personalmente.
— No debió ser así.
Yo, aún procesando la situación, intenté salvar lo poco que quedaba de mi dignidad.
— Bueno, no fue tan malo. Se rió conmigo y no de mí, así que...
El barista ladeó la cabeza con pesar.
— La risa es buena. Pero hermano... un hombre no debería vivir este tipo de humillación en horario de café.
Se acercó un poco, como si fuera a decirme un secreto importante.
— Por eso, te regalo este café.
Me entregó un café extra, gratis, pero con la delicadeza de quien ofrece una manta a un náufrago.
— Recíbelo con honor.
Yo lo tomé sin saber muy bien qué hacer.
— Gracias... supongo.
El barista suspiró otra vez y puso una mano en mi hombro.
— Solo sigue adelante.
Y se alejó, probablemente para seguir presenciando otras desgracias sociales de clientes en apuros.
Me quedé parado, sosteniendo dos cafés, una servilleta con instrucciones de Sofía y la certeza absoluta de que mi cerebro necesitaba una remodelación completa.
Tal vez era momento de diseñar mejor mis metáforas.
O tal vez, solo tal vez, era momento de aprender a decir algo que no incluyera "ajá".
O por lo menos, pedir un café que no venga con juicio incluido.
y otros temas?
Vaya, me he quedado con las ganas de saber si volvió..
ResponderEliminarEsto es un auténtico revival de esas primeras salidas adolescentes, con sus nervios y torpezas donde se dicen muchas tonterías. Pero también te digo que de las conversaciones más absurdas, pueden salir los romances más apoteósicos
Saludos!!