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martes, 2 de septiembre de 2025

No estoy roto, estoy desbordado....

No sé si me habita la depresión
o solo un desorden distraído.

A veces me descubro
como quien deja la puerta entreabierta
para que el viento desordene sus papeles.

Mis ojos se extravían.
Me pierdo en los bordes de las cosas:
el temblor de una cortina,
el reflejo en una taza vacía,
el silencio que nadie nombra.

De ese vacío nace una marea antigua,
con el rostro de palabras calladas,
con el peso de esperas sin nombre.

De esa marea se levanta mi sombra:
llega antes que yo,
se sienta en la silla más quieta
y observa cómo me olvido.

No estoy roto.
Estoy desbordado.

Por mis grietas se filtran
memorias que no viví,
promesas que no pedí.

Camino dentro
de una fotografía borrosa,
buscando el instante
donde el dolor se funde en paisaje.

Y allí, en la niebla,
algo germina en secreto.
A veces, una flor crece
sin que nadie la haya sembrado.

Y en medio de ese germinar incierto
confío en alguien
que nunca llega.

Y en su ausencia crece la flor
que yo no sembré.

No la miro,
pero sé que espera.

Aunque el cuerpo pese
como siglos de lluvia,
aunque el alma se pliegue
como una flor sin sol,

escribo para nombrarla.

Todavía estoy aquí,
entre la lluvia y la flor,
como si alguien hubiera dejado
una puerta abierta al milagro.

lunes, 1 de septiembre de 2025

Ella... Ella es Perfecta

Ella... ella es perfecta.
No en el sentido hueco de las palabras gastadas,
sino en cómo respira,
en cómo sus ideas fluyen con claridad serena,
en la manera en que su presencia no irrumpe,
sino que afina el mundo.

Se revela impecable en su modo de construir,
en su mirar sin prisa,
en las palabras que acarician,
en la forma de sostener sin dejar sentir el peso.

Y en su mirada, que se posa sin esfuerzo,
tiene ojos color de la noche:
no por la oscuridad, sino por la hondura sin fin.
Asomarse a ellos es entrar en un cielo callado,
donde cada estrella custodia un secreto.

asdasds
De esa hondura brota también lo íntimo:
una candidez sin máscara,
una ternura que no pide permiso,
una fragilidad que no resta fuerza,
sino que invita a protegerla,
como se guarda lo que da sentido.

Un gesto suyo es cuidado.
Su silencio abre espacio.
Y hasta en una decisión, discreta,
levanta refugio de respeto.
Nada en ella desentona:
ni la risa, ni el andar, ni su manera de habitar el mundo.
Todo parece hecho para acompañar sin peso,
para inspirar sin alzar la voz.

A veces pienso que, si el universo debiera justificar su existencia,
bastaría con mostrarla.
Y mientras ella basta para el universo,
yo sigo buscando razones para justificarme.

Quizá ahí está la grieta.
Porque, sin embargo…
hay un detalle,
apenas un susurro,
pero definitivo.

Ella es perfecta.

Su único defecto:
¡no está conmigo!.

Y el mundo, sin ella, 
se rompe en silencio.

lunes, 18 de agosto de 2025

Donde late Distinto

A veces el corazón se queda fijo,
mirando largo rato hacia el mismo lugar,
como quien espera que algo se revele entre la niebla.

Pero allí, donde insiste la mirada,
no hay nada.
Ni un destello mínimo,
ni una sombra que sugiera movimiento.
Solo bruma, quietud,
y una puerta tras la que se esconde un espacio hueco.

Tanto tiempo golpeando,
esperando que el eco se vuelva voz,
que olvidó mirar el marco:
sin huellas, sin calor, sin historia.
Como un farol encendido frente a un campo desierto,
gastando su luz en una dirección sin respuesta.

Cansado de tanto insistir,
el corazón se escucha a sí mismo:
“ya basta de mirar allí,
ya basta de esperar donde nada nace”.
Porque incluso la niebla, cuando se contempla demasiado,
empieza a parecer promesa.
Y no lo es.

Entonces llega el momento en que el silencio ya no es pausa,
sino respuesta.
Y el vacío ya no es misterio,
sino frontera.

Sin dramatismo, sin estrépito,
el corazón se gira.
No hacia el olvido,
sino hacia lo que sí respira:
una hoja que cae con intención,
una brisa que roza sin urgencia,
una presencia que no reclama ser vista.

Allí, en lo que no se esperaba,
algo comienza a encenderse suave,
como un calor que sostiene desde dentro.
No es lo que buscaba,
pero es lo que lo sostiene.

viernes, 11 de julio de 2025

Meteorología del Corazón

Hombre joven sentado en el borde de una cama, envuelto en bufanda, con expresión melancólica y una carta en mano. Rodeado de pañuelos, una taza de té y palabras flotando como vapor.
Ernesto había recibido la noticia como un golpe seco en el centro del pecho: no era correspondido. Y como buen alma sensible (y propensa al exceso), su cuerpo respondió de inmediato con un espectáculo de síntomas dignos de una tragedia con música de violines y fondo de ventisca. Al mas perfecto estilo de los poetas mas enamorados y románticos de la historia.

Primero fue la tos: no una cualquiera, sino una tos con prestigio literario, descendiente directa de la que aquejó a tantos poetas antes de su último suspiro. Ernesto la aceptó con resignación romántica:

Así comienza... —murmuró entre carraspeos— como en las novelas tristes: una tos, una carta sin enviar... y el telón final cayendo sin aplausos.

La garganta le ardía… —por las palabras que nunca nos dijimos—, pensó. Según él, no era un ardor cualquiera, sino el fuego acumulado de frases no pronunciadas, de disculpas sin cuerpo y promesas que jamás llegaron a nacer. Tragaba cualquier sonido como quien intenta hacer pasar un nudo con agua tibia, con la certeza de que cada sorbo tropezaba con letras no dichas. Su voz salía rasposa, como si tuviera que empujar las vocales a codazos.

Hombre cubierto por mantas temblando entre cuadernos abiertos y tinta derramada. Tiene los ojos brillantes y los dedos rígidos. La atmósfera sugiere nieve interior y versos atrapados
Soportaba los escalofríos como si fueran telegramas sentimentales atrapados entre el pecho y la espalda. Ernesto vivía aquellos temblores como poesía en movimiento. Cada tiritón era una frase de amor temblando de arrepentimiento. Su espalda parecía ensayar un vals con la ausencia, y sus manos, dos actores de tragedia griega, se estremecían como si recordaran todos los rozes que nunca llegaron. Se tapaba con mantas no para abrigarse, sino para contener el drama. Para él, no cabía la menor duda: su temperatura bajaba al mismo ritmo que su dignidad afectiva.

Los músculos, por su parte, le dolían como si toda la poesía contenida en su corazón se desbordara contra ellos sin tregua. Era un dolor lírico, no médico. Las metáforas que no escribió se le acumulaban en la nuca, apretaban las vértebras, trepaban por los hombros como versos reprimidos buscando salida. Las piernas se tensaban con estrofas no caminadas, los brazos ardían de tanto imaginar abrazos incondicionales. Hasta los dedos, rígidos, se le entumecían de tanta caricia pensada y nunca enviada. Dolía, sí, pero con sintaxis impecable.

y lo peor eran los ojos. Lloraban por reflejo, aunque Ernesto los atribuía a su costumbre de mirar demasiado al pasado. Los párpados ardían por contener escenas que no ocurrieron. Y la nariz, roja como una declaración ignorada, no dejaba de gotear por pura tristeza líquida. Cada pañuelo usado se convertía en testimonio húmedo de un afecto no recibido.

Y entonces vino el frío.

Aquel frío glacial que se le metía por los tobillos y se instalaba en su pecho como una emoción mal ventilada. Ernesto no dudaba, decía que la ausencia extraía el calor del mundo y se manifestaba como un descenso de temperatura corporal. Que su alma, privada del calor humano que añoraba, se convertía en un tempano de hielo.

El amor no correspondido —explicaba envuelto en mantas— congela desde dentro hacia fuera.

Hombre contemplando la nieve desde una ventana, envuelto en bufanda bordada con perritos. En el cuarto hay velas, poemas inacabados, y aliento en forma de corazones rotos.
Dormía con bufanda, como quien hereda el hábito de un poeta maldito. Se la enrollaba al cuello como si con ella pudiera evitar que se le escaparan los suspiros. Como Baudelaire, pero con menos glamour y más congestión nasal”, pensaba, envuelto en lana y dignidad (Aunque el poeta seguramente sospecharía de su bufanda con imágenes bordadas de perritos). Aquella bufanda no era solo un abrigo: era una declaración. Un símbolo de su fragilidad elegante, de su necesidad de envolver el cuello antes de que la emoción lo ahogara.

Y a cada amigo, (no necesitaba serlo tanto, con que fuera conocido bastaba) que lo visitaba, les explicaba con voz quebrada:

Lo que mi cuerpo enfermo proclama, es el corazón escribiendo en carne. Cada escalofrío es una estrofa. Cada estornudo, un adverbio herido. Y todo esto que gotea... es sintaxis líquida.

Exhibió día a día su drama de amor no correspondido, alardeando de su sufrimiento poético a quien quisiera escucharlo... sufriendo su tragedia como nunca poeta alguno lo había hecho. Hasta que, una tarde, encendió la televisión.

Y una voz neutra, infaliblemente práctica, pronunció la frase fatal:

Una ola polar de origen ártico afecta a gran parte del territorio provocando una epidemia de resfriados. Se recomienda abrigo extremo ante las bajas temperaturas.”

Silencio.

Los pañuelos dejaron de caer, los suspiros entraron en pausa. Y Ernesto, con la bufanda desatada y las metáforas tambaleando, pensó:

¿Y si no era ella? ¿Y si solo era Groenlandia…y su estúpido clima glacial?

Hombre confundido frente a un televisor que muestra una ola polar. En la habitación hay pañuelos, tazas, versos esparcidos y otras personas con bufandas estornudando. Diario abierto con frase final escrita.
De pronto, todo cobraba sentido: las tazas masivas de té de hierbas en la oficina , los ojos llorosos en el vagón del metro, las bufandas épicas en la calle, los sonetos interrumpidos por estornudos... No era un nuevo romanticismo trágico colectivo. Era tan solo un vulgar frente polar, una miserable e insensible irregularidad climática.

Decepcionado, guardó su libreta de versos, encendió el calefactor, y añadió una nota a su diario íntimo:

Hoy descubrí que el alma no da fiebre. Pero el invierno… el invierno te deja igual de roto.

Desde entonces, cada vez que alguien le habla del amor, Ernesto se abriga exorcizando cualquier resfriado.

Por si acaso.

miércoles, 25 de junio de 2025

Contra el viento

Camino contra el viento.

Sobre mí, un cielo que se desgarra en grises. Cada ráfaga, un gesto de ruptura. Como si el día también estuviera cediendo.

Avanzo y, con cada paso, abro una despedida que nadie nombra, que nadie escucha.

El viento me roza la piel, no con violencia, sino con la precisión de quien sabe dónde cortar. Me arranca, sin apuro, las voces que guardé demasiado tiempo.

No sé por qué me atrae. Tal vez porque su furia no exige explicaciones. O porque pesa menos que el recuerdo que llevo en los huesos.

Hay en él una ternura amarga. Como una caricia que hiere sin querer. Borra con tinta invisible lo que callé. Las culpas alojadas bajo mis costillas. Las ausencias que crujen como pasos en una casa vacía.

A veces, susurro ese nombre.... Sí, ese que arde en los días más limpios.

Y el viento lo roba. Lo alza, lo disuelve. Se lo lleva hacia algún lugar donde ya no puede doler. Lo arrastra hasta perderlo en la sombra de lo que elegí no recordar.

El viento no cura. Pero empuja. Despeina los miedos. Sacude la memoria. Y por un instante, uno solo, me hace creer que nada fue tan real.

Que tal vez puedo dar un paso sin mirar atrás. Con el rostro lavado de nombres. Con los pies más ligeros que el eco de lo que perdí.

Ajusto mi chaqueta.

Aún húmeda. Aún con ese olor que no sé si extraño.

Y camino.









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lunes, 23 de junio de 2025

Noche de San Juan

Cuando el fuego se abre,
no es por accidente.
Algo dentro de mí
pide romper el silencio.

Los silencios comienzan a hablar
en lenguas que no sabía mías.
El humo dibuja palabras antiguas
que dormían en el fondo de mí,
ocultas como semillas
bajo capas de miedo.

La noche me marca con señales nuevas.
Como si la luna,
cómplice de lo que callé,
escribiera en mi piel que vuelve a sentir. 

He cruzado un umbral.
Y con él,
la sombra que me arrojé encima
cuando temí a mi propio nombre.

Camino sobre espejos rotos.
Cada fragmento me devuelve
una versión distinta:
el que fui y no entendí,
el que evitó mirar,
y el que aún me espera
con las manos abiertas
y los ojos cubiertos de ceniza.

La luna susurra nombres olvidados,
como si me hablara desde adentro.
Me recuerda lo que solté
por miedo, por cansancio,
por creer que buscarme era perder.

Ardo. Pero no me quemo.
Soy una llama que aprende
mientras baila con el viento,
desordenada y viva.

El fuego no me castiga:
me desarma, me revela.
Y sus cenizas,
las de todo lo que creí ser,
dibujan el mapa
de por dónde volver a empezar.

Esta noche,
me doy un nuevo nombre:
no el del pasado,
ni el del que otros quisieron.
Sino uno hecho de fuego,
viento y camino.
Uno que no necesita pronunciarse
para saber quién soy.

No soy luz por ser perfecto,
sino por atreverme a encenderme
en medio de la oscuridad.








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lunes, 2 de junio de 2025

Brillos en la sombra



Damos porque la luz nos llama,
porque en la sombra aún palpita
el latido de lo eterno,
el fuego que nunca duerme.

No buscamos retorno ni gloria,
solo el eco que confirme
que nuestro paso dejó huella,
que la brisa no fue muda,
que alguien, en la distancia,
sintió el fulgor crecer.

Pero a veces el eco no llega,
la señal se pierde en el aire,
y el silencio nos pregunta
si la entrega fue en vano.

Aun así, sostenemos lo que titubea,
protegemos lo que duda,
avivamos lo que, en secreto,
busca espacio para arder.

Porque el brillo no depende de testigos,
y la llama, aunque nadie la vea,
cumple su propósito al existir.

Toda luz merece ser recibida,
cuidada y protegida,
como un soplo que la resguarde,
como un abrazo que la sostenga.

Y si el viento cambia,
si nos empuja hacia otro tiempo,
sabremos que no fue en vano,
que cada entrega tejió un hilo
en el vasto lienzo del Padre,
donde toda luz merece florecer.

Porque Él, que dio forma a la belleza,
siempre reconocerá lo que hacemos
para que sus maravillas brillen más.