Pesado, testarudo, imposible de mover sola.
Como un centinela obstinado, llevaba años en el mismo rincón, acumulando libros, tazas de café y una inexplicable colección de cosas que nadie recordaba haber dejado allí.
Martha había decidido enfrentarlo. Era tiempo de cambio. Pero moverlo era una tarea titánica. Y para ello, necesitaba refuerzos.
— ¿Me ayudas mañana? — preguntó con la confianza de quien no duda de su ejército.
Óscar sonrió con la seguridad de un aliado inquebrantable.
—¡Por supuesto!
— A mediodía.
— A mediodía.
El día llegó con promesa de batalla... Y el Mediodía pasó.
Pero el mueble seguía en su sitio.
Martha esperó con dignidad. En silencio. Repitiendose que jamás rogaría.Las horas pasaron, y con ellas, su paciencia.
Cuando finalmente lo vio más tarde ese mismo día, cruzó los brazos y disparó la primera flecha:
— Hola.
Óscar, ajeno al peligro, respondió con la inocencia de quien camina directo hacia una emboscada:
— Hola.
Solo silencio. Ninguna Respuesta.
Miró alrededor, buscando pistas sobre la tensión en el aire.
— ¿Estás bien?
La sonrisa de Martha fue demasiado amable. Demasiado cándida.
— Perfectamente.
Fue ahí cuando Óscar lo recordó.
— Ups… el mueble.
Martha alzó las cejas. ¿En serio? ¿Recién ahora? ¿Tantas horas después?
— ¿Solo ahora te acuerdas?... ¡No puedo Contar contigo para nada!
— ¡Es que pensé que ya no me necesitabas! — se defendió, intentando sonar razonable —. Nunca te he abandonado. ¡Siempre estoy aquí!
— ¡Ah, sí, claro! Como cuando olvidaste mi cumpleaños.
— ¡Pero te di un regalo!
— ¡Dos días después!
— ¡Me confundí de fecha, fue un accidente!
— ¡No se confunde el cumpleaños de una amiga!
Óscar, sintiendo que la batalla se inclinaba en su contra, sacó su propia carta:
— ¡Ah, sí, porque tú nunca olvidas nada, ¿verdad?!Martha frunció el ceño.
— Exacto.
— ¿Te acuerdas cuando olvidaste que íbamos al cine?
Ella entrecerró los ojos, desconfiada.
— ¿Qué tiene que ver eso ahora?
— ¡Todo! — Óscar alzó las manos, teatral. — Ese día olvidaste que teníamos planes, no estabas lista cuando llegué, y encima me reclamaste a mí por no haberte llamado antes.
— Eso fue distinto — murmuró, cruzando los brazos.
— ¿Distinto? — Él rió con incredulidad—. ¡Olvidaste el plan y la culpa terminó siendo mía!
— ¡Si me hubieras llamado antes, no lo habría olvidado!
Óscar la miró con ironía.
— Claro, cuando tú olvidas algo, la solución es que yo lo recuerde por ti.
Martha chasqueó la lengua.
— ¡Eres mi amigo! ¡No se supone que tenga que estar recordándote tus promesas!
Él contraatacó sin dudarlo:
— ¡Eres mi amiga! ¡Y los amigos ayudan a que los amigos no olviden cosas importantes!
Las réplicas volaban como proyectiles de catapulta. Se trajeron a colación incidentes olvidados, situaciones enterradas en el pasado, y hasta la vez que Óscar le dijo “te avisé” sobre el aguacero justo cuando Martha ya estaba empapada.
— ¡Siempre te tengo que recordar todo! — ella se quejó —. ¡Pareces mi abuelita con la memoria intermitente!
— ¿Disculpa? — Óscar se indignó —. ¡Tengo memoria de elefante!
— Un elefante con amnesia —. Bufó.
— Si tanto te importaba el mueble, ¡¿por qué no me llamaste?!
— ¡Porque me lo prometiste!. No tengo porqué verificar nada.
— ¡Ah, sí, y cuando tú prometes algo y lo olvidas, ¿la culpa también es mía?
— ¡Por supuesto!
El volumen de la discusión aumentaba. Ya no era solo el mueble: era el principio moral de la confianza, la memoria y el deber de un amigo.
Pero entonces, ocurrió la tragedia definitiva.
En medio del caos, Óscar resbaló.Tropezó con la alfombra. Su brazo buscó apoyo, y ese apoyo fue el mueble inmóvil. El armatoste, soberbio hasta ese instante, finalmente cedió.
El sonido de la caída fue estruendoso. Óscar terminó en el suelo, Martha en shock.
Y entonces, rieron.
Al principio, intentaron contenerse, como si la dignidad aún tuviera una mínima oportunidad de sobrevivir.
Pero no tardaron en fracasar.
Las carcajadas explotaron sin piedad. Rieron hasta quedarse sin aire, hasta que Martha tuvo que apoyarse en el mueble, ahora oficialmente movido, y Óscar, entre risas, se tapó la cara como si así pudiera recuperar algo de su compostura.
El orgullo, la indignación y la guerra quedaron en el olvido. Solo quedaba la risa, el mueble y el absurdo del momento.
Se miraron, agotados.
Óscar suspiró.
— Bueno… ya está movido.
Martha lo pensó.
— Sí… pero no está en el lugar correcto.
Se miraron con complicidad.
— Lo acomodamos juntos.Y así lo hicieron. Porque el problema nunca fue el mueble.
Fue el orgullo disfrazado con excusas. Y la certeza de que, después de todo, seguirían siendo necesarios el uno para el otro.
y otros temas?
Creo, además, que deben acostarse de inmediato y practicar sexo oral.
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