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martes, 5 de agosto de 2025

El Universo Susurra en una Mirada... ¡Entrada 100!

Cien entradas después, no hay fanfarria. Solo una certeza suave: que lo más profundo ocurre en silencio. Esta es una celebración sin ruido, un homenaje a lo invisible, a lo que se revela cuando estamos atentos. Hoy, el universo no gritó. Solo susurró. Y lo hizo en una mirada.

El día despertó sin alardes, como si supiera que lo extraordinario no necesita anunciarse. No hubo señales visibles, solo una brisa que rozó distinto, una luz que se demoró en la esquina de mi ventana, el canto suave de las aves que parecían susurrar algo sagrado. Lo sentí antes de entenderlo: una vibración leve, como si el cosmos respirara más cerca de mí.

Guiado por esa certeza sutil, comencé el día con una chispa de esperanza. Estaba envuelto en la rutina, sí, pero con el alma abierta. Había en mí una búsqueda callada, una necesidad profunda de encontrar algo que estuviera a la altura de este número: cien. Quería una verdad que tocara fondo. Anhelaba una belleza que no necesitara explicación. Buscaba una grieta en esa rutina que me hablara sin voz. Algo que celebrara... sin ruido.

Y entonces, sin aviso, ocurrió.

En un segundo, el mundo exterior se desvaneció, dejando solo el eco de mi alma. El tiempo pareció inclinarse, como si el día girara hacia un centro secreto. El aire se volvió más denso, hecho de memorias antiguas. Las sombras adoptaron forma de deseo, y la luz comenzó a brotar desde adentro.

Todo era distinto.

Mis pensamientos se volvieron espejos, reflejando paisajes que siempre llevé dentro. El corazón, ese animal que a veces duerme, despertó con un temblor suave, como si alguien lo hubiera llamado por su verdadero nombre.

Fue un instante suspendido, como si el reloj se hubiera detenido para dejar paso a la eternidad. Una caída sin vértigo. Una revelación sin palabras. Una epifanía que lo abarcó todo. Una mirada.

En esa mirada, todo se alineó.

Y entonces lo supe. Justo hoy, cuando buscaba algo que honrara este umbral, el infinito me lo entregó sin ceremonia: me regaló el momento de mirarme en esos ojos negros, ojos que parecen guardar galaxias, con pestañas que tiemblan como alas de un pájaro nocturno.

Esos ojos fueron mi respuesta, mi refugio, mi verdad. En ellos encontré todo lo que no sabía que buscaba: la profundidad, el misterio, la celebración.

Y también una promesa.

Una promesa sutil pero luminosa: que la vida, incluso en su forma más silenciosa, guarda instantes capaces de despertarnos por completo. Que basta estar presentes, atentos, con el alma dispuesta, para que el milagro ocurra. Que en medio del paso de los días, existen encuentros capaces de devolvernos a nosotros mismos, como si por fin recordáramos lo que siempre supimos.

Porque hay miradas que no solo ven: también revelan. Y en esa revelación suave, sin estruendo, entendí que el verdadero regalo no fue ver esos ojos, sino reconocerme en ellos.

Y así, sin ruido, comprendí que el universo también celebra, a su manera.

miércoles, 9 de julio de 2025

Cuando el día despierta Solo

A veces el día amanece sin mí. El reloj avanza. El café canta su vapor. La luz se cuela entre las cortinas… y, sin embargo, algo falta. Todo parece comenzar, el mundo, la rutina, los gestos automáticos, pero yo no comienzo.

Hay mañanas que simplemente me suceden: pasan por mi cuerpo sin despertarlo. Como si quedara a medio camino entre el sueño y el mundo. Como si esperara una señal que no llega.

En esos días, mi mañana solo comienza cuando ella aparece. Cuando nos saludamos y me ofrece eso que, por más que lo intente, no consigo nombrar.

Algunos lo llamarían un beso. ¿Lo es? Tal vez. Pero no de esos que se reconocen con claridad. Lo que ella hace no es “besar” en la mejilla, así, directo, definitivo. Y, sin embargo, tampoco es nada.

Hay algo en su forma de rozarme. En la cadencia precisa del saludo. Algo que trastoca el aire sin romperlo.

Es que hay un instante, frágil y feroz, en el que su gesto se planta justo en esa frontera donde termina la mejilla y comienza el lenguaje de los labios.

Un instante en el que puedo sentir la tibieza de su piel. Esa temperatura que se desliza sin apuro, casi imperceptible. Una fracción mínima de tiempo en la que el silencio que nos envuelve se vuelve espeso, como si el mundo contuviera la respiración.

Puede que solo sea un saludo. Uno como cualquier otro. Tal vez ni siquiera se detiene a pensarlo. Pero en ese milímetro de aire suspendido… algo vibra distinto. No tiene nombre. No es mejilla. No es boca.  

Es promesa.  

Es latido contenido.

Es el momento exacto en que la rutina se pliega y el milagro comienza a respirar.

Ella no tiene prisa. O al menos su saludo no la tiene. Las demás besan y se van. Ella no.

Se detiene. Pero no de forma evidente. No con grandilocuencia.  Se queda por unas milésimas de segundo que prolongan el roce al infinito.

No es un “hola” ligero. Ni esa coreografía fugaz de mejilla y mejilla. Lo suyo es otra cosa: un gesto que conoce el borde… y no lo cruza.  Pero tampoco se aleja.

Esas milésimas no son cualquier intervalo: contienen la calma de lo eterno y el vértigo de lo que apenas se insinúa.

No me besa. Detiene el tiempo.  Paraliza el universo.  Y eso basta, aunque solo sea por un instante, para que todo adquiera sentido, suspendido entre el “casi” y el “quizá”.

Hay una idea que se queda. Flota, callada, como el rastro de su perfume minutos después de que se ha ido. No hace ruido. No exige nada.  Pero insiste.

A veces me asombra pensar cuánto puede caber en tan poco: la tibieza de su aliento, el rastro de su perfume, ese que es solo suyo y que, sin buscarlo, se queda. No invade. Se posa.  

Reconocería esa fragancia incluso dormido. Se adhiere al aire, a la ropa, a la piel… a la memoria.

Pero no todos los días sucede. A veces ella no viene.  O llega, pero pasa de largo, como si el aire no la tocara. Hay jornadas en las que apenas asiente, distante, y su saludo no roza. No se demora. No dice nada.

Esos días son más fríos. No por el clima, sino por lo que no ocurre. Todo continúa, las charlas, los horarios, las tareas, pero el mundo parece mal calibrado. Como si faltara una pieza mínima, invisible, que sostiene la delicadeza de mi equilibrio.

Cuando no hay saludo, el cuerpo no lo nota de inmediato. Es más tarde, al avanzar el día, cuando llega el eco del vacío: una cierta inquietud que no sabe nombrarse. Una incomodidad que no se resuelve ni con café ni con gestos amables. Como si todo lo que hago tuviera la textura de lo correcto… pero no de lo verdadero.

Y aún así, la espero.  

La sigo esperando incluso después de que ya no llegó. Incluso cuando sé que no vendrá. Me sorprendo imaginando el momento. Reconstruyéndolo desde el deseo. Me repito la escena como si pudiera, con la memoria, revivir lo que no pasó.

Hay un espacio en el pecho que queda encendido para ella, aun cuando el fuego no viene.

Y me pregunto…

¿Qué pasaría si un día ella no se detiene? Si, sin aviso, deja que ese cariñoso saludo cruce el umbral y toque fondo.  

O si soy yo quien, sin buscarlo, se inclina apenas unos milímetros más. No como quien transgrede, sino como quien obedece a una música vieja, enterrada en el cuerpo. Un eco que no pide permiso, pero tampoco se retira.  Un temblor que no avanza… aunque tampoco retrocede.

A veces creo que ese gesto suyo deja algo flotando entre nosotros, como si el aire quedara habitado. No es solo el perfume ni el roce. Es algo más. Hay una frontera invisible —mínima, precisa— donde su piel y la mía no se tocan… pero se reconocen. Y es allí donde siento que sucede todo lo que nunca sucede. Lo que no pasa, pero permanece. Lo que tiembla sin avanzar. Lo que me transforma sin ocurrir.

Pero no ocurre. Ella se desentiende, sigue. Y el roce, ese gesto sin nombre, se queda, suspendido. Yo no cruzo. Pero tampoco regreso. Me quedo allí, en ese borde silencioso, donde el día no termina de despertar.

Porque cuando ese saludo queda colgando entre su piel y la mía, ese gesto que no es un beso, pero que lo contiene y lo supera, mi mundo comienza. No hace falta más: basta ese roce suspendido para que el aire se organice, el tiempo respire y todo vuelva a tener sentido. Cuando ella no está, todo avanza… pero nada llega. Mi día se convierte en una extensión educada de la noche. Una sombra funcional del amanecer. Sin promesa. Sin alba.

Pero hoy… Hoy ella sí me saludó con ese gesto que va más allá de un beso. Y su perfume aún me ronda. Mi día es claro. Y yo también. La siento aquí, presente. Su roce todavía me acompaña, flotando en el aire, suspendido en la memoria.

miércoles, 25 de junio de 2025

Contra el viento

Camino contra el viento.

Sobre mí, un cielo que se desgarra en grises. Cada ráfaga, un gesto de ruptura. Como si el día también estuviera cediendo.

Avanzo y, con cada paso, abro una despedida que nadie nombra, que nadie escucha.

El viento me roza la piel, no con violencia, sino con la precisión de quien sabe dónde cortar. Me arranca, sin apuro, las voces que guardé demasiado tiempo.

No sé por qué me atrae. Tal vez porque su furia no exige explicaciones. O porque pesa menos que el recuerdo que llevo en los huesos.

Hay en él una ternura amarga. Como una caricia que hiere sin querer. Borra con tinta invisible lo que callé. Las culpas alojadas bajo mis costillas. Las ausencias que crujen como pasos en una casa vacía.

A veces, susurro ese nombre.... Sí, ese que arde en los días más limpios.

Y el viento lo roba. Lo alza, lo disuelve. Se lo lleva hacia algún lugar donde ya no puede doler. Lo arrastra hasta perderlo en la sombra de lo que elegí no recordar.

El viento no cura. Pero empuja. Despeina los miedos. Sacude la memoria. Y por un instante, uno solo, me hace creer que nada fue tan real.

Que tal vez puedo dar un paso sin mirar atrás. Con el rostro lavado de nombres. Con los pies más ligeros que el eco de lo que perdí.

Ajusto mi chaqueta.

Aún húmeda. Aún con ese olor que no sé si extraño.

Y camino.









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miércoles, 18 de junio de 2025

Entre sombras y destellos

Mujer de perfil iluminada lateralmente, con expresión reflexiva en un ambiente de penumbra y luz tenue
No temas a tus sombras. Yo no las temo. Las amaré como amo tu luz, ese fulgor que incendia rincones y abre caminos. No huyas de la oscuridad, porque no es vacío ni frío; es la voz que calla, el pulso que se mantiene firme cuando crees que nadie te ve.

Cada destello nace de su sombra, y en cada sombra hay una chispa de luz. Amo el temblor de tus dudas, la raíz de tus miedos, ese refugio silencioso donde te recoges cuando el mundo se vuelve distante. 

No es solo tu brillo lo que me atrae, sino también la quietud de tu penumbra, la verdad serena que habita en tus silencios. No eres menos cuando te ocultas: en esos momentos, eres más tú, más real, más profunda.

Cuando sientas que el día te abandona y la noche se extiende sobre ti como un manto, estaré allí. Sin prisa, sin condiciones, descubriendo en tu sombra la misma verdad que siempre te ha habitado. Y si alguna vez te crees perdida en tu propia oscuridad, si llegas a pensar que la luz te ha dejado atrás, no temas. Yo veré lo que otros no ven, acogeré cada grieta, y trazaré constelaciones con ellas.

Mujer de espaldas envuelta en sombras y destellos cálidos, en actitud de recogimiento sereno
Porque no amo solamente tu luz. Amo tu esencia, esa que permanece intacta tanto en la claridad como en la penumbra.

martes, 10 de junio de 2025

¿Que haría sin ti?

¿Que qué haría sin ti?

La tierra perdería su firmeza bajo mis pies. Todo seguiría ahí, claro: el cielo abierto, las garzas cruzando la distancia, el murmullo del viento entre los pastos. Pero algo esencial se disolvería, como el agua que se pierde en el fango… sin dejar rastro. Sin ti, el mundo existiría, sí, pero como una escena vacía: hermosa y muda.

Al principio, ni lo notaría. Creería que es solo un día más. Que vas a hablar, a reír, a aparecer en cualquier momento. Me diría que tu voz va a llenarlo todo otra vez. Pero luego, en la quietud, me alcanzaría el peso de tu ausencia. La brisa ya no me tocaría igual. La luz, aunque dorada, no calentaría. Todo seguiría siendo lo mismo, menos yo.

Sin darme cuenta, ya estaría en el tremedal, ese lugar donde el suelo cede y nada sostiene. Buscaría tu risa, tu voz, tu sombra… pero cada paso me hundiría más. Tu recuerdo pesaría más que mi cuerpo. Más que mi voluntad.

Las garzas seguirían volando, ajenas. El viento soplaría como siempre, ciego a mi pena. El mundo seguiría su curso con una serenidad cruel, como si mi tristeza no mereciera ni una pausa. Y aun así, lucharía. Porque aún sin ti, tu sombra seguiría viva en mí, aferrada a los recuerdos que construimos.

Me debatiría contra el barro, tratando de sostener tu figura, aunque solo fuera una silueta en la niebla. Pero el tremedal no suelta fácil a los que temen perderlo todo. Solo espera, inmóvil, a que acepte lo inevitable.

Y puede que lo hiciera. Que bajara la cabeza y dejara que el silencio me envolviera. Puede que, por un instante, dejara de luchar. Porque sin ti, no sabría hacia dónde avanzar.

Pero entonces… algo pasaría. La luz titilaría, como si el mundo contuviera el aliento. Un roce de aire, leve, como tu aliento en mi mejilla. Y un murmullo, apenas un susurro como esos que dejas en mis pensamientos, encendería un fuego olvidado en mi pecho.

Volvería la vista, con el corazón detenido, suspendido. Me preguntaría si eres tú, o si mi deseo esta dibujándote con la desesperación de quien no quiere olvidar. Pero ahí estarás. No una sombra, no un recuerdo… tú. Real. Tangible.

El tremedal desaparecería, no porque nunca existiera, sino porque la ausencia que temía aún no había llegado. De pronto, la tierra firme volvería a sostener mis pasos. La luz, dorada, recobraría su calor. Y tu voz, viva y clara, volvería a llenar el espacio, borrando un vacío que, tal vez, nunca fue real del todo.

Entonces sonreiría, con el alma aligerada.

Porque tú estás.

Porque siempre has estado, aún desde antes de conocernos.











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viernes, 30 de mayo de 2025

Aventura..

Siempre he dicho que estar en tu vida es toda una aventura. No una de esas que se leen en libros polvorientos o se trazan en mapas antiguos, sino una que respira, que late con su propio ritmo, indomable. No eres un lugar al que se llega: eres camino, selva, cordillera. No se trata de entenderte, sino de intuirte. Contigo no hay regreso al punto de partida, porque incluso el silencio, cuando lo compartes, deja marcas nuevas.

Y es que contigo, cada día es una expedición sin garantías. Nada está escrito. Eres brújula rota y, aun así, Norte. Trazas senderos invisibles con tus pasos, y en tus palabras nacen mapas secretos que solo se revelan si uno sabe mirar más allá de lo evidente. Tu voz no describe el paisaje: lo transforma. Y cada gesto tuyo es una señal, un indicio, un rastro a seguir justo antes de que desaparezca entre la niebla.

Y, por si fuera poco, luego están tus ojos… esos ojos color de noche, donde las estrellas parecen detenerse solo para reflejarse. No miras: abres portales. En cada mirada tuya hay una promesa de mundos extraordinarios, de realidades que no aparecen en ningún libro de texto. Cada vez que me encuentro en ellos, algo se abre, algo cambia. Es como si el universo entero se reordenara y me mostrara un destino que solo tú conoces, uno distinto cada vez.

Tal vez por eso, caminar a tu lado es andar por tierra viva, impredecible. No es inseguridad, es renovación constante. Tu sonrisa, esa sonrisa tan tuya, es un puente colgante entre lo que parece seguro y lo que de pronto se convierte en magia. Y en medio de esa dulzura tuya, de esa candidez que parece ligera como brisa, habita una fuerza profunda. No es debilidad tú candidez: es elección. Es que no necesitas levantar la voz para que se sepa que estás firme. Tienes esa serenidad que sólo tienen las mujeres que se conocen a si mismas, que han elegido su camino y no lo explican, simplemente lo caminan. Cada una de tus decisiones lleva el pulso de alguien que no se disculpa por ser.

Y aunque ya habitas tu fuerza con naturalidad, sigues creciendo. Más de lo que tú misma alcanzas a notar. Y cambias sin ruido, como las estaciones que entienden el tiempo. Cada día salta en ti una chispa nueva, algo inesperado que te vuelve hermosamente impredecible. Me obliga, sin tu pedirlo, a estar muy pendiente, a no perder ni un solo matiz de ese universo de luces que dejas escapar a ratos, como si abrieras el cielo por instantes para quien sepa mirar.

Tú no eres un destino, eres travesía. No se te conquista: se te descubre a diario. Y aun así, hay espacio en tu mundo. Espacio para quien se atreve a andar sin certezas, a leer tus señales, a entender que contigo la aventura no es una opción: es la única forma posible de existir.

Porque en ti, cada transformación es una clave, cada silencio, una historia aún no contada. Tu vida es un sendero en expansión, un mapa que se dibuja al andar. Y yo, que quise detener mi caminar, me encuentro viajero. No por querer entenderte por completo, eso sería ingenuo, sino por el puro gozo de seguir tus señales, sabiendo que cada paso a tu lado es la promesa de un mundo distinto. Un mundo que sólo existe mientras tú lo habitas, y que desaparece misteriosamente si uno deja de mirar con el corazón bien despierto.








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sábado, 3 de mayo de 2025

Donde Habita lo Divino.

No sé qué tiene…
pero algo en ella me desarma,
me quiebra con la dulzura de una mirada
y me reconstruye en el mismo instante.

Tal vez sea su andar, tan leve,
como si flotara apenas sobre la tierra,
dejando tras de sí una estela invisible de paz.
O quizá su risa,
que se posa sobre el alma como una brisa delicada,
moviendo lo profundo sin perturbar la superficie.

Su cabellera rizada, larga, viva,
parece tejida por el viento y la nostalgia.
Danzando cuando se mueve,
con sus rizos guardando el eco de una canción olvidada.

Y sus ojos...
ay, sus ojos oscuros.
Son portales nocturnos que llevan,
No a cualquier rincón,
sino al centro mismo del universo.
Contemplarlos es como asomarse
al origen de todas las cosas:
al dolor primigenio,
al amor sin nombre,
al misterio que aún no hemos podido descifrar.

Hay en ella una dulzura serena,
una educación antigua,
una forma de estar en el mundo
que transforma cada gesto en plegaria,
cada palabra en acto sagrado.

Y sin quererlo,
convierte cada deseo en mandato,
sin levantar la voz,
sin siquiera pedirlo.

Su voz…
su voz es un río suave,
una melodía clara que da forma a los nombres
y los vuelve encantamientos.
¡Qué hermoso habría sido oír el mío,
pronunciado por sus labios!

Algo tiene, sí…
algo que no entiendo,
pero que reconozco como inevitable.
Una fuerza que aprisiona sin asfixiar,
que encadena sin hierro ni llave,
que transforma mis sueños
en un reino donde ella es reina y oráculo.

A veces pienso que no es de este mundo,
que es uno de los ángeles del Padre,
un vestigio del cielo caminando entre nosotros
como prueba de que lo divino
puede, de vez en cuando,
vestirse de carne.

Algo tiene…
algo que me busca,
me llama,
me atrapa y me somete.
Y no quiero escapar.

Ese lazo invisible que me une a ella,
sin nudos, sin presión, sin promesas,
es vínculo que no deseo romper.
Aunque no me tenga,
me tiene todo.


sábado, 4 de enero de 2025

Ojos de Noche

Golpea usted con fuerza, amiga mía. Muy fuerte, aunque estoy seguro de que ya lo sabe. A estas alturas, incontables guerreros deben haberse perdido en la hermosa inmensidad de esos ojos de noche, dos abismos nocturnos capaces de atar almas con hilos de seda y someter corazones con la dulzura de un hechizo.

Es que golpea usted con fuerza, amiga mía. Son esos ojos, ojos de noche. Esas hogueras que arden con una intensidad que ciega. Es ese brillo intenso que parece intentar ser Bandera de peligro ondeando al viento. Un aviso incandescente que parece decir "Acércate, si te atreves, y arde en mis llamas". Solo que ¿Quién, ante tal espectáculo de fuego y misterio, podría reprimir la osadía de acercarse?. Vana advertencia entonces, ya que solo verse  reflejado una solo vez en esos hermosos ojos de noche es condena permanente.

Golpea usted con fuerza, amiga mía. No con la brutalidad de un puño, ni con la frialdad de un arma. Su poder emana de un lugar más recóndito, más profundo: de esa dulce candidez, esa pureza que, como un mandoble de terciopelo, desarma al guerrero más impávido, sometiéndole a la dulce esclavitud de su esencia. Sí, amiga, su fuerza reside en esa hechizante dulzura, un bálsamo que doblega voluntades con la delicadeza de una caricia, y en esa sonrisa, recompensa luminosa que colma cualquier anhelo con la generosidad de un amanecer, conjurando de antemano cualquier posible resistencia a la entrega total.

Golpea usted con fuerza, amiga mía. Con una fuerza que a menudo escapa a nuestra percepción consciente. Es que no hay refugio posible ante la noche estrellada que habita en sus ojos, un abismo sin orillas donde toda elección se desvanece. En el instante en que la mirada se posa en esas bellezas oscuras, usted se convierte en el universo entero, y su sonrisa, en la única estrella que guía. Sumergirse en las aguas profundas de su mirada es renunciar a todo otro aliento que no sea el suyo. Un solo instante reflejado en la noche de sus ojos, ojos de noche, y el mundo entero palidece, tiñéndose únicamente del brillo que emana de ellos.

De verdad que golpea usted con fuerza, amiga mía. Y uno ni siquiera se da cuenta… hasta que ya no se mira en esos ojos de noche. Entonces, el vacío se abre ante nosotros: sentido, voluntad, guía, motivación… todo nuestro universo se queda allí, con usted, en la inmensidad de su mirada. Todo se queda allí con usted y, con nosotros, solo ecos. Ecos de su presencia en cada paso, en cada instante, en cada rincón. Ecos de su candidez, su dulzura, su poder y, desesperación máxima. Vívidas reminiscencias de la noche profunda de sus ojos, pozos de amor dulce que se vuelven nuestro todo.

Es entonces, amiga mía, cuando comprendemos en realidad la magnitud de su impacto, la profunda herida que su ausencia deja… Lo duro que usted golpea.

Qué condena más cruel es esta, la de ya no encontrar mi reflejo en la hermosura de sus ojos, amiga mia. No existe sendero alguno que conduzca a la supervivencia sin dejar atrás, como tributo en un campo de batalla devastado, fragmentos del alma y jirones del corazón. Imposible salir indemne de este encuentro, y seguir siendo el mismo hombre, el mismo guerrero que por primera vez se miró en la profundidad de esos pozos de cariño. No hay escondite, ni distancia, ni rincón del mundo donde perderse sin ser hallado… la huella del dolor sería un camino demasiado fácil de rastrear… y la lejanía solo profundizaría la herida, convirtiéndola en un abismo insondable.

Si, amiga mía. Golpea usted con fuerza. Con mucha fuerza, aunque estoy seguro de que ya lo sabe… allí, desde la distancia que yo mismo impuse, sabe que no tengo salida. Sabe que no puedo luchar contra el hechizo de esos ojos de noche, que haga lo que haga no hay manera de librarse de ellos. Si, amiga mía, usted sabe que no puedo. 

Y también sabe que, la verdad, tampoco quiero. 

No quiero en realidad liberarme, no quiero perder esa dulzura, esa candidez, ese poder detrás de sus ojos de noche. No quiero rechazar esa maravilla que Dios mismo parece haber colocado a mi alcance para, de alguna manera, provocar el renacimiento de mi mejor versión. Confieso, amiga mía, que prefiero el corazón partido en dos estando a su lado que alma y corazón en retazos lejos de usted. 

Quiero mirarme de nuevo en esos ojos de noche, someterme a usted, volver a la tranquila esclavitud de su dulzura y su nobleza. Quiero volver a usted amiga mía, rendido sin condiciones.

Quiero volver a mirarme en esos ojos hermosos, ojos de noche.  Quiero volver a vivir, amiga mía…  Y no me importa como condición tener que llamarla así aun cuando las dos partes en que se ha demediado mi corazón la llamen a gritos de otra forma.

De verdad que golpea usted duro, amiga mía… de verdad que sí. 

domingo, 22 de diciembre de 2024

Por favor, No me acuses.

Por favor…
No me acuses de no valorarte,
de no quererte, de no cuidarte.

Se quien eres y lo valiosa que eres. 
Se lo poderosa que eres, lo capaz que eres.
También se lo dedicada que eres,
lo independiente que eres, lo responsable que eres.

Se de tu amor familiar, de tus sufrimientos.
Se de tus preocupaciones, de tus necesidades..

Sobre todo…  sé de esa increíble capacidad de amar.

Por favor…
No me acuses de no valorarte,
de no quererte, de no cuidarte.
Se todas estas cosas, pero no supe ganarte. 

Se lo que pierdo, que quedo vacío, que no hay otra como tú.
Se que, después de ver la entrada al cielo en tus ojos, cualquier otra cosa será solo desierto y rocas.

Se todo eso… 
Se todo eso, así que por favor…
No me acuses de no valorarte,
de no quererte, De no cuidarte.

Cambiaría, sin pensar, tu vida por la mía 
aunque sería impagable la deuda que aun quedaría.
Entraría sin pertrechos en guerra contra el mundo,
si el mundo te declarara la guerra.
Secaría océanos y mares para evitarte una lagrima.
Batallaría con los dioses mismos,
Solo para que te reconocieran como igual.

Así que, por favor
No me acuses de no valorarte,
de no quererte, de no cuidarte.

Es solo que… ya me cansé
De no tener nada que ofrecer,
Nada que cambiar por tu valoración, 
por tu cariño, por tu cuidado.

Por escuchar un "vuelve" cuando me voy,
O un "vamos" cuando te vas,
O un "hola" cuando no estas,
O un "te extraño" cuando no estoy.

La amistad requiere cuidado... de ambos lados.
así que, por favor,
No me acuses de no haberte valorado,
de no haberte querido, de no haberte cuidado.

Por favor, no me acuses de haberme ido,
de haberte dejado... 
nada hiciste, para que me quedara a tu lado.





(texto original de mi autoria musicalizado por I.A.)