ll


Mostrando entradas con la etiqueta poderes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta poderes. Mostrar todas las entradas

miércoles, 4 de junio de 2025

La celda vacía

Estoy frente a la pantalla.

Una hoja de Excel abierta.

Una tabla en blanco.

Esperando.

La estructura está lista. Columnas silenciosas. Filas vacías. Fórmulas pendientes. Sé lo que debería hacer. He hecho esto tantas veces que los atajos deberían fluir solos desde mis dedos. Pero ahora están inmóviles, como si no me obedecieran. Como si recordaran algo que yo intento olvidar.

El cursor titila. Incesante.

No se cansa.

No duda.

No siente.

Yo sí.

Busco una entrada lógica: "Costo unitario", "proyección mensual", "total final". Lo repito mentalmente como una plegaria sin fe. Las palabras suenan correctas, pero me llegan huecas. Como si ya no tuvieran peso. Como si ya no me pertenecieran.

Y en ese espacio entre el pensamiento y la acción, aparece ella.

No con su nombre. No con su rostro.

Solo como una presencia difusa.

Una sombra detrás de los ojos.

Un eco donde antes había concentración.

No es que piense en ella. Es que ella se volvió mis pensamientos. Está dentro, instalada en rincones donde antes habitaba mi orden, mi claridad, mi foco.

Antes, trabajar era una forma de calmar el mundo. Las tablas eran tranquilas. Los datos obedecían. Las celdas, aunque frías, ofrecían una estructura donde nada se movía sin permiso. Yo decidía. Yo trazaba los límites.

Ahora, cada intento de concentración es una fractura. Cada fórmula es un hilo suelto que no sé cómo volver a anudar.

No entiendo cómo pasó. No hubo un instante claro. No hubo promesas. Ni siquiera intenciones. Solo fue ocurriendo. Abrí la computadora como cada día, y de a poco ella empezó a quedarse. Primero en los márgenes, en los pensamientos intermitentes. Luego más cerca. Luego más dentro.

Sin pedirlo, sin advertirme, fue tomando lugar.

Un gesto.

Una frase que no se fue.

Un silencio que se quedó.

Y luego, sin darme cuenta, no supe cómo seguir trabajando sin pensar en ella.

La pantalla sigue ahí. Impasible. Testigo fiel de este naufragio que solo yo veo.

Y sin embargo… sin embargo, también me lo refleja.

No juzga.

No consuela.

Solo observa. Como ella.

Me detengo. Vuelvo a mirar la tabla. Es sencilla. Podría completarla en minutos si no sintiera este vacío que me pesa en el pecho. Esta incapacidad de comenzar. Como si iniciar esa tabla significara dejar de pensar en ella. Como si trabajar fuera traicionarla.

Pero no hay promesa. No hay vínculo. Solo está esa sensación absurda de estar unido a una presencia que no me pidió nada. Que no me mira. Que probablemente ni siquiera sepa que habita aquí, entre mis teclas, entre mis silencios.

No es que no quiera trabajar. Es que no puedo sin sacarla de mí, y ya no sé cómo hacerlo.

Ya no sé qué parte de mi mente es mía.

Cuáles pensamientos me pertenecen.

Qué fragmentos de mí aún no le he dado.

La celda sigue vacía.

El cursor insiste. Yo estoy perdido.

Respiro hondo. Intento. Pero no hay forma. Solo esta tristeza espesa, esta melancolía sin dirección que lo cubre todo.

Y el pensamiento inevitable:

¿Cuándo fue que le di tanto poder?

¿Y por qué nunca me lo reclamó?

No sé si algún día podré volver a mirar esta pantalla sin pensar en ella.

Sin sentir su sombra cruzando mi frente como un recuerdo que no termina de irse.

O quizá no quiera que se vaya.

Quizá, de alguna manera, ya me acostumbré a perderme en ella.







¿Quieres Aprender sobre Liderazgo
y otros temas?

martes, 29 de abril de 2025

Una Carta sin Enviar

Para ti, que sigues siendo mi gran amiga... aunque ya no lo parezca.

Te escribo porque el silencio pesa. Porque cada palabra no dicha se  me queda entre el pecho y la garganta, reclamando un lugar donde hacerse verdad.

Te respeto y te quiero, más de lo que imaginas, por todo lo que haces creyendo sinceramente que es lo mejor para mí. Te alejas para protegerme, guardas silencio como quien ofrece refugio, levantas muros suaves e invisibles pensando que ahí, detrás, estoy a salvo. Pero no sabes, no alcanzas a ver, que esa distancia tuya me duele más que cualquier herida directa. Que tu ausencia me hiere justo donde más te guardo.

Y yo, desde este lado, me retiro también. Me callo, me escondo, creyendo que eso es lo que tú deseas y necesitas. Que desaparecer es un acto de consideración. Que no estar es otra forma de quererte. Así seguimos girando en este círculo sin salida. Tú cuidándome a tu manera, yo alejándome a la mía. Nos protegemos tanto que terminamos por herirnos. Nos queremos tanto, que olvidamos cómo permanecer sin rompernos.

Entre los dos seguimos apagando la magia. Día tras día, palabra tras palabra no dicha. Poco a poco, sin misericordia, estamos matando ese lazo que alguna vez fue luz, ese vínculo poderoso que nos permitía cruzar abismos, construir oportunidades, inventar belleza en medio del caos. Somos nosotros, no el tiempo o las circunstancias, quienes estamos dejando que la oscuridad devore lo que alguna vez nos unió.

Sin embargo, cuando pienso en ti. Cuando viene a mi mente esa mujer con los ojos color de la noche, tan hermosos como lejanos, algo en mí aún arde. Como si la amistad, incluso herida, incluso ahora, no quisiera rendirse. Como si esperara, todavía, que alguno de los dos recuerde cómo volver.

No te escribo para pedirte nada. Solo para que sepas que, aunque todo esto esté pasando, sigo aquí. Que lo que fuimos no ha muerto en mí. Y que si alguna vez decides mirar hacia adentro o hacia atrás, vas a encontrarme en el mismo lugar: firme, sincero, sin reproches… con la ternura intacta.

Con afecto,

Yo

martes, 17 de diciembre de 2024

Colores del Alma

Los Colores

Una gélida ráfaga de viento azotó el rostro de aquel hombre, obligándole a retroceder bruscamente de la ventana arrebujándose en su chaqueta. Con los ojos clavados en el paisaje invernal exterior, frotó vigorosamente sus manos entumecidas, buscando desesperadamente calor antes de enfundarlas en los gruesos guantes de cuero que extrajo de su bolsillo.

Tratando de exponerse lo menos posible, recorrió con la mirada el parque abarrotado de gente, ocho pisos más abajo, frente al edificio de diez plantas en el que se encontraba. Desde su posición podía ver claramente la mayor parte del parque, especialmente la rotonda central, que ese día parecía estar lista para algún tipo de evento público. Efectivamente, una gran cantidad de sillas perfectamente alineadas y una pequeña tarima indicaban que algún tipo de acto público se realizaría aquel día. 

El hombre parecía estar menos interesado en los preparativos y más en las personas que paseaban por el parque. Algunas de ellas, bien arropadas, habían ocupado las sillas vacías en la rotonda, mientras que la mayoría caminaba rápidamente hacia un destino indeterminado. Basado en su propia experiencia, el hombre asumió que el ambiente terriblemente frío era la principal causa del rápido alejamiento de los transeúntes y del poco interés en el acto que se preparaba.

Nunca había sabido el cómo ni mucho menos el por qué. Pero desde que tenía memoria, su percepción del mundo había sido singular. Su infancia, aparentemente normal, estuvo marcada por un don peculiar: la capacidad de ver el alma de las personas a través de un aura de colores que revelaba sus emociones más profundas. Este don, que lo maravillaba, también lo sumía en un misterio que nunca terminaría de descifrar. Roja si estaban enojadas o estresadas, naranja en las personas alegres, rosa para las personas enamoradas. Pronto aprendió las ventajas de visualizar el estado de ánimo de las personas en un mundo donde las máscaras eran la norma.

Con el tiempo, aprendió que los colores que veía no solo indicaban estados emocionales momentáneos, sino que también revelaban matices que delataban rasgos de personalidad más profundos. Así, con una sola mirada, podía identificar a las personas extrovertidas, románticas e incluso neuróticas, simplemente evaluando los colores que irradiaban.

Curiosamente, había descubierto que la gente era más simple de lo que parecía. Inspeccionando sus almas, como le gustaba llamarlo, solía encontrar que, con todas sus variaciones, siempre predominaba un color base en cada persona. Así, podía identificar a la gente por su color principal: rosa, verde, gris o rojo, este último siendo el color característico de personas enojadas y permanentemente neuróticas que en alguna ocasión llegó a conocer.

En ese caso, por ejemplo, la plaza se desplegaba como un lienzo monocromático de blanco, azul y gris. Colores que sin duda evocaban la gélida inclemencia del día, lo que parecía ser la principal preocupación de quienes transitaban por allí. Sin embargo, esa sensación momentánea no podía ocultar completamente los matices de la personalidad de cada una de esas personas, que él aún era capaz de reconocer.

Un movimiento inusual en el extremo derecho del parque captó su atención. Algo intensamente brillante y colorido apareció de pronto, acelerando su pulso y trayendo consigo una emoción que creía perdida. Lo identificó de inmediato, pero el reconocimiento no disminuyó la alegría que lo embargó, ni el retorno de una fe que lo había abandonado hacía tiempo.

La Visión

Aquella rareza que había aparecido en la plaza alegró el corazón de aquel hombre y le trajo hermosos recuerdos de un pasado pleno de felicidad. Un aura multicolor, brillante como el reflejo del sol, delató la presencia de una hermosa chica que caminaba por el camino principal hacia la rotonda. Sin ningún apuro, parecía disfrutar de un agradable paseo por la helada plaza tal y como lo hubiera hecho en una cálida mañana de verano. Esto por si solo hubiera ya hubiera sido raro. Sin embargo el hombre no podía apartar la mirada de la hermosa aura arcoíris que irradiaba la chica. 

Brillante, intensa, densa y consistente, su aura parecía impregnar todo a su alrededor. Incluso las personas que se encontraban con ella parecían perder la tonalidad fría que el clima les otorgaba, asumiendo brillos y ribetes coloridos. Aquella chica realmente parecía contagiar de color a los demás.

Ante aquella rareza de visión, el hombre invocó los recuerdos de otra visión similar, rescatando de su memoria tiempos en los cuales el mundo parecía más simple y más manejable. En aquellos días, otra chica con el alma en colores se había convertido en su vida, demediándola en un antes y un después, marcando para siempre su destino.

Aquella chica de su pasado exhibía la misma exuberante aura colorida que él observaba hoy en esa plaza. Una novedad para él, la atracción fue inmediata y una relación profunda surgió entre ambos. Creativa, empática y energética, la positiva personalidad de la chica se grabó en él, y juntos se convirtieron en una fuente de alegría para todos los que los conocían.

Fueron días extraordinarios, pero no duraron. El demonio llegó y se llevó todo lo que él había considerado maravilloso alguna vez.

El demonio

Lo vio una sola vez, coincidiendo con la mejor época de su vida. Caminando solo por aquel mismo parque. Por primera vez vio en aquel joven algo que nunca pensó pudiera existir: un aura densa, negra y de apariencia pastosa, le palpitaba y reptaba alrededor con un aspecto terrorífico. A diferencia de las demás, esta aura era completamente oscura, sin transparencias y extrañamente parecía moverse hacia las personas como si tuviera vida propia, tratando de arroparlas. 

La curiosidad invadió al hombre. Le parecía extraordinario haber encontrado dos variantes de aura tan diferentes después de toda una vida entre manifestaciones monocromáticas de las mismas emociones. Envalentonado por la experiencia multicolor, no dudó en acercarse a aquella nueva alma y estrechar su mano al presentarse. El efecto fue aterrador, un viaje de ida y vuelta al infierno que casi acaba con él. 

Al momento de estrechar aquella delgada mano, sintió como algo pesado y pegajoso le tomó por el brazo y, desde allí, rápidamente le cubrió por completo. Sentimientos de ira, odio, miedo y un sinfín de emociones negativas adicionales surgieron y crecieron en él al mismo tiempo provocando una sensación de ahogo que, por momentos, parecía presionar su pecho con tal intensidad que podría hacerlo estallar. No pudo resistir más y calló desmayado al suelo.

Despertó, días después, en la cama de un hospital con su chica multicolor a su lado. Sin rastros de aquella aura negra en su alma, seguramente por los cuidados recibidos. A partir de entonces, con el corazón y el espíritu fuertemente afectados por la experiencia vivida, las cosas no fueron iguales. Su propia alma, de alguna manera, ya no tenía color y el arcoíris de su compañera parecía no tener la suficiente fuerza para remediarlo.

Trató de seguir su vida, de olvidar aquel encuentro. Pero una obsesión oscura anidó y creció sin medida dentro de él. Persiguió a aquel hombre sin descanso durante años. Sin saber nada de él, siguió cada pista, cada mención, cada detalle oculto que pudiera llevarle a encontrarle. Dedicó su vida a encontrar a aquel demonio, perdiendo en el camino absolutamente todo lo que, hasta aquel contacto, había sido importante para él. Lo entregó todo, incluyendo a su amor multicolor. Hastiada, aquella chica se había escapado para pintar arcoíris en las almas ajenas hacía ya unos años. 

Y ahora, al final de todo lo vivido, de todo aquel sacrificio, el hombre estaba allí mirando oculto desde aquella ventana a una nueva improbabilidad. La fortuna le había traído, en una nueva alma, la visión multicolor perdida años atrás como un recordatorio de que siempre hay esperanza.

El Final

Entretenido en la visión de aquel ángel multicolor, el hombre olvidó prestar atención a lo que ocurría en la rotonda al centro de la plaza. El ruido de un equipo amplificador le sacó violentamente de su abstracción y le obligó a concentrarse nuevamente en el objetivo de su vigilancia. Poco a poco las sillas se habían ocupado casi en su totalidad y aparentemente el acto para el que estaban allí se preparaba para comenzar. 

Un presentador llamó al orden y las personas se acomodaron rápidamente para escuchar a quien estaba en la pequeña tarima. Desde su puesto atrás de la ventana, el hombre pudo observar al detalle los movimientos de todas las personas asistentes. Sin embargo, su interés estaba puesto solo en encontrar algo en particular que parecía escapar a su mirada.

Súbitamente, algo le atrajo desde la entrada norte de la plaza. Su corazón dio un vuelco y comenzó a palpitar desaforadamente al detectar un repentino oscurecimiento del ambiente en el camino que conducía desde allí a la rotonda. Sabía lo que significaba, el momento que tanto había esperado llegaba por fin.

Rápidamente ajustó su chaqueta y dio un empujón a la ventana, abriéndola por completo y afinando su visión, escudándose en la oscuridad de la habitación. Desde la oscuridad pudo ver, claramente esta vez, a un grupo de personas que se aproximaban al centro de la plaza. Con las manos aferradas a la ventana, debió realizar un esfuerzo sobrehumano para aquietar la zozobra que causaba en su corazón la terrible oscuridad que acompañaba a aquellas personas.

Un aplauso generalizado del grupo de personas que esperaban recibió a los recién llegados. Apretones de manos, abrazos y besos se propagaron en aquella bienvenida mientras el hombre observaba, esta vez con terror, cómo el azul exhibido hasta ahora por los presentes se iba oscureciendo con cada saludo y cada contacto con los recién llegados. Conteniéndose, se obligó a sí mismo a esperar a su objetivo; no era el momento de intervenir, debía asegurarse de que todo acabara allí.

Pronto, su paciencia se vio recompensada. El grupo de hombres recién llegados tomó posiciones alrededor de la tarima, sentándose en sillas especialmente colocadas para ellos. Un hombre alto, con un grueso abrigo y sombrero, se dirigió en solitario hacia la tarima y el micrófono colocado en ella. El momento había llegado.

Una extraña paz y tranquilidad invadió al hombre en la ventana. Con una calma impensable hacía apenas unos instantes, se inclinó y recogió del suelo el arma de francotirador que había dejado preparada. Con pasmosa sangre fría, colocó un soporte fabricado exprofeso y, apoyando el arma contra su hombro, buscó a su blanco a través de la mira de largo alcance. No fue difícil encontrarlo y fijarlo; la oscuridad que irradiaba lo hacía resaltar por encima de todos los demás.

Mientras trataba de ajustar el arma a sus palpitaciones y al viento helado que entraba por la ventana, se remontó involuntariamente a aquel día en que hizo contacto con aquel demonio. Por un momento cerró los ojos, reviviendo las sensaciones de aquel día y el impacto que las emociones recibidas habían causado en él. Pero esas emociones no habían venido solas; las acompañaron visiones de un futuro que llegaría con el ascenso al poder del demonio y sus acólitos. Un futuro apocalíptico, de destrucción y sufrimiento para la humanidad. Un futuro que él evitaría, allí y ahora.

Apartando por un segundo la mirada de la mira del arma, se fijó en la oscuridad que había invadido a casi todos los presentes en aquel acto. El demonio se había vuelto extremadamente poderoso y nadie parecía poder, o tal vez querer, resistírsele. Decidido, volvió la vista a la mira, dispuesto a terminar su misión autoimpuesta. Un escalofrío le recorrió la espalda; a través de su mira telescópica, pudo observar desde la plaza cómo aquel demonio había detenido sus arengas y, a pesar de la distancia, le miraba fijamente, con un rictus de odio deformándole el rostro y una actitud desafiante.

¿Cómo era posible? ¿Cómo sabia?... sus preguntas jamás tuvieron respuesta. Un fuerte golpe echo al suelo la puerta de aquella habitación y un grupo de hombres uniformados y armados entraron violentamente.

– ¡Arma! – . Gritó uno de los uniformados. Y cinco disparos acabaron con la vida de aquel hombre que veía el alma en colores y, probablemente, con las esperanzas de la humanidad.

Mientras tanto, abajo en la plaza, el demonio escapaba al futuro, protegido por sus seguidores.

Epilogo

En medio del desconcierto y el miedo, los asistentes a aquella reunión política comentaban entre ellos los extraños acontecimientos recientes. Los disparos que se escucharon en aquel edificio lejano y la repentina huida del candidato fueron el tema de multitud de comentarios desinformados e historias inventadas. El odio y el miedo habían calado tan hondo en aquellas almas que pocos se dieron el tiempo para fijarse en aquella hermosa chica de trenzas negras que vagaba entre ellos, saludándoles, preguntando por los hechos y tratando de calmarles.

Pocos se fijaron en aquella chica, y aún menos se preguntaron cómo su miedo, odio y deseo de venganza se transformaban en calma y sosiego tras su contacto. Pocos le dieron importancia a este encuentro y a la esperanza que significaba. Nadie se dio cuenta del arcoíris que, por aquel día, calmó la tormenta.


sábado, 9 de diciembre de 2023

El Espejo

Pareja Hetero de magos adolescentes observando un gran espejo colgado en la pared
La joven pareja, con su aspecto fresco y juvenil y sus túnicas escolares, contrastaba con la apariencia antigua de aquella habitación. Décadas de polvo se habían acumulado sobre el suelo y los muebles que parecían testigos de tiempos mucho mejores. La tenue luz de un candelabro en manos de la chica iluminaba la amplia escena, en la que se podían apreciar algunos de aquello muebles cubiertos con mantas o cortinas, como si alguien hubiera intentado protegerlos mucho tiempo atrás.

Mientras su compañero centraba su interés en la puerta del balcón, cerrada, empolvada y derruida como todo lo demás, la chica recorrió la habitación. Al llegar a la pared del fondo, se detuvo delante de un gran objeto cubierto con una sábana. Los pliegues de la tela dejaban al descubierto partes de un marco dorado con algún tipo de runas, indescifrables pero de una extraordinaria calidad artística.

¡Oesed! –. Dijo en voz baja, mientras tiraba de la sábana haciéndola caer – ¡Estás Aquí!

Alertado por aquel susurro, el chico detuvo su labor con la puerta fijándose en la muchacha y en el mueble que había descubierto. Un enorme espejo con un pesado marco de oro que, desde su punto de vista, extrañamente mostraba una superficie totalmente negra y opaca.

¡Teresa, ten cuidado! – dijo, tratando de llamar la atención de su compañera.

La chica le miró con una sonrisa y una amorosa mirada que tranquilizaron al inquieto muchacho.

Tranquilo Ren, sé lo que es y lo que hace… Ven, mirémoslo juntos

Es una pérdida de tiempo Teresa, y peligroso, sabes lo que veremos.

Aún no es la hora. Ven, será bueno para nosotros.

¡Teresa…!

Anda, ven.

Primer plano de un mago abriendo una puerta con magia de su varita
Renato miró a los ojos de aquella chica que extendía su mano hacia él. Hacía tiempo que sabía que la amaba, que daría todo por ella. Era la única en la que de verdad creía y confiaba en aquellos tiempos de locura.

Alejándose de la puerta, buscó entre los pliegues de su túnica hasta encontrar una pequeña vara de madera con la que señaló la cerradura.

¡Alohomora! 

Una pequeña y rápida lluvia de chispas salió de aquella varita hacia la cerradura y, sin más esfuerzo, la vieja puerta se abrió de par en par. Abriéndola y cerrándola con cuidado, se aseguró de que no tendría más dificultades y tomó con delicadeza la mano que le extendía la chica acercándose a ella para mirar juntos aquella superficie pulida.

¿Cuánto tiempo crees que tenga aquí? – Preguntó la chica

Mínimo desde la caída de Tom. El Profesor Romulus dijo en clase que una vez se usó para un hechizo de ocultamiento y después nadie supo de él. Muy pocos magos lo recuerdan ahora.

Papá dijo que se había quemado… pero aquí está.

Ambos quedaron en silencio observando aquel espejo. Extrañamente, cualquier observador externo solo seguiría apreciando la superficie oscura y sin reflejos. Sin embargo, la expresión de felicidad que invadió los rostros de la pareja indicaba que había algo más.

Pareja de magos adolescentes viendo un espejo en la pared
Que suerte he tenido –. Dijo la chica, extasiada, mientras apretaba dulcemente la mano de su compañero.

Es que aquel espejo le mostraba en ese instante imágenes épicas de batallas y enfrentamientos. Con emoción, vio como legiones enteras de magos se enfrentaban entre si luchando por una sociedad sin desigualdades en la que ninguna magia fuera proscrita y que la carencia de ella no fuera marca de inferioridad. Vio ejércitos enteros marchar por todo el mundo mágico impartiendo paz y justicia a todos los niveles. Y, a la cabeza de esos ejércitos, su amado Renato. Portando las más poderosas reliquias y trayendo el orden al caos, con ella a su lado fortaleciéndole con su amor. 

No más que la mía –. Respondió Renato en un susurro, apretándose al cuerpo de su compañera sin soltar su mano.

Pareja de magos adolescentes viendo un espejo en la pared
A diferencia de Teresa, aquel espejo mágico mostraba a Renato escenas de paz. La paz de la familia, del amor compartido y del apoyo desinteresado. Desde aquel espejo, una Teresa y un Renato distintos le observaban sonrientes, mostrando con orgullo un par de hermosos niños jugando con un grupo de elfos. Todos con las togas escolares de su casa, en un campo soleado y en un contexto pleno de amor y sin preocupaciones. Era su vida, la que había perdido, la que le observaba desde aquel espejo.

Una gran explosión y muchos gritos provenientes del exterior provocaron un sobresalto en la pareja de magos sacándolos de su abstracción.  Rápidamente, el chico volvió a cubrir el espejo mientras observaba fuera de la habitación por la puerta abierta… Ya no tenían tiempo. 

Impulsados por una descarga de amor, ambos magos se abrazaron uniendo en uno solo sus corazones tratando de controlar las lágrimas que asomaban en sus ojos. Separándose pero sin soltar sus manos, respiraron profundamente y caminaron hacia la puerta.

Endureciendo la expresión de sus rostros, se miraron por última vez y, al unísono, avanzaron hacia el balcón donde les esperaba su destino. Los gritos eufóricos y las explosiones se incrementaron mientras alguien les recibía con emoción:

Pareja de magos adolescentes desfilando en una marcha de magos
Honor y gloria, gloria y honor a Renato Potter y Teresa Ryddley. Los líderes de la casa de Slytherin y del nuevo mundo.

Atrás, en aquella habitación, quedó nuevamente abandonado el Espejo de Oesed. El objeto mágico que solo refleja los mayores deseos de tu corazón.








Puedes Escuchar mi Historia desde
Mi Canal de Youtube






Relato Corto Original de mi autoría
Participante en el reto
del mes de Diciembre de 2023






palabras Clave: Magia Magos Harry Potter varita varitas

lunes, 10 de octubre de 2022

El Contrato

Una brisa suave entró por la puerta que daba al balcón. Cálida para las demás personas, para él era tremendamente helada así que hubiera dado lo que fuera por cerrar aquella puerta. Pero eso habría significado tener que abandonar la cama, y al tibio cuerpo que le acompañaba en ella.

Así que, ignorando la inoportuna brisa, buscó el calor de su compañera colocándose de costado, su pecho contra su espalda, y abrazándola suavemente. Entre sueños, la chica atrapó su brazo apretándolo contra su pecho desnudo como buscando a su vez protección y abrigo.

El hombre sonrió para sus adentros, pensando en lo que provocaría en los suyos si se enteraran de ese momento de sensibilidad que estaba mostrando con esta chica. Y es que para ellos, y para él mismo la mayor parte del tiempo, esa chica y su gente eran solo un medio para llegar a un fin.

Un movimiento involuntario en la parte baja de su cuerpo le sacó de sus cavilaciones. Rápidamente, pero con toda la suavidad de la que era capaz, abandonó la cama. Sabía lo que aquel movimiento en su entrepierna significaba, había apostado incontables veces a su poder sobre los hombres para favorecer sus “negocios”,  y no estaba seguro de resistir incólume si se dejaba llevar.

Desnudo y en silencio, caminó hacia la mesita del minibar y se sirvió un trago de Ron fijando su vista en un papel que se encontraba sobre la mesa. Solo tenía algunos párrafos escritos a mano y, al final, una firma. Una firma y la huella de un beso... Un beso de aquella mujer cuyo cuerpo también desnudo se empeñaba en devolverle en su reflejo el espejo del minibar.

Tomando el papel en una mano y el trago en la otra, el hombre se dirigió al balcón y se sentó en una amplia silla desde la que podía observarse la “grandiosidad” de la ciudad. Otro intento de sonrisa trató de aflorar en su rostro. Desde aquel penthouse en un piso veinte él no veía grandiosidad por ninguna parte, solo veía un pantano en el que los humanos se agrupan y aparean, gestando pasiones nuevas a partir de pecados antiguos.

No se quejaba, era en ese lodazal donde prosperaban sus negocios. Y, a pesar de la mala fama, muy pocas veces necesitaba recurrir a tretas sucias  para lograr sus objetivos. En estos días a la gente ya parecía importarle poco las consecuencias de sus actos. A veces extrañaba los viejos tiempos en los cuales debía exhibir su pericia en el arte del engaño y cada negocio cerrado era una victoria en la que, de verdad, triunfaba el mejor.

Sin embargo, el mundo no dejaba de sorprenderle. Entre el lodazal y la porquería siempre surgían excepciones en la condición humana. Y es allí, con esas excepciones, que en verdad se lucía. Es que sentía una especial satisfacción en atraerlos a “su” mundo y, al final, lograr atraparles en sus redes tal y como a todos los demás.

Y en la cama de aquella habitación estaba una de esas excepciones. Una de esas almas que florecen en el lodazal y que siempre le han ofrecido la oportunidad de demostrar lo fáciles que son de hundir… y en la mano, con aquel papel, tenía la prueba de su victoria sobre ella.

Solo que, por primera vez desde que hacia negocios, no sentía satisfacción por el éxito obtenido. Es que en algún momento comenzó a sentir cosas, no sabía cómo llamarles, y aquella chica llegó a convertirse en una posibilidad real de dar fin a su camino en soledad. Aquella chica, hija de aquel mundo donde hacía sus “negocios”, era a la vez esperanza e incertidumbre de un destino hasta ahora inexorable.

Un ligero resplandor en el horizonte, perceptible solo para ojos acostumbrados a la oscuridad más absoluta, le advirtió de la llegada del amanecer. Se levantó de la silla y entró a la habitación en búsqueda de su ropa. Mientras se vestía, repasó con la vista el hermoso cuerpo sobre la cama. Esa chica que aquel papel decía era suya y a la cual había conocido libre.

Sabía que, al despertar, ella sabría lo que había hecho. Le reconocería y comprendería la magnitud de su propia locura. Y entonces le odiaría, como todos. Sin importar lo que por ella sintiera o lo que el futuro deparara.

Con la suavidad de quien acaricia una rosa, el hombre rozó con su dedo la mejilla de la chica hasta seguir el contorno de sus labios. Luego, tomando nuevamente la hoja de papel, se dirigió al balcón.  Ya con vista a la ciudad, levantó su mano observando el papel que aun sostenía. Suspirando, elevó la mano hasta la altura de su cabeza y la sacudió enérgicamente. 

- ¡Rescindido! – dijo, y el papel, en medio de una llamarada azul, desapareció en el aire.

Luego, mirando hacia arriba, el hombre amenazó con su puño y dijo por lo bajo

- Ni creas que ganaste nada, ella es irrepetible y lo más probable es que igual sea mía luego… Cada segundo alguien firma un contrato con sus demonios, uno menos no enfriará el infierno.

Dio una última mirada a la ciudad que ya brillaba con la luz del amanecer. Luego, con una sonrisa diabólica y un gesto de furia, dio un salto sobre la baranda del balcón regresando al mundo en búsqueda de nuevos negocios.








jueves, 3 de junio de 2021

Legiones. Relato Corto

Impaciente, la niña observó por enésima vez el reloj en la pared. Le parecía terriblemente aburrido tener que esperar hasta la hora señalada pero había cometido la estupidez de convocar a esa hora y ya no podía retractarse o no llegarían todos. Para el futuro tendría que programarse mejor.

Miró por la ventana de la sala con la esperanza de observar un relámpago o un trueno que la sacara de su aburrimiento. Solo la impasible lechuza del gran árbol del patio montaba guardia a la entrada de su agujero.

Un movimiento sobre el alfeizar de la ventana llamó su atención. Aparentemente después de trepar desde el exterior, un pequeño insecto parecido a una cucaracha trataba de entrar a la casa por la ventana abierta. Tal vez era algún tipo de escarabajo,  pero no podría asegurarlo.

Lejos de asustarse por la presencia de aquel bicho, la niña pareció alegrase de encontrar algo para entretenerse. Puso su mano con la palma hacia arriba y lo empujo con un dedo hasta subirlo. Elevándolo hasta su rostro, le sopló con delicadeza el polvo del caparazón y le sonrió con cariño.

No entendía como las personas podían odiar tanto a criaturas tan hermosas y delicadas. Solo querían vivir sus vidas sin molestar a nadie.  Y lo hacían en los rincones de la casa más ocultos y alejados para que nadie se ofendiera o asustara de su presencia. Esta cosita en particular había decidido vivir afuera, en las bases de la casa, para que ni siquiera sus patitas dejaran un rastro que la delatase.

Cuidadosamente llevó el insecto hacia el interior de la casa. Alumbrándose con la linterna se dirigió hacia una pequeña mesa en una esquina de la habitación.

Perdón por la luz chicos, pero no puedo ver en la oscuridad y no quisiera pisarlos —dijo, mientras caminaba por la habitación casi en puntas de pies.

Es que a su paso, pequeñas sombras se apresuraban a apartarse con una notoria aversión al suave círculo de luz emitido por la linterna de mano.

Un poco más de atención habría permitido a un observador curioso reconocer en aquellas sombras a decenas de insectos bastante parecidos al que ahora llevaba en su mano y que, en este caso no había duda, eran cucarachas… decenas, tal vez cientos de ellas huyendo de la luz.

En su afán de caminar cuidadosamente, la niña trastabilló hasta casi caer. Tratando de proteger al insecto que llevaba en la mano, su linterna rodó por el suelo alumbrando con más amplitud la habitación donde se encontraban. Aunque la recuperó con rapidez, los segundos de luz proporcionados mostraron que las decenas de sombras delante de la niña se multiplicaban por millares en el resto de la habitación.

Habitación de una casa con muebles, pisos y paredes cubiertos de insectos
En una escena dantesca, millones de insectos de infinidad de especies se amontonaban en un agitado mar de antenas, patas y alas de toda forma y tamaño. Al huir de la luz, los cuerpos en fuga producían un tétrico entrechocar que recordaba el rasguñar de la madera en el bosque.

Ya va, ya va, ¡Tropecé!  ¿entienden? Hoy son muchos más, hay que entrenar un poco para ser más ordenados.  

Miró hacia arriba tratando de percibir alguna señal de que alguien había sido alertado de lo que pasaba en la sala. En un momento, su duda se disipó y, más tranquila, colocó su amigo junto a un montón de la misma especie que esperaba sobre una pequeña mesa.

De todas formas, dudaba que alguien quisiera bajar, aun habiendo escuchado algún ruido. Todos sabían, de alguna forma, del vínculo que se había formado entre ella y sus amigos desde que se habían mudado a aquella casa. Sabían, pero el miedo les obligaba a callar y hacerse los ignorantes.

Ahora tenían miedo, claro. Por sus nuevos amigos, pero antes se burlaban, la humillaban. En especial el idiota del novio de su hermana. No perdía oportunidad de lucirse, burlándose, poniéndole apodos, arrojándole cosas. 

Solo que cometió el error de hacerla enojar, de tratar de quedarse con su habitación para estar cercar de su hermana. Una vez allí, trató de acabar con sus amigos y ella no lo podía permitir. Ahora, el estúpido se encontraba en un hospital, con lo que los médicos llamaron “una crisis psicótica”, hablando cosas de “cucarachas, arañas y bichos asquerosos que se le subían por todo el cuerpo y lo mordían”.

Aun no podía creer el infierno que había desatado aquel estúpido aquella noche apoyado por su misma familia. Decenas, tal vez cientos, de sus amigos habían perecido aplastados, envenenados o simplemente asfixiados en un sanguinario desenfreno que ella no había podido evitar.

Primer plano de niña en la penunmbra. Con una sonrisa diabólica y cubierta de insectos
No lo pudo evitar, pero si lo pudo cobrar. La noche siguiente sus amigos y ella le mostraron de lo que era capaz al estúpido, y a su familia traidora que lo apoyó. Y, como dijo, él estaba ahora en un hospital y sus padres, hermano y hermana en sus cuartos sometidos por el miedo.

Y ella estaba allí, con sus amigos, regodeándose en su poder sobre ellos recién descubierto y en los planes que gestaba para el futuro. Los entrenaría, les enseñaría como trabajar al unísono. Le enseñaría a sus legiones cómo convertirse en un único insecto, gigantesco, poderoso, invencible. … y luego saldrían al mundo, a tomar lo que por derecho les pertenecía.

Allí, en ese momento, la humanidad parió un enemigo.



Si Prefieres escuchar la lectura del relato, puedes hacerlos desde mi Podcast en Ivoox