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10 febrero, 2023

Las Excentricidades de Roque

Tercer Lugar en el reto del Mes de Febrero 2023
El Tintero de Oro

No recuerdo haber visto triste alguna vez a Roque, mi hermano mayor. “Roque”, en realidad, era el diminutivo de “Rockefeller de Jesús”, nombre con el que nuestros padres, entonces primerizos,  le bautizaron tratando de invocar una vida feliz para su primogénito. Es que, según lo que ellos mismos proclamaron a los cuatro vientos, con esos dos grandes nombres comprometían a su hijo a no ser menos que supremamente feliz.

Ya fuera con sus locuras como diría la abuela Julia, estupideces según el abuelo Carlos o “excentricidades” como al final las bautizó aquel psicólogo con pinta de Einstein, el último en prestar atención a Roque, mi hermano dejó una huella indeleble en todos los que le conocieron.

Aún ahora son famosas sus historias, divertidas algunas, bochornosas la mayoría, que se cuentan una y otra vez en las reuniones familiares. Algunas de esas historias son más populares que otras como cuando, a los 12,  se paró desnudo en la puerta de la casa con una flecha de goma pegada en la frente gritando como apache y casi provocándole un ataque a la octogenaria señora Darwin, la vecina. O aquel año en el que solo vistió con el uniforme del colegio, día y noche, permaneciendo como Dios lo trajo al mundo cuando llegaba la hora de lavarlo.

Con algunas excepciones, como aquel susto a la señora Darwin, las excentricidades de Roque pueden considerarse bastante inocuas. Ya quinceañero, por ejemplo, literalmente se negaba a usar las escaleras de la casa. Prefería subir y bajar hacia su cuarto usando una escalerilla improvisada directamente bajo su  ventana. 

Ya adulto, el hombre construyó una hermosa escalera en hierro forjado haciendo gala de una maravillosa concepción del arte que, dicho sea de paso, le serviría para ganarse la vida. Aun si llovía prefería llegar a su cuarto por esta ruta, usando las escaleras interiores solo cuando fuera estrictamente necesario. Lo que ocurría muy esporádicamente ya que, para Roque, parece que pocas cosas eran estrictamente necesarias.

Mi hermano a veces pasaba horas enteras observando las aves o acostado bajo las nubes y las estrellas, sonriendo y entonando aquel silbido que llegó a convertirse en su marca de fábrica. Era tanta su pasión por el aire libre que, cuando acumulamos algunos años y se le dificultó subir sus escaleras, construyó una pequeña cabaña en el patio de la antigua casa paterna.  Allí pasaba, como le gustaba, horas enteras mirando al cielo a través de una especie de techo transparente y corredizo con el que, según sus palabras, podía contar con el techo más grande y más hermoso sobre él… el cielo mismo.

De verdad que nunca le vi triste en los más de setenta años que estuvimos juntos. Ni siquiera cuando nuestros padres fallecieron, yo niño, él adolescente, vi en su rostro más que una pasajera seriedad y una sutil nubosidad en los ojos que delataba la vorágine que, sin duda, existía en su interior. No más de algunas semanas bastaron, sin embargo, para que contáramos de nuevo con el Roque de siempre. Convirtiéndose, la verdad, en la roca y el principal apoyo para superar nuestra pérdida.

Sin embargo, una vida entera me enseñó a conocer a mi hermano más que nadie, convirtiéndome en su confidente y en guardián de sus secretos. 

Sí, yo sé todos los secretos de mi hermano. La mayoría se irán conmigo cuando llegue mi turno de viajar al otro lado, pero otros los iré contando en las reuniones familiares, hasta que me llegue la hora, para que mis nietos sepan quién fue el abuelo Roque.


Sé, por ejemplo, que aquellos gritos de comanche en la puerta atrajeron la atención de nuestros padres y permitieron que su hermano menor entrara en la casa, ensangrentado pero seguro, luego de aquella pelea con los gamberros de la escuela.  También sé que vistió un año entero el uniforme escolar porque en secreto regaló toda su ropa de salir al hijo de los señores García cuando perdieron sus cosas en aquella inundación.

Si, sé eso y muchas cosas más sobre las “Excentricidades” de Roque.

También sé que al morir nuestros padres, atrapados en un incendio en su oficina, Roque  desarrolló un terror indescriptible a las escaleras internas y lugares encerrados. De ahí su reticencia a colocarse en esa posición mientras pudiera evitarlo. Pero por encima de todo, y he aquí su principal secreto, sé que se juró a si mismo cumplir a cabalidad con el deseo de nuestros padres labrándose una vida en la que no fuera menos que inmensamente feliz.

Eso y mucho más puedo contar de Roque, mi hermano, por quien no puedo evitar llorar al verle allí tendido en aquel cajón que, como una última "excentricidad", él mismo se construyó. Viéndolo allí, al final, no puedo más que pensar que cumplió cabalmente con su promesa. 

Es que, definitivamente y a su manera, Roque fue inmensamente Feliz. Y eso sí que es una excentricidad en estos tiempos en que la felicidad ajena es casi que un pecado.

 



Relato Corto Original de mi autoría
Participante en el reto
del mes de Febrero de 2023




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