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sábado, 3 de mayo de 2025

Donde Habita lo Divino.

No sé qué tiene…
pero algo en ella me desarma,
me quiebra con la dulzura de una mirada
y me reconstruye en el mismo instante.

Tal vez sea su andar, tan leve,
como si flotara apenas sobre la tierra,
dejando tras de sí una estela invisible de paz.
O quizá su risa,
que se posa sobre el alma como una brisa delicada,
moviendo lo profundo sin perturbar la superficie.

Su cabellera rizada, larga, viva,
parece tejida por el viento y la nostalgia.
Danzando cuando se mueve,
con sus rizos guardando el eco de una canción olvidada.

Y sus ojos...
ay, sus ojos oscuros.
Son portales nocturnos que llevan,
No a cualquier rincón,
sino al centro mismo del universo.
Contemplarlos es como asomarse
al origen de todas las cosas:
al dolor primigenio,
al amor sin nombre,
al misterio que aún no hemos podido descifrar.

Hay en ella una dulzura serena,
una educación antigua,
una forma de estar en el mundo
que transforma cada gesto en plegaria,
cada palabra en acto sagrado.

Y sin quererlo,
convierte cada deseo en mandato,
sin levantar la voz,
sin siquiera pedirlo.

Su voz…
su voz es un río suave,
una melodía clara que da forma a los nombres
y los vuelve encantamientos.
¡Qué hermoso habría sido oír el mío,
pronunciado por sus labios!

Algo tiene, sí…
algo que no entiendo,
pero que reconozco como inevitable.
Una fuerza que aprisiona sin asfixiar,
que encadena sin hierro ni llave,
que transforma mis sueños
en un reino donde ella es reina y oráculo.

A veces pienso que no es de este mundo,
que es uno de los ángeles del Padre,
un vestigio del cielo caminando entre nosotros
como prueba de que lo divino
puede, de vez en cuando,
vestirse de carne.

Algo tiene…
algo que me busca,
me llama,
me atrapa y me somete.
Y no quiero escapar.

Ese lazo invisible que me une a ella,
sin nudos, sin presión, sin promesas,
es vínculo que no deseo romper.
Aunque no me tenga,
me tiene todo.


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