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sábado, 24 de mayo de 2025

Encuentros

Como si, en su vastedad, el tiempo dejara migas de luz para guiar lo imposible. Como si en los pliegues del azar respirara un propósito oculto. Hay coincidencias que quiebran la lógica, desobedecen las reglas del cálculo y parecen gestos deliberados de un orden secreto, una conspiración silenciosa que, en su capricho más bello, nos acerca con una precisión imposible.  

A veces, la existencia nos ofrece destellos de ese diseño oculto, tejiendo caminos invisibles que conducen los sueños hasta la orilla de lo real. En esos instantes, el azar deja de ser un accidente y se inclina con elegancia hacia un propósito, plegando el caos en formas que nos conducen, sin aviso, al milagro del reconocimiento.  

Era improbable nuestro encuentro, casi absurdo en la vasta lógica del cosmos. Como dos astros condenados a trayectorias opuestas, como sombras que jamás deberían tocarse, como dos notas de una melodía que el tiempo nunca quiso hacer coincidir. Éramos líneas dibujadas en mapas distintos, costas separadas por océanos de distancia y azares que nunca se doblegan ante los deseos.  

Pero algo, en uno de sus raros gestos de belleza, pareció desafiarse a sí mismo. Algún engranaje invisible se alteró, algún cálculo imposible quebró su ecuación perfecta, y de pronto, en el pliegue más insospechado de la realidad, allí estaba ella, en el único cruce improbable que jamás debió existir, en la grieta exacta donde el azar permitió la maravilla de conocernos.  

Los astros titubearon en su marcha errante, inclinándose con un gesto imperceptible hacia la promesa de nuestro encuentro. Las mareas, en su danza antigua, tejieron un acuerdo silencioso con el viento, que en su aliento errático supo llevar los ecos de lo inevitable.  

Todo cedió un poco, el pulso del tiempo se desvió en su mínima fracción, la luz de una estrella agonizante iluminó justo el instante en que nuestros caminos debieron cruzarse. Entre la arquitectura secreta del caos, la casualidad doblegó sus propias leyes, torciendo la vastedad en un instante exacto, en el milagro preciso de hallarla.  

Planeado o casualidad, celebro la maravilla de nuestro encuentro, el instante donde todo cedió. Las órbitas, los vientos, los caminos que nunca debieron tocarse. Como si una fuerza antigua decidiera revelarnos la verdad que escondía.  

Como quien agradece la luz después de la sombra, honro el equilibrio secreto que nos permitió encontrarnos, la precisión oculta que torció el caos hasta dar forma a este milagro. No importa si fue destino o error, si fue cálculo o capricho; lo único que sé es que en este cruce, en esta coincidencia dorada, la inmensidad se dejó comprender por un instante... Y nos miramos. 

Todo debió alinearse. Las estrellas que callan, los senderos que doblan en esquinas invisibles, los pulsos secretos del azar que vibraron justo en el instante preciso. Fue como si el orden oculto del cosmos, en un arrebato de generosidad, ajustara cada variable para que nuestras miradas se cruzaran en el único momento posible.  

Y aquí estamos, con la certeza luminosa de que lo improbable no solo es posible, sino que, cuando ocurre, es la belleza más pura que la realidad puede ofrecer. Como si el destino mismo hubiese escrito su voluntad en las órbitas celestes, sería casi una afrenta ignorarla, sería casi un pecado no quererla.  

Después de todo, si el mundo entero se dispuso a traerla hasta mí, ¿qué otra opción podría quedarme sino rendirme ante su milagro?  







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