Un furtivo rayo de sol, filtrándose por la ventana, irrumpió espantando la penumbra de aquella habitación. Con precisión casi deliberada, iluminó el rostro del hombre que dormía plácidamente, envuelto hasta el cuello en un manto de cálidas cobijas que lo protegían del frío de la noche que agonizaba.
La luz, implacable, irrumpió en sus párpados cerrados, asaltando inmisericorde su sueño. Instintivamente, el hombre alzó las manos hacia su rostro, buscando refugio contra aquella intrusión. Bajo las cobijas, un lento oleaje de estiramientos y leves temblores delató su despertar a regañadientes, los ojos aún sellados mientras emergía, poco a poco, del abismo de sueños en el que se había sumergido durante la noche.
Tratando de vencer la modorra que lo atenazaba, por fin abrió los ojos, aprovechando que el rayo de luz se había retirado y seguido su camino, liberándolo de su momentáneo dominio. Con la mirada fija en el techo, intentó reactivar sus pensamientos, aún renuentes a regresar al mundo tangible que habitaba. Su cerebro aun parecía estar en aquel otro mundo de sueños y se negaba rotundamente a materializarle en este mundo real.
– ¿Real? –, Pensó para sí.
Extrañamente, entre las brumas del duermevela, la historia de Zhuang-Zhou surgió en su mente como una representación teatral de su propia vida. Al igual que el filósofo, en aquel instante dudó si era un hombre que había soñado ser una mariposa o, por el contrario, era solo una mariposa soñando despertar como hombre.
Es que su cerebro, aún bajo el peso de un sopor somnoliento, se aferraba al sueño vivido en los últimos días, tal vez solo unas horas en aquel "otro" mundo. Un sueño en el que la vorágine de sentimientos que lo inundaba había obliterado toda conciencia y todo contexto que no resonara con sus deseos y necesidades. Un sueño en el que habría renunciado a todo por una improbabilidad inalcanzable.
Aun inmerso en esa intensidad, sabía que el despertar era inevitable. Obligando a su cuerpo a responder, empujó las cobijas y, literalmente, se lanzó fuera del lecho. O al menos lo intentó. Su cuerpo, rebelde, permaneció sentado a la orilla de la cama varios minutos tratando de reunir las fuerzas necesarias para ponerse de pie.
– ufff, que duro que pegó ese sueño. Ni en las peores crudas me he sentido así –. Dijo en voz baja, cuestionando su debilidad al permitirse perder tanta energía.
Sonriendo, recriminó mentalmente a cuerpo y espíritu por no aceptar lo inevitable. Haciendo un gran esfuerzo de voluntad, se puso definitivamente de pie dispuesto a ya no dejarse llevar por la modorra y, decidido, dedicó los siguientes minutos a asearse y recomponerse.
Ya bien despierto, con una taza de café negro y humeante en la mano, el hombre salió al balcón buscando el tibio abrazo del sol, agradecido por aquel delgado rayo matutino que lo despertó a la vida. Desde allí, contempló en el patio las cenizas, aun humeantes, de la fogata que había mantenido encendida hasta la noche anterior. Aquel fuego, ahora casi extinto, había sido un centro de reunión, un espacio para compartir con amigos y desahogar el alma. Y él, absorto en su sueño, había permitido que se consumiera, quemando madera sin control, usando combustibles inapropiados y olvidando su propósito.
Apurando su café, bajó al patio y buscó con ahínco algo con que alimentar su fogata tratando de revivir su fuego. Algunas tablas recicladas y unos pocos restos de noches de tertulia pasadas permitieron que el fuego se avivase y reviviese la esperanza en el corazón del hombre. Cuidadosamente, cogió el hacha, y recogió y preparó más madera para alimentar el fuego sin dejar que se apagara, estaba agradecido, aun había mucho con que alimentarla.
Exhausto, al caer la noche, preparó un grueso leño, listo para alimentar la hoguera cuando comenzara a languidecer. De vuelta en casa, desde el balcón, escrutó el patio con creciente expectación. Sus esperanzas no tardaron en verse colmadas. Lentamente, un cortejo de sombras fue cercando el fuego, hasta que una multitud silenciosa inundó el espacio. El corazón le latió con fuerza, una sonrisa iluminó su rostro ante aquel espectáculo: cada sombra representaba una historia, un motivo, una chispa que reavivaría su propia llama. Sus amigos habían regresado, o siempre habían estado allí, ¿Quién sabe?… y con ellos, él mismo..
Satisfecho, el hombre se fue de nuevo a la cama sin temor. Esta vez sus sueños serían diferentes. En la mañana se sumaria nuevamente a los que cuentan historias alrededor de su fogata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario