Golpea usted con fuerza, amiga mía. Muy fuerte, aunque estoy seguro de que ya lo sabe. A estas alturas, incontables guerreros deben haberse perdido en la hermosa inmensidad de esos ojos de noche, dos abismos nocturnos capaces de atar almas con hilos de seda y someter corazones con la dulzura de un hechizo.
Es que golpea usted con fuerza, amiga mía. Son esos ojos, ojos de noche. Esas hogueras que arden con una intensidad que ciega. Es ese brillo intenso que parece intentar ser Bandera de peligro ondeando al viento. Un aviso incandescente que parece decir "Acércate, si te atreves, y arde en mis llamas". Solo que ¿Quién, ante tal espectáculo de fuego y misterio, podría reprimir la osadía de acercarse?. Vana advertencia entonces, ya que solo verse reflejado una solo vez en esos hermosos ojos de noche es condena permanente.
Golpea usted con fuerza, amiga mía. No con la brutalidad de un puño, ni con la frialdad de un arma. Su poder emana de un lugar más recóndito, más profundo: de esa dulce candidez, esa pureza que, como un mandoble de terciopelo, desarma al guerrero más impávido, sometiéndole a la dulce esclavitud de su esencia. Sí, amiga, su fuerza reside en esa hechizante dulzura, un bálsamo que doblega voluntades con la delicadeza de una caricia, y en esa sonrisa, recompensa luminosa que colma cualquier anhelo con la generosidad de un amanecer, conjurando de antemano cualquier posible resistencia a la entrega total.
Golpea usted con fuerza, amiga mía. Con una fuerza que a menudo escapa a nuestra percepción consciente. Es que no hay refugio posible ante la noche estrellada que habita en sus ojos, un abismo sin orillas donde toda elección se desvanece. En el instante en que la mirada se posa en esas bellezas oscuras, usted se convierte en el universo entero, y su sonrisa, en la única estrella que guía. Sumergirse en las aguas profundas de su mirada es renunciar a todo otro aliento que no sea el suyo. Un solo instante reflejado en la noche de sus ojos, ojos de noche, y el mundo entero palidece, tiñéndose únicamente del brillo que emana de ellos.
De verdad que golpea usted con fuerza, amiga mía. Y uno ni siquiera se da cuenta… hasta que ya no se mira en esos ojos de noche. Entonces, el vacío se abre ante nosotros: sentido, voluntad, guía, motivación… todo nuestro universo se queda allí, con usted, en la inmensidad de su mirada. Todo se queda allí con usted y, con nosotros, solo ecos. Ecos de su presencia en cada paso, en cada instante, en cada rincón. Ecos de su candidez, su dulzura, su poder y, desesperación máxima. Vívidas reminiscencias de la noche profunda de sus ojos, pozos de amor dulce que se vuelven nuestro todo.
Es entonces, amiga mía, cuando comprendemos en realidad la magnitud de su impacto, la profunda herida que su ausencia deja… Lo duro que usted golpea.
Qué condena más cruel es esta, la de ya no encontrar mi reflejo en la hermosura de sus ojos, amiga mia. No existe sendero alguno que conduzca a la supervivencia sin dejar atrás, como tributo en un campo de batalla devastado, fragmentos del alma y jirones del corazón. Imposible salir indemne de este encuentro, y seguir siendo el mismo hombre, el mismo guerrero que por primera vez se miró en la profundidad de esos pozos de cariño. No hay escondite, ni distancia, ni rincón del mundo donde perderse sin ser hallado… la huella del dolor sería un camino demasiado fácil de rastrear… y la lejanía solo profundizaría la herida, convirtiéndola en un abismo insondable.
Si, amiga mía. Golpea usted con fuerza. Con mucha fuerza, aunque estoy seguro de que ya lo sabe… allí, desde la distancia que yo mismo impuse, sabe que no tengo salida. Sabe que no puedo luchar contra el hechizo de esos ojos de noche, que haga lo que haga no hay manera de librarse de ellos. Si, amiga mía, usted sabe que no puedo.
Y también sabe que, la verdad, tampoco quiero.
No quiero en realidad liberarme, no quiero perder esa dulzura, esa candidez, ese poder detrás de sus ojos de noche. No quiero rechazar esa maravilla que Dios mismo parece haber colocado a mi alcance para, de alguna manera, provocar el renacimiento de mi mejor versión. Confieso, amiga mía, que prefiero el corazón partido en dos estando a su lado que alma y corazón en retazos lejos de usted.
Quiero mirarme de nuevo en esos ojos de noche, someterme a usted, volver a la tranquila esclavitud de su dulzura y su nobleza. Quiero volver a usted amiga mía, rendido sin condiciones.
Quiero volver a mirarme en esos ojos hermosos, ojos de noche. Quiero volver a vivir, amiga mía… Y no me importa como condición tener que llamarla así aun cuando las dos partes en que se ha demediado mi corazón la llamen a gritos de otra forma.
De verdad que golpea usted duro, amiga mía… de verdad que sí.
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