Los Colores
Una gélida ráfaga de viento azotó el rostro de aquel hombre, obligándole a retroceder bruscamente de la ventana arrebujándose en su chaqueta. Con los ojos clavados en el paisaje invernal exterior, frotó vigorosamente sus manos entumecidas, buscando desesperadamente calor antes de enfundarlas en los gruesos guantes de cuero que extrajo de su bolsillo.
Tratando de exponerse lo menos posible, recorrió con la mirada el parque abarrotado de gente, ocho pisos más abajo, frente al edificio de diez plantas en el que se encontraba. Desde su posición podía ver claramente la mayor parte del parque, especialmente la rotonda central, que ese día parecía estar lista para algún tipo de evento público. Efectivamente, una gran cantidad de sillas perfectamente alineadas y una pequeña tarima indicaban que algún tipo de acto público se realizaría aquel día.
El hombre parecía estar menos interesado en los preparativos y más en las personas que paseaban por el parque. Algunas de ellas, bien arropadas, habían ocupado las sillas vacías en la rotonda, mientras que la mayoría caminaba rápidamente hacia un destino indeterminado. Basado en su propia experiencia, el hombre asumió que el ambiente terriblemente frío era la principal causa del rápido alejamiento de los transeúntes y del poco interés en el acto que se preparaba.
Nunca había sabido el cómo ni mucho menos el por qué. Pero desde que tenía memoria, su percepción del mundo había sido singular. Su infancia, aparentemente normal, estuvo marcada por un don peculiar: la capacidad de ver el alma de las personas a través de un aura de colores que revelaba sus emociones más profundas. Este don, que lo maravillaba, también lo sumía en un misterio que nunca terminaría de descifrar. Roja si estaban enojadas o estresadas, naranja en las personas alegres, rosa para las personas enamoradas. Pronto aprendió las ventajas de visualizar el estado de ánimo de las personas en un mundo donde las máscaras eran la norma.
Con el tiempo, aprendió que los colores que veía no solo indicaban estados emocionales momentáneos, sino que también revelaban matices que delataban rasgos de personalidad más profundos. Así, con una sola mirada, podía identificar a las personas extrovertidas, románticas e incluso neuróticas, simplemente evaluando los colores que irradiaban.
Curiosamente, había descubierto que la gente era más simple de lo que parecía. Inspeccionando sus almas, como le gustaba llamarlo, solía encontrar que, con todas sus variaciones, siempre predominaba un color base en cada persona. Así, podía identificar a la gente por su color principal: rosa, verde, gris o rojo, este último siendo el color característico de personas enojadas y permanentemente neuróticas que en alguna ocasión llegó a conocer.En ese caso, por ejemplo, la plaza se desplegaba como un lienzo monocromático de blanco, azul y gris. Colores que sin duda evocaban la gélida inclemencia del día, lo que parecía ser la principal preocupación de quienes transitaban por allí. Sin embargo, esa sensación momentánea no podía ocultar completamente los matices de la personalidad de cada una de esas personas, que él aún era capaz de reconocer.
Un movimiento inusual en el extremo derecho del parque captó su atención. Algo intensamente brillante y colorido apareció de pronto, acelerando su pulso y trayendo consigo una emoción que creía perdida. Lo identificó de inmediato, pero el reconocimiento no disminuyó la alegría que lo embargó, ni el retorno de una fe que lo había abandonado hacía tiempo.
La Visión
Aquella rareza que había aparecido en la plaza alegró el corazón de aquel hombre y le trajo hermosos recuerdos de un pasado pleno de felicidad. Un aura multicolor, brillante como el reflejo del sol, delató la presencia de una hermosa chica que caminaba por el camino principal hacia la rotonda. Sin ningún apuro, parecía disfrutar de un agradable paseo por la helada plaza tal y como lo hubiera hecho en una cálida mañana de verano. Esto por si solo hubiera ya hubiera sido raro. Sin embargo el hombre no podía apartar la mirada de la hermosa aura arcoíris que irradiaba la chica. Brillante, intensa, densa y consistente, su aura parecía impregnar todo a su alrededor. Incluso las personas que se encontraban con ella parecían perder la tonalidad fría que el clima les otorgaba, asumiendo brillos y ribetes coloridos. Aquella chica realmente parecía contagiar de color a los demás.
Ante aquella rareza de visión, el hombre invocó los recuerdos de otra visión similar, rescatando de su memoria tiempos en los cuales el mundo parecía más simple y más manejable. En aquellos días, otra chica con el alma en colores se había convertido en su vida, demediándola en un antes y un después, marcando para siempre su destino.
Aquella chica de su pasado exhibía la misma exuberante aura colorida que él observaba hoy en esa plaza. Una novedad para él, la atracción fue inmediata y una relación profunda surgió entre ambos. Creativa, empática y energética, la positiva personalidad de la chica se grabó en él, y juntos se convirtieron en una fuente de alegría para todos los que los conocían.
Fueron días extraordinarios, pero no duraron. El demonio llegó y se llevó todo lo que él había considerado maravilloso alguna vez.El demonio
Lo vio una sola vez, coincidiendo con la mejor época de su vida. Caminando solo por aquel mismo parque. Por primera vez vio en aquel joven algo que nunca pensó pudiera existir: un aura densa, negra y de apariencia pastosa, le palpitaba y reptaba alrededor con un aspecto terrorífico. A diferencia de las demás, esta aura era completamente oscura, sin transparencias y extrañamente parecía moverse hacia las personas como si tuviera vida propia, tratando de arroparlas.
La curiosidad invadió al hombre. Le parecía extraordinario haber encontrado dos variantes de aura tan diferentes después de toda una vida entre manifestaciones monocromáticas de las mismas emociones. Envalentonado por la experiencia multicolor, no dudó en acercarse a aquella nueva alma y estrechar su mano al presentarse. El efecto fue aterrador, un viaje de ida y vuelta al infierno que casi acaba con él.
Al momento de estrechar aquella delgada mano, sintió como algo pesado y pegajoso le tomó por el brazo y, desde allí, rápidamente le cubrió por completo. Sentimientos de ira, odio, miedo y un sinfín de emociones negativas adicionales surgieron y crecieron en él al mismo tiempo provocando una sensación de ahogo que, por momentos, parecía presionar su pecho con tal intensidad que podría hacerlo estallar. No pudo resistir más y calló desmayado al suelo.Despertó, días después, en la cama de un hospital con su chica multicolor a su lado. Sin rastros de aquella aura negra en su alma, seguramente por los cuidados recibidos. A partir de entonces, con el corazón y el espíritu fuertemente afectados por la experiencia vivida, las cosas no fueron iguales. Su propia alma, de alguna manera, ya no tenía color y el arcoíris de su compañera parecía no tener la suficiente fuerza para remediarlo.
Trató de seguir su vida, de olvidar aquel encuentro. Pero una obsesión oscura anidó y creció sin medida dentro de él. Persiguió a aquel hombre sin descanso durante años. Sin saber nada de él, siguió cada pista, cada mención, cada detalle oculto que pudiera llevarle a encontrarle. Dedicó su vida a encontrar a aquel demonio, perdiendo en el camino absolutamente todo lo que, hasta aquel contacto, había sido importante para él. Lo entregó todo, incluyendo a su amor multicolor. Hastiada, aquella chica se había escapado para pintar arcoíris en las almas ajenas hacía ya unos años.
Y ahora, al final de todo lo vivido, de todo aquel sacrificio, el hombre estaba allí mirando oculto desde aquella ventana a una nueva improbabilidad. La fortuna le había traído, en una nueva alma, la visión multicolor perdida años atrás como un recordatorio de que siempre hay esperanza.
El Final
Entretenido en la visión de aquel ángel multicolor, el hombre olvidó prestar atención a lo que ocurría en la rotonda al centro de la plaza. El ruido de un equipo amplificador le sacó violentamente de su abstracción y le obligó a concentrarse nuevamente en el objetivo de su vigilancia. Poco a poco las sillas se habían ocupado casi en su totalidad y aparentemente el acto para el que estaban allí se preparaba para comenzar.
Un presentador llamó al orden y las personas se acomodaron rápidamente para escuchar a quien estaba en la pequeña tarima. Desde su puesto atrás de la ventana, el hombre pudo observar al detalle los movimientos de todas las personas asistentes. Sin embargo, su interés estaba puesto solo en encontrar algo en particular que parecía escapar a su mirada.Súbitamente, algo le atrajo desde la entrada norte de la plaza. Su corazón dio un vuelco y comenzó a palpitar desaforadamente al detectar un repentino oscurecimiento del ambiente en el camino que conducía desde allí a la rotonda. Sabía lo que significaba, el momento que tanto había esperado llegaba por fin.
Rápidamente ajustó su chaqueta y dio un empujón a la ventana, abriéndola por completo y afinando su visión, escudándose en la oscuridad de la habitación. Desde la oscuridad pudo ver, claramente esta vez, a un grupo de personas que se aproximaban al centro de la plaza. Con las manos aferradas a la ventana, debió realizar un esfuerzo sobrehumano para aquietar la zozobra que causaba en su corazón la terrible oscuridad que acompañaba a aquellas personas.
Un aplauso generalizado del grupo de personas que esperaban recibió a los recién llegados. Apretones de manos, abrazos y besos se propagaron en aquella bienvenida mientras el hombre observaba, esta vez con terror, cómo el azul exhibido hasta ahora por los presentes se iba oscureciendo con cada saludo y cada contacto con los recién llegados. Conteniéndose, se obligó a sí mismo a esperar a su objetivo; no era el momento de intervenir, debía asegurarse de que todo acabara allí.
Pronto, su paciencia se vio recompensada. El grupo de hombres recién llegados tomó posiciones alrededor de la tarima, sentándose en sillas especialmente colocadas para ellos. Un hombre alto, con un grueso abrigo y sombrero, se dirigió en solitario hacia la tarima y el micrófono colocado en ella. El momento había llegado.
Una extraña paz y tranquilidad invadió al hombre en la ventana. Con una calma impensable hacía apenas unos instantes, se inclinó y recogió del suelo el arma de francotirador que había dejado preparada. Con pasmosa sangre fría, colocó un soporte fabricado exprofeso y, apoyando el arma contra su hombro, buscó a su blanco a través de la mira de largo alcance. No fue difícil encontrarlo y fijarlo; la oscuridad que irradiaba lo hacía resaltar por encima de todos los demás.Mientras trataba de ajustar el arma a sus palpitaciones y al viento helado que entraba por la ventana, se remontó involuntariamente a aquel día en que hizo contacto con aquel demonio. Por un momento cerró los ojos, reviviendo las sensaciones de aquel día y el impacto que las emociones recibidas habían causado en él. Pero esas emociones no habían venido solas; las acompañaron visiones de un futuro que llegaría con el ascenso al poder del demonio y sus acólitos. Un futuro apocalíptico, de destrucción y sufrimiento para la humanidad. Un futuro que él evitaría, allí y ahora.
Apartando por un segundo la mirada de la mira del arma, se fijó en la oscuridad que había invadido a casi todos los presentes en aquel acto. El demonio se había vuelto extremadamente poderoso y nadie parecía poder, o tal vez querer, resistírsele. Decidido, volvió la vista a la mira, dispuesto a terminar su misión autoimpuesta. Un escalofrío le recorrió la espalda; a través de su mira telescópica, pudo observar desde la plaza cómo aquel demonio había detenido sus arengas y, a pesar de la distancia, le miraba fijamente, con un rictus de odio deformándole el rostro y una actitud desafiante.
¿Cómo era posible? ¿Cómo sabia?... sus preguntas jamás tuvieron respuesta. Un fuerte golpe echo al suelo la puerta de aquella habitación y un grupo de hombres uniformados y armados entraron violentamente.
– ¡Arma! – . Gritó uno de los uniformados. Y cinco disparos acabaron con la vida de aquel hombre que veía el alma en colores y, probablemente, con las esperanzas de la humanidad.
Mientras tanto, abajo en la plaza, el demonio escapaba al futuro, protegido por sus seguidores.
Epilogo
En medio del desconcierto y el miedo, los asistentes a aquella reunión política comentaban entre ellos los extraños acontecimientos recientes. Los disparos que se escucharon en aquel edificio lejano y la repentina huida del candidato fueron el tema de multitud de comentarios desinformados e historias inventadas. El odio y el miedo habían calado tan hondo en aquellas almas que pocos se dieron el tiempo para fijarse en aquella hermosa chica de trenzas negras que vagaba entre ellos, saludándoles, preguntando por los hechos y tratando de calmarles.Pocos se fijaron en aquella chica, y aún menos se preguntaron cómo su miedo, odio y deseo de venganza se transformaban en calma y sosiego tras su contacto. Pocos le dieron importancia a este encuentro y a la esperanza que significaba. Nadie se dio cuenta del arcoíris que, por aquel día, calmó la tormenta.