ll


martes, 13 de mayo de 2025

Instantes...

Hoy la presentí antes que verla.

Su aroma llegó primero, como un susurro antiguo que acarició mi conciencia antes de que su figura se hiciera carne. El mundo, por un instante, respiró distinto.

No hizo falta buscarla con la vista: ya estaba en mí, en la piel erizada, en el pecho vibrante. Esa presencia etérea que influye en todo lo que toca se volvió tangible en una danza floral girando en espiral, dándole vida nueva a todo lo que nos rodeaba.

Era ella, usando aquel perfume como heraldo, proclamando al mundo su presencia, ofreciéndole la oportunidad de prepararse para recibir a su reina.

Y entonces, irrumpió con la extraña fusión de un mazo y una brisa marina. Desbordándome, provocando un cúmulo de sensaciones que mi mente, rendida, dejó pasar sin intentar comprenderlas ni contenerlas.

Solo la sentí. Solo me dejé envolver por esa calidez sin nombre que abrazó mi cuerpo como un recuerdo imposible.

Era ella.

O quizá, la eternidad que venía a mí disfrazada de instante.






¿Quieres Aprender sobre Liderazgo
y otros temas?

sábado, 3 de mayo de 2025

Donde Habita lo Divino.

No sé qué tiene…
pero algo en ella me desarma,
me quiebra con la dulzura de una mirada
y me reconstruye en el mismo instante.

Tal vez sea su andar, tan leve,
como si flotara apenas sobre la tierra,
dejando tras de sí una estela invisible de paz.
O quizá su risa,
que se posa sobre el alma como una brisa delicada,
moviendo lo profundo sin perturbar la superficie.

Su cabellera rizada, larga, viva,
parece tejida por el viento y la nostalgia.
Danzando cuando se mueve,
con sus rizos guardando el eco de una canción olvidada.

Y sus ojos...
ay, sus ojos oscuros.
Son portales nocturnos que llevan,
No a cualquier rincón,
sino al centro mismo del universo.
Contemplarlos es como asomarse
al origen de todas las cosas:
al dolor primigenio,
al amor sin nombre,
al misterio que aún no hemos podido descifrar.

Hay en ella una dulzura serena,
una educación antigua,
una forma de estar en el mundo
que transforma cada gesto en plegaria,
cada palabra en acto sagrado.

Y sin quererlo,
convierte cada deseo en mandato,
sin levantar la voz,
sin siquiera pedirlo.

Su voz…
su voz es un río suave,
una melodía clara que da forma a los nombres
y los vuelve encantamientos.
¡Qué hermoso habría sido oír el mío,
pronunciado por sus labios!

Algo tiene, sí…
algo que no entiendo,
pero que reconozco como inevitable.
Una fuerza que aprisiona sin asfixiar,
que encadena sin hierro ni llave,
que transforma mis sueños
en un reino donde ella es reina y oráculo.

A veces pienso que no es de este mundo,
que es uno de los ángeles del Padre,
un vestigio del cielo caminando entre nosotros
como prueba de que lo divino
puede, de vez en cuando,
vestirse de carne.

Algo tiene…
algo que me busca,
me llama,
me atrapa y me somete.
Y no quiero escapar.

Ese lazo invisible que me une a ella,
sin nudos, sin presión, sin promesas,
es vínculo que no deseo romper.
Aunque no me tenga,
me tiene todo.


martes, 29 de abril de 2025

Una Carta sin Enviar

Para ti, que sigues siendo mi gran amiga... aunque ya no lo parezca.

Te escribo porque el silencio pesa. Porque cada palabra no dicha se  me queda entre el pecho y la garganta, reclamando un lugar donde hacerse verdad.

Te respeto y te quiero, más de lo que imaginas, por todo lo que haces creyendo sinceramente que es lo mejor para mí. Te alejas para protegerme, guardas silencio como quien ofrece refugio, levantas muros suaves e invisibles pensando que ahí, detrás, estoy a salvo. Pero no sabes, no alcanzas a ver, que esa distancia tuya me duele más que cualquier herida directa. Que tu ausencia me hiere justo donde más te guardo.

Y yo, desde este lado, me retiro también. Me callo, me escondo, creyendo que eso es lo que tú deseas y necesitas. Que desaparecer es un acto de consideración. Que no estar es otra forma de quererte. Así seguimos girando en este círculo sin salida. Tú cuidándome a tu manera, yo alejándome a la mía. Nos protegemos tanto que terminamos por herirnos. Nos queremos tanto, que olvidamos cómo permanecer sin rompernos.

Entre los dos seguimos apagando la magia. Día tras día, palabra tras palabra no dicha. Poco a poco, sin misericordia, estamos matando ese lazo que alguna vez fue luz, ese vínculo poderoso que nos permitía cruzar abismos, construir oportunidades, inventar belleza en medio del caos. Somos nosotros, no el tiempo o las circunstancias, quienes estamos dejando que la oscuridad devore lo que alguna vez nos unió.

Sin embargo, cuando pienso en ti. Cuando viene a mi mente esa mujer con los ojos color de la noche, tan hermosos como lejanos, algo en mí aún arde. Como si la amistad, incluso herida, incluso ahora, no quisiera rendirse. Como si esperara, todavía, que alguno de los dos recuerde cómo volver.

No te escribo para pedirte nada. Solo para que sepas que, aunque todo esto esté pasando, sigo aquí. Que lo que fuimos no ha muerto en mí. Y que si alguna vez decides mirar hacia adentro o hacia atrás, vas a encontrarme en el mismo lugar: firme, sincero, sin reproches… con la ternura intacta.

Con afecto,

Yo

martes, 8 de abril de 2025

Demonios

Recostado en su cama, envuelto por una oscuridad que parecía devorar el espacio, el hombre mantenía la mirada fija en un punto inexistente sobre su cabeza. Con sus sentidos agudizados por el miedo, percibía cómo el aire a su alrededor se tornaba denso, envolviéndolo en una especie de sudario invisible que comenzaba a robarle el aliento. 

Con desesperación, se atrevió a mirar a su alrededor tratando de observar el lugar en el que se encontraba, buscando la razón de su desasosiego. Su corazón golpeó sus costillas con furia al observar solo una oscuridad viscosa y opresiva, que rechazaba incluso el más mínimo destello de luz. Ni un pequeño brillo, ni el más mínimo resquicio luminoso parecían atravesar aquella improbable negrura que le rodeaba.

Con gran esfuerzo, movió sus manos, hasta ahora crispadas sobre su pecho, y se aferró con fuerza a lo que parecía ser una sábana que le cubría, buscando un ancla que le permitiera asegurarse al mundo físico, una conexión tangible con la realidad que detuviera la deriva de su cuerpo en lo que le parecía una pesadilla.

Cerró los ojos con fuerza, como si quisiera contener alguna amenaza interior, y se concentró en su respiración. Contó mentalmente hasta cuatro mientras inhalaba, sintiendo el leve ascenso de su pecho, y luego exhaló lentamente, contando hasta seis, tratando de expulsar la opresión que lo asfixiaba. Repitió el ciclo un par de veces, como un mantra silencioso en la negrura, sintiendo como, con cada exhalación su corazón se calmaba y el aire fluía mas fácilmente en sus pulmones.

Más calmado, aguzó el oído, intentando identificar el murmullo habitual de una casa, una calle, algo que revelase un mundo físico a su alrededor. Intentó al menos percibir el leve movimiento del aire sobre su piel, la sutil diferencia de temperatura en distintas zonas de la habitación. Nada. Era como si el espacio a su alrededor se hubiera vuelto estático, inmóvil, como si el propio aire hubiera contenido la respiración.

De pronto, algo cambió. No fue un sonido, ni un movimiento visible en la negrura absoluta. Fue una sensación, una punzada fría que se clavó en la base de su nuca y se extendió por toda su espina dorsal. Sintió que el aire a su alrededor se condensaba, como si una presencia invisible hubiera llegado, desplazando la quietud con su existencia. La certeza lo invadió como una ola helada: ya no estaba solo. 

Una presión sutil se posó sobre su pecho, no el peso conocido de la ansiedad ya controlada, sino algo externo, malévolo, que se había acomodado a horcajadas sobre él. Un escalofrío recorrió su cuerpo, un terror primitivo, instintivo, que le gritaba peligro. Intentó moverse, pero sus músculos estaban agarrotados, paralizados por un miedo que trascendía lo racional. Era como si una fuerza invisible lo mantuviera inmovilizado, disfrutando de su creciente angustia. 

Sintió un ligero cambio en la temperatura cerca de su rostro, un aliento helado que no era el suyo. Un hedor sutil, casi imperceptible, rancio y antiguo, envolvió sus fosas nasales.  Sintió como aquel ser invisible se inclinaba sobre él, y en lo más profundo de su mente, escuchó estas palabras:

"Soy la carta escrita que nunca se envió,
el suspiro escondido que nadie adivinó.
Soy mirada anhelante que no encuentra eco,
el puente invisible al huidizo afecto.
Soy ofrenda silente en un altar vacío,
el canto sin aire en un silencioso nido.
Soy la espera constante de la mirada ajena,
la flor solitaria que a nadie serena.

 .- ¿Quién soy? Falla, y cada noche vendré a devorar lo poco que queda de ti… acierta y serás libre.

Con las garras de la ansiedad intentando asfixiarlo una vez más, una claridad inesperada floreció en el interior del hombre. El acertijo de aquel demonio invisible, en vez de enigma desalentador, resonó en su mente con una tonalidad diferente, despojado de su veneno.

Es que, en aquel momento, el hombre recordó. Recordó al viejo enemigo que, noche tras noche, sin falta acudió a torturarle en sus pesadillas, a recordarle lo que había perdido, a destruir lo poco que quedaba de su espíritu tratando de atarlo definitivamente en aquella oscuridad y evitando su reconstrucción. Noche tras noche había venido. Y, noche tras noche, aquel demonio había ganado.

Pero aquella noche sería diferente.

Con voz firme, nacida de la profunda e inconsciente cicatriz de incontables noches de ansiedad, el hombre respondió. Las palabras, meditadas en secreto durante breves respiros de vigilia, se alzaron firmes en la negrura de su pesadilla: 

- ¡Te llamas desamor... y ya no tienes poder sobre mí!

Al pronunciar la última sílaba, una cálida oleada de energía recorrió su cuerpo, liberándolo de la opresión en su pecho y la rigidez que hasta ahora habían atenazado sus músculos. Las sombras a su alrededor se replegaron, perdiendo su forma amenazante. Sintió cómo los lazos invisibles que lo ataban se rompían, liberándolo de su yugo… aquel demonio invisible, ya no estaba.

Abrió los ojos. La oscuridad había desaparecido y reconoció nuevamente su habitación. Una luz suave se filtraba a través de las cortinas y el brillo de  un nuevo amanecer inundaba el espacio, tiñendo las paredes de tonos rosados y naranjas. Una promesa vibrante de un nuevo comienzo.

Por la puerta de su balcón, los primeros rayos del sol dibujaban un horizonte de esperanza, anunciando un nuevo día… un nuevo comienzo libre de cargas. Ahora, era libre. 







¿Quieres Aprender sobre Liderazgo
y otros temas?

domingo, 2 de marzo de 2025

La papelera (Microrrelato)

La papelera, abarrotada, negó refugio al papel arrugado que voló hacia ella, dejándolo caer al suelo junto a media docena más de hojas maltratadas. Las hojas caídas, junto a las que colmaban aquel depósito de fracasos, daban mudo testimonio de la sequía creativa que consumía al hombre sentado frente al escritorio.

El desastroso estado de su cabello y barba, así como la camisa desabotonada y arrugada, combinaban con los vasos de café vacíos y los platos sucios que lo rodeaban. Juntos, componían un cuadro que proclamaba con elocuencia las largas horas que había consagrado a aquel arduo menester. 

Con la cabeza entre las manos, el hombre escrutaba su cerebro buscando entre sus recuerdos un destello de la musa que le devolviera las palabras perdidas. Pero solo encontró el vacío. 

Había ofrendado cada ápice de su ser, alma y corazón, construyendo un universo de devoción para aquella mujer que había sido su todo. Y aquel universo, aquel mundo mágico, se desmoronaba por la falta de atención, ignorado por aquellos hermosos ojos del color de la noche que lo alimentaban. 

Con el dolor en los ojos, leyó la única línea en el papel sobre la mesa: 

Yo la amaba

Con desesperación arrugó el papel y lo arrojó al cementerio de tristezas en la papelera al fondo… y escribió en una nueva hoja

Ella eligió. Yo no supe hacer que me amara

y colocando nuevamente la cabeza entre sus manos, escrutó su cerebro, tratando de encontrar la musa que había perdido…










¿Quieres Aprender sobre Liderazgo
y otros temas?

martes, 4 de febrero de 2025

El Baúl: Una historia de Piratas

Sentado en el piso de su camarote, apoyando la espalda en la pared, el hombre estudiaba atentamente la herida en su pierna. Con cautela derramó sobre la carne lacerada de su pantorrilla media botella del horrible destilado que, a falta de otro recurso, había utilizado hasta ahora como antiséptico.

No sintió dolor alguno. Con aprensión, oprimió los bordes de la herida. Un líquido oscuro y fétido brotó a la superficie, revelando trazos de sangre coagulada. Un olor nauseabundo invadió sus fosas nasales, confirmando lo que ya era evidente: la infección se había extendido.

Sin preocuparse demasiado, el hombre envolvió la pierna herida con un trapo limpio, asegurando el rustico vendaje con un nudo apretado. Para finalizar la cura, después de darle un largo trago, empapó la tela con el aguardiente restante. 

Poniéndose de pie sin dificultad, pensó para sí:

Al menos ya no duele, y aun responde.

Ja –. Rió, mientras le daba a su pierna herida un par de golpes cariñosos con la palma de su mano

Ahora si me convertiré en un verdadero Pirata a la antigua, con pata de palo y todo.

Un Golpe fuerte y seco en el exterior le sacó de sus cavilaciones. Cauteloso, el hombre se pegó a una pared del camarote y, sin pensarlo, echó mano de una pistola hasta ahora oculta en su cintura apuntando con mano firme hacia la puerta.

Ya lárguense,  o nos vamos a morir todos –. Gritó hacia el exterior.

No moriremos todos, Capitán –. Obtuvo como respuesta. 

Solo usted, y tal vez uno o dos de nosotros nada más. Pero, si entrega lo nuestro, viviremos todos

No tenía esperanzas de entendimiento con sus enemigos. Sabía exactamente quienes eran, los había comandado durante casi veinte años. Juntos se habían ganado el nombre de “Piratas” estableciendo su régimen de terror en todo lugar donde su barco pudiera llegar.

Un régimen del que nadie escapa, ni siquiera el Capitán Pirata, el más temido de los mares. Él, que había desafiado a la muerte tantas veces, también se vio atrapado. Sabía que no había escapatoria, pero aun así, lo había intentado.

Trató de comprar su retiro con las riquezas que había resguardado en aquella isla desierta. Sacos de oro y joyas, producto de la rapiña, y que sus compañeros se repartieron vorazmente impulsados por la codicia. Pero no fue suficiente. Sabían que su capitán se había guardaba algo para sí, tan valioso que había entregado todo lo demás solo para conservarlo. 

No lo permitirían; si osaba abandonarlos, no se llevaría nada.

Tuvo que huir hacia su barco, cargando consigo aquel baúl que sus antiguos compañeros codiciaban, seguros de que su valor superaría todas las riquezas en la isla. Se había atrincherado en su camarote escudándose tras el miedo que sabía  infundía, un miedo alimentado por su leyenda. Pero la tregua había terminado. Sus enemigos, decididos, lo cercaban, listos para acabar con él.

Un golpe brutal reventó la puerta del camarote, astillándola en mil pedazos. Sus enemigos irrumpieron disparando a ciegas, desatando un infierno de humo y balas que resonó durante minutos hasta que el silencio volvió a reinar en el ambiente.

Tres atacantes quedaron en medio de la habitación y, contra la pared, con una sonrisa congelada en el rostro, yacía el Capitán Pirata que quiso comprar su destino. Los sobrevivientes, ajenos al horror a su alrededor, rodeaban al baúl con el rostro descompuesto por la codicia. 

Con mano temblorosa, un marinero, corpulento y tosco, empuñó su pistola y golpeo la cerradura varias veces hasta hacerla saltar. Un sutil clic, imperceptible por los emocionados observadores, surgió del baúl en el instante en que la tapa se abría, exponiendo el ansiado contenido.

Con el rostro demudado por el pánico, los hombres se apartaron bruscamente del baúl al identificar su contenido: un conjunto de pequeños cilindros cubiertos de un polvo grisáceo. Aquello era inconfundible, el último vestigio de los explosivos que utilizaban para atacar y saquear navíos. En cantidad suficiente para enviar a pique diez barcos como aquel en el que se encontraban, y un mecanismo de relojería cuyo conteo regresivo estaba a punto de culminar.

Con cara resignada el marinero corpulento miró a los demás y, casi jocosamente, expresó la verdad que acababa de comprender:

El puto capitán nos jodió al final  

Un clic y un chispazo en el baúl, se llevó al otro mundo la respuesta de sus compañeros.

En la Isla, unos ojos hermosos, color de noche, parpadearon ante la gigantesca explosión que hizo volar en pedazos aquel barco pirata. Un par de lágrimas se deslizaron por la mejilla de la mujer que observaba el final de aquella historia, revelando la tristeza que le atenazaba el corazón. Sin querer ver más, con esfuerzo, obligó a su menudo cuerpo a descender por el risco escarpado y rápidamente se dirigió a la playa donde un pequeño bote le esperaba. Con una fuerza impensable para su baja estatura, la chica empujo la embarcación hacia el agua, extendiendo la vela con habilidad y adentrándose en el mar con destino desconocido. 

Sin mirar atrás, sus pensamientos se centraron agradecidos en los momentos vivídos con aquel hombre que había sido su mundo. El hombre que había hecho el sacrificio supremo por su seguridad. El hombre que, hasta el último aliento, la había llamado “Su Tesoro” y gracias al cual, ahora era libre.






Aporte para el reto
del Mes Febrero de 2025 en


¿Quieres Aprender sobre Liderazgo
y otros temas?

domingo, 19 de enero de 2025

La Cornisa

Como si de mil agujas de hielo se tratara, el viento flageló el rostro cansado del hombre cuya espalda, ajena al suplicio, permanecía pegada a la abrupta pared de roca. El tiempo se había desdibujado desde su caída por el precipicio que, en la mañana, había atraído su mirada con irresistible curiosidad. Sin embargo, el sol, en su lento declive, le confirmaba una estancia de más de diez horas bajo la brisa marina y el implacable frío.

La estrecha cornisa que, milagrosamente, le había ofrecido un respiro en su caída al vacío, poco a poco redujo su eficacia a medida que el cansancio se apoderaba de su cuerpo reduciéndose a un exiguo lecho de piedra bajo sus pies entumecidos. Desde aquel instante en que quedó suspendido entre el cielo y el mar, la inmovilidad se había transformado en una tortura silenciosa de calambres, recuerdos y pensamientos fatalistas, mientras el aliento helado del océano le empapaba y le envolvía en una soledad implacable.

Es que la euforia y la adrenalina iniciales, que le permitieron aferrarse a la cornisa, se habían disipado poco a poco, dando paso a una profunda impotencia y a la sombría certeza de un final ineludible. Sabía que sus piernas, exhaustas, pronto cederían bajo el peso de su cuerpo, y la negrura abisal que se abría metros abajo lo engulliría para siempre.

Sin embargo, a pesar de todo, el hombre plantaba cara desafiante al viento resistiendo su embestida con terquedad. Solo el reflejo involuntario de sus párpados le impedía abrir los ojos y mirar de frente la furia que lo azotaba. Pero su postura, tensa aunque inmóvil, revelaba una entereza inquebrantable. La inmovilidad forzada no había mermado su espíritu; en su mente, refugio inviolable durante las últimas horas, cada etapa de su vida había sido minuciosamente revisada. Cada decisión, cada triunfo y cada derrota fueron sopesados bajo el rugido constante del océano… y, en la balanza final, su vida se le había revelado provechosa.

Estaba listo para partir y por más que gritara y rugiera, ni siquiera el océano, con todo y su furia le vería derrotado.

Solo había algo. Algo que, de cierta forma, se convertía en el cabo suelto que su vida reclamaba y que, llegada lo que consideraba su la hora, le hacía aferrarse con obstinación a aquella cornisa. Y, cosa extraña, aquel algo tenia hermosos ojos y un precioso cabello oscuro que reflejaba físicamente la rebeldía e indomabilidad que alimentaba el espíritu de su dueña.

Y es que aquel ángel con ojos de noche se había convertido para el hombre en un desafío mucho mayor que esa cornisa que, por el momento, se había convertido en su incomoda aliada. Se había prendado de su dulzura, de ese candor elemental que la hacía mirar al mundo en colores aun cuando el mundo se empeñaba en mostrarle a veces sus peores grises y ocres.  Había unido su corazón al de ella con tal fuerza que, por instantes, parecía latir exclusivamente al compás del suyo..

Una ráfaga de viento, más intensa que las precedentes, desprendió esquirlas de roca que, al impactar sobre su cabeza, lo arrancaron de sus cavilaciones. Maldiciendo en silencio, intentó apoyarse en una sola pierna, mientras movía la otra en un vano intento de aliviar el dolor punzante que le atenazaba las pantorrillas. Si el mar reclamaba su vida, tendría que arrebatársela con violencia. Él resistiría hasta el último aliento… 

¡Que cosas! –. Pensó, intentando esbozar una sonrisa. Aquella chica le había infundido ánimos y renovadas esperanzas cuando se tambaleaba al borde de los abismos metafóricos de su vida. Ahora, frente a este abismo real, oscuro y amenazante, solo su recuerdo ejercía el mismo poder. Apenas la evocación de aquellos ojos hermosos, mirándolo con cariño, bastaba para insuflar aliento a su espíritu exhausto.

Volviendo a afirmarse con ambos pies en la cornisa y aferrándose con los dedos a la áspera pared que lo respaldaba, se sumergió de nuevo en los recuerdos de la muchacha. Si su destino era caer, lo afrontaría abrazado a la belleza de esos pensamientos, no atrapado por los ecos del miedo y el dolor.

Se había prendado de aquella chica, había hecho todo por ella convirtiéndola en el centro de su vida…pero nunca se había atrevido a intentar llegar con ella a algo más que una “Sincera Amistad”. No por miedo a un rechazo, había tenido suficientes en la vida como para aprender también  a valorarlos. Su temor más grande con aquella chica, algo nuevo para él, era el no ser suficiente para ella. No ser digno de esa maravilla que el padre había puesto a su alcance y no tener lo necesario para ayudarla a crecer a su lado. Condición esta última,  esencial para merecer siquiera rozar su mano.

Apabullado por ese gran temor, tuvo que sufrir el verla sonreír a otros con amor, consentir sus pasos a su lado y prodigarles el brillo de esos ojos de noche que tanto amaba. Tuvo que presenciar cómo otros velaban por ella, mientras él se consumía en el anhelo de abrirle el mundo y conducirla de la mano para que se proclamase su dueña.

Y ahora, al final, ese gran temor se le antojaba el último reclamo que se le haría en el juicio póstumo de su vida. Nunca sabría si el miedo le evitó la decisión de su vida o, lo que es peor, de la vida de aquel ángel hermoso. Tenía muchas cosas que enseñar, mucho que dar y de alguna manera aquel miedo pudo haberlo evitado. 

Un dolor súbito y agudo en la pantorrilla derecha, mucho más fuerte que los anteriores, le arrancó un grito de dolor. Apoyándose con dificultad en el pie izquierdo, intentó aliviar la presión sobre la pierna dolorida, buscando inútilmente un respiro, aunque fuese fugaz. Esta vez el intenso dolor persistió. Enderezándose con esfuerzo, abrió los ojos al horizonte oscuro, dominado por el rugido ensordecedor de las olas… El final se acercaba; sus fuerzas no resistirían mucho más.

Con determinación, elevó los brazos rectos, trazando con ellos el contorno de la pared hasta adoptar la forma de una cruz, en un gesto que evocaba la fe de sus padres. Decidido a que el miedo y la desesperación no marcaran su final, invocó en sus pensamientos las más hermosas imágenes de su ángel de los ojos de noche, invocando la paz y belleza de espíritu que siempre hacían aflorar en su alma. Como última elección, cruzaría al otro lado en las alas del amor. Era su derecho.

Encomendándose a la divinidad,  desbalanceó su cuerpo inclinándose hacia el vacío… iniciando el camino a la eternidad. 

Un impacto brutal lo estrelló contra la cornisa, deteniendo su caída en el último instante. Apenas consciente, sintió una presión sorda, de algo grande y pesado, que lo aplastaba contra la pared rocosa, mientras un clamor confuso y luces cegadoras descendían desde la cima del acantilado, el mismo punto desde donde se había precipitado.

Desorientado, notó el súbito tirón de una cuerda que se apretaba alrededor de su torso, y una voz, desgarrándose la garganta, resonó cerca de su oído, luchando contra el estruendo del oleaje:

¡Calma! ¡Estamos aquí! ¡Te pondremos a salvo! ¡Vamos a subirte!

Casi sin enterarse, el hombre fue izado lentamente hasta alcanzar terreno seguro. Un equipo de rescatistas, después de horas de tensa labor, había urdido y ejecutado un arriesgado plan para rescatarlo. El estruendo incesante de las olas le había ocultado su presencia desde su precaria atalaya, metros más abajo, pero la arriesgada maniobra había culminado, afortunadamente, con éxito.

Dentro de una ambulancia, con ropa seca y arropado con una cobija térmica, el agotado hombre no podía dejar de ver el teléfono con el que la chica que había curado sus pies pasaba el reporte médico a sus superiores. Aun no comprendía completamente lo que había ocurrido y aquella situación le parecía irreal. Aun esperaba, en cualquier momento, sentir el agua del abismo en la cara y seguir su camino al otro lado.

Sin embargo, solo había una manera de convencerse de que aquello era real… 

¿Me lo prestas? –. Dijo a la chica, señalando el teléfono que acababa de dejar.

Ya con el Móvil en la mano, lo observó por un rato hasta que, decidiéndose, marcó rápidamente un número y se lo llevó al oído. Su cara de preocupación se ilumino al escuchar que alguien contestaba.

Hola, soy yo. ¿Cómo estás?. – Más calmado al escuchar aquella voz, se sentó en la orilla de la camilla y siguió la conversación. – Pues la verdad, si estuvo interesante el paseo, observé las olas muy de cerca

Mientras conversaba, pensó que se le había dado una segunda oportunidad y que no podía desaprovecharla. Así que, sin pensarlo dos veces, se lanzó 

Oye, te invito a cenar, necesitamos hablar…. Pues para comenzar, que dejes al novio ese que tienes y te vengas conmigo. Tengo mucho que compartir contigo… ¿Qué cosas?, Pues, por ejemplo, el mundo si lo quieres..

Y así, aquella cornisa, aquel borde en el acantilado, se erigió en una metáfora divisoria de su vida, trazando una línea nítida entre el antes y el después de la aceptación de su destino.


jueves, 9 de enero de 2025

Bhekisizwe (Microrrelato)

Bajo la sombra de aquel baobab, el anciano Bhekisizwe, sentado abrazando sus rodillas, contemplaba a su aldea extendiéndose a sus pies. Con tristeza, evocó sus años de ingane, cuando comenzó su leyenda al vencer chacales que lo superaban en número, tamaño y fuerza. Aún se contaban las historias del niño guerrero que, al hacerse hombre, había traído honor y gloria a su gente.

Pero todo aquello era ahora distante. Su tiempo parecía agotarse, y nadie reclamaba ya su ayuda o consejo. Una vida de victorias parecía reclamarle ahora su rendición y aparente inutilidad.

Un movimiento repentino lo distrajo de su introspección. Un grupo numeroso emergía de su aldea avanzando hacia él. Con el corazón palpitante reconoció a su hijo mayor, el actual induna, y al consejo de ancianos liderado por su propio padre. Seguidos por el resto de los aldeanos entonando un cántico jubiloso.

El grupo guardó silencio ante Bhekisizwe, quien, consciente de la importancia de la comitiva, se puso en pie. Su hijo y su padre, majestuosos y orgullosos, extendieron sus manos proclamando:

— Bhekisizwe Ndlovu, te invitamos a ocupar tu lugar en el consejo de ancianos. ¡Por los ancestros!

Con el pecho henchido de orgullo, respondió:

¡Por los ancestros! Acepto mi lugar en el consejo.

Así, entre aclamaciones, la aldea entera lo acompañó hasta su merecido puesto entre ellos.

Sin detenerse, el anciano dirigió una última mirada al viejo baobab dejando allí sus dudas. Seguro y fortalecido, siguió luego el camino de un nuevo capítulo en su extraordinaria vida.






Aporte para el reto
del Mes Enero de 2025 en
(Un micro de máximo 250 palabras en torno a la vejez y sus desafíos)



domingo, 5 de enero de 2025

El Despertar

Un furtivo rayo de sol, filtrándose por la ventana, irrumpió espantando la penumbra de aquella habitación. Con precisión casi deliberada, iluminó el rostro del hombre que dormía plácidamente, envuelto hasta el cuello en un manto de cálidas cobijas que lo protegían del frío de la noche que agonizaba.

La luz, implacable, irrumpió en sus párpados cerrados, asaltando inmisericorde su sueño. Instintivamente, el hombre alzó las manos hacia su rostro, buscando refugio contra aquella intrusión. Bajo las cobijas, un lento oleaje de estiramientos y leves temblores delató su despertar a regañadientes, los ojos aún sellados mientras emergía, poco a poco, del abismo de sueños en el que se había sumergido durante la noche.

Tratando de vencer la modorra que lo atenazaba, por fin abrió los ojos, aprovechando que el rayo de luz se había retirado y seguido su camino, liberándolo de su momentáneo dominio. Con la mirada fija en el techo, intentó reactivar sus pensamientos, aún renuentes a regresar al mundo tangible que habitaba. Su cerebro aun parecía estar en aquel otro mundo de sueños y se negaba rotundamente a materializarle en este mundo real. 

¿Real? –, Pensó para sí. 

Extrañamente, entre las brumas del duermevela, la historia de Zhuang-Zhou surgió en su mente como una representación teatral de su propia vida. Al igual que el filósofo, en aquel instante dudó si era un hombre que había soñado ser una mariposa o, por el contrario, era solo una mariposa soñando despertar como hombre.

Es que su cerebro, aún bajo el peso de un sopor somnoliento, se aferraba al sueño vivido en los últimos días, tal vez solo unas horas en aquel "otro" mundo. Un sueño en el que la vorágine de sentimientos que lo inundaba había obliterado toda conciencia y todo contexto que no resonara con sus deseos y necesidades. Un sueño en el que habría renunciado a todo por una improbabilidad inalcanzable.

Aun inmerso en esa intensidad, sabía que el despertar era inevitable. Obligando a su cuerpo a responder, empujó las cobijas y, literalmente, se lanzó fuera del lecho. O al menos lo intentó. Su cuerpo, rebelde, permaneció sentado a la orilla de la cama varios minutos tratando de reunir las fuerzas necesarias para ponerse de pie.

ufff, que duro que pegó ese sueño. Ni en las peores crudas me he sentido así –. Dijo en voz baja, cuestionando su debilidad al permitirse perder tanta energía.

Sonriendo, recriminó mentalmente a cuerpo y espíritu por no aceptar lo inevitable. Haciendo un gran esfuerzo de voluntad, se puso definitivamente de pie dispuesto a ya no dejarse llevar por la modorra y, decidido,  dedicó los siguientes minutos a asearse y recomponerse. 

Ya bien despierto, con una taza de café negro y humeante en la mano, el hombre salió al balcón buscando el tibio abrazo del sol, agradecido por aquel delgado rayo matutino que lo despertó a la vida. Desde allí, contempló en el patio las cenizas, aun humeantes, de la fogata que había mantenido encendida hasta la noche anterior. Aquel fuego, ahora casi extinto, había sido un centro de reunión, un espacio para compartir con amigos y desahogar el alma. Y él, absorto en su sueño, había permitido que se consumiera, quemando madera sin control, usando combustibles inapropiados y olvidando su propósito.

Apurando su café, bajó al patio y buscó con ahínco algo con que alimentar su fogata tratando de revivir su fuego. Algunas tablas recicladas y unos pocos restos de noches de tertulia pasadas permitieron que el fuego se avivase y reviviese la esperanza en el corazón del hombre. Cuidadosamente, cogió el hacha, y recogió y preparó más madera para alimentar el fuego sin dejar que se apagara, estaba agradecido, aun había mucho con que alimentarla.

Exhausto, al caer la noche, preparó un grueso leño, listo para alimentar la hoguera cuando comenzara a languidecer. De vuelta en casa, desde el balcón, escrutó el patio con creciente expectación. Sus esperanzas no tardaron en verse colmadas. Lentamente, un cortejo de sombras fue cercando el fuego, hasta que una multitud silenciosa inundó el espacio. El corazón le latió con fuerza, una sonrisa iluminó su rostro ante aquel espectáculo: cada sombra representaba una historia, un motivo, una chispa que reavivaría su propia llama. Sus amigos habían regresado, o siempre habían estado allí, ¿Quién sabe?… y con ellos, él mismo..

Satisfecho, el hombre se fue de nuevo a la cama sin temor. Esta vez sus sueños serían diferentes. En la mañana se sumaria nuevamente a los que cuentan historias alrededor de su fogata. 


sábado, 4 de enero de 2025

Ojos de Noche

Golpea usted con fuerza, amiga mía. Muy fuerte, aunque estoy seguro de que ya lo sabe. A estas alturas, incontables guerreros deben haberse perdido en la hermosa inmensidad de esos ojos de noche, dos abismos nocturnos capaces de atar almas con hilos de seda y someter corazones con la dulzura de un hechizo.

Es que golpea usted con fuerza, amiga mía. Son esos ojos, ojos de noche. Esas hogueras que arden con una intensidad que ciega. Es ese brillo intenso que parece intentar ser Bandera de peligro ondeando al viento. Un aviso incandescente que parece decir "Acércate, si te atreves, y arde en mis llamas". Solo que ¿Quién, ante tal espectáculo de fuego y misterio, podría reprimir la osadía de acercarse?. Vana advertencia entonces, ya que solo verse  reflejado una solo vez en esos hermosos ojos de noche es condena permanente.

Golpea usted con fuerza, amiga mía. No con la brutalidad de un puño, ni con la frialdad de un arma. Su poder emana de un lugar más recóndito, más profundo: de esa dulce candidez, esa pureza que, como un mandoble de terciopelo, desarma al guerrero más impávido, sometiéndole a la dulce esclavitud de su esencia. Sí, amiga, su fuerza reside en esa hechizante dulzura, un bálsamo que doblega voluntades con la delicadeza de una caricia, y en esa sonrisa, recompensa luminosa que colma cualquier anhelo con la generosidad de un amanecer, conjurando de antemano cualquier posible resistencia a la entrega total.

Golpea usted con fuerza, amiga mía. Con una fuerza que a menudo escapa a nuestra percepción consciente. Es que no hay refugio posible ante la noche estrellada que habita en sus ojos, un abismo sin orillas donde toda elección se desvanece. En el instante en que la mirada se posa en esas bellezas oscuras, usted se convierte en el universo entero, y su sonrisa, en la única estrella que guía. Sumergirse en las aguas profundas de su mirada es renunciar a todo otro aliento que no sea el suyo. Un solo instante reflejado en la noche de sus ojos, ojos de noche, y el mundo entero palidece, tiñéndose únicamente del brillo que emana de ellos.

De verdad que golpea usted con fuerza, amiga mía. Y uno ni siquiera se da cuenta… hasta que ya no se mira en esos ojos de noche. Entonces, el vacío se abre ante nosotros: sentido, voluntad, guía, motivación… todo nuestro universo se queda allí, con usted, en la inmensidad de su mirada. Todo se queda allí con usted y, con nosotros, solo ecos. Ecos de su presencia en cada paso, en cada instante, en cada rincón. Ecos de su candidez, su dulzura, su poder y, desesperación máxima. Vívidas reminiscencias de la noche profunda de sus ojos, pozos de amor dulce que se vuelven nuestro todo.

Es entonces, amiga mía, cuando comprendemos en realidad la magnitud de su impacto, la profunda herida que su ausencia deja… Lo duro que usted golpea.

Qué condena más cruel es esta, la de ya no encontrar mi reflejo en la hermosura de sus ojos, amiga mia. No existe sendero alguno que conduzca a la supervivencia sin dejar atrás, como tributo en un campo de batalla devastado, fragmentos del alma y jirones del corazón. Imposible salir indemne de este encuentro, y seguir siendo el mismo hombre, el mismo guerrero que por primera vez se miró en la profundidad de esos pozos de cariño. No hay escondite, ni distancia, ni rincón del mundo donde perderse sin ser hallado… la huella del dolor sería un camino demasiado fácil de rastrear… y la lejanía solo profundizaría la herida, convirtiéndola en un abismo insondable.

Si, amiga mía. Golpea usted con fuerza. Con mucha fuerza, aunque estoy seguro de que ya lo sabe… allí, desde la distancia que yo mismo impuse, sabe que no tengo salida. Sabe que no puedo luchar contra el hechizo de esos ojos de noche, que haga lo que haga no hay manera de librarse de ellos. Si, amiga mía, usted sabe que no puedo. 

Y también sabe que, la verdad, tampoco quiero. 

No quiero en realidad liberarme, no quiero perder esa dulzura, esa candidez, ese poder detrás de sus ojos de noche. No quiero rechazar esa maravilla que Dios mismo parece haber colocado a mi alcance para, de alguna manera, provocar el renacimiento de mi mejor versión. Confieso, amiga mía, que prefiero el corazón partido en dos estando a su lado que alma y corazón en retazos lejos de usted. 

Quiero mirarme de nuevo en esos ojos de noche, someterme a usted, volver a la tranquila esclavitud de su dulzura y su nobleza. Quiero volver a usted amiga mía, rendido sin condiciones.

Quiero volver a mirarme en esos ojos hermosos, ojos de noche.  Quiero volver a vivir, amiga mía…  Y no me importa como condición tener que llamarla así aun cuando las dos partes en que se ha demediado mi corazón la llamen a gritos de otra forma.

De verdad que golpea usted duro, amiga mía… de verdad que sí. 

martes, 31 de diciembre de 2024

Una Historia de Noche Vieja (Relato Corto)

Aquella celebración había crecido en intensidad con cada hora trascurrida a medida que el último día del año llegaba a su fin. El licor fluía aun generoso, mientras las bandejas de entremeses, dispuestas sobre la mesa, invitaban a prolongar el brindis una y otra vez. 

A esa hora, ya el alcohol hacía estragos entre los asistentes, y la alegría, desbordante, anticipaba un nuevo año cargado de promesas y triunfos. Solo un hombre, ajeno a sus efectos, se unía a cada brindis con la misma vehemencia que los demás, empuñando con firmeza cada vez un vaso de refresco de cola. Sus vítores resonaban con igual fuerza, pero con una claridad y dicción impecables, inmunes a la embriaguez general.

Tras una tarde de inútiles persuasiones, los demás habían desistido de incorporarlo a su juerga. Impertérrito, aquel hombre parecía hallar tanto placer en su suave refresco como ellos en la embriaguez de los múltiples licores que animaban la celebración. Rechazaba con cortesía cada ofrecimiento, con una velada mirada de rencor hacia la bebida, sin dar explicación alguna a sus compañeros. 

Algo sin embargo, bajo aquella máscara de aparente alegría, diferenciaba a aquel hombre del resto de los invitados además de su obstinación abstemia: entre brindis y brindis, se sumía en sus pensamientos, a veces esbozando una sonrisa enigmática, otras con la mirada perdida en la lejanía o simplemente con los ojos cerrados en aparente búsqueda interior.

En realidad, no se consideraba abstemio o particularmente refractario de alguna manera a la bebida. Hasta hace algunos días apenas, se habría comportado exactamente como sus compañeros. De verdad que habría disfrutando de aquella celebración confiando su diversión y la construcción de un ambiente festivo adecuado a las cualidades de un buen licor. 

Sin embargo, aquel día, el licor que siempre había sido sinónimo de celebración y camaradería había alcanzado para él el grado de traidor. Se sentía profundamente desconfiado, y habría de transcurrir mucho tiempo antes de que pudiera reconciliarse con él y permitirse, de nuevo, el placer de un brindis en una ocasión festiva como aquella.

Es que aquel licor, el que siempre había confiado a su temple, lo había traicionado, desbordando sus límites y arrebatándole algo irremplazable. Algo más allá de su honor o cualquier cosa material. Algo por lo que habría dado todo para poder recuperar. Aquel licor que ahora rechazaba y odiaba le había arrebatado lo más importante para él… le había quitado un recuerdo.

No era una gran historia, ciertamente, lo que se había llevado. Ni siquiera un recuerdo con la fuerza de cambiar un destino. Nada que, en el océano de sus días, otros hubieran valorado. Pero para él, era un universo entero. Es que esa sombra en su memoria era un eco de ella… de una de las presencias más hermosas que había conocido. Un instante fugaz, una conversación intrascendente, un mensaje en el espacio, apenas un eco de palabras que sin embargo, para él, lo significaban todo. Y aquel maldito licor, como un ladrón silencioso, se había llevado consigo ese hermoso susurro en una noche de excesos.

Por eso aquel hombre brindaba por el año que se despedía con su refresco de cola, gritando y celebrando como los demás, sin haber probado una gota de alcohol. Por eso, entre brindis y brindis, se ensimismaba. Por eso, su mirada se perdía en la lejanía o simplemente cerraba los ojos… El hombre, aquella noche, solo buscaba en las sombras de su mente los rastros de aquellos mensajes que, un día, el licor le había arrancado. 

Silenciosamente se prometió a si mismo que ni una fracción de segundo más de sus recuerdos de ella se perderían, eran demasiado valiosos e irrepetibles…

Levantándose, llenó su vaso con más refresco de cola y se unió al coro que brindaba… 

¡Por los recuerdos valiosos que nos deja el viejo año y los que nos traerá el nuevo!... 

¡Feliz Año!

 ;-)