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jueves, 9 de enero de 2025

Bhekisizwe (Microrrelato)

Bajo la sombra de aquel baobab, el anciano Bhekisizwe, sentado abrazando sus rodillas, contemplaba a su aldea extendiéndose a sus pies. Con tristeza, evocó sus años de ingane, cuando comenzó su leyenda al vencer chacales que lo superaban en número, tamaño y fuerza. Aún se contaban las historias del niño guerrero que, al hacerse hombre, había traído honor y gloria a su gente.

Pero todo aquello era ahora distante. Su tiempo parecía agotarse, y nadie reclamaba ya su ayuda o consejo. Una vida de victorias parecía reclamarle ahora su rendición y aparente inutilidad.

Un movimiento repentino lo distrajo de su introspección. Un grupo numeroso emergía de su aldea avanzando hacia él. Con el corazón palpitante reconoció a su hijo mayor, el actual induna, y al consejo de ancianos liderado por su propio padre. Seguidos por el resto de los aldeanos entonando un cántico jubiloso.

El grupo guardó silencio ante Bhekisizwe, quien, consciente de la importancia de la comitiva, se puso en pie. Su hijo y su padre, majestuosos y orgullosos, extendieron sus manos proclamando:

— Bhekisizwe Ndlovu, te invitamos a ocupar tu lugar en el consejo de ancianos. ¡Por los ancestros!

Con el pecho henchido de orgullo, respondió:

¡Por los ancestros! Acepto mi lugar en el consejo.

Así, entre aclamaciones, la aldea entera lo acompañó hasta su merecido puesto entre ellos.

Sin detenerse, el anciano dirigió una última mirada al viejo baobab dejando allí sus dudas. Seguro y fortalecido, siguió luego el camino de un nuevo capítulo en su extraordinaria vida.






Aporte para el reto
del Mes Enero de 2025 en
(Un micro de máximo 250 palabras en torno a la vejez y sus desafíos)



domingo, 5 de enero de 2025

El Despertar

Un furtivo rayo de sol, filtrándose por la ventana, irrumpió espantando la penumbra de aquella habitación. Con precisión casi deliberada, iluminó el rostro del hombre que dormía plácidamente, envuelto hasta el cuello en un manto de cálidas cobijas que lo protegían del frío de la noche que agonizaba.

La luz, implacable, irrumpió en sus párpados cerrados, asaltando inmisericorde su sueño. Instintivamente, el hombre alzó las manos hacia su rostro, buscando refugio contra aquella intrusión. Bajo las cobijas, un lento oleaje de estiramientos y leves temblores delató su despertar a regañadientes, los ojos aún sellados mientras emergía, poco a poco, del abismo de sueños en el que se había sumergido durante la noche.

Tratando de vencer la modorra que lo atenazaba, por fin abrió los ojos, aprovechando que el rayo de luz se había retirado y seguido su camino, liberándolo de su momentáneo dominio. Con la mirada fija en el techo, intentó reactivar sus pensamientos, aún renuentes a regresar al mundo tangible que habitaba. Su cerebro aun parecía estar en aquel otro mundo de sueños y se negaba rotundamente a materializarle en este mundo real. 

¿Real? –, Pensó para sí. 

Extrañamente, entre las brumas del duermevela, la historia de Zhuang-Zhou surgió en su mente como una representación teatral de su propia vida. Al igual que el filósofo, en aquel instante dudó si era un hombre que había soñado ser una mariposa o, por el contrario, era solo una mariposa soñando despertar como hombre.

Es que su cerebro, aún bajo el peso de un sopor somnoliento, se aferraba al sueño vivido en los últimos días, tal vez solo unas horas en aquel "otro" mundo. Un sueño en el que la vorágine de sentimientos que lo inundaba había obliterado toda conciencia y todo contexto que no resonara con sus deseos y necesidades. Un sueño en el que habría renunciado a todo por una improbabilidad inalcanzable.

Aun inmerso en esa intensidad, sabía que el despertar era inevitable. Obligando a su cuerpo a responder, empujó las cobijas y, literalmente, se lanzó fuera del lecho. O al menos lo intentó. Su cuerpo, rebelde, permaneció sentado a la orilla de la cama varios minutos tratando de reunir las fuerzas necesarias para ponerse de pie.

ufff, que duro que pegó ese sueño. Ni en las peores crudas me he sentido así –. Dijo en voz baja, cuestionando su debilidad al permitirse perder tanta energía.

Sonriendo, recriminó mentalmente a cuerpo y espíritu por no aceptar lo inevitable. Haciendo un gran esfuerzo de voluntad, se puso definitivamente de pie dispuesto a ya no dejarse llevar por la modorra y, decidido,  dedicó los siguientes minutos a asearse y recomponerse. 

Ya bien despierto, con una taza de café negro y humeante en la mano, el hombre salió al balcón buscando el tibio abrazo del sol, agradecido por aquel delgado rayo matutino que lo despertó a la vida. Desde allí, contempló en el patio las cenizas, aun humeantes, de la fogata que había mantenido encendida hasta la noche anterior. Aquel fuego, ahora casi extinto, había sido un centro de reunión, un espacio para compartir con amigos y desahogar el alma. Y él, absorto en su sueño, había permitido que se consumiera, quemando madera sin control, usando combustibles inapropiados y olvidando su propósito.

Apurando su café, bajó al patio y buscó con ahínco algo con que alimentar su fogata tratando de revivir su fuego. Algunas tablas recicladas y unos pocos restos de noches de tertulia pasadas permitieron que el fuego se avivase y reviviese la esperanza en el corazón del hombre. Cuidadosamente, cogió el hacha, y recogió y preparó más madera para alimentar el fuego sin dejar que se apagara, estaba agradecido, aun había mucho con que alimentarla.

Exhausto, al caer la noche, preparó un grueso leño, listo para alimentar la hoguera cuando comenzara a languidecer. De vuelta en casa, desde el balcón, escrutó el patio con creciente expectación. Sus esperanzas no tardaron en verse colmadas. Lentamente, un cortejo de sombras fue cercando el fuego, hasta que una multitud silenciosa inundó el espacio. El corazón le latió con fuerza, una sonrisa iluminó su rostro ante aquel espectáculo: cada sombra representaba una historia, un motivo, una chispa que reavivaría su propia llama. Sus amigos habían regresado, o siempre habían estado allí, ¿Quién sabe?… y con ellos, él mismo..

Satisfecho, el hombre se fue de nuevo a la cama sin temor. Esta vez sus sueños serían diferentes. En la mañana se sumaria nuevamente a los que cuentan historias alrededor de su fogata. 


sábado, 4 de enero de 2025

Ojos de Noche

Golpea usted con fuerza, amiga mía. Muy fuerte, aunque estoy seguro de que ya lo sabe. A estas alturas, incontables guerreros deben haberse perdido en la hermosa inmensidad de esos ojos de noche, dos abismos nocturnos capaces de atar almas con hilos de seda y someter corazones con la dulzura de un hechizo.

Es que golpea usted con fuerza, amiga mía. Son esos ojos, ojos de noche. Esas hogueras que arden con una intensidad que ciega. Es ese brillo intenso que parece intentar ser Bandera de peligro ondeando al viento. Un aviso incandescente que parece decir "Acércate, si te atreves, y arde en mis llamas". Solo que ¿Quién, ante tal espectáculo de fuego y misterio, podría reprimir la osadía de acercarse?. Vana advertencia entonces, ya que solo verse  reflejado una solo vez en esos hermosos ojos de noche es condena permanente.

Golpea usted con fuerza, amiga mía. No con la brutalidad de un puño, ni con la frialdad de un arma. Su poder emana de un lugar más recóndito, más profundo: de esa dulce candidez, esa pureza que, como un mandoble de terciopelo, desarma al guerrero más impávido, sometiéndole a la dulce esclavitud de su esencia. Sí, amiga, su fuerza reside en esa hechizante dulzura, un bálsamo que doblega voluntades con la delicadeza de una caricia, y en esa sonrisa, recompensa luminosa que colma cualquier anhelo con la generosidad de un amanecer, conjurando de antemano cualquier posible resistencia a la entrega total.

Golpea usted con fuerza, amiga mía. Con una fuerza que a menudo escapa a nuestra percepción consciente. Es que no hay refugio posible ante la noche estrellada que habita en sus ojos, un abismo sin orillas donde toda elección se desvanece. En el instante en que la mirada se posa en esas bellezas oscuras, usted se convierte en el universo entero, y su sonrisa, en la única estrella que guía. Sumergirse en las aguas profundas de su mirada es renunciar a todo otro aliento que no sea el suyo. Un solo instante reflejado en la noche de sus ojos, ojos de noche, y el mundo entero palidece, tiñéndose únicamente del brillo que emana de ellos.

De verdad que golpea usted con fuerza, amiga mía. Y uno ni siquiera se da cuenta… hasta que ya no se mira en esos ojos de noche. Entonces, el vacío se abre ante nosotros: sentido, voluntad, guía, motivación… todo nuestro universo se queda allí, con usted, en la inmensidad de su mirada. Todo se queda allí con usted y, con nosotros, solo ecos. Ecos de su presencia en cada paso, en cada instante, en cada rincón. Ecos de su candidez, su dulzura, su poder y, desesperación máxima. Vívidas reminiscencias de la noche profunda de sus ojos, pozos de amor dulce que se vuelven nuestro todo.

Es entonces, amiga mía, cuando comprendemos en realidad la magnitud de su impacto, la profunda herida que su ausencia deja… Lo duro que usted golpea.

Qué condena más cruel es esta, la de ya no encontrar mi reflejo en la hermosura de sus ojos, amiga mia. No existe sendero alguno que conduzca a la supervivencia sin dejar atrás, como tributo en un campo de batalla devastado, fragmentos del alma y jirones del corazón. Imposible salir indemne de este encuentro, y seguir siendo el mismo hombre, el mismo guerrero que por primera vez se miró en la profundidad de esos pozos de cariño. No hay escondite, ni distancia, ni rincón del mundo donde perderse sin ser hallado… la huella del dolor sería un camino demasiado fácil de rastrear… y la lejanía solo profundizaría la herida, convirtiéndola en un abismo insondable.

Si, amiga mía. Golpea usted con fuerza. Con mucha fuerza, aunque estoy seguro de que ya lo sabe… allí, desde la distancia que yo mismo impuse, sabe que no tengo salida. Sabe que no puedo luchar contra el hechizo de esos ojos de noche, que haga lo que haga no hay manera de librarse de ellos. Si, amiga mía, usted sabe que no puedo. 

Y también sabe que, la verdad, tampoco quiero. 

No quiero en realidad liberarme, no quiero perder esa dulzura, esa candidez, ese poder detrás de sus ojos de noche. No quiero rechazar esa maravilla que Dios mismo parece haber colocado a mi alcance para, de alguna manera, provocar el renacimiento de mi mejor versión. Confieso, amiga mía, que prefiero el corazón partido en dos estando a su lado que alma y corazón en retazos lejos de usted. 

Quiero mirarme de nuevo en esos ojos de noche, someterme a usted, volver a la tranquila esclavitud de su dulzura y su nobleza. Quiero volver a usted amiga mía, rendido sin condiciones.

Quiero volver a mirarme en esos ojos hermosos, ojos de noche.  Quiero volver a vivir, amiga mía…  Y no me importa como condición tener que llamarla así aun cuando las dos partes en que se ha demediado mi corazón la llamen a gritos de otra forma.

De verdad que golpea usted duro, amiga mía… de verdad que sí. 

martes, 31 de diciembre de 2024

Una Historia de Noche Vieja (Relato Corto)

Aquella celebración había crecido en intensidad con cada hora trascurrida a medida que el último día del año llegaba a su fin. El licor fluía aun generoso, mientras las bandejas de entremeses, dispuestas sobre la mesa, invitaban a prolongar el brindis una y otra vez. 

A esa hora, ya el alcohol hacía estragos entre los asistentes, y la alegría, desbordante, anticipaba un nuevo año cargado de promesas y triunfos. Solo un hombre, ajeno a sus efectos, se unía a cada brindis con la misma vehemencia que los demás, empuñando con firmeza cada vez un vaso de refresco de cola. Sus vítores resonaban con igual fuerza, pero con una claridad y dicción impecables, inmunes a la embriaguez general.

Tras una tarde de inútiles persuasiones, los demás habían desistido de incorporarlo a su juerga. Impertérrito, aquel hombre parecía hallar tanto placer en su suave refresco como ellos en la embriaguez de los múltiples licores que animaban la celebración. Rechazaba con cortesía cada ofrecimiento, con una velada mirada de rencor hacia la bebida, sin dar explicación alguna a sus compañeros. 

Algo sin embargo, bajo aquella máscara de aparente alegría, diferenciaba a aquel hombre del resto de los invitados además de su obstinación abstemia: entre brindis y brindis, se sumía en sus pensamientos, a veces esbozando una sonrisa enigmática, otras con la mirada perdida en la lejanía o simplemente con los ojos cerrados en aparente búsqueda interior.

En realidad, no se consideraba abstemio o particularmente refractario de alguna manera a la bebida. Hasta hace algunos días apenas, se habría comportado exactamente como sus compañeros. De verdad que habría disfrutando de aquella celebración confiando su diversión y la construcción de un ambiente festivo adecuado a las cualidades de un buen licor. 

Sin embargo, aquel día, el licor que siempre había sido sinónimo de celebración y camaradería había alcanzado para él el grado de traidor. Se sentía profundamente desconfiado, y habría de transcurrir mucho tiempo antes de que pudiera reconciliarse con él y permitirse, de nuevo, el placer de un brindis en una ocasión festiva como aquella.

Es que aquel licor, el que siempre había confiado a su temple, lo había traicionado, desbordando sus límites y arrebatándole algo irremplazable. Algo más allá de su honor o cualquier cosa material. Algo por lo que habría dado todo para poder recuperar. Aquel licor que ahora rechazaba y odiaba le había arrebatado lo más importante para él… le había quitado un recuerdo.

No era una gran historia, ciertamente, lo que se había llevado. Ni siquiera un recuerdo con la fuerza de cambiar un destino. Nada que, en el océano de sus días, otros hubieran valorado. Pero para él, era un universo entero. Es que esa sombra en su memoria era un eco de ella… de una de las presencias más hermosas que había conocido. Un instante fugaz, una conversación intrascendente, un mensaje en el espacio, apenas un eco de palabras que sin embargo, para él, lo significaban todo. Y aquel maldito licor, como un ladrón silencioso, se había llevado consigo ese hermoso susurro en una noche de excesos.

Por eso aquel hombre brindaba por el año que se despedía con su refresco de cola, gritando y celebrando como los demás, sin haber probado una gota de alcohol. Por eso, entre brindis y brindis, se ensimismaba. Por eso, su mirada se perdía en la lejanía o simplemente cerraba los ojos… El hombre, aquella noche, solo buscaba en las sombras de su mente los rastros de aquellos mensajes que, un día, el licor le había arrancado. 

Silenciosamente se prometió a si mismo que ni una fracción de segundo más de sus recuerdos de ella se perderían, eran demasiado valiosos e irrepetibles…

Levantándose, llenó su vaso con más refresco de cola y se unió al coro que brindaba… 

¡Por los recuerdos valiosos que nos deja el viejo año y los que nos traerá el nuevo!... 

¡Feliz Año!

 ;-)

sábado, 28 de diciembre de 2024

La Borrachera

La frialdad de la pared bajo sus manos contrastaba con el fuego que ardía en el interior de aquel hombre semidesnudo al contemplar su reflejo. El espejo, implacable, le devolvía la imagen de un hombre consumido por los excesos de los últimos días, una máscara que ni el agua del baño reciente había logrado lavar. 

Al intentar reconocerse, una sombra de extrañeza se posó en su mirada. Sus ojos, sin brillo, reflejaban la hondura de un cansancio físico y emocional que parecía no tener fin. La escarcha temprana había sembrado su barba, y cada arruga narraba una batalla silenciosa, una cicatriz de guerras invisibles. Aquel reflejo era un fantasma de sí mismo, un recuerdo desdibujado de quien había sido apenas unos días atrás

Con un esfuerzo por recobrar la compostura, tomó las tijeras y recortó su barba con esmero, buscando una apariencia más presentable. Rasuró algunos contornos rebeldes y volvió a escrutar su reflejo en el espejo.

Un poco mejor –murmuró con una mueca amarga–. Solo me falta extirparme los ojos y ponerme los de repuesto, esos que guardo para las grandes ocasiones. Así sí que estaría como nuevo. – El sarcasmo resonó en su propia mente.

Se aclaró el rostro con un rápido enjuague, deshaciéndose de los últimos restos de jabón, y salió a la habitación que le había servido de refugio durante el último día. El panorama le golpeó el rostro como un mazo: la cama, revuelta, la ropa esparcida por el suelo como hojas secas, latas de cerveza abandonadas aquí y allá... y un hedor penetrante a whisky barato que le revolvió el estómago. Sintiendo que vomitaba, abrió de golpe la puerta del balcón y se precipitó a la luz del día, buscando con desesperación reconectar con el mundo exterior.

Un súbito golpe de luz lo paralizó, cegándolo y calentando su cuerpo, hasta entonces frío y entumecido. El sol, ya alto en el cielo, parecía avergonzarlo con su presencia; le resultaba imposible levantar el rostro, ni siquiera abrir los ojos. Era como si el astro rey mismo lo reprendiera por su abatimiento. Respiró pausadamente, aún con los ojos cerrados, llenando sus pulmones con el aire limpio del exterior y tratando de expulsar, en cada exhalación, algo de ese sentimiento, de esa sensación de soledad que le carcomía en su interior.

A tientas, encontró una de las sillas del balcón y se desplomó en ella, como quien descarga un fardo insoportable. Y así era. Esta vez, la culpa lo aplastaba con todo su peso. Era suya, solo suya, sin excusas ni atenuantes posibles. Un descuido imperdonable había liberado al demonio que llevaba dentro, desatando una vorágine de acciones vergonzosas, una marea de daños y pérdidas que de seguro serian irreparables. Todo, por su negligencia, por su maldito descuido. Por no cuidar lo que tenía y que sabía valioso.

Ahora no habría queja ni arrepentimiento que valiera, el daño estaba hecho y debía asumir sus consecuencias. 

Levantándose de su asiento, se apoyó nuevamente en el barandal y abrió los ojos al sol. Respirando profundamente una vez más, agradeció sinceramente por el nuevo día dejando que la luz ayudara a iluminarle el espíritu. Luego, entró nuevamente a su cuarto y buscó algo que ponerse sobre su ropa interior. 

Con la esperanza de disipar la atmósfera viciada, abrió de par en par las puertas, intentando exorcizar el hedor acumulado tras horas de desenfreno. Una bolsa de plástico se convirtió en improvisado recipiente para las latas y botellas vacías que encontraba a su paso, mientras una sombra de tristeza comenzaba a extenderse en su interior. Intentó reconstruir las últimas horas, pero su memoria se resistía, dejando lagunas que le impedían recordar con precisión sus acciones y palabras. Un atisbo de pánico le oprimió el pecho al evocar vagamente una llamada o mensajes enviados, sin lograr precisar el destinatario ni el contenido de su comunicación.

Arrebató el teléfono de la mesita de noche y escudriñó con avidez el registro de llamadas y mensajes, buscando con desesperación un eco de lo que vagamente recordaba. Nada. La ausencia era rotunda. Lo que fuera que buscaba, se había esfumado, borrado sin dejar rastro. ¿Un acto alcohólico de piedad consigo mismo? Quizás. 

Incapaz de desentrañar el misterio y abrumado por una marea de pensamientos, abandonó la búsqueda y siguió recogiendo el desorden.

Las labores de limpieza le tomaron toda la mañana. Agotado, volvió al balcón a tomarse un descanso y se sentó en su sillita favorita con una taza de café en la mano, debería pasar mucho tiempo hasta que tocara nuevamente el alcohol, y pensó nuevamente en su situación.

El desorden que un par de días de excesos alcohólicos podía generar era, sin duda, considerable. Sin embargo, palidecía ante el caos que reinaba en su interior. Aquel día había tocado fondo, sin duda. En tres décadas, jamás se había entregado al alcohol por una mujer. Pero tampoco, en esos treinta años, se había topado con un ser semejante. Una mujer hermosa en toda la extensión de la palabra. Profesional, dulce, romántica, con un profundo amor por su familia y una increíble capacidad de amar. Una mujer única e irrepetible, un verdadero ángel que lo había distinguido con su amistad. Y él, con una inexplicable estupidez, se había alejado… y a ella no le había importado.

Que cosas no? Había perdido cosas en su vida, pero esta vez la carga parecía superarle. 

Una vez más, un rayo de sol le golpeó los ojos. Instintivamente, alzó una mano a modo de visera, esforzándose por mantener la mirada fija en el horizonte. Le extrañó que aquel rayo, el último vestigio de una tarde que agonizaba bajo la amenaza de lluvia, pareciera dirigirse directamente hacia él. ¿Acaso era una metáfora? ¿Una señal? O, tal vez, solo un pretexto más para autoengañarse. 

Un corazón necio siempre encuentra la forma de serlo, latiendo con más fuerza en cada tropiezo, pero necio al fin. ¿O era, quizás, un llamado a romper con esa estupidez, a encontrar, como ese rayo que persistía, la salida de la oscuridad que él mismo se había impuesto?

La decisión para él, que nunca había temido reconocer sus errores, era fácil. No lo dudó un segundo.

Entrando nuevamente en su, esta vez reluciente, habitación. Pensó en su futuro. No podía seguir así, tendría que verla y hablarle diariamente y no podía dejar que todo se perdiera. Necesitaba una tregua y esa tregua dependía enteramente de ella. 

Sin dudarlo más, tomó su teléfono y escribió un mensaje: 

Hola, ¿Cuándo podemos hablar? –. 

Y con un “Send” envió al espacio su rendición incondicional.


domingo, 22 de diciembre de 2024

Por favor, No me acuses.

Por favor…
No me acuses de no valorarte,
de no quererte, de no cuidarte.

Se quien eres y lo valiosa que eres. 
Se lo poderosa que eres, lo capaz que eres.
También se lo dedicada que eres,
lo independiente que eres, lo responsable que eres.

Se de tu amor familiar, de tus sufrimientos.
Se de tus preocupaciones, de tus necesidades..

Sobre todo…  sé de esa increíble capacidad de amar.

Por favor…
No me acuses de no valorarte,
de no quererte, de no cuidarte.
Se todas estas cosas, pero no supe ganarte. 

Se lo que pierdo, que quedo vacío, que no hay otra como tú.
Se que, después de ver la entrada al cielo en tus ojos, cualquier otra cosa será solo desierto y rocas.

Se todo eso… 
Se todo eso, así que por favor…
No me acuses de no valorarte,
de no quererte, De no cuidarte.

Cambiaría, sin pensar, tu vida por la mía 
aunque sería impagable la deuda que aun quedaría.
Entraría sin pertrechos en guerra contra el mundo,
si el mundo te declarara la guerra.
Secaría océanos y mares para evitarte una lagrima.
Batallaría con los dioses mismos,
Solo para que te reconocieran como igual.

Así que, por favor
No me acuses de no valorarte,
de no quererte, de no cuidarte.

Es solo que… ya me cansé
De no tener nada que ofrecer,
Nada que cambiar por tu valoración, 
por tu cariño, por tu cuidado.

Por escuchar un "vuelve" cuando me voy,
O un "vamos" cuando te vas,
O un "hola" cuando no estas,
O un "te extraño" cuando no estoy.

La amistad requiere cuidado... de ambos lados.
así que, por favor,
No me acuses de no haberte valorado,
de no haberte querido, de no haberte cuidado.

Por favor, no me acuses de haberme ido,
de haberte dejado... 
nada hiciste, para que me quedara a tu lado.





(texto original de mi autoria musicalizado por I.A.)

jueves, 19 de diciembre de 2024

Escape de Apego (microrrelato)

El "camino de perdición", la "ruta de los espantos" o simplemente “El despeñadero”, eran algunos de los nombres con los que los habitantes de Apego habían llamado a aquella especie de túnel en las montañas, la única salida y entrada posible al caserío. 

El origen del peculiar nombre del caserío era desconocido, pero para el hombre que salía del túnel al valle del río Carira, resultaba asombrosamente adecuado. Sus habitantes, tan apegados a su tierra, experimentaban una notable aceleración del ritmo cardíaco solamente ante la mera posibilidad de abandonarla. 

Y aquel túnel maldito se alzaba como fauces oscuras para los que ansiaban la partida, un abismo que devoraba la esperanza. Nada más adentrarse en él, una opresión en el pecho y un nudo en el estómago anunciaban la tortura que vendría, según testimoniaban los que habían claudicado. Con cada paso, el túnel apretaba su yugo: temblores, tensión muscular, vértigos y dolores de cabeza lacerantes asaltaban a los osados hasta que invariablemente las emociones se desbordaban y, entre lágrimas y sollozos, los derrotados recorrían a rastras el camino de regreso al caserío del nombre extraño, de vuelta en su prisión.

Pero siempre hubo quienes no regresaron, y ellos se convirtieron en la esperanza que impulsaba a otros a intentarlo. Personas como aquel hombre que, victorioso, se sentó en una roca a la salida del túnel para beber de la botella que llevaba consigo.

Frente a la boca oscura del túnel, el hombre reflexionó sobre la relativa facilidad del camino recorrido. A diferencia de otros, él no había experimentado la opresión en el pecho, los temblores ni las cefaleas que atormentaban a quienes lo intentaban. Solo una creciente necesidad de avanzar lo había impulsado hacia el final. No había sentido nada más… en realidad, aun ahora, nada sentía.

Una sonrisa triste afloró en su rostro sin que ningún otro musculo demostrara la existencia de algún sentimiento detrás de ella. El hombre comprendió la razón de su victoria sobre el túnel casi tan rápido como aquel trago de licor bajó por su garganta. Había vencido, simplemente porque el túnel no tuvo armas contra él.

Para que el túnel ejerciera su poder, para que aquellas emociones que ataban a los hombres a  Apego los obligaran a retroceder, era preciso poseer un corazón, un alma que vibrara con la oscuridad que los consumía. Pero el túnel se encontró en él solo el vacío. Nada que desgarrar, nada que asir.

El hombre había dejado todo allá en Apego. Específicamente en unos ojos oscuros y una cabellera morena que nunca supo, o quiso saber, de él ni de sus sentimientos arrullándose al calor de otros brazos. Él nunca supo que estaba comprometida, el único del caserío en no saber parecía. Toda su capacidad de sentir se quedó con ella, mientras su carcasa vacía huía por el túnel hacia cualquier parte. 

El hombre se levantó suspirando, dispuesto a seguir el primer camino que encontrase. Obligó a sus pies a moverse sin que su cerebro marcara ninguna dirección. Solo un pequeño atisbo de esperanza le motivó a moverse hacia adelante. La esperanza de encontrar algo más que comenzara a llenarle… algo que reemplazara todo lo que había quedado allá en Apego, algo que le recuperara el alma…  


martes, 17 de diciembre de 2024

Colores del Alma

Los Colores

Una gélida ráfaga de viento azotó el rostro de aquel hombre, obligándole a retroceder bruscamente de la ventana arrebujándose en su chaqueta. Con los ojos clavados en el paisaje invernal exterior, frotó vigorosamente sus manos entumecidas, buscando desesperadamente calor antes de enfundarlas en los gruesos guantes de cuero que extrajo de su bolsillo.

Tratando de exponerse lo menos posible, recorrió con la mirada el parque abarrotado de gente, ocho pisos más abajo, frente al edificio de diez plantas en el que se encontraba. Desde su posición podía ver claramente la mayor parte del parque, especialmente la rotonda central, que ese día parecía estar lista para algún tipo de evento público. Efectivamente, una gran cantidad de sillas perfectamente alineadas y una pequeña tarima indicaban que algún tipo de acto público se realizaría aquel día. 

El hombre parecía estar menos interesado en los preparativos y más en las personas que paseaban por el parque. Algunas de ellas, bien arropadas, habían ocupado las sillas vacías en la rotonda, mientras que la mayoría caminaba rápidamente hacia un destino indeterminado. Basado en su propia experiencia, el hombre asumió que el ambiente terriblemente frío era la principal causa del rápido alejamiento de los transeúntes y del poco interés en el acto que se preparaba.

Nunca había sabido el cómo ni mucho menos el por qué. Pero desde que tenía memoria, su percepción del mundo había sido singular. Su infancia, aparentemente normal, estuvo marcada por un don peculiar: la capacidad de ver el alma de las personas a través de un aura de colores que revelaba sus emociones más profundas. Este don, que lo maravillaba, también lo sumía en un misterio que nunca terminaría de descifrar. Roja si estaban enojadas o estresadas, naranja en las personas alegres, rosa para las personas enamoradas. Pronto aprendió las ventajas de visualizar el estado de ánimo de las personas en un mundo donde las máscaras eran la norma.

Con el tiempo, aprendió que los colores que veía no solo indicaban estados emocionales momentáneos, sino que también revelaban matices que delataban rasgos de personalidad más profundos. Así, con una sola mirada, podía identificar a las personas extrovertidas, románticas e incluso neuróticas, simplemente evaluando los colores que irradiaban.

Curiosamente, había descubierto que la gente era más simple de lo que parecía. Inspeccionando sus almas, como le gustaba llamarlo, solía encontrar que, con todas sus variaciones, siempre predominaba un color base en cada persona. Así, podía identificar a la gente por su color principal: rosa, verde, gris o rojo, este último siendo el color característico de personas enojadas y permanentemente neuróticas que en alguna ocasión llegó a conocer.

En ese caso, por ejemplo, la plaza se desplegaba como un lienzo monocromático de blanco, azul y gris. Colores que sin duda evocaban la gélida inclemencia del día, lo que parecía ser la principal preocupación de quienes transitaban por allí. Sin embargo, esa sensación momentánea no podía ocultar completamente los matices de la personalidad de cada una de esas personas, que él aún era capaz de reconocer.

Un movimiento inusual en el extremo derecho del parque captó su atención. Algo intensamente brillante y colorido apareció de pronto, acelerando su pulso y trayendo consigo una emoción que creía perdida. Lo identificó de inmediato, pero el reconocimiento no disminuyó la alegría que lo embargó, ni el retorno de una fe que lo había abandonado hacía tiempo.

La Visión

Aquella rareza que había aparecido en la plaza alegró el corazón de aquel hombre y le trajo hermosos recuerdos de un pasado pleno de felicidad. Un aura multicolor, brillante como el reflejo del sol, delató la presencia de una hermosa chica que caminaba por el camino principal hacia la rotonda. Sin ningún apuro, parecía disfrutar de un agradable paseo por la helada plaza tal y como lo hubiera hecho en una cálida mañana de verano. Esto por si solo hubiera ya hubiera sido raro. Sin embargo el hombre no podía apartar la mirada de la hermosa aura arcoíris que irradiaba la chica. 

Brillante, intensa, densa y consistente, su aura parecía impregnar todo a su alrededor. Incluso las personas que se encontraban con ella parecían perder la tonalidad fría que el clima les otorgaba, asumiendo brillos y ribetes coloridos. Aquella chica realmente parecía contagiar de color a los demás.

Ante aquella rareza de visión, el hombre invocó los recuerdos de otra visión similar, rescatando de su memoria tiempos en los cuales el mundo parecía más simple y más manejable. En aquellos días, otra chica con el alma en colores se había convertido en su vida, demediándola en un antes y un después, marcando para siempre su destino.

Aquella chica de su pasado exhibía la misma exuberante aura colorida que él observaba hoy en esa plaza. Una novedad para él, la atracción fue inmediata y una relación profunda surgió entre ambos. Creativa, empática y energética, la positiva personalidad de la chica se grabó en él, y juntos se convirtieron en una fuente de alegría para todos los que los conocían.

Fueron días extraordinarios, pero no duraron. El demonio llegó y se llevó todo lo que él había considerado maravilloso alguna vez.

El demonio

Lo vio una sola vez, coincidiendo con la mejor época de su vida. Caminando solo por aquel mismo parque. Por primera vez vio en aquel joven algo que nunca pensó pudiera existir: un aura densa, negra y de apariencia pastosa, le palpitaba y reptaba alrededor con un aspecto terrorífico. A diferencia de las demás, esta aura era completamente oscura, sin transparencias y extrañamente parecía moverse hacia las personas como si tuviera vida propia, tratando de arroparlas. 

La curiosidad invadió al hombre. Le parecía extraordinario haber encontrado dos variantes de aura tan diferentes después de toda una vida entre manifestaciones monocromáticas de las mismas emociones. Envalentonado por la experiencia multicolor, no dudó en acercarse a aquella nueva alma y estrechar su mano al presentarse. El efecto fue aterrador, un viaje de ida y vuelta al infierno que casi acaba con él. 

Al momento de estrechar aquella delgada mano, sintió como algo pesado y pegajoso le tomó por el brazo y, desde allí, rápidamente le cubrió por completo. Sentimientos de ira, odio, miedo y un sinfín de emociones negativas adicionales surgieron y crecieron en él al mismo tiempo provocando una sensación de ahogo que, por momentos, parecía presionar su pecho con tal intensidad que podría hacerlo estallar. No pudo resistir más y calló desmayado al suelo.

Despertó, días después, en la cama de un hospital con su chica multicolor a su lado. Sin rastros de aquella aura negra en su alma, seguramente por los cuidados recibidos. A partir de entonces, con el corazón y el espíritu fuertemente afectados por la experiencia vivida, las cosas no fueron iguales. Su propia alma, de alguna manera, ya no tenía color y el arcoíris de su compañera parecía no tener la suficiente fuerza para remediarlo.

Trató de seguir su vida, de olvidar aquel encuentro. Pero una obsesión oscura anidó y creció sin medida dentro de él. Persiguió a aquel hombre sin descanso durante años. Sin saber nada de él, siguió cada pista, cada mención, cada detalle oculto que pudiera llevarle a encontrarle. Dedicó su vida a encontrar a aquel demonio, perdiendo en el camino absolutamente todo lo que, hasta aquel contacto, había sido importante para él. Lo entregó todo, incluyendo a su amor multicolor. Hastiada, aquella chica se había escapado para pintar arcoíris en las almas ajenas hacía ya unos años. 

Y ahora, al final de todo lo vivido, de todo aquel sacrificio, el hombre estaba allí mirando oculto desde aquella ventana a una nueva improbabilidad. La fortuna le había traído, en una nueva alma, la visión multicolor perdida años atrás como un recordatorio de que siempre hay esperanza.

El Final

Entretenido en la visión de aquel ángel multicolor, el hombre olvidó prestar atención a lo que ocurría en la rotonda al centro de la plaza. El ruido de un equipo amplificador le sacó violentamente de su abstracción y le obligó a concentrarse nuevamente en el objetivo de su vigilancia. Poco a poco las sillas se habían ocupado casi en su totalidad y aparentemente el acto para el que estaban allí se preparaba para comenzar. 

Un presentador llamó al orden y las personas se acomodaron rápidamente para escuchar a quien estaba en la pequeña tarima. Desde su puesto atrás de la ventana, el hombre pudo observar al detalle los movimientos de todas las personas asistentes. Sin embargo, su interés estaba puesto solo en encontrar algo en particular que parecía escapar a su mirada.

Súbitamente, algo le atrajo desde la entrada norte de la plaza. Su corazón dio un vuelco y comenzó a palpitar desaforadamente al detectar un repentino oscurecimiento del ambiente en el camino que conducía desde allí a la rotonda. Sabía lo que significaba, el momento que tanto había esperado llegaba por fin.

Rápidamente ajustó su chaqueta y dio un empujón a la ventana, abriéndola por completo y afinando su visión, escudándose en la oscuridad de la habitación. Desde la oscuridad pudo ver, claramente esta vez, a un grupo de personas que se aproximaban al centro de la plaza. Con las manos aferradas a la ventana, debió realizar un esfuerzo sobrehumano para aquietar la zozobra que causaba en su corazón la terrible oscuridad que acompañaba a aquellas personas.

Un aplauso generalizado del grupo de personas que esperaban recibió a los recién llegados. Apretones de manos, abrazos y besos se propagaron en aquella bienvenida mientras el hombre observaba, esta vez con terror, cómo el azul exhibido hasta ahora por los presentes se iba oscureciendo con cada saludo y cada contacto con los recién llegados. Conteniéndose, se obligó a sí mismo a esperar a su objetivo; no era el momento de intervenir, debía asegurarse de que todo acabara allí.

Pronto, su paciencia se vio recompensada. El grupo de hombres recién llegados tomó posiciones alrededor de la tarima, sentándose en sillas especialmente colocadas para ellos. Un hombre alto, con un grueso abrigo y sombrero, se dirigió en solitario hacia la tarima y el micrófono colocado en ella. El momento había llegado.

Una extraña paz y tranquilidad invadió al hombre en la ventana. Con una calma impensable hacía apenas unos instantes, se inclinó y recogió del suelo el arma de francotirador que había dejado preparada. Con pasmosa sangre fría, colocó un soporte fabricado exprofeso y, apoyando el arma contra su hombro, buscó a su blanco a través de la mira de largo alcance. No fue difícil encontrarlo y fijarlo; la oscuridad que irradiaba lo hacía resaltar por encima de todos los demás.

Mientras trataba de ajustar el arma a sus palpitaciones y al viento helado que entraba por la ventana, se remontó involuntariamente a aquel día en que hizo contacto con aquel demonio. Por un momento cerró los ojos, reviviendo las sensaciones de aquel día y el impacto que las emociones recibidas habían causado en él. Pero esas emociones no habían venido solas; las acompañaron visiones de un futuro que llegaría con el ascenso al poder del demonio y sus acólitos. Un futuro apocalíptico, de destrucción y sufrimiento para la humanidad. Un futuro que él evitaría, allí y ahora.

Apartando por un segundo la mirada de la mira del arma, se fijó en la oscuridad que había invadido a casi todos los presentes en aquel acto. El demonio se había vuelto extremadamente poderoso y nadie parecía poder, o tal vez querer, resistírsele. Decidido, volvió la vista a la mira, dispuesto a terminar su misión autoimpuesta. Un escalofrío le recorrió la espalda; a través de su mira telescópica, pudo observar desde la plaza cómo aquel demonio había detenido sus arengas y, a pesar de la distancia, le miraba fijamente, con un rictus de odio deformándole el rostro y una actitud desafiante.

¿Cómo era posible? ¿Cómo sabia?... sus preguntas jamás tuvieron respuesta. Un fuerte golpe echo al suelo la puerta de aquella habitación y un grupo de hombres uniformados y armados entraron violentamente.

– ¡Arma! – . Gritó uno de los uniformados. Y cinco disparos acabaron con la vida de aquel hombre que veía el alma en colores y, probablemente, con las esperanzas de la humanidad.

Mientras tanto, abajo en la plaza, el demonio escapaba al futuro, protegido por sus seguidores.

Epilogo

En medio del desconcierto y el miedo, los asistentes a aquella reunión política comentaban entre ellos los extraños acontecimientos recientes. Los disparos que se escucharon en aquel edificio lejano y la repentina huida del candidato fueron el tema de multitud de comentarios desinformados e historias inventadas. El odio y el miedo habían calado tan hondo en aquellas almas que pocos se dieron el tiempo para fijarse en aquella hermosa chica de trenzas negras que vagaba entre ellos, saludándoles, preguntando por los hechos y tratando de calmarles.

Pocos se fijaron en aquella chica, y aún menos se preguntaron cómo su miedo, odio y deseo de venganza se transformaban en calma y sosiego tras su contacto. Pocos le dieron importancia a este encuentro y a la esperanza que significaba. Nadie se dio cuenta del arcoíris que, por aquel día, calmó la tormenta.


miércoles, 11 de diciembre de 2024

Rosa y Beige

El bullicio y la gran cantidad de gente que circulaba a su alrededor no parecía distraer ni un poco al hombre sentado en la barra de aquel local nocturno. Abstraído, fijaba su atención en un punto fijo de la abarrotada pista de baile, específicamente en una pareja que danzaba en el lugar más alejado. En realidad, si le preguntaban, no hubiera sido capaz de describir al par masculino de aquella pareja ya que toda su atención se centraba en la chica.

Pequeña, delgada y con una larga cabellera castaña, la chica vestía un conjunto beige que moldeaba a la perfección un hermoso cuerpo, resaltando sus formas con cada movimiento al compás de la música. La chica, sin duda, sabía cómo usar su guardarropa. Realzada por la altura de unos cuidadosamente seleccionados zapatos deportivos, aquella falda corta dejaba al descubierto unas piernas perfectas, mientras enmarcaba la suave caída de sus caderas y su atractivo derriere. El efecto se completaba con una finísima cintura perfectamente entallada y un escote que, aun siendo elegante, sugería apenas la hermosa visión de sus redondeces.

Todo el conjunto, complementado por unos hermosos ojos brillantes, unos labios carnosos y rojos, y un sexy lunar en la comisura inferior, que le otorgaban a la chica una increíblemente sensual femineidad. O al menos, así le parecía al hombre que con ojos cariñosos la observaba.

Volteando hacia la barra, hizo señas al barman para que le sirviera otra cerveza. Tomando un largo trago, se sumergió en sus pensamientos con la imagen de la chica aún grabada en su mente. La había conocido algunos años atrás, en tiempos de incertidumbre que habían llevado sus capacidades al límite, llevándolo muchas veces a un punto de quiebre en el que rendirse parecía ser la única opción.

Y fue en esos momentos difíciles que apareció ella. Como un ejército colonizador, llegó un día y plantó su bandera en el corazón del hombre, tomando posesión de sus motivaciones y anhelos, convirtiéndolos en su dominio. Esto de la manera más absoluta y extraña, probablemente sin proponérselo o siquiera darse cuenta. Y en esos días, con aquella chica, llegó la única razón que al final lo mantuvo firme en su trinchera sin desertar.

Tratando de evitar el abismo de la nostalgia, volvió a mirar hacia la pista. En su mente, detalló a la chica que recordaba de entonces, con su cabello un tanto salvaje y las hermosas trenzas con las que trataba de domarlo. Aquella visión parecía bastante diferente de la versión actual, con su cabello liso y bien arreglado, ondeante según el movimiento del baile de turno.

Sin embargo, la verdad, aquellas dos visiones no eran tan distintas. Apurando un trago de su cerveza, no pudo evitar sonreír al darse cuenta de que su corazón aún se aceleraba al recordar el conjunto deportivo rosa que usaba en sus ratos de ocio y que, ceñido y revelador, evidenciaba aquel cuerpo perfecto, juvenil y turgente. Casi de la misma forma que el vestidito beige que la abrazaba esa noche.

Rosa y Beige, símbolos de dos momentos separados en el tiempo y que, sin embargo, parecían fusionarse aquella noche en el baile de aquella chica. A pesar de tener años sin verla, y de no saber nada de su vida, aquella sensualidad que la diferenciaba había demostrado ser atemporal. La chica en ese aspecto no había cambiado y, de repente, todos los demás recuerdos le vinieron a la mente. Los proyectos culminados, las celebraciones, las conversaciones hasta altas horas de la noche y toda una serie de vivencias adicionales que tuvieron en común y que atestiguaron sobre sentimientos invertidos para bien y con excelentes resultados.

Rosa y beige; dos colores tan diferentes para visiones tan parecidas. Dos colores que, al final, tenían el mismo significado afirmativo. Dos colores que le recordarían siempre: ¡Has vivido!

Terminando su cerveza de un trago, el hombre se dirigió hacia donde la pareja aún bailaba. Con desparpajo, se abrió paso entre los bailarines, tomó a la chica suave pero firmemente por la cintura y la llevó al centro de la pista con un paso de baile que, aunque torpe, estaba lleno de intención. Ignorando a la sorprendida pareja masculina que quedó atrás, él se perdió en los ojos de la chica. Con el corazón acelerado, vio cómo en esos ojos hermosos se encendía nuevamente el brillo que alguna vez había amado. Con esperanza, recibió con alegría una sonrisa que le indicó que ella también lo recordaba.

Perdidos en sus recuerdos, los bailarines se entrelazaron moviéndose al ritmo de su pasado compartido. Y, en una danza evocadora, revivieron sus días felices entre acordes Rosa y Beige que hicieron al tiempo solo una lejana ilusión…

domingo, 1 de diciembre de 2024

La Fiesta

La alegre música y el bullicio estrepitoso que salían de aquella casa interrumpían lo que de otra manera de seguro hubiera sido una noche tranquila. El cielo estrellado y la hermosa luna llena atestiguaban el jolgorio que se celebraba en la única casa con las luces encendidas a esa hora de la noche.

Un movimiento en la esquina más próxima a la celebración, indicaba que la soledad de aquella plaza no era tan absoluta como parecía. Una mirada curiosa habría delatado a un hombre cómodamente sentado en el suelo, amparado en un árbol cuyas frondosas ramas le proporcionaban un camuflaje casi perfecto con su sombra. 

Pensativo, el hombre levantó una botella a la que dio un largo trago. Colocándola al contraluz de aquella casa iluminada, vio que ya no quedaba mucho en su interior. Sonriendo, pensó que debió salir de allí cuando aún quedaba licor para terminar la noche. Pero, como siempre, había tomado casi demasiado tarde la decisión a pesar de lo que su corazón le advertía. Afortunadamente, aquel "casi" le había asegurado al menos unos tragos de su licor favorito en la compañía de la única persona en quien realmente podía confiar... él mismo.

Colocándola de nuevo a su lado, el hombre pensó que en aquella botella prácticamente se resumía la historia de su vida. No se consideraba a sí mismo una persona altruista. Sin embargo, siempre se esforzaba al máximo para que las cosas se hicieran bien, ya fuera en el trabajo, en el amor o en la vida. Siempre trataba de ayudar a los demás en lo posible; le gustaba verlos prosperar. Pensaba que las cosas bien hechas agradaban a Dios y que, personalmente o a través de otros, su intervención le ganaría algunos puntos al final, cuando tuviera que rendir cuentas de su vida.

A veces, esta actitud realmente daba resultados. Había hecho grandes amigos en personas agradecidas que aún andan por ahí, triunfando y recordándole con cariño. Estaba seguro de que, si era posible, ellas le apoyarían en cualquier situación adversa. Esas personas serían sus testigos al final.

Otras veces, sin embargo, las personas solo se beneficiaban de su entrega y dedicación, pero al momento de la verdad, nunca obtenía su apoyo. Esas personas eran tiempo perdido. No le gustaba que le utilizaran, le molestaba infinitamente que se aprovecharan de sus buenas intenciones pero, sin embargo, insistía, continuaba apoyando y haciendo las cosas bien. Hacía lo que sabía hacer, sin esperar retribución. 

Hasta que, en algún momento, se cansaba. Y entonces, simplemente tomaba su botella con lo que quedara en ella y se marchaba. A buscar otro lugar donde su capacidad de apoyar, querer, trabajar o incluso amar, fuera correspondida.

Un aumento en el ruido proveniente de la casa le sacó de sus pensamientos. Observó la hora en el reloj de su móvil y murmuró para si

Ya es muy tarde. Voy a tener que irme –.

Es que, aunque ya tenían bastante rato en ello, aquella fiesta con la que celebraban el cierre de algún negocio desconocido para él, parecía estar en pleno apogeo. No eran raras aquel tipo de fiestas ofrecidas por su patrones a personas de su confianza. Extrañamente, a pesar de su dedicación al trabajo y a estar siempre presto a brindar ayuda cuando se necesitara, no se consideraba precisamente de la confianza de sus jefes y compañeros más allegados a ellos. Sin embargo, siempre parecía tener un cupo en ellas motivado seguramente a esa vocación de servicio que le llevaba a colaborar sin reclamos o recelos.

Solo que aquella noche se había cansado de ser un fantasma bueno para todo y merecedor de nada. Se había cansado y simplemente había tomado su botella y se había marchado. 

Súbitamente, una batahola se armó en la calle frente al hombre. Múltiples vehículos oficiales rodearon la casa y decenas de hombres uniformados bloquearon la calle amparados en el fenomenal ruido que la música y las risas proveían como cobertura. 

Rápidamente, los hombres penetraron en la casa. La música se detuvo y las risas se transformaron en gritos, amenazas y maldiciones que se mezclaron con declaraciones de arresto y algún lloriqueo histérico.

Desde su posición privilegiada, el hombre pudo ver cómo, en un desfile impensable, sus jefes encabezaban una larga fila de personalidades. Esta incluía chicas, contratistas, jueces, abogados y políticos de renombre, todos esposados y escuchando una larga retahíla de derechos antes de ser llevados a los vehículos policiales. Su destino, según lo que pudo escuchar desde la sombra, era poco prometedor. Contrabando, tráfico, conspiración y corrupción fueron solo algunas de las palabras que pudo entender entre los gritos y las órdenes de los oficiales.

Que mal les va a ir –. Pensó

Cuidándose de no ser visto, el hombre vació de un trago el contenido restante de su botella y emprendió camino por un sendero de árboles. Pensó que, después de todo, tenía suerte y que sus acciones positivas sí eran recompensadas, aunque de maneras inesperadas.

Viendo su reloj y ya con un poco de sueño, apresuró el paso pensando que, temprano en la mañana, debería salir a buscar un nuevo trabajo. Eso sí, no antes de llamar a aquel amigo que lo había contactado más temprano y le había advertido del allanamiento que se realizaría esa noche. Uno de esos amigos que practicaba la gratitud, uno de esos que hacían que todo valiera la pena.