Más que una etiqueta, tu nombre es un canto que invoca tu esencia. El mundo te llama con él; tu alma responde con su verdad. Cuando alguien lo dice con amor, no solo te nombra: te reconoce. Toca lo más profundo, reavivando eso que a veces has olvidado.
Pero ese canto no comienza en el mundo. Nace antes, en el umbral entre lo invisible y lo tangible. Allí, el alma se detiene un instante, contemplando la vastedad de su destino. En el silencio que respira estrellas, escucha un susurro: no una palabra, sino un destello de su verdad.
Ese nombre lleva consigo un propósito, una herida, una luz. Es vibración que resonará a lo largo de tu existencia. Y con ese susurro, desciende al mundo, listo para encontrar su voz.
A veces, en ciertas tierras, se desliza al oído de quien será madre o padre, no como mandato, sino como un sueño sembrado. Llega en intuiciones que no se explican, como un eco anticipado. Así, teje el primer puente entre lo invisible y lo real.
Envuelto en ese manto, tu nombre se convierte en un tesoro que algunas culturas protegen con reverencia. Lo guardan como un secreto sagrado, porque pronunciarlo es tocar la esencia del otro. Es conjuro, es destino, un llamado constante a recordar quién eres, incluso cuando lo olvides.
Pero más allá de los rituales, tu nombre cobra vida al ser compartido. Entregarlo es un acto íntimo, como ofrecer una llave. Cuando alguien lo recibe con amor, se vuelve hogar, reflejo de lo que eres. Pero no todos lo entienden. No todos comprenden lo que entregas cuando revelas tu nombre: a veces lo pisan sin mirar, lo pronuncian sin alma, lo olvidan sin culpa.Duele, no por la palabra olvidada, sino por la confianza rota, como si la flor que ofreciste fuera aplastada por descuido. Y sin embargo, no es tu nombre lo que hiere, sino la forma en que es recibido. Cuando se pronuncia sin cuidado, sin alma, sin amor, no duele el sonido, sino el vínculo traicionado.
También hay quienes curan al nombrarte. Pronuncian tu nombre con ternura, despiertan memorias dormidas, sanan como bálsamos antiguos. Incluso aquellos nombres que fueron dados desde la ausencia o el dolor pueden transformarse. Como el barro que se hace vasija, también el nombre puede renacer, moldeado por la verdad interior que lo sostiene.
En ese silencio de curación, nace el nombre que tú mismo te das. No impuesto, no prestado, sino hallado en lo profundo, cuando renaces desde lo que descubriste en ti.
Esa melodía interior sigue viva, incluso cuando nadie la pronuncia. Tu nombre vibra en el silencio, como canto que no se apaga. Y un día, sin buscarlo, alguien lo dirá con la verdad de quien ha visto tu alma. Entonces florecerá, como si siempre hubiera estado esperándolo.
Mientras lo honres, seguirá siendo raíz que te ancla y vuelo que te libera. Será herida que te marca y promesa que te guía. Porque su verdadero poder no está solo en ser dicho, sino en cómo lo acoges. No se trata solo de que te llamen, sino de que tú sepas responder desde lo que eres.Eres eco, alma nombrada, un canto que resuena desde el umbral donde todo comenzó.
Y aún en el más profundo silencio, tu nombre canta dentro de ti:
porque siempre has sido tú.
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