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martes, 5 de agosto de 2025

El Universo Susurra en una Mirada... ¡Entrada 100!

Cien entradas después, no hay fanfarria. Solo una certeza suave: que lo más profundo ocurre en silencio. Esta es una celebración sin ruido, un homenaje a lo invisible, a lo que se revela cuando estamos atentos. Hoy, el universo no gritó. Solo susurró. Y lo hizo en una mirada.

El día despertó sin alardes, como si supiera que lo extraordinario no necesita anunciarse. No hubo señales visibles, solo una brisa que rozó distinto, una luz que se demoró en la esquina de mi ventana, el canto suave de las aves que parecían susurrar algo sagrado. Lo sentí antes de entenderlo: una vibración leve, como si el cosmos respirara más cerca de mí.

Guiado por esa certeza sutil, comencé el día con una chispa de esperanza. Estaba envuelto en la rutina, sí, pero con el alma abierta. Había en mí una búsqueda callada, una necesidad profunda de encontrar algo que estuviera a la altura de este número: cien. Quería una verdad que tocara fondo. Anhelaba una belleza que no necesitara explicación. Buscaba una grieta en esa rutina que me hablara sin voz. Algo que celebrara... sin ruido.

Y entonces, sin aviso, ocurrió.

En un segundo, el mundo exterior se desvaneció, dejando solo el eco de mi alma. El tiempo pareció inclinarse, como si el día girara hacia un centro secreto. El aire se volvió más denso, hecho de memorias antiguas. Las sombras adoptaron forma de deseo, y la luz comenzó a brotar desde adentro.

Todo era distinto.

Mis pensamientos se volvieron espejos, reflejando paisajes que siempre llevé dentro. El corazón, ese animal que a veces duerme, despertó con un temblor suave, como si alguien lo hubiera llamado por su verdadero nombre.

Fue un instante suspendido, como si el reloj se hubiera detenido para dejar paso a la eternidad. Una caída sin vértigo. Una revelación sin palabras. Una epifanía que lo abarcó todo. Una mirada.

En esa mirada, todo se alineó.

Y entonces lo supe. Justo hoy, cuando buscaba algo que honrara este umbral, el infinito me lo entregó sin ceremonia: me regaló el momento de mirarme en esos ojos negros, ojos que parecen guardar galaxias, con pestañas que tiemblan como alas de un pájaro nocturno.

Esos ojos fueron mi respuesta, mi refugio, mi verdad. En ellos encontré todo lo que no sabía que buscaba: la profundidad, el misterio, la celebración.

Y también una promesa.

Una promesa sutil pero luminosa: que la vida, incluso en su forma más silenciosa, guarda instantes capaces de despertarnos por completo. Que basta estar presentes, atentos, con el alma dispuesta, para que el milagro ocurra. Que en medio del paso de los días, existen encuentros capaces de devolvernos a nosotros mismos, como si por fin recordáramos lo que siempre supimos.

Porque hay miradas que no solo ven: también revelan. Y en esa revelación suave, sin estruendo, entendí que el verdadero regalo no fue ver esos ojos, sino reconocerme en ellos.

Y así, sin ruido, comprendí que el universo también celebra, a su manera.

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