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sábado, 31 de mayo de 2025

Bukowski Entiende

La vida es sencilla: si algo va mal, bebes; si algo va bien, bebes; si todo es un aburrimiento mortal, pues claro, bebes para darle algo de emoción a la existencia. Lo dijo Bukowski, y el hombre sabía de lo que hablaba. Aunque, siendo honestos, creo que también bebía porque la humanidad le daba más dolores de cabeza que la resaca.  

El vaso se alza como un trofeo de supervivencia. "Hoy celebro mi éxito", dices, aunque el éxito solo haya sido encontrar medias que combinan. "Hoy brindo por la gran historia que escribí", exclamas, aunque esa historia nunca encontró lectores, su mensaje se perdió en un mar de distracciones y su grandeza quedó atrapada entre páginas que nadie abrió. "Hoy ahogo mis penas", proclamas, aunque la única pena sea que tu celular te recordó que hace dos años prometiste aprender un idioma y todavía piensas que "bonjour" es una bebida francesa.  

Pero sobre todo, bebes porque nada significas para quien todo significa para ti. Porque si la vida fuera una fila en el banco, tú siempre elegirías la que no avanza. Porque si la suerte fuera un juego de mesa, tú serías ese jugador que lanza el dado y cae en "pierdes tu turno" en cada jugada.  

Bukowski probablemente habría brindado por eso con una mirada de "te lo dije". Porque al final, no es cuestión de beber por algo… es cuestión de beber para que algo pase. Y si lo que pasa es que terminas bailando con un poste mientras le confiesas tus penas, pues bueno, al menos algo pasó.  

Y si el día siguiente te despiertas en poses imposibles, abrazando un zapato como si fuera el amor que nunca tuviste… entonces Bukowski sonríe desde el más allá, aprobando tu dedicación a la causa.  

viernes, 30 de mayo de 2025

Aventura..

Siempre he dicho que estar en tu vida es toda una aventura. No una de esas que se leen en libros polvorientos o se trazan en mapas antiguos, sino una que respira, que late con su propio ritmo, indomable. No eres un lugar al que se llega: eres camino, selva, cordillera. No se trata de entenderte, sino de intuirte. Contigo no hay regreso al punto de partida, porque incluso el silencio, cuando lo compartes, deja marcas nuevas.

Y es que contigo, cada día es una expedición sin garantías. Nada está escrito. Eres brújula rota y, aun así, Norte. Trazas senderos invisibles con tus pasos, y en tus palabras nacen mapas secretos que solo se revelan si uno sabe mirar más allá de lo evidente. Tu voz no describe el paisaje: lo transforma. Y cada gesto tuyo es una señal, un indicio, un rastro a seguir justo antes de que desaparezca entre la niebla.

Y, por si fuera poco, luego están tus ojos… esos ojos color de noche, donde las estrellas parecen detenerse solo para reflejarse. No miras: abres portales. En cada mirada tuya hay una promesa de mundos extraordinarios, de realidades que no aparecen en ningún libro de texto. Cada vez que me encuentro en ellos, algo se abre, algo cambia. Es como si el universo entero se reordenara y me mostrara un destino que solo tú conoces, uno distinto cada vez.

Tal vez por eso, caminar a tu lado es andar por tierra viva, impredecible. No es inseguridad, es renovación constante. Tu sonrisa, esa sonrisa tan tuya, es un puente colgante entre lo que parece seguro y lo que de pronto se convierte en magia. Y en medio de esa dulzura tuya, de esa candidez que parece ligera como brisa, habita una fuerza profunda. No es debilidad tú candidez: es elección. Es que no necesitas levantar la voz para que se sepa que estás firme. Tienes esa serenidad que sólo tienen las mujeres que se conocen a si mismas, que han elegido su camino y no lo explican, simplemente lo caminan. Cada una de tus decisiones lleva el pulso de alguien que no se disculpa por ser.

Y aunque ya habitas tu fuerza con naturalidad, sigues creciendo. Más de lo que tú misma alcanzas a notar. Y cambias sin ruido, como las estaciones que entienden el tiempo. Cada día salta en ti una chispa nueva, algo inesperado que te vuelve hermosamente impredecible. Me obliga, sin tu pedirlo, a estar muy pendiente, a no perder ni un solo matiz de ese universo de luces que dejas escapar a ratos, como si abrieras el cielo por instantes para quien sepa mirar.

Tú no eres un destino, eres travesía. No se te conquista: se te descubre a diario. Y aun así, hay espacio en tu mundo. Espacio para quien se atreve a andar sin certezas, a leer tus señales, a entender que contigo la aventura no es una opción: es la única forma posible de existir.

Porque en ti, cada transformación es una clave, cada silencio, una historia aún no contada. Tu vida es un sendero en expansión, un mapa que se dibuja al andar. Y yo, que quise detener mi caminar, me encuentro viajero. No por querer entenderte por completo, eso sería ingenuo, sino por el puro gozo de seguir tus señales, sabiendo que cada paso a tu lado es la promesa de un mundo distinto. Un mundo que sólo existe mientras tú lo habitas, y que desaparece misteriosamente si uno deja de mirar con el corazón bien despierto.








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jueves, 29 de mayo de 2025

Guía de supervivencia etimológica: entre paraguas, botes y decisiones críticas

Pensemos en las palabras como disfraces que se ponen los fenómenos. Pluvial, con su aire melodramático, nos llega directamente del latín "pluvia", ¡la lluvia! Es ese aguacero que decide caerte encima sin invitación previa, como un actor secundario que roba escena en el peor momento de tu peinado. Tiene ese toque de "¡oh, cielos, se abre el grifo celestial!", y si no llevas paraguas, felicidades: estás protagonizando un drama pluvial.  

Luego está Fluvial, el agua con agenda propia. Derivado de fluvius, el río, no cae sobre tu cabeza por sorpresa (bueno, salvo desbordamientos), sino que avanza con determinación, como un viajero que sigue su ruta sin desviarse. Es el agua con un destino definido, muy distinto al caótico e impulsivo espíritu pluvial.  

Ahora, si lo "Pluvial" es ese invitado sorpresa que llega del cielo sin avisar y te empapa los planes (y el pelo), y lo "Fluvial" es ese vecino con ínfulas de grandeza, el río, que a veces se cree dueño de más jardín del que tiene… entonces la "Inundación" es, sencillamente, ¡la fiesta descontrolada donde ambos se pasan de copas y deciden que tu casa es la pista de baile!  

Es ese momento glorioso en que lo pluvial y lo fluvial dicen: "¿Sabes qué? ¡Vamos a juntarnos y a hacer un verdadero estropicio!". Ya no es la lluvia con su drama individual ni el río con su expansión territorial paulatina; es el "vale todo" acuático. El agua se toma una libertad creativa que ni el artista más vanguardista se atrevería a soñar, rediseñando tu sala de estar con un toque muy... húmedo.  

Así que si ves agua cayendo sobre tu cabeza, corre por el paraguas antes de terminar como un pato, porque la naturaleza ha decidido ponerte en un episodio pluvial. Pero si el agua te alcanza por los tobillos y empiezas a ver peces nadando a tu alrededor, eso es fluvial, y quizá sea momento de practicar la brazada mariposa.  

Y si ves pasar flotando el vehículo de tu vecino... sin tu vecino. Si las vacas deciden abrevar desde el techo de las casas. Amigo, Amiga... ya no hay dudas: es una inundación, y mejor inflas tu bote y te pones a salvo.  

La decisión es tuya, pero, entre nosotros, mejor tener un bote inflable a mano... nunca se sabe cuándo la naturaleza decidirá organizar su próxima reunión etimologíca improvisada.  














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lunes, 26 de mayo de 2025

Una batalla numérica..

La batalla comenzó al caer la tarde. Los ejercicios de matemáticas, desplegados como tropas enemigas sobre el cuaderno, esperaban en formación, listos para el combate. Del otro lado, una combatiente solitaria, armada con un lápiz medio mordido y una calculadora veterana de mil batallas, con botones gastados y cicatrices de guerra, se preparaba para la contienda.

Las raíces cuadradas fueron las primeras en atacar, enfilando sus baterías con precisión matemática. ¡Boom! Cada radical explotaba en una nube de confusión algebraica. Los paréntesis, traicioneros como trampas ocultas, se cerraban con astucia, atrapando signos y variables como si fueran enemigos desprevenidos.

Justo cuando parecía haber un respiro, ¡zas!, los números negativos surgieron de las sombras como ninjas invisibles, torciendo ecuaciones y apuñalando signos positivos sin piedad. Las fracciones volaban como flechas, veloces y mortales, con denominadores imposibles que se duplicaban en pleno aire. Una matriz colosal se alzó como castillo inexpugnable, protegida por determinantes que rugían y se multiplicaban con cada intento de acercarse. 

Pero la mente de la guerrera —despeinada, con ojeras de guerra y alimentada solo por café y obstinación— no se rendía. Reunió fuerzas, afiló su razonamiento, y en una maniobra maestra factorizó como quien desarma una bomba. Sacó corchetes como escudos, lanzó teoremas como lanzas, y en un giro dramático, simplificó una expresión que parecía escrita por los antiguos dioses del caos.

Silencio.

Un último trazo del lápiz… y allí estaba. El resultado exacto. Brillaba sobre el papel como una espada recién forjada: "42" o "5" o lo que sea… pero CORRECTO.

Las raíces cuadradas se retiraron, los negativos se esfumaron entre líneas, y el cuaderno quedó lleno de marcas de victoria… y algunas lágrimas secas.

La batalla había terminado.

El ejercicio enemigo jamás imaginó que sería derrotado… por la estratega matemática de los hermosos ojos de noche.







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domingo, 25 de mayo de 2025

El Condenado (Microrrelato)

La celda era angosta, sus muros húmedos y agrietados exhalaban un aire denso, cargado de óxido y encierro, de humanidad extinguida. Una única bombilla amarilla parpadeaba débilmente, proyectando sombras que danzaban como espectros en el silencio, apenas roto por el goteo constante de una tubería lejana: un reloj de agua que marcaba el tiempo con implacable crueldad.

Sentado en el filo del catre, el hombre sentía el uniforme naranja adherirse a su piel. Sin embargo, no era el calor lo que lo agobiaba. Era el peso de la espera, una bestia invisible y sofocante. Espera que al principio fue dolor; y que, ahora, solo era un vacío incrustado en cada fibra de su ser.

Estaba tranquilo. El miedo del principio había mutado. Ya no era un monstruo acechando desde la esquina, sino una presencia muda, sentada a su lado día tras día, recordándole lo inevitable. A veces se decía que estaba resignado. Otras, comprendía que aquella resignación era otra forma de quebrarse.

Esperar era una tortura sin látigos. Cada minuto se estiraba como una soga. Cada latido sonaba ajeno, como si su cuerpo aún ignorara la condena. No había futuro, solo un presente interminable que oprimía el pecho, obligándolo a respirar con cuidado, como si gastar aire fuera pecado.

Entonces, los oyó.

Pasos. Lentos. Decididos. Acercándose. No miró la puerta. Supo que era el final.

Por primera vez en toda esa eternidad inmóvil, deseó que llegaran rápido.

Porque lo insoportable ya no era morir. Era seguir esperando la muerte.











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sábado, 24 de mayo de 2025

Encuentros

Como si, en su vastedad, el tiempo dejara migas de luz para guiar lo imposible. Como si en los pliegues del azar respirara un propósito oculto. Hay coincidencias que quiebran la lógica, desobedecen las reglas del cálculo y parecen gestos deliberados de un orden secreto, una conspiración silenciosa que, en su capricho más bello, nos acerca con una precisión imposible.  

A veces, la existencia nos ofrece destellos de ese diseño oculto, tejiendo caminos invisibles que conducen los sueños hasta la orilla de lo real. En esos instantes, el azar deja de ser un accidente y se inclina con elegancia hacia un propósito, plegando el caos en formas que nos conducen, sin aviso, al milagro del reconocimiento.  

Era improbable nuestro encuentro, casi absurdo en la vasta lógica del cosmos. Como dos astros condenados a trayectorias opuestas, como sombras que jamás deberían tocarse, como dos notas de una melodía que el tiempo nunca quiso hacer coincidir. Éramos líneas dibujadas en mapas distintos, costas separadas por océanos de distancia y azares que nunca se doblegan ante los deseos.  

Pero algo, en uno de sus raros gestos de belleza, pareció desafiarse a sí mismo. Algún engranaje invisible se alteró, algún cálculo imposible quebró su ecuación perfecta, y de pronto, en el pliegue más insospechado de la realidad, allí estaba ella, en el único cruce improbable que jamás debió existir, en la grieta exacta donde el azar permitió la maravilla de conocernos.  

Los astros titubearon en su marcha errante, inclinándose con un gesto imperceptible hacia la promesa de nuestro encuentro. Las mareas, en su danza antigua, tejieron un acuerdo silencioso con el viento, que en su aliento errático supo llevar los ecos de lo inevitable.  

Todo cedió un poco, el pulso del tiempo se desvió en su mínima fracción, la luz de una estrella agonizante iluminó justo el instante en que nuestros caminos debieron cruzarse. Entre la arquitectura secreta del caos, la casualidad doblegó sus propias leyes, torciendo la vastedad en un instante exacto, en el milagro preciso de hallarla.  

Planeado o casualidad, celebro la maravilla de nuestro encuentro, el instante donde todo cedió. Las órbitas, los vientos, los caminos que nunca debieron tocarse. Como si una fuerza antigua decidiera revelarnos la verdad que escondía.  

Como quien agradece la luz después de la sombra, honro el equilibrio secreto que nos permitió encontrarnos, la precisión oculta que torció el caos hasta dar forma a este milagro. No importa si fue destino o error, si fue cálculo o capricho; lo único que sé es que en este cruce, en esta coincidencia dorada, la inmensidad se dejó comprender por un instante... Y nos miramos. 

Todo debió alinearse. Las estrellas que callan, los senderos que doblan en esquinas invisibles, los pulsos secretos del azar que vibraron justo en el instante preciso. Fue como si el orden oculto del cosmos, en un arrebato de generosidad, ajustara cada variable para que nuestras miradas se cruzaran en el único momento posible.  

Y aquí estamos, con la certeza luminosa de que lo improbable no solo es posible, sino que, cuando ocurre, es la belleza más pura que la realidad puede ofrecer. Como si el destino mismo hubiese escrito su voluntad en las órbitas celestes, sería casi una afrenta ignorarla, sería casi un pecado no quererla.  

Después de todo, si el mundo entero se dispuso a traerla hasta mí, ¿qué otra opción podría quedarme sino rendirme ante su milagro?  







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viernes, 16 de mayo de 2025

El Fulgor

En algún punto invisible de la mañana, el mundo dejó de girar para mí. Fue como si el aire mismo me hubiese tomado por los hombros y susurrado: ¡Mí­rala!

No hubo voluntad, no hubo decisión; solo la certeza súbita de que todo lo demás podía esperar. Allí estaba ella, leve y real, suspendida en su quietud como una nota olvidada en medio de una melodía. Y yo, obediente a ese antiguo hechizo que siempre me domina cuando se trata de ella, abandoné todo fingimiento y, disimuladamente, me rendí a su misterio. Cada gesto suyo era un murmullo, una constelación que mi mirada seguía como si en ello se me fuera el alma.

La contemplé con los ojos del amor, esos que no saben mirar sin asombro. Me extravié en la visión de aquel cuerpo pequeño, como quien admira el lujoso empaque con que la vida guarda las cosas que le generan especial ternura. Sin embargo, ella no era algo que se exhibiera, era un tesoro que se custodiaba. 

No eran solo sus formas lo que en aquel momento me atraía, sino lo que irradiaba más allá de ella: un resplandor que no se veía, sino que se sentía más que en la piel en el espíritu. Un halo sutil y poderoso que cruzó el espacio entre nosotros sin permiso, envolviéndome con una dulzura antigua, provocando en mí un temblor apenas perceptible, como si el deseo de tocarla bastara para quebrar mi mundo.

Por más que la mirara, no lograba entender cómo tanta luz podía habitar en algo tan frágil. Su pequeñez desmentía la vastedad de lo que en ella vibraba. ¿Cómo podía una estrella tan breve sostener un cielo entero? ¿Cómo lograba esa criatura menuda contener la fuerza de encender mis sombras, de doblegarme sin emitir un solo sonido? Me sentí atrapado, rendido ante una energía que no alzaba la voz, pero que todo lo movía. Y la añoré con la intensidad con que se ansían los milagros: esos que se rozan una vez, pero que ya no se olvidan. Quizá el amor sea eso: un sitio al que nunca se llega, pero donde, sin saber cómo, uno permanece.

Alguien llegó entonces, rompiendo el instante como se rompe el agua con una piedra. El hechizo se dispersó, pero ya era tarde. Ella, sin saberlo, me habitaba. Había encendido una llama que no pide permiso, que se queda en silencio a arder. Y aunque sus ojos jamás se volvieron a los míos, los míos ya la llevaban dentro, brillando con el reflejo de su luz, como si todavía la miraran.



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martes, 13 de mayo de 2025

Instantes...

Hoy la presentí antes que verla.

Su aroma llegó primero, como un susurro antiguo que acarició mi conciencia antes de que su figura se hiciera carne. El mundo, por un instante, respiró distinto.

No hizo falta buscarla con la vista: ya estaba en mí, en la piel erizada, en el pecho vibrante. Esa presencia etérea que influye en todo lo que toca se volvió tangible en una danza floral girando en espiral, dándole vida nueva a todo lo que nos rodeaba.

Era ella, usando aquel perfume como heraldo, proclamando al mundo su presencia, ofreciéndole la oportunidad de prepararse para recibir a su reina.

Y entonces, irrumpió con la extraña fusión de un mazo y una brisa marina. Desbordándome, provocando un cúmulo de sensaciones que mi mente, rendida, dejó pasar sin intentar comprenderlas ni contenerlas.

Solo la sentí. Solo me dejé envolver por esa calidez sin nombre que abrazó mi cuerpo como un recuerdo imposible.

Era ella.

O quizá, la eternidad que venía a mí disfrazada de instante.






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sábado, 3 de mayo de 2025

Donde Habita lo Divino.

No sé qué tiene…
pero algo en ella me desarma,
me quiebra con la dulzura de una mirada
y me reconstruye en el mismo instante.

Tal vez sea su andar, tan leve,
como si flotara apenas sobre la tierra,
dejando tras de sí una estela invisible de paz.
O quizá su risa,
que se posa sobre el alma como una brisa delicada,
moviendo lo profundo sin perturbar la superficie.

Su cabellera rizada, larga, viva,
parece tejida por el viento y la nostalgia.
Danzando cuando se mueve,
con sus rizos guardando el eco de una canción olvidada.

Y sus ojos...
ay, sus ojos oscuros.
Son portales nocturnos que llevan,
No a cualquier rincón,
sino al centro mismo del universo.
Contemplarlos es como asomarse
al origen de todas las cosas:
al dolor primigenio,
al amor sin nombre,
al misterio que aún no hemos podido descifrar.

Hay en ella una dulzura serena,
una educación antigua,
una forma de estar en el mundo
que transforma cada gesto en plegaria,
cada palabra en acto sagrado.

Y sin quererlo,
convierte cada deseo en mandato,
sin levantar la voz,
sin siquiera pedirlo.

Su voz…
su voz es un río suave,
una melodía clara que da forma a los nombres
y los vuelve encantamientos.
¡Qué hermoso habría sido oír el mío,
pronunciado por sus labios!

Algo tiene, sí…
algo que no entiendo,
pero que reconozco como inevitable.
Una fuerza que aprisiona sin asfixiar,
que encadena sin hierro ni llave,
que transforma mis sueños
en un reino donde ella es reina y oráculo.

A veces pienso que no es de este mundo,
que es uno de los ángeles del Padre,
un vestigio del cielo caminando entre nosotros
como prueba de que lo divino
puede, de vez en cuando,
vestirse de carne.

Algo tiene…
algo que me busca,
me llama,
me atrapa y me somete.
Y no quiero escapar.

Ese lazo invisible que me une a ella,
sin nudos, sin presión, sin promesas,
es vínculo que no deseo romper.
Aunque no me tenga,
me tiene todo.