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viernes, 16 de mayo de 2025

El Fulgor

En algún punto invisible de la mañana, el mundo dejó de girar para mí. Fue como si el aire mismo me hubiese tomado por los hombros y susurrado: ¡Mí­rala!

No hubo voluntad, no hubo decisión; solo la certeza súbita de que todo lo demás podía esperar. Allí estaba ella, leve y real, suspendida en su quietud como una nota olvidada en medio de una melodía. Y yo, obediente a ese antiguo hechizo que siempre me domina cuando se trata de ella, abandoné todo fingimiento y, disimuladamente, me rendí a su misterio. Cada gesto suyo era un murmullo, una constelación que mi mirada seguía como si en ello se me fuera el alma.

La contemplé con los ojos del amor, esos que no saben mirar sin asombro. Me extravié en la visión de aquel cuerpo pequeño, como quien admira el lujoso empaque con que la vida guarda las cosas que le generan especial ternura. Sin embargo, ella no era algo que se exhibiera, era un tesoro que se custodiaba. 

No eran solo sus formas lo que en aquel momento me atraía, sino lo que irradiaba más allá de ella: un resplandor que no se veía, sino que se sentía más que en la piel en el espíritu. Un halo sutil y poderoso que cruzó el espacio entre nosotros sin permiso, envolviéndome con una dulzura antigua, provocando en mí un temblor apenas perceptible, como si el deseo de tocarla bastara para quebrar mi mundo.

Por más que la mirara, no lograba entender cómo tanta luz podía habitar en algo tan frágil. Su pequeñez desmentía la vastedad de lo que en ella vibraba. ¿Cómo podía una estrella tan breve sostener un cielo entero? ¿Cómo lograba esa criatura menuda contener la fuerza de encender mis sombras, de doblegarme sin emitir un solo sonido? Me sentí atrapado, rendido ante una energía que no alzaba la voz, pero que todo lo movía. Y la añoré con la intensidad con que se ansían los milagros: esos que se rozan una vez, pero que ya no se olvidan. Quizá el amor sea eso: un sitio al que nunca se llega, pero donde, sin saber cómo, uno permanece.

Alguien llegó entonces, rompiendo el instante como se rompe el agua con una piedra. El hechizo se dispersó, pero ya era tarde. Ella, sin saberlo, me habitaba. Había encendido una llama que no pide permiso, que se queda en silencio a arder. Y aunque sus ojos jamás se volvieron a los míos, los míos ya la llevaban dentro, brillando con el reflejo de su luz, como si todavía la miraran.



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martes, 13 de mayo de 2025

Instantes...

Hoy la presentí antes que verla.

Su aroma llegó primero, como un susurro antiguo que acarició mi conciencia antes de que su figura se hiciera carne. El mundo, por un instante, respiró distinto.

No hizo falta buscarla con la vista: ya estaba en mí, en la piel erizada, en el pecho vibrante. Esa presencia etérea que influye en todo lo que toca se volvió tangible en una danza floral girando en espiral, dándole vida nueva a todo lo que nos rodeaba.

Era ella, usando aquel perfume como heraldo, proclamando al mundo su presencia, ofreciéndole la oportunidad de prepararse para recibir a su reina.

Y entonces, irrumpió con la extraña fusión de un mazo y una brisa marina. Desbordándome, provocando un cúmulo de sensaciones que mi mente, rendida, dejó pasar sin intentar comprenderlas ni contenerlas.

Solo la sentí. Solo me dejé envolver por esa calidez sin nombre que abrazó mi cuerpo como un recuerdo imposible.

Era ella.

O quizá, la eternidad que venía a mí disfrazada de instante.






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sábado, 3 de mayo de 2025

Donde Habita lo Divino.

No sé qué tiene…
pero algo en ella me desarma,
me quiebra con la dulzura de una mirada
y me reconstruye en el mismo instante.

Tal vez sea su andar, tan leve,
como si flotara apenas sobre la tierra,
dejando tras de sí una estela invisible de paz.
O quizá su risa,
que se posa sobre el alma como una brisa delicada,
moviendo lo profundo sin perturbar la superficie.

Su cabellera rizada, larga, viva,
parece tejida por el viento y la nostalgia.
Danzando cuando se mueve,
con sus rizos guardando el eco de una canción olvidada.

Y sus ojos...
ay, sus ojos oscuros.
Son portales nocturnos que llevan,
No a cualquier rincón,
sino al centro mismo del universo.
Contemplarlos es como asomarse
al origen de todas las cosas:
al dolor primigenio,
al amor sin nombre,
al misterio que aún no hemos podido descifrar.

Hay en ella una dulzura serena,
una educación antigua,
una forma de estar en el mundo
que transforma cada gesto en plegaria,
cada palabra en acto sagrado.

Y sin quererlo,
convierte cada deseo en mandato,
sin levantar la voz,
sin siquiera pedirlo.

Su voz…
su voz es un río suave,
una melodía clara que da forma a los nombres
y los vuelve encantamientos.
¡Qué hermoso habría sido oír el mío,
pronunciado por sus labios!

Algo tiene, sí…
algo que no entiendo,
pero que reconozco como inevitable.
Una fuerza que aprisiona sin asfixiar,
que encadena sin hierro ni llave,
que transforma mis sueños
en un reino donde ella es reina y oráculo.

A veces pienso que no es de este mundo,
que es uno de los ángeles del Padre,
un vestigio del cielo caminando entre nosotros
como prueba de que lo divino
puede, de vez en cuando,
vestirse de carne.

Algo tiene…
algo que me busca,
me llama,
me atrapa y me somete.
Y no quiero escapar.

Ese lazo invisible que me une a ella,
sin nudos, sin presión, sin promesas,
es vínculo que no deseo romper.
Aunque no me tenga,
me tiene todo.