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viernes, 22 de agosto de 2025

Hoy no hay nada

Hoy no hay nada.
Ni frase que sostenga el aire,
ni mensaje que rompa la quietud.
El día se despoja de símbolos,
cuerpo sin necesidad de abrigo.

Sin fuego,
sin forma,
sin fondo.

Solo este silencio,
sin exigencias,
sin promesas,
sin prisas.

En su calma,
algo respira:
una espera sin apuro,
una ternura sin voz,
una luz que brilla sin ser vista.

Hoy no hay nada.
Pero el vacío,
cuando se deja ser,
abre espacio a lo que aún no llega.

En su quietud,
la esperanza se posa,
brisa que no interrumpe,
compañía que no reclama.

Y tú,
sombra que eliges seguir,
habitas esa pausa.
No como peso,
sino como latido,
un pulso que guarda el instante.

Este día sin contornos
no es abandono,
sino umbral.
Una página en blanco,
no por carencia,
sino por espera.

Como si todo este vacío
aguardara por aquella mirada,
Aquel destello capaz de llenar el silencio.

Que venga ella, entonces,
Gritas. 
Como brisa sin preguntas,
Invocando aquella mirada que,
por sí sola, lo colma todo.

La invocas para que
habite el silencio.
Sin ruido,
sin promesas,
sin apuro.

Para que traiga la certeza de sus ojos,
como si el mundo, en su pausa,
recordara que la ternura basta.

Y si no llega hoy,
que la esperanza no titubee.
Que arda,
fuego en calma,
Luz que no guía, pero que sostiene:
guardando en su brillo
la promesa de lo que,
aún sin ser, es.

miércoles, 20 de agosto de 2025

Caminar sin Mapas

Hoy he visto la oscuridad.
No era sombra ni amenaza, sino el rostro del día
que se detiene frente a una puerta que no sé si se abrirá.

Me miró sin disfraz y habló en silencio:
con gestos que no prometen,
con palabras que no llegan,
con la sensación de estar en un lugar
que podría dejar de ser mío.

Me ha mostrado el temblor del futuro,
la fragilidad de lo que parecía firme,
la ausencia de certezas
en un espacio que hasta ayer llamaba refugio,
y me sentí por un instante desconectado de todo.

Al enfrentar esa oscuridad, por momentos me sentí solo.
Levanté la cara y no vi compañía;
miré mi mano y la encontré vacía,
como si todo lo cercano hubiera retrocedido un paso.

Y he sentido también la posibilidad de no ser reflejo,
de no ser parte del paisaje que hasta ahora me sostenía.

Y allí, en la hondura del silencio,
vinieron a mí aquellos dos puntos luminosos,
tan oscuros como la noche,
que hacían de la sombra un umbral,
que enlazaban mi alma con el universo.
Y la certeza de que prevalecerían
fortaleció mi espíritu
ante la amenaza de perderlo todo.

Y esa certeza, a pesar de lo duro del encuentro,
ha impedido que la sombra se lleve todo.
Algo en mí permanece:
no como resistencia ni como escudo,
sino como llama que no exige arder,
pero insiste en no apagarse.

Permanece la fe,
no en lo que es,
sino en lo que aún puede ser.
Permanece la ternura de seguir,
aunque el camino se vuelva niebla.
Permanece la dignidad de no soltar mi abrazo,
aunque el lugar tiemble bajo mis pies.

Tal vez mi misión ha concluido,
o tal vez aún queda un tramo por recorrer.
Si un nuevo destino me espera,
lo asumiré con esperanza.
No por certeza,
sino por fidelidad a aquellos dos puntos luminosos 
que me enseñaron a caminar
sin mapas.

lunes, 18 de agosto de 2025

Donde late Distinto

A veces el corazón se queda fijo,
mirando largo rato hacia el mismo lugar,
como quien espera que algo se revele entre la niebla.

Pero allí, donde insiste la mirada,
no hay nada.
Ni un destello mínimo,
ni una sombra que sugiera movimiento.
Solo bruma, quietud,
y una puerta tras la que se esconde un espacio hueco.

Tanto tiempo golpeando,
esperando que el eco se vuelva voz,
que olvidó mirar el marco:
sin huellas, sin calor, sin historia.
Como un farol encendido frente a un campo desierto,
gastando su luz en una dirección sin respuesta.

Cansado de tanto insistir,
el corazón se escucha a sí mismo:
“ya basta de mirar allí,
ya basta de esperar donde nada nace”.
Porque incluso la niebla, cuando se contempla demasiado,
empieza a parecer promesa.
Y no lo es.

Entonces llega el momento en que el silencio ya no es pausa,
sino respuesta.
Y el vacío ya no es misterio,
sino frontera.

Sin dramatismo, sin estrépito,
el corazón se gira.
No hacia el olvido,
sino hacia lo que sí respira:
una hoja que cae con intención,
una brisa que roza sin urgencia,
una presencia que no reclama ser vista.

Allí, en lo que no se esperaba,
algo comienza a encenderse suave,
como un calor que sostiene desde dentro.
No es lo que buscaba,
pero es lo que lo sostiene.

miércoles, 13 de agosto de 2025

De Molinos y Quimeras: La Verdadera Desgracia de Don Quijote

"La desgracia de Don Quijote no fue su fantasía, sino Sancho Panza"
(Franz Kafka)

En la llanura polvorienta, bajo el sol implacable de La Mancha, un hombre cabalgaba. Don Quijote, lanza en ristre y armadura oxidada, perseguía gigantes que solo él podía ver. Su mente, laberinto de libros de caballería, era un reino propio donde lo ordinario se volvía épico: cada molino, un gigante de brazos amenazantes; cada venta, una fortaleza; cada humilde campesina, la princesa del Toboso. En esa locura ardía su libertad, una llama tan intensa que el mundo real palidecía ante su brillo.

Pero su tragedia no fue soñar, sino escuchar siempre el eco áspero de la realidad, un peso de carne y hueso que lo anclaba a la tierra. Ese eco tenía nombre: Sancho Panza, compañero inseparable, pragmático y hambriento, que veía posadas donde su señor veía castillos, fatiga donde él encontraba aventuras, y labradoras donde él soñaba doncellas.

Sin embargo, Sancho no era solo la cadena: era el testigo. Reflejaba la verdad que Quijote intentaba ignorar y, sin darse cuenta, se contagiaba de su locura, elevándose por encima de su hambre para convertirse en cronista de lo imposible. Gracias a él, la fantasía se inscribió en el mundo y dejó huella.

Es que toda leyenda necesita un narrador. Necesita a alguien que, aun sin comprender del todo, camine a su lado. Así, la fantasía de Don Quijote no fue solitaria: fue una aventura compartida, cuyo eco persiste en quienes, alguna vez, han sabido ver gigantes donde otros solo vieron molinos.

La desgracia de Quijote fue Sancho, sí… pero también su mayor fortuna.

lunes, 11 de agosto de 2025

Al abrigo del Padre, permanecemos.

Hay días en que el mundo parece inclinarse, como si el suelo perdiera por un instante su firmeza. El viento cambia de rostro, los caminos se desdibujan y el tiempo se vuelve un espejo borroso. En ese vaivén incierto, una voz suave late en el fondo del pecho y nos recuerda el rumbo.

Y caminamos.

A veces con pasos firmes, otras con temblores en las rodillas, pero siempre hacia adelante. Sembramos con manos limpias, con intención clara. Y aunque la lluvia tarde o el sol se esconda, confiamos en que la cosecha llegará: no por azar, sino por justicia.

Los cambios se ciernen como tormentas que parecen quebrarnos; los vientos contrarios nos retienen y nos hacen dudar de la estabilidad del terreno. Sin embargo, prevalecemos. No por fuerza propia, sino por la luz que nos habita. Somos guerreros del espíritu, los que enarbolan las banderas del Padre, los que avanzan no por lo que ven, sino por lo que creen.

El Padre nos inspira, nos impulsa, nos fortalece. Nos da la resiliencia para transformar las circunstancias y surgir victoriosos desde los escombros de viejos contextos, con una fe que no se rinde y una esperanza que no se apaga.

Nuestra esperanza no nace del optimismo vacío, sino de una certeza profunda: el Padre nos sostiene. Él ve más allá de lo que entendemos, no se confunde con apariencias ni se limita por calendarios. Es la fuente de todo bienestar, el refugio que no falla, el origen de cada promesa que florece en su tiempo.

Por eso no dependemos de títulos ni de puestos, ni de lo que una situación específica nos provoque. Nuestro éxito no se mide en ascensos ni en aplausos, sino en la paz que sentimos al hacer lo correcto, en la quietud que nos envuelve cuando hemos sido fieles a lo que Él nos pidió.

Los cambios no nos quiebran: nos enseñan, nos afinan, nos revelan más de lo que somos.

Y si alguna vez dudamos, que sea solo para recordar que la esperanza no es ingenua: es valiente. Que la fe no es ciega: es sabia, como quien avanza en la noche guiado por la forma invisible del amanecer. Que la resiliencia no es dureza: es ternura que se niega a rendirse.

Todo saldrá bien. Porque el Padre es fiel. Porque su voluntad es buena. Y nosotros permanecemos: con fe, con certeza, con una esperanza que no se apaga.

sábado, 9 de agosto de 2025

Hoy Elijo Quedarme

La he pensado en silencio, como quien escucha una melodía que no necesita descifrar.

En su forma de querer: como si caminara descalza entre fragmentos de luz, sin ruido, sin prisa, sin promesas. En sus silencios, que no son ausencia, sino un manto que la abriga, una coraza que la custodia.

No sé qué sombras la llevaron a construir sus muros: quizá inviernos largos, quizá manos que apretaron sin sostener. Tal vez solo el oficio de resguardarse sin desvanecerse. Aprendió a protegerse, y en esa protección hay una belleza callada, no distante, tejida con cuidado. Un refugio para lo que aún tiembla.

A veces no supe leerla. Buscaba antorchas, palabras o acciones que dijeran “te veo”. Cuando no llegaron, me dolió. Me dolió como un silencio que espera un murmullo y solo halla eco. Entonces me fui, varias veces. No por falta de amor, sino por falta de mapa. Porque soy hombre de senderos claros, de certezas que se nombran.

Pero ella, sin saberlo, me enseñó que el amor también encuentra su rumbo en la penumbra; que a veces hay que quedarse aún sin brújula, sin eco, sin garantía. Ella danza en la penumbra donde yo busco luz, y en esa danza he aprendido a amar lo que no se nombra.

Hoy lo entiendo. Y desde esa comprensión nace mi promesa: no quiero cambiarla ni que se acerque a mi manera. Quiero ofrecerle un lugar donde sus pausas no pidan disculpas,
donde su independencia no sea fría, donde su tiempo no despierte dudas.

Quiero ser un refugio que no encierra, una raíz que sostiene sin invadir, una presencia que abraza sin exigir. No quiero derribar sus muros: quiero permanecer como fortaleza en la que su corazón repose . Seguro y sin demandas.

Hoy elijo quedarme: ser luz que no reclama llegada, ofrecerle mi abrigo sin deuda. Ser apoyo que no ahoga la flor, cimiento que acompaña en silencio, mirada que no teme su vuelo.

Puede que no me ame como yo a ella. Aun así, ella merece ser amada. Y yo merezco amar a alguien como ella: alguien que me obliga a ser más paciente, más hondo, más verdadero. Aunque nunca me elija como puerto.

Y si algún día también decide quedarse, aunque sea solo por un tiempo, aunque tiemble al llegar, yo estaré aquí: firme, sereno, listo para sostenerla sin ruido y amarla sin medida.

Y si no, pues seguiré andando,
con el amor como guía y la certeza de que la vida guarda auroras que aún no he visto.

jueves, 7 de agosto de 2025

Confía en Él, la Fuente

Cuando todo tiembla, el suelo bajo tus pies, el corazón en su latir incierto, y el mundo parece deshacerse en sus propias dudas, hay una voz que permanece. No se quiebra, no se apaga. Es la voz del Padre.

No grita ni exige; susurra con firmeza, como un río que murmura entre piedras pulidas, fresco y claro, arrullando el silencio, constante, eterno, aunque nadie lo contemple. Es esa voz la que sostiene el alma cuando las fuerzas se agotan, cuando las respuestas no llegan y las puertas parecen cerrarse.

Y es entonces, cuando el peso de la incertidumbre amenaza con hundirte, que más necesario se hace confiar.

Confía. No porque el camino sea claro a tus ojos, sino porque Él lo ha trazado con un propósito que trasciende tu mirada. No porque el día sea fácil. Cada hora descansa en sus manos, manos que nunca tiemblan, que no conocen el cansancio.

En su mirada no hay sombra de incertidumbre, y en su voluntad no hay error. Él es la fuente, no el reflejo. El origen, no la consecuencia.

Todo lo que sana, eleva y es bueno brota de Él, como la luz que no pide permiso para amanecer, sino que irrumpe, dorada y tibia, sobre los campos dormidos.

No hay bienestar que no encuentre su raíz en su amor, ni paz que no florezca desde su misericordia, como un refugio abierto a todo corazón que busca.

Por eso camina, aunque la niebla cubra tus pasos. Descansa, incluso si las respuestas se esconden en el silencio. Porque confiar en el Padre no es cerrar los ojos, es abrir el alma.

Es saber que si Él es la fuente, nunca faltará el agua. Jamás escaseará el pan. Siempre habrá consuelo.

Y si alguna vez dudas, recuerda: no es tu fuerza la que te sostiene, sino la suya, un amor que no se agota.

En Él, todo es posible. Porque Él no solo da vida… Él es la vida: el latido eterno que respira en ti, y en todo lo que respira.

martes, 5 de agosto de 2025

El Universo Susurra en una Mirada... ¡Entrada 100!

Cien entradas después, no hay fanfarria. Solo una certeza suave: que lo más profundo ocurre en silencio. Esta es una celebración sin ruido, un homenaje a lo invisible, a lo que se revela cuando estamos atentos. Hoy, el universo no gritó. Solo susurró. Y lo hizo en una mirada.

El día despertó sin alardes, como si supiera que lo extraordinario no necesita anunciarse. No hubo señales visibles, solo una brisa que rozó distinto, una luz que se demoró en la esquina de mi ventana, el canto suave de las aves que parecían susurrar algo sagrado. Lo sentí antes de entenderlo: una vibración leve, como si el cosmos respirara más cerca de mí.

Guiado por esa certeza sutil, comencé el día con una chispa de esperanza. Estaba envuelto en la rutina, sí, pero con el alma abierta. Había en mí una búsqueda callada, una necesidad profunda de encontrar algo que estuviera a la altura de este número: cien. Quería una verdad que tocara fondo. Anhelaba una belleza que no necesitara explicación. Buscaba una grieta en esa rutina que me hablara sin voz. Algo que celebrara... sin ruido.

Y entonces, sin aviso, ocurrió.

En un segundo, el mundo exterior se desvaneció, dejando solo el eco de mi alma. El tiempo pareció inclinarse, como si el día girara hacia un centro secreto. El aire se volvió más denso, hecho de memorias antiguas. Las sombras adoptaron forma de deseo, y la luz comenzó a brotar desde adentro.

Todo era distinto.

Mis pensamientos se volvieron espejos, reflejando paisajes que siempre llevé dentro. El corazón, ese animal que a veces duerme, despertó con un temblor suave, como si alguien lo hubiera llamado por su verdadero nombre.

Fue un instante suspendido, como si el reloj se hubiera detenido para dejar paso a la eternidad. Una caída sin vértigo. Una revelación sin palabras. Una epifanía que lo abarcó todo. Una mirada.

En esa mirada, todo se alineó.

Y entonces lo supe. Justo hoy, cuando buscaba algo que honrara este umbral, el infinito me lo entregó sin ceremonia: me regaló el momento de mirarme en esos ojos negros, ojos que parecen guardar galaxias, con pestañas que tiemblan como alas de un pájaro nocturno.

Esos ojos fueron mi respuesta, mi refugio, mi verdad. En ellos encontré todo lo que no sabía que buscaba: la profundidad, el misterio, la celebración.

Y también una promesa.

Una promesa sutil pero luminosa: que la vida, incluso en su forma más silenciosa, guarda instantes capaces de despertarnos por completo. Que basta estar presentes, atentos, con el alma dispuesta, para que el milagro ocurra. Que en medio del paso de los días, existen encuentros capaces de devolvernos a nosotros mismos, como si por fin recordáramos lo que siempre supimos.

Porque hay miradas que no solo ven: también revelan. Y en esa revelación suave, sin estruendo, entendí que el verdadero regalo no fue ver esos ojos, sino reconocerme en ellos.

Y así, sin ruido, comprendí que el universo también celebra, a su manera.

viernes, 1 de agosto de 2025

El Nombre y su Canto

Recuerda aquella primera vez en que alguien pronunció tu nombre con cuidado, como si sostuviera algo frágil y vivo. No fue solo un sonido: fue un gesto, una vibración que tocó tu centro. Un nombre guarda un misterio sagrado. No son sus letras ni su ritmo, sino el eco que agita el pecho cuando lo escuchas desde el alma.

Más que una etiqueta, es un canto que invoca tu esencia. El mundo te llama con él; tu alma responde con su verdad. Cuando alguien lo dice con amor, no solo te nombra: te reconoce. Toca lo más profundo, reavivando eso que a veces has olvidado.

Pero ese canto no comienza en el mundo. Nace antes, en el umbral entre lo invisible y lo tangible. Allí, las almas no nacidas se detienen un instante, contemplando la vastedad de su destino. En el silencio que respira estrellas, escuchan un susurro: no es solo una palabra, es un destello de su verdad.

Ese susurro te sumerge en el nombre otorgado, y lleva consigo un propósito, una herida, una luz. Es vibración que resonará a lo largo de tu existencia. 

Y con ese susurro, el alma desciende al mundo, lista para encontrar su voz.

A veces, según se cuenta en ciertas tierras, el alma se desliza al oído de quien será madre o padre, no como mandato, sino como un sueño sembrado. Asi, el nombre llega a los padres en intuiciones que no se explican, como un eco anticipado. Así, se teje el primer puente entre lo invisible y lo real.

Envuelto en ese manto, tu nombre se convierte entonces en un tesoro que durante siglos algunas culturas protegen con reverencia. Lo guardan como un secreto sagrado, porque pronunciarlo es tocar la esencia del otro. Es conjuro, es destino, un llamado constante a recordar quién eres, incluso cuando tu mismo lo olvidas.

Pero más allá de los rituales, es cierto que tu nombre cobra vida al ser compartido. Entregarlo es un acto íntimo, como ofrecer una llave. Cuando es recibido con amor, se vuelve hogar, reflejo de lo que eres. 

Pero no todos lo entienden. No todos comprenden lo que entregas cuando revelas tu nombre: a veces lo pisan sin mirar, lo pronuncian sin alma, lo olvidan sin culpa.

Duele, no por la palabra olvidada, sino por la confianza rota, como si la flor que ofreciste fuera aplastada por descuido. Hiere, cuando no es recibido con la suavidad que el sol arropa la flor. Cuando se pronuncia sin cuidado, sin alma, sin amor, no duele el sonido, sino el vínculo no establecido.

Pero también hay quienes curan al nombrarte. Pronuncian tu nombre con ternura, despiertan memorias dormidas, sanan como bálsamos antiguos. Incluso aquellos nombres que fueron dados desde la ausencia o el dolor pueden transformarse en esas voces. Como el barro que se hace vasija, también puede renacer, moldeado por la verdad interior que lo sostiene.

Y en ese silencio de curación, se moldea el nombre que tú mismo te das. No impuesto, no prestado, sino hallado en lo profundo, cuando renaces desde lo que descubriste en ti.

Esa melodía interior sigue viva, incluso cuando nadie la pronuncia. Vibras en el silencio, como canto que no se apaga. Y un día, sin buscarlo, alguien lo dirá con la verdad de quien ha visto tu alma. Entonces florecerá, como si siempre hubiera estado esperándolo.

Mientras lo honres, seguirá siendo raíz que te ancla y vuelo que te libera. Será herida que te marca y promesa que te guía. Porque su verdadero poder no está solo en ser dicho, sino en cómo lo acoges. No se trata solo de que te llamen, sino de que tú sepas responder desde lo que eres.

Eres eco, alma nombrada, un canto que resuena desde el umbral donde todo comenzó.

Y aún en el más profundo silencio, tu nombre canta dentro de ti:

porque siempre has sido tú.