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martes, 31 de diciembre de 2024

Una Historia de Noche Vieja (Relato Corto)

Aquella celebración había crecido en intensidad con cada hora trascurrida a medida que el último día del año llegaba a su fin. El licor fluía aun generoso, mientras las bandejas de entremeses, dispuestas sobre la mesa, invitaban a prolongar el brindis una y otra vez. 

A esa hora, ya el alcohol hacía estragos entre los asistentes, y la alegría, desbordante, anticipaba un nuevo año cargado de promesas y triunfos. Solo un hombre, ajeno a sus efectos, se unía a cada brindis con la misma vehemencia que los demás, empuñando con firmeza cada vez un vaso de refresco de cola. Sus vítores resonaban con igual fuerza, pero con una claridad y dicción impecables, inmunes a la embriaguez general.

Tras una tarde de inútiles persuasiones, los demás habían desistido de incorporarlo a su juerga. Impertérrito, aquel hombre parecía hallar tanto placer en su suave refresco como ellos en la embriaguez de los múltiples licores que animaban la celebración. Rechazaba con cortesía cada ofrecimiento, con una velada mirada de rencor hacia la bebida, sin dar explicación alguna a sus compañeros. 

Algo sin embargo, bajo aquella máscara de aparente alegría, diferenciaba a aquel hombre del resto de los invitados además de su obstinación abstemia: entre brindis y brindis, se sumía en sus pensamientos, a veces esbozando una sonrisa enigmática, otras con la mirada perdida en la lejanía o simplemente con los ojos cerrados en aparente búsqueda interior.

En realidad, no se consideraba abstemio o particularmente refractario de alguna manera a la bebida. Hasta hace algunos días apenas, se habría comportado exactamente como sus compañeros. De verdad que habría disfrutando de aquella celebración confiando su diversión y la construcción de un ambiente festivo adecuado a las cualidades de un buen licor. 

Sin embargo, aquel día, el licor que siempre había sido sinónimo de celebración y camaradería había alcanzado para él el grado de traidor. Se sentía profundamente desconfiado, y habría de transcurrir mucho tiempo antes de que pudiera reconciliarse con él y permitirse, de nuevo, el placer de un brindis en una ocasión festiva como aquella.

Es que aquel licor, el que siempre había confiado a su temple, lo había traicionado, desbordando sus límites y arrebatándole algo irremplazable. Algo más allá de su honor o cualquier cosa material. Algo por lo que habría dado todo para poder recuperar. Aquel licor que ahora rechazaba y odiaba le había arrebatado lo más importante para él… le había quitado un recuerdo.

No era una gran historia, ciertamente, lo que se había llevado. Ni siquiera un recuerdo con la fuerza de cambiar un destino. Nada que, en el océano de sus días, otros hubieran valorado. Pero para él, era un universo entero. Es que esa sombra en su memoria era un eco de ella… de una de las presencias más hermosas que había conocido. Un instante fugaz, una conversación intrascendente, un mensaje en el espacio, apenas un eco de palabras que sin embargo, para él, lo significaban todo. Y aquel maldito licor, como un ladrón silencioso, se había llevado consigo ese hermoso susurro en una noche de excesos.

Por eso aquel hombre brindaba por el año que se despedía con su refresco de cola, gritando y celebrando como los demás, sin haber probado una gota de alcohol. Por eso, entre brindis y brindis, se ensimismaba. Por eso, su mirada se perdía en la lejanía o simplemente cerraba los ojos… El hombre, aquella noche, solo buscaba en las sombras de su mente los rastros de aquellos mensajes que, un día, el licor le había arrancado. 

Silenciosamente se prometió a si mismo que ni una fracción de segundo más de sus recuerdos de ella se perderían, eran demasiado valiosos e irrepetibles…

Levantándose, llenó su vaso con más refresco de cola y se unió al coro que brindaba… 

¡Por los recuerdos valiosos que nos deja el viejo año y los que nos traerá el nuevo!... 

¡Feliz Año!

 ;-)

sábado, 28 de diciembre de 2024

La Borrachera

La frialdad de la pared bajo sus manos contrastaba con el fuego que ardía en el interior de aquel hombre semidesnudo al contemplar su reflejo. El espejo, implacable, le devolvía la imagen de un hombre consumido por los excesos de los últimos días, una máscara que ni el agua del baño reciente había logrado lavar. 

Al intentar reconocerse, una sombra de extrañeza se posó en su mirada. Sus ojos, sin brillo, reflejaban la hondura de un cansancio físico y emocional que parecía no tener fin. La escarcha temprana había sembrado su barba, y cada arruga narraba una batalla silenciosa, una cicatriz de guerras invisibles. Aquel reflejo era un fantasma de sí mismo, un recuerdo desdibujado de quien había sido apenas unos días atrás

Con un esfuerzo por recobrar la compostura, tomó las tijeras y recortó su barba con esmero, buscando una apariencia más presentable. Rasuró algunos contornos rebeldes y volvió a escrutar su reflejo en el espejo.

Un poco mejor –murmuró con una mueca amarga–. Solo me falta extirparme los ojos y ponerme los de repuesto, esos que guardo para las grandes ocasiones. Así sí que estaría como nuevo. – El sarcasmo resonó en su propia mente.

Se aclaró el rostro con un rápido enjuague, deshaciéndose de los últimos restos de jabón, y salió a la habitación que le había servido de refugio durante el último día. El panorama le golpeó el rostro como un mazo: la cama, revuelta, la ropa esparcida por el suelo como hojas secas, latas de cerveza abandonadas aquí y allá... y un hedor penetrante a whisky barato que le revolvió el estómago. Sintiendo que vomitaba, abrió de golpe la puerta del balcón y se precipitó a la luz del día, buscando con desesperación reconectar con el mundo exterior.

Un súbito golpe de luz lo paralizó, cegándolo y calentando su cuerpo, hasta entonces frío y entumecido. El sol, ya alto en el cielo, parecía avergonzarlo con su presencia; le resultaba imposible levantar el rostro, ni siquiera abrir los ojos. Era como si el astro rey mismo lo reprendiera por su abatimiento. Respiró pausadamente, aún con los ojos cerrados, llenando sus pulmones con el aire limpio del exterior y tratando de expulsar, en cada exhalación, algo de ese sentimiento, de esa sensación de soledad que le carcomía en su interior.

A tientas, encontró una de las sillas del balcón y se desplomó en ella, como quien descarga un fardo insoportable. Y así era. Esta vez, la culpa lo aplastaba con todo su peso. Era suya, solo suya, sin excusas ni atenuantes posibles. Un descuido imperdonable había liberado al demonio que llevaba dentro, desatando una vorágine de acciones vergonzosas, una marea de daños y pérdidas que de seguro serian irreparables. Todo, por su negligencia, por su maldito descuido. Por no cuidar lo que tenía y que sabía valioso.

Ahora no habría queja ni arrepentimiento que valiera, el daño estaba hecho y debía asumir sus consecuencias. 

Levantándose de su asiento, se apoyó nuevamente en el barandal y abrió los ojos al sol. Respirando profundamente una vez más, agradeció sinceramente por el nuevo día dejando que la luz ayudara a iluminarle el espíritu. Luego, entró nuevamente a su cuarto y buscó algo que ponerse sobre su ropa interior. 

Con la esperanza de disipar la atmósfera viciada, abrió de par en par las puertas, intentando exorcizar el hedor acumulado tras horas de desenfreno. Una bolsa de plástico se convirtió en improvisado recipiente para las latas y botellas vacías que encontraba a su paso, mientras una sombra de tristeza comenzaba a extenderse en su interior. Intentó reconstruir las últimas horas, pero su memoria se resistía, dejando lagunas que le impedían recordar con precisión sus acciones y palabras. Un atisbo de pánico le oprimió el pecho al evocar vagamente una llamada o mensajes enviados, sin lograr precisar el destinatario ni el contenido de su comunicación.

Arrebató el teléfono de la mesita de noche y escudriñó con avidez el registro de llamadas y mensajes, buscando con desesperación un eco de lo que vagamente recordaba. Nada. La ausencia era rotunda. Lo que fuera que buscaba, se había esfumado, borrado sin dejar rastro. ¿Un acto alcohólico de piedad consigo mismo? Quizás. 

Incapaz de desentrañar el misterio y abrumado por una marea de pensamientos, abandonó la búsqueda y siguió recogiendo el desorden.

Las labores de limpieza le tomaron toda la mañana. Agotado, volvió al balcón a tomarse un descanso y se sentó en su sillita favorita con una taza de café en la mano, debería pasar mucho tiempo hasta que tocara nuevamente el alcohol, y pensó nuevamente en su situación.

El desorden que un par de días de excesos alcohólicos podía generar era, sin duda, considerable. Sin embargo, palidecía ante el caos que reinaba en su interior. Aquel día había tocado fondo, sin duda. En tres décadas, jamás se había entregado al alcohol por una mujer. Pero tampoco, en esos treinta años, se había topado con un ser semejante. Una mujer hermosa en toda la extensión de la palabra. Profesional, dulce, romántica, con un profundo amor por su familia y una increíble capacidad de amar. Una mujer única e irrepetible, un verdadero ángel que lo había distinguido con su amistad. Y él, con una inexplicable estupidez, se había alejado… y a ella no le había importado.

Que cosas no? Había perdido cosas en su vida, pero esta vez la carga parecía superarle. 

Una vez más, un rayo de sol le golpeó los ojos. Instintivamente, alzó una mano a modo de visera, esforzándose por mantener la mirada fija en el horizonte. Le extrañó que aquel rayo, el último vestigio de una tarde que agonizaba bajo la amenaza de lluvia, pareciera dirigirse directamente hacia él. ¿Acaso era una metáfora? ¿Una señal? O, tal vez, solo un pretexto más para autoengañarse. 

Un corazón necio siempre encuentra la forma de serlo, latiendo con más fuerza en cada tropiezo, pero necio al fin. ¿O era, quizás, un llamado a romper con esa estupidez, a encontrar, como ese rayo que persistía, la salida de la oscuridad que él mismo se había impuesto?

La decisión para él, que nunca había temido reconocer sus errores, era fácil. No lo dudó un segundo.

Entrando nuevamente en su, esta vez reluciente, habitación. Pensó en su futuro. No podía seguir así, tendría que verla y hablarle diariamente y no podía dejar que todo se perdiera. Necesitaba una tregua y esa tregua dependía enteramente de ella. 

Sin dudarlo más, tomó su teléfono y escribió un mensaje: 

Hola, ¿Cuándo podemos hablar? –. 

Y con un “Send” envió al espacio su rendición incondicional.


domingo, 22 de diciembre de 2024

Por favor, No me acuses.

Por favor…
No me acuses de no valorarte,
de no quererte, de no cuidarte.

Se quien eres y lo valiosa que eres. 
Se lo poderosa que eres, lo capaz que eres.
También se lo dedicada que eres,
lo independiente que eres, lo responsable que eres.

Se de tu amor familiar, de tus sufrimientos.
Se de tus preocupaciones, de tus necesidades..

Sobre todo…  sé de esa increíble capacidad de amar.

Por favor…
No me acuses de no valorarte,
de no quererte, de no cuidarte.
Se todas estas cosas, pero no supe ganarte. 

Se lo que pierdo, que quedo vacío, que no hay otra como tú.
Se que, después de ver la entrada al cielo en tus ojos, cualquier otra cosa será solo desierto y rocas.

Se todo eso… 
Se todo eso, así que por favor…
No me acuses de no valorarte,
de no quererte, De no cuidarte.

Cambiaría, sin pensar, tu vida por la mía 
aunque sería impagable la deuda que aun quedaría.
Entraría sin pertrechos en guerra contra el mundo,
si el mundo te declarara la guerra.
Secaría océanos y mares para evitarte una lagrima.
Batallaría con los dioses mismos,
Solo para que te reconocieran como igual.

Así que, por favor
No me acuses de no valorarte,
de no quererte, de no cuidarte.

Es solo que… ya me cansé
De no tener nada que ofrecer,
Nada que cambiar por tu valoración, 
por tu cariño, por tu cuidado.

Por escuchar un "vuelve" cuando me voy,
O un "vamos" cuando te vas,
O un "hola" cuando no estas,
O un "te extraño" cuando no estoy.

La amistad requiere cuidado... de ambos lados.
así que, por favor,
No me acuses de no haberte valorado,
de no haberte querido, de no haberte cuidado.

Por favor, no me acuses de haberme ido,
de haberte dejado... 
nada hiciste, para que me quedara a tu lado.





(texto original de mi autoria musicalizado por I.A.)

jueves, 19 de diciembre de 2024

Escape de Apego (microrrelato)

El "camino de perdición", la "ruta de los espantos" o simplemente “El despeñadero”, eran algunos de los nombres con los que los habitantes de Apego habían llamado a aquella especie de túnel en las montañas, la única salida y entrada posible al caserío. 

El origen del peculiar nombre del caserío era desconocido, pero para el hombre que salía del túnel al valle del río Carira, resultaba asombrosamente adecuado. Sus habitantes, tan apegados a su tierra, experimentaban una notable aceleración del ritmo cardíaco solamente ante la mera posibilidad de abandonarla. 

Y aquel túnel maldito se alzaba como fauces oscuras para los que ansiaban la partida, un abismo que devoraba la esperanza. Nada más adentrarse en él, una opresión en el pecho y un nudo en el estómago anunciaban la tortura que vendría, según testimoniaban los que habían claudicado. Con cada paso, el túnel apretaba su yugo: temblores, tensión muscular, vértigos y dolores de cabeza lacerantes asaltaban a los osados hasta que invariablemente las emociones se desbordaban y, entre lágrimas y sollozos, los derrotados recorrían a rastras el camino de regreso al caserío del nombre extraño, de vuelta en su prisión.

Pero siempre hubo quienes no regresaron, y ellos se convirtieron en la esperanza que impulsaba a otros a intentarlo. Personas como aquel hombre que, victorioso, se sentó en una roca a la salida del túnel para beber de la botella que llevaba consigo.

Frente a la boca oscura del túnel, el hombre reflexionó sobre la relativa facilidad del camino recorrido. A diferencia de otros, él no había experimentado la opresión en el pecho, los temblores ni las cefaleas que atormentaban a quienes lo intentaban. Solo una creciente necesidad de avanzar lo había impulsado hacia el final. No había sentido nada más… en realidad, aun ahora, nada sentía.

Una sonrisa triste afloró en su rostro sin que ningún otro musculo demostrara la existencia de algún sentimiento detrás de ella. El hombre comprendió la razón de su victoria sobre el túnel casi tan rápido como aquel trago de licor bajó por su garganta. Había vencido, simplemente porque el túnel no tuvo armas contra él.

Para que el túnel ejerciera su poder, para que aquellas emociones que ataban a los hombres a  Apego los obligaran a retroceder, era preciso poseer un corazón, un alma que vibrara con la oscuridad que los consumía. Pero el túnel se encontró en él solo el vacío. Nada que desgarrar, nada que asir.

El hombre había dejado todo allá en Apego. Específicamente en unos ojos oscuros y una cabellera morena que nunca supo, o quiso saber, de él ni de sus sentimientos arrullándose al calor de otros brazos. Él nunca supo que estaba comprometida, el único del caserío en no saber parecía. Toda su capacidad de sentir se quedó con ella, mientras su carcasa vacía huía por el túnel hacia cualquier parte. 

El hombre se levantó suspirando, dispuesto a seguir el primer camino que encontrase. Obligó a sus pies a moverse sin que su cerebro marcara ninguna dirección. Solo un pequeño atisbo de esperanza le motivó a moverse hacia adelante. La esperanza de encontrar algo más que comenzara a llenarle… algo que reemplazara todo lo que había quedado allá en Apego, algo que le recuperara el alma…  


martes, 17 de diciembre de 2024

Colores del Alma

Los Colores

Una gélida ráfaga de viento azotó el rostro de aquel hombre, obligándole a retroceder bruscamente de la ventana arrebujándose en su chaqueta. Con los ojos clavados en el paisaje invernal exterior, frotó vigorosamente sus manos entumecidas, buscando desesperadamente calor antes de enfundarlas en los gruesos guantes de cuero que extrajo de su bolsillo.

Tratando de exponerse lo menos posible, recorrió con la mirada el parque abarrotado de gente, ocho pisos más abajo, frente al edificio de diez plantas en el que se encontraba. Desde su posición podía ver claramente la mayor parte del parque, especialmente la rotonda central, que ese día parecía estar lista para algún tipo de evento público. Efectivamente, una gran cantidad de sillas perfectamente alineadas y una pequeña tarima indicaban que algún tipo de acto público se realizaría aquel día. 

El hombre parecía estar menos interesado en los preparativos y más en las personas que paseaban por el parque. Algunas de ellas, bien arropadas, habían ocupado las sillas vacías en la rotonda, mientras que la mayoría caminaba rápidamente hacia un destino indeterminado. Basado en su propia experiencia, el hombre asumió que el ambiente terriblemente frío era la principal causa del rápido alejamiento de los transeúntes y del poco interés en el acto que se preparaba.

Nunca había sabido el cómo ni mucho menos el por qué. Pero desde que tenía memoria, su percepción del mundo había sido singular. Su infancia, aparentemente normal, estuvo marcada por un don peculiar: la capacidad de ver el alma de las personas a través de un aura de colores que revelaba sus emociones más profundas. Este don, que lo maravillaba, también lo sumía en un misterio que nunca terminaría de descifrar. Roja si estaban enojadas o estresadas, naranja en las personas alegres, rosa para las personas enamoradas. Pronto aprendió las ventajas de visualizar el estado de ánimo de las personas en un mundo donde las máscaras eran la norma.

Con el tiempo, aprendió que los colores que veía no solo indicaban estados emocionales momentáneos, sino que también revelaban matices que delataban rasgos de personalidad más profundos. Así, con una sola mirada, podía identificar a las personas extrovertidas, románticas e incluso neuróticas, simplemente evaluando los colores que irradiaban.

Curiosamente, había descubierto que la gente era más simple de lo que parecía. Inspeccionando sus almas, como le gustaba llamarlo, solía encontrar que, con todas sus variaciones, siempre predominaba un color base en cada persona. Así, podía identificar a la gente por su color principal: rosa, verde, gris o rojo, este último siendo el color característico de personas enojadas y permanentemente neuróticas que en alguna ocasión llegó a conocer.

En ese caso, por ejemplo, la plaza se desplegaba como un lienzo monocromático de blanco, azul y gris. Colores que sin duda evocaban la gélida inclemencia del día, lo que parecía ser la principal preocupación de quienes transitaban por allí. Sin embargo, esa sensación momentánea no podía ocultar completamente los matices de la personalidad de cada una de esas personas, que él aún era capaz de reconocer.

Un movimiento inusual en el extremo derecho del parque captó su atención. Algo intensamente brillante y colorido apareció de pronto, acelerando su pulso y trayendo consigo una emoción que creía perdida. Lo identificó de inmediato, pero el reconocimiento no disminuyó la alegría que lo embargó, ni el retorno de una fe que lo había abandonado hacía tiempo.

La Visión

Aquella rareza que había aparecido en la plaza alegró el corazón de aquel hombre y le trajo hermosos recuerdos de un pasado pleno de felicidad. Un aura multicolor, brillante como el reflejo del sol, delató la presencia de una hermosa chica que caminaba por el camino principal hacia la rotonda. Sin ningún apuro, parecía disfrutar de un agradable paseo por la helada plaza tal y como lo hubiera hecho en una cálida mañana de verano. Esto por si solo hubiera ya hubiera sido raro. Sin embargo el hombre no podía apartar la mirada de la hermosa aura arcoíris que irradiaba la chica. 

Brillante, intensa, densa y consistente, su aura parecía impregnar todo a su alrededor. Incluso las personas que se encontraban con ella parecían perder la tonalidad fría que el clima les otorgaba, asumiendo brillos y ribetes coloridos. Aquella chica realmente parecía contagiar de color a los demás.

Ante aquella rareza de visión, el hombre invocó los recuerdos de otra visión similar, rescatando de su memoria tiempos en los cuales el mundo parecía más simple y más manejable. En aquellos días, otra chica con el alma en colores se había convertido en su vida, demediándola en un antes y un después, marcando para siempre su destino.

Aquella chica de su pasado exhibía la misma exuberante aura colorida que él observaba hoy en esa plaza. Una novedad para él, la atracción fue inmediata y una relación profunda surgió entre ambos. Creativa, empática y energética, la positiva personalidad de la chica se grabó en él, y juntos se convirtieron en una fuente de alegría para todos los que los conocían.

Fueron días extraordinarios, pero no duraron. El demonio llegó y se llevó todo lo que él había considerado maravilloso alguna vez.

El demonio

Lo vio una sola vez, coincidiendo con la mejor época de su vida. Caminando solo por aquel mismo parque. Por primera vez vio en aquel joven algo que nunca pensó pudiera existir: un aura densa, negra y de apariencia pastosa, le palpitaba y reptaba alrededor con un aspecto terrorífico. A diferencia de las demás, esta aura era completamente oscura, sin transparencias y extrañamente parecía moverse hacia las personas como si tuviera vida propia, tratando de arroparlas. 

La curiosidad invadió al hombre. Le parecía extraordinario haber encontrado dos variantes de aura tan diferentes después de toda una vida entre manifestaciones monocromáticas de las mismas emociones. Envalentonado por la experiencia multicolor, no dudó en acercarse a aquella nueva alma y estrechar su mano al presentarse. El efecto fue aterrador, un viaje de ida y vuelta al infierno que casi acaba con él. 

Al momento de estrechar aquella delgada mano, sintió como algo pesado y pegajoso le tomó por el brazo y, desde allí, rápidamente le cubrió por completo. Sentimientos de ira, odio, miedo y un sinfín de emociones negativas adicionales surgieron y crecieron en él al mismo tiempo provocando una sensación de ahogo que, por momentos, parecía presionar su pecho con tal intensidad que podría hacerlo estallar. No pudo resistir más y calló desmayado al suelo.

Despertó, días después, en la cama de un hospital con su chica multicolor a su lado. Sin rastros de aquella aura negra en su alma, seguramente por los cuidados recibidos. A partir de entonces, con el corazón y el espíritu fuertemente afectados por la experiencia vivida, las cosas no fueron iguales. Su propia alma, de alguna manera, ya no tenía color y el arcoíris de su compañera parecía no tener la suficiente fuerza para remediarlo.

Trató de seguir su vida, de olvidar aquel encuentro. Pero una obsesión oscura anidó y creció sin medida dentro de él. Persiguió a aquel hombre sin descanso durante años. Sin saber nada de él, siguió cada pista, cada mención, cada detalle oculto que pudiera llevarle a encontrarle. Dedicó su vida a encontrar a aquel demonio, perdiendo en el camino absolutamente todo lo que, hasta aquel contacto, había sido importante para él. Lo entregó todo, incluyendo a su amor multicolor. Hastiada, aquella chica se había escapado para pintar arcoíris en las almas ajenas hacía ya unos años. 

Y ahora, al final de todo lo vivido, de todo aquel sacrificio, el hombre estaba allí mirando oculto desde aquella ventana a una nueva improbabilidad. La fortuna le había traído, en una nueva alma, la visión multicolor perdida años atrás como un recordatorio de que siempre hay esperanza.

El Final

Entretenido en la visión de aquel ángel multicolor, el hombre olvidó prestar atención a lo que ocurría en la rotonda al centro de la plaza. El ruido de un equipo amplificador le sacó violentamente de su abstracción y le obligó a concentrarse nuevamente en el objetivo de su vigilancia. Poco a poco las sillas se habían ocupado casi en su totalidad y aparentemente el acto para el que estaban allí se preparaba para comenzar. 

Un presentador llamó al orden y las personas se acomodaron rápidamente para escuchar a quien estaba en la pequeña tarima. Desde su puesto atrás de la ventana, el hombre pudo observar al detalle los movimientos de todas las personas asistentes. Sin embargo, su interés estaba puesto solo en encontrar algo en particular que parecía escapar a su mirada.

Súbitamente, algo le atrajo desde la entrada norte de la plaza. Su corazón dio un vuelco y comenzó a palpitar desaforadamente al detectar un repentino oscurecimiento del ambiente en el camino que conducía desde allí a la rotonda. Sabía lo que significaba, el momento que tanto había esperado llegaba por fin.

Rápidamente ajustó su chaqueta y dio un empujón a la ventana, abriéndola por completo y afinando su visión, escudándose en la oscuridad de la habitación. Desde la oscuridad pudo ver, claramente esta vez, a un grupo de personas que se aproximaban al centro de la plaza. Con las manos aferradas a la ventana, debió realizar un esfuerzo sobrehumano para aquietar la zozobra que causaba en su corazón la terrible oscuridad que acompañaba a aquellas personas.

Un aplauso generalizado del grupo de personas que esperaban recibió a los recién llegados. Apretones de manos, abrazos y besos se propagaron en aquella bienvenida mientras el hombre observaba, esta vez con terror, cómo el azul exhibido hasta ahora por los presentes se iba oscureciendo con cada saludo y cada contacto con los recién llegados. Conteniéndose, se obligó a sí mismo a esperar a su objetivo; no era el momento de intervenir, debía asegurarse de que todo acabara allí.

Pronto, su paciencia se vio recompensada. El grupo de hombres recién llegados tomó posiciones alrededor de la tarima, sentándose en sillas especialmente colocadas para ellos. Un hombre alto, con un grueso abrigo y sombrero, se dirigió en solitario hacia la tarima y el micrófono colocado en ella. El momento había llegado.

Una extraña paz y tranquilidad invadió al hombre en la ventana. Con una calma impensable hacía apenas unos instantes, se inclinó y recogió del suelo el arma de francotirador que había dejado preparada. Con pasmosa sangre fría, colocó un soporte fabricado exprofeso y, apoyando el arma contra su hombro, buscó a su blanco a través de la mira de largo alcance. No fue difícil encontrarlo y fijarlo; la oscuridad que irradiaba lo hacía resaltar por encima de todos los demás.

Mientras trataba de ajustar el arma a sus palpitaciones y al viento helado que entraba por la ventana, se remontó involuntariamente a aquel día en que hizo contacto con aquel demonio. Por un momento cerró los ojos, reviviendo las sensaciones de aquel día y el impacto que las emociones recibidas habían causado en él. Pero esas emociones no habían venido solas; las acompañaron visiones de un futuro que llegaría con el ascenso al poder del demonio y sus acólitos. Un futuro apocalíptico, de destrucción y sufrimiento para la humanidad. Un futuro que él evitaría, allí y ahora.

Apartando por un segundo la mirada de la mira del arma, se fijó en la oscuridad que había invadido a casi todos los presentes en aquel acto. El demonio se había vuelto extremadamente poderoso y nadie parecía poder, o tal vez querer, resistírsele. Decidido, volvió la vista a la mira, dispuesto a terminar su misión autoimpuesta. Un escalofrío le recorrió la espalda; a través de su mira telescópica, pudo observar desde la plaza cómo aquel demonio había detenido sus arengas y, a pesar de la distancia, le miraba fijamente, con un rictus de odio deformándole el rostro y una actitud desafiante.

¿Cómo era posible? ¿Cómo sabia?... sus preguntas jamás tuvieron respuesta. Un fuerte golpe echo al suelo la puerta de aquella habitación y un grupo de hombres uniformados y armados entraron violentamente.

– ¡Arma! – . Gritó uno de los uniformados. Y cinco disparos acabaron con la vida de aquel hombre que veía el alma en colores y, probablemente, con las esperanzas de la humanidad.

Mientras tanto, abajo en la plaza, el demonio escapaba al futuro, protegido por sus seguidores.

Epilogo

En medio del desconcierto y el miedo, los asistentes a aquella reunión política comentaban entre ellos los extraños acontecimientos recientes. Los disparos que se escucharon en aquel edificio lejano y la repentina huida del candidato fueron el tema de multitud de comentarios desinformados e historias inventadas. El odio y el miedo habían calado tan hondo en aquellas almas que pocos se dieron el tiempo para fijarse en aquella hermosa chica de trenzas negras que vagaba entre ellos, saludándoles, preguntando por los hechos y tratando de calmarles.

Pocos se fijaron en aquella chica, y aún menos se preguntaron cómo su miedo, odio y deseo de venganza se transformaban en calma y sosiego tras su contacto. Pocos le dieron importancia a este encuentro y a la esperanza que significaba. Nadie se dio cuenta del arcoíris que, por aquel día, calmó la tormenta.


miércoles, 11 de diciembre de 2024

Rosa y Beige

El bullicio y la gran cantidad de gente que circulaba a su alrededor no parecía distraer ni un poco al hombre sentado en la barra de aquel local nocturno. Abstraído, fijaba su atención en un punto fijo de la abarrotada pista de baile, específicamente en una pareja que danzaba en el lugar más alejado. En realidad, si le preguntaban, no hubiera sido capaz de describir al par masculino de aquella pareja ya que toda su atención se centraba en la chica.

Pequeña, delgada y con una larga cabellera castaña, la chica vestía un conjunto beige que moldeaba a la perfección un hermoso cuerpo, resaltando sus formas con cada movimiento al compás de la música. La chica, sin duda, sabía cómo usar su guardarropa. Realzada por la altura de unos cuidadosamente seleccionados zapatos deportivos, aquella falda corta dejaba al descubierto unas piernas perfectas, mientras enmarcaba la suave caída de sus caderas y su atractivo derriere. El efecto se completaba con una finísima cintura perfectamente entallada y un escote que, aun siendo elegante, sugería apenas la hermosa visión de sus redondeces.

Todo el conjunto, complementado por unos hermosos ojos brillantes, unos labios carnosos y rojos, y un sexy lunar en la comisura inferior, que le otorgaban a la chica una increíblemente sensual femineidad. O al menos, así le parecía al hombre que con ojos cariñosos la observaba.

Volteando hacia la barra, hizo señas al barman para que le sirviera otra cerveza. Tomando un largo trago, se sumergió en sus pensamientos con la imagen de la chica aún grabada en su mente. La había conocido algunos años atrás, en tiempos de incertidumbre que habían llevado sus capacidades al límite, llevándolo muchas veces a un punto de quiebre en el que rendirse parecía ser la única opción.

Y fue en esos momentos difíciles que apareció ella. Como un ejército colonizador, llegó un día y plantó su bandera en el corazón del hombre, tomando posesión de sus motivaciones y anhelos, convirtiéndolos en su dominio. Esto de la manera más absoluta y extraña, probablemente sin proponérselo o siquiera darse cuenta. Y en esos días, con aquella chica, llegó la única razón que al final lo mantuvo firme en su trinchera sin desertar.

Tratando de evitar el abismo de la nostalgia, volvió a mirar hacia la pista. En su mente, detalló a la chica que recordaba de entonces, con su cabello un tanto salvaje y las hermosas trenzas con las que trataba de domarlo. Aquella visión parecía bastante diferente de la versión actual, con su cabello liso y bien arreglado, ondeante según el movimiento del baile de turno.

Sin embargo, la verdad, aquellas dos visiones no eran tan distintas. Apurando un trago de su cerveza, no pudo evitar sonreír al darse cuenta de que su corazón aún se aceleraba al recordar el conjunto deportivo rosa que usaba en sus ratos de ocio y que, ceñido y revelador, evidenciaba aquel cuerpo perfecto, juvenil y turgente. Casi de la misma forma que el vestidito beige que la abrazaba esa noche.

Rosa y Beige, símbolos de dos momentos separados en el tiempo y que, sin embargo, parecían fusionarse aquella noche en el baile de aquella chica. A pesar de tener años sin verla, y de no saber nada de su vida, aquella sensualidad que la diferenciaba había demostrado ser atemporal. La chica en ese aspecto no había cambiado y, de repente, todos los demás recuerdos le vinieron a la mente. Los proyectos culminados, las celebraciones, las conversaciones hasta altas horas de la noche y toda una serie de vivencias adicionales que tuvieron en común y que atestiguaron sobre sentimientos invertidos para bien y con excelentes resultados.

Rosa y beige; dos colores tan diferentes para visiones tan parecidas. Dos colores que, al final, tenían el mismo significado afirmativo. Dos colores que le recordarían siempre: ¡Has vivido!

Terminando su cerveza de un trago, el hombre se dirigió hacia donde la pareja aún bailaba. Con desparpajo, se abrió paso entre los bailarines, tomó a la chica suave pero firmemente por la cintura y la llevó al centro de la pista con un paso de baile que, aunque torpe, estaba lleno de intención. Ignorando a la sorprendida pareja masculina que quedó atrás, él se perdió en los ojos de la chica. Con el corazón acelerado, vio cómo en esos ojos hermosos se encendía nuevamente el brillo que alguna vez había amado. Con esperanza, recibió con alegría una sonrisa que le indicó que ella también lo recordaba.

Perdidos en sus recuerdos, los bailarines se entrelazaron moviéndose al ritmo de su pasado compartido. Y, en una danza evocadora, revivieron sus días felices entre acordes Rosa y Beige que hicieron al tiempo solo una lejana ilusión…

domingo, 1 de diciembre de 2024

La Fiesta

La alegre música y el bullicio estrepitoso que salían de aquella casa interrumpían lo que de otra manera de seguro hubiera sido una noche tranquila. El cielo estrellado y la hermosa luna llena atestiguaban el jolgorio que se celebraba en la única casa con las luces encendidas a esa hora de la noche.

Un movimiento en la esquina más próxima a la celebración, indicaba que la soledad de aquella plaza no era tan absoluta como parecía. Una mirada curiosa habría delatado a un hombre cómodamente sentado en el suelo, amparado en un árbol cuyas frondosas ramas le proporcionaban un camuflaje casi perfecto con su sombra. 

Pensativo, el hombre levantó una botella a la que dio un largo trago. Colocándola al contraluz de aquella casa iluminada, vio que ya no quedaba mucho en su interior. Sonriendo, pensó que debió salir de allí cuando aún quedaba licor para terminar la noche. Pero, como siempre, había tomado casi demasiado tarde la decisión a pesar de lo que su corazón le advertía. Afortunadamente, aquel "casi" le había asegurado al menos unos tragos de su licor favorito en la compañía de la única persona en quien realmente podía confiar... él mismo.

Colocándola de nuevo a su lado, el hombre pensó que en aquella botella prácticamente se resumía la historia de su vida. No se consideraba a sí mismo una persona altruista. Sin embargo, siempre se esforzaba al máximo para que las cosas se hicieran bien, ya fuera en el trabajo, en el amor o en la vida. Siempre trataba de ayudar a los demás en lo posible; le gustaba verlos prosperar. Pensaba que las cosas bien hechas agradaban a Dios y que, personalmente o a través de otros, su intervención le ganaría algunos puntos al final, cuando tuviera que rendir cuentas de su vida.

A veces, esta actitud realmente daba resultados. Había hecho grandes amigos en personas agradecidas que aún andan por ahí, triunfando y recordándole con cariño. Estaba seguro de que, si era posible, ellas le apoyarían en cualquier situación adversa. Esas personas serían sus testigos al final.

Otras veces, sin embargo, las personas solo se beneficiaban de su entrega y dedicación, pero al momento de la verdad, nunca obtenía su apoyo. Esas personas eran tiempo perdido. No le gustaba que le utilizaran, le molestaba infinitamente que se aprovecharan de sus buenas intenciones pero, sin embargo, insistía, continuaba apoyando y haciendo las cosas bien. Hacía lo que sabía hacer, sin esperar retribución. 

Hasta que, en algún momento, se cansaba. Y entonces, simplemente tomaba su botella con lo que quedara en ella y se marchaba. A buscar otro lugar donde su capacidad de apoyar, querer, trabajar o incluso amar, fuera correspondida.

Un aumento en el ruido proveniente de la casa le sacó de sus pensamientos. Observó la hora en el reloj de su móvil y murmuró para si

Ya es muy tarde. Voy a tener que irme –.

Es que, aunque ya tenían bastante rato en ello, aquella fiesta con la que celebraban el cierre de algún negocio desconocido para él, parecía estar en pleno apogeo. No eran raras aquel tipo de fiestas ofrecidas por su patrones a personas de su confianza. Extrañamente, a pesar de su dedicación al trabajo y a estar siempre presto a brindar ayuda cuando se necesitara, no se consideraba precisamente de la confianza de sus jefes y compañeros más allegados a ellos. Sin embargo, siempre parecía tener un cupo en ellas motivado seguramente a esa vocación de servicio que le llevaba a colaborar sin reclamos o recelos.

Solo que aquella noche se había cansado de ser un fantasma bueno para todo y merecedor de nada. Se había cansado y simplemente había tomado su botella y se había marchado. 

Súbitamente, una batahola se armó en la calle frente al hombre. Múltiples vehículos oficiales rodearon la casa y decenas de hombres uniformados bloquearon la calle amparados en el fenomenal ruido que la música y las risas proveían como cobertura. 

Rápidamente, los hombres penetraron en la casa. La música se detuvo y las risas se transformaron en gritos, amenazas y maldiciones que se mezclaron con declaraciones de arresto y algún lloriqueo histérico.

Desde su posición privilegiada, el hombre pudo ver cómo, en un desfile impensable, sus jefes encabezaban una larga fila de personalidades. Esta incluía chicas, contratistas, jueces, abogados y políticos de renombre, todos esposados y escuchando una larga retahíla de derechos antes de ser llevados a los vehículos policiales. Su destino, según lo que pudo escuchar desde la sombra, era poco prometedor. Contrabando, tráfico, conspiración y corrupción fueron solo algunas de las palabras que pudo entender entre los gritos y las órdenes de los oficiales.

Que mal les va a ir –. Pensó

Cuidándose de no ser visto, el hombre vació de un trago el contenido restante de su botella y emprendió camino por un sendero de árboles. Pensó que, después de todo, tenía suerte y que sus acciones positivas sí eran recompensadas, aunque de maneras inesperadas.

Viendo su reloj y ya con un poco de sueño, apresuró el paso pensando que, temprano en la mañana, debería salir a buscar un nuevo trabajo. Eso sí, no antes de llamar a aquel amigo que lo había contactado más temprano y le había advertido del allanamiento que se realizaría esa noche. Uno de esos amigos que practicaba la gratitud, uno de esos que hacían que todo valiera la pena.














martes, 5 de noviembre de 2024

¡Atrapado! (Microrrelato)

El hombre despertó con una sensación fría y húmeda sobre su frente. Confundido, abrió y cerró los ojos tratando de despejar su mente. No recordaba dónde estaba, ni cómo había llegado hasta allí.

La oscuridad era tan profunda, que dudó si aún estaba atrapado en un sueño. Intentó frotarse los ojos, pero su brazo derecho se quedó petrificado e inútil. El izquierdo, rebelde, se negó a obedecer la orden de buscar la causa de aquel contacto helado que sentía en su frente. 

Con el miedo comenzando a anidar en su corazón, trató de mover su cuerpo en la oscuridad. Un dolor indescriptible en un costado le hizo gritar pero su cuerpo permaneció inerte. Solo su cabeza se inclinó golpeando algo con fuerza. Pudo sentir como algo sólido caía sobre su rostro, desprendido seguramente por el fuerte golpe. 

Un olor conocido impregnó su nariz, exacerbado de seguro por el esfuerzo de moverse. Ya lo había sentido antes, allá en su niñez, en la granja de los abuelos. El pánico le heló el corazón. De seguro era tierra lo que sentía y olía. Era Tierra húmeda lo que le aprisionaba y le impedía moverse, y era algún tipo de fuente de agua lo que goteaba en su frente. 

En ese momento, la verdad le llegó como un relámpago,… ¡POR DIOS!, ERA UNA TUMBA EN LA QUE SE ENCONTRABA… Entonces recordó. Recordó la emergencia, recordó la avalancha.. y recordó la montaña… 

Recordó y, luego, se sumergió nuevamente en el olvido... 




Aporte para el reto
del Mes Noviembre de 2024 en






domingo, 3 de noviembre de 2024

La Roca

No hubo aviso, presentación o premeditación. Simplemente, un día, apareció.  Llegó y se plantó allí a la orilla de mi vida con la seguridad del conquistador que toma posesión de su botín.

Pequeña, ágil y de aspecto fuerte, irradiaba sin embargo cierta fragilidad que de alguna manera me disuadió de objetar su incursión en el campo de mi soledad, hasta entonces mi principal orgullo. Dos gruesas trenzas negras, como ríos oscuros entrelazados, caían sobre sus hombros enmarcando un hermoso rostro, adornado por unos ojos oscuros y penetrantes que, a pesar de su desinterés, ejercían un magnetismo poderoso aun mirándolos de lejos.

Llegó un día y se plantó allí. Escogió mi mejor y más visible roca y se sentó sobre ella reclamando señorío sin escándalos ni aspavientos… y no encontró resistencia. Día a día la vi allí, atrincherada  en la que hizo "su" roca, concentrada en su mundo sin levantar la cara, dar señales de reconocerme, o mucho menos, de asimilar el desastre que causaba en  el mío. Solo con su presencia, me temo, ganó la batalla y la guerra.

Es que de alguna manera verla allí tan cerca de mí, irrumpiendo en mis defensas siendo tan hermosa, delicada y tan segura de sí misma, me hizo cuestionar la soledad que tantas veces había defendido y a la que voluntariamente me había sometido.   

Viéndola allí, distante, compartí con ella toda una serie de sensaciones que había olvidado formaban parte del contacto humano cercano. La vi sonreír, disgustarse y llorar. Y desde lejos sonreí, me disgusté y lloré con ella a pesar de que, como he dicho, nunca pareció siquiera darse por enterada de mi presencia y mucho menos de las emociones que en mí generaba.

Nunca vio las nuevas flores creciendo a su alrededor, o las ramas del árbol cuidadosamente colocadas para hacerle sombra. Jamás se enteró de los cambios en su roca. No se preguntó cómo día a día la encontraba libre de polvo. Como es que, poco a poco, la corteza dura y tosca fue rebajándose hasta descubrir un centro más suave y cómodo para ella. Jamás la vi siquiera prestar atención a como las grietas, formadas por años de intemperie, fueron disimuladas para evitar que la maltratasen.

Nunca notó, ni se preguntó en realidad, cómo era que su áspero refugio se transformaba en un lugar suave y acogedor, ni cómo las cicatrices del tiempo en su pedestal desaparecían sutilmente para ella. 

Y no me importó. Es que aquellas cosas que hacía por ella, eran más bien resultado de lo que ella, con su presencia, hacía por mí… Eliminando grietas, durezas y callosidades  de la vida.

Hoy, sin embargo, algo ocurrió durante su visita matutina. La vi intranquila, preocupada. Miraba su teléfono con ansiedad y, por primera vez, levantó su vista hacia mi lugar con una expresión de desesperación y suplica. Si, en realidad sabia de mí. No entendí que ocurría, pero se mantuvo en su roca algún tiempo hasta que, con tristeza, pareció darse por vencida y emprendió su retirada.

Por eso estoy aquí. Impulsado por la urgencia, me acerqué a esta roca y registré el área con desesperación, buscando la causa de aquel inquietante suceso. No encontré nada tangible que explicara su repentina partida. Sin embargo, sé cómo solucionarlo. Tengo la respuesta que necesita, la misma que me fue confiada y que solo debía compartir con quien fuera digno. Ella, aunque no me conoce, lo merece. Le entregaré esto, una herramienta que, si la utiliza sabiamente, restablecerá el equilibrio y hará que nuestros caminos vuelvan a ser paralelos, independientes pero cercanos...

__________

El Hombre hurgó entre sus bolsillos hasta dar con una libreta y un lápiz. Con un trazo firme, casi furioso, escribió tres veces la palabra “PACIENCIA” en mayúsculas, como un conjuro. Arrancó la hoja con seguridad fijándola a una gran roca con una piedra más pequeña, burlando al viento que intentaba arrebatársela.

Dedicándole un tiempo a sus recuerdos, pasó la mano suavemente por aquella roca que, curiosamente, solo se volvió importante para él cuando una desconocida lo hizo. Sonrió pensando que, de no ser por aquella chica, seguiría allí abandonada, rugosa y llena de grietas... existiendo sin vivir al igual que él.

Luego de constatar la hora en su teléfono, se aseguró de que su mensaje estuviera seguro sobre la roca y volvió presuroso a su campo a seguir con la labor mientras esperaba el regreso de la chica. No tuvo que esperar mucho ya que no pasó una hora antes de que apareciera atravesando el campo de flores por el lugar de costumbre.

Cuidadosamente, la chica se acercó a la roca mirando en la dirección del campo de trabajo del hombre, quien se había ocultado convenientemente desde un punto en el que podía observar sin ser visto a su vez.

Pareciendo darse cuenta por fin de que algo había cambiado, la chica se fijó de repente en el papel sobre la roca. Sobresaltada. Miró a su alrededor y, cuidadosamente tomó la nota y leyó su contenido. Un rictus de perplejidad se adueñó de su rostro y, sin comprender, volvió a dar un mirada a su alrededor tratando de encontrar una explicación a aquella nota.

Volvió a mirar la nota y,  poco a poco, su expresión comenzó a cambiar y una sonrisa iluminó de repente su rostro. Rápidamente, tomó su teléfono y con agilidad tecleó algo en el aparato. Unos segundos después, un gritito de alegría y un par de saltos que la llevaron a su puesto sobre la roca revelaron que había obtenido la respuesta a sus problemas. Acomodándose sobre la roca, se sumergió allí una vez más en su mundo, solo que esta vez, su ensimismamiento se veía interrumpido por frecuentes miradas furtivas al campo vecino.

Con una sonrisa de satisfacción al ver el cambio de actitud de la chica, el hombre se sumergió en su trabajo. Al caer la tarde, convencido de que ella ya se habría marchado, se dirigió a la roca con la intención de hacer una limpieza rápida antes de que el sol se ocultara. Sin embargo, al llegar, una sorpresa lo esperaba: su nota permanecía intacta en el mismo lugar. Pero eso no era todo. Entre los pliegues del papel cuidadosamente doblado, una delicada flor de pétalos dorados parecía brillar, anunciando que algo especial lo aguardaba.

Con el corazón en la boca tomó la flor y extendió el papel, el mismo que él había dejado, y en el que ahora alguien escribió con lápiz de labios

    - Gracias por la contraseña de Internet. Me llamo María. Me gustaría que habláramos, Si tú quieres.

En su mente, un estruendo le anuló de repente los sentidos. Sabía lo que era… dos mundos que seguían rutas paralelas y que acababan de encontrarse con fuerza. Con una sonrisa, dobló con cuidado el papel y lo guardó. Observando la roca, murmuró

        - Tendré que hacer algunos acomodos por aquí. Parece que mañana seremos dos.

Y silbando y saltando como cuando era un niño, bajó rápidamente hasta su casa. Traería algunas herramientas para seguir trabajando en su roca. Tal vez, ya no estaría solo ¿Quién sabe?

martes, 22 de octubre de 2024

El Saco de Patatas

El sol abrasador castigaba la tierra reseca de aquel camino rural, convirtiendo el aire en un horno. Con un suspiro de cansancio, el hombre colocó cuidadosamente en el suelo el pesado saco de patatas, sintiendo cómo sus hombros agradecían el descanso. La gorra de béisbol que usaba, sudada y polvorienta, le ofrecía una sombra tenue mientras se esforzaba para alcanzar su zurrón de cuero. Extrajo una botella de agua tibia cuyo contenido, a pesar de la temperatura, le pareció helada y refrescante. El líquido, al deslizarse por su garganta, de alguna manera le recordó el sabor de la vida y agradeció profundamente contar con aquella bendición en esos momentos de necesidad.

Mientras descansaba de su carga, echó una mirada al camino recorrido y, con aprensión, al que le quedaba. Intentaba animarse, convenciéndose de que lo peor había pasado. Bastante transitado cuando comenzó, ahora se veía sumamente solitario y solo algunas aves picoteaban aquí y allá. Todos los demás seres vivientes parecían escapar al calor de la hora… menos él y su carga, la que necesitaba llevar a su destino.

No le gustaba la soledad. Pero la prefería antes que lidiar con la deslealtad y la falta de agradecimiento de las personas. No podía evitarlo. Aun contradiciendo lo que su padre y todos sus amigos metafísicos le habían enseñado, o habían tratado de enseñarle. Aquello de que “las cosas que se hacen por los demás tiene su respuesta en el cielo”… o en la otra vida, o en el nirvana… o en cualquier otro lado menos aquí.

Sonriendo para sí, y ya descansado, inclinó su cuerpo sobre el saco de tubérculos y con un fuerte empujón lo llevó nuevamente hacia su hombro para seguir camino. No necesitaba estar parado para seguir pensando tonterías y no era cosa de que se le fuera todo el día en el camino.

Al reanudar su marcha, vio más adelante la única señal de vida humana a todo lo largo de la carretera visible. Una chica de unos veinte años apareció de repente por el camino de una granja más adelante, montando una destartalada bicicleta. El hombre la reconoció enseguida. La chica era Sandra, hija de un conocido granjero de la zona. No los conocía bien aunque, a veces, les había brindado algún aventón cuando su camioneta no estaba en el taller. 

Desde la distancia, la chica pareció reconocer al viajero y levantó su mano en un amistoso saludo. Luego, levantándose sobre los pedales de su bicicleta, con un fuerte empujón, aceleró por el camino tomando la misma dirección en que el hombre viajaba dándole la espalda.

Bueno, pues. No me esperó y me hubiera gustado preguntar por su padre. – Dijo para sí, mientras acomodada mejor su carga sobre el hombro y sin, aparentemente, extrañarse para nada de la aparente huida de la chica. 

Es que, cuando comenzó su travesía aquella mañana, había mucha más gente en el camino. Todos vecinos o conocidos y, la mayor parte de ellos, beneficiarios de alguna manera de aquellas cosas que, según su padre,  “había que hacer por los demás”.

Sin embargo, su carga pareció tener el mágico poder de recordar a todos sus congéneres alguna imperiosa necesidad de llegar rápidamente a una cita olvidada. Seguramente en donde no existían sacos de patatas ni nadie que cargara con ellos y que pudiera necesitar un poco de ayuda. Sin excepción, independientemente de lo que hicieran en el momento, todos saludaron presurosos y salieron disparados en dirección contraria a la del hombre y su carga. 

Extraña cosa esto de la mente humana y sus lagunas que disfrazan las propias necesidades urgentes como aparentes actos de deslealtad. Y más extraña cosa todavía pensar que, en realidad, él en ningún momento solicitaba a los demás ayuda con su carga. O, por lo menos, la ayuda que ellos pensaban.

A diferencia de su padre, comprendía la importancia de corresponder a los actos de generosidad. Había aprendido que el agradecimiento es fundamental y que dar sin esperar nada a cambio solo fomentaba la pasividad. Estaba convencido de que el dar y recibir formaban un ciclo vital en el que ambas partes eran esenciales. Mientras su padre no veía la necesidad de reciprocidad, él creía firmemente en el equilibrio de dar y recibir. Había interiorizado que el agradecimiento era el engranaje que hacía funcionar este ciclo vital. Dar sin esperar nada, pensaba, solo interrumpía el flujo natural de este intercambio esencial.

Ese día, por ejemplo, un simple gesto de solidaridad habría bastado para aliviarle: una mano secando el sudor, unos minutos de charla amena, una pregunta sincera sobre el peso de su carga. Cualquier mínima cosa, palabra o gesto que denotara que sus actos habían sido valiosos y que estaban agradecidos habría sido suficiente. 

Pero ninguno de sus vecinos, incluso, se interesó siquiera por la razón de que cargara con un saco de patatas, a pesar de tener un generalmente confiable auto del que muchos de ellos se habían servido alguna vez. Nadie se atrevió, no fuera que al final terminasen compartiendo tan pesada y sucia carga. 

Deslealtad clara y absoluta. Y, si la alternativa son los desleales, mejor la soledad de aquel camino. Mejor cargar su saco de patatas en silencio y cumplir su labor sin esperar nada de los demás. Se deprimiría menos y obtendría lo mismo… nada.

Sumergido en sus pensamientos, el hombre había avanzado bastante en su camino. Un movimiento mas adelante, bastante lejos aún, le llamó la atención. Aparentemente alguien venía así que decidió darse otro descanso y, con un poco de dificultad esta vez, colocó nuevamente el saco en el suelo.

A pesar de sus gruñidos internos y de todo el refunfuñar de la última hora, la perspectiva de conversar con alguna persona se le hacía de alguna manera esperanzadora. Aun cuando no lo reconociera y se dijera que solo quería descansar. Así que esperó, vigilando con expectativa el punto que se acercaba.

Pronto, vio como le alcanzaban dos figuras que avanzaban muy juntas por el medio del camino en sendas bicicletas. Con cierta alegría, el hombre reconoció nuevamente a la chica que le había saludado unos kilómetros atrás y a su padre. Un hombre mayor que, a pesar de su edad, venia pedaleando enérgicamente una bicicleta tan vieja y destartalada como la que montaba su hija. Cada bicicleta arrastraba una pequeña carreta de dos ruedas que, de seguro, habían vivido mejores tiempos por lo usadas que se veían.

Don Miguel, le hice señas de que me esperara. Por suerte encontré a Papá y pudimos traer las dos carretas. Ni de chiste hubiera podido con su carga y con usted. Si está como rechonchito –, dijo la chica, con una hermosa sonrisa, mientras le alcanzaba al hombre una cantimplora con agua fresca.

¿Qué hubo Miguel? ¿Qué pasó con la camioneta? ¿Otra vez en el taller? – Saludó el hombre en la bicicleta. – Que suerte que “Mija” corrió como los diablos a buscarme, un poco más y no me encuentra.

Sin saber que decir, el hombre solo atinó a tomar la cantimplora y beber un largo trago de agua. Mientras tanto el anciano, con una energía no cónsona con su edad, tomaba el saco del suelo y lo colaba con cuidado en el carretón.

Échese en el carretón don Miguel, pa’ que descanse. Ahí le mandó mi “Ma”  unos pastelones de merengue pa’ que los pruebe. Y que no se le ocurra venirse sin pasar por la casa – Dijo la chica, casi empujando al aun sorprendido hombre hacia su propio carretón.

Graaciasss, no sé qué decir –. Las palabras salieron atropelladas de su boca. 

Pues no diga nada hombre, échese un rato y mire pa´l cielo comiendo pastelones que lo que había que hacer ya usted lo hizo. Mire que cargarse solo ese saco. Solamente a usted se le ocurre.

La extraña comitiva partió rápidamente con su carga. El hombre, recostado en su carretón y mirando al cielo, pensaba en las extrañas vueltas de la vida. Estaba seguro de que su padre le miraba desde algún lado muerto de la risa y diciéndole.. “¿Ves, como las cosas a veces no son como creemos?”.

Sonriendo, extendió una mano machada de merengue hacia el cielo y pensó – Acepto la lección – y en voz alta agradeció a quienes le auxiliaron:

Gracias amigos, me salvaron en más de una forma. 

No, de nada don Miguel, que ahí estamos para ayudarnos. Pero, al fin y al cabo, ¿para donde lleva usted ese saco de Patatas?

El hombre sonrió recordando la batalla mental que traía consigo, y en toda la mala vibra que las acciones ajenas le habían causado. Era como si cada patata en aquel saco fuera un mal pensamiento o un pesar tonto que habida decidido cargar y el que, con ayuda de sus amigos, había podido quitarse de encima.

En realidad, tanto su padre como él tenían razón. La respuesta a nuestras buenas acciones si llega de alguna manera antes de viajar al otro lado. Solo que, la mayor parte de las veces, no viene de donde esperamos. Es como si todo el bien que hacemos fuera a un solo paquete del que también sale, al azar, el bien que recibimos. El secreto está en lograr que la mayor cantidad de gente posible haga su aporte a ese paquete. Así, de esta manera, tendremos más oportunidades de obtener nuestra modesta recompensa. Lección de vida esta.

Con alivio y sinceridad respondió la pregunta de la chica

Pues ya no Importa. Ya no es mi carga. Por ahí lo dejaremos para que alguien haga un buen puré.

Y se recostó en su transporte, pidiendo se le concediera pronto otra oportunidad de ayudar a los demás.