El "camino de perdición", la "ruta de los espantos" o simplemente “El despeñadero”, eran algunos de los nombres con los que los habitantes de Apego habían llamado a aquella especie de túnel en las montañas, la única salida y entrada posible al caserío.
El origen del peculiar nombre del caserío era desconocido, pero para el hombre que salía del túnel al valle del río Carira, resultaba asombrosamente adecuado. Sus habitantes, tan apegados a su tierra, experimentaban una notable aceleración del ritmo cardíaco solamente ante la mera posibilidad de abandonarla.
Y aquel túnel maldito se alzaba como fauces oscuras para los que ansiaban la partida, un abismo que devoraba la esperanza. Nada más adentrarse en él, una opresión en el pecho y un nudo en el estómago anunciaban la tortura que vendría, según testimoniaban los que habían claudicado. Con cada paso, el túnel apretaba su yugo: temblores, tensión muscular, vértigos y dolores de cabeza lacerantes asaltaban a los osados hasta que invariablemente las emociones se desbordaban y, entre lágrimas y sollozos, los derrotados recorrían a rastras el camino de regreso al caserío del nombre extraño, de vuelta en su prisión.
Pero siempre hubo quienes no regresaron, y ellos se convirtieron en la esperanza que impulsaba a otros a intentarlo. Personas como aquel hombre que, victorioso, se sentó en una roca a la salida del túnel para beber de la botella que llevaba consigo.
Frente a la boca oscura del túnel, el hombre reflexionó sobre la relativa facilidad del camino recorrido. A diferencia de otros, él no había experimentado la opresión en el pecho, los temblores ni las cefaleas que atormentaban a quienes lo intentaban. Solo una creciente necesidad de avanzar lo había impulsado hacia el final. No había sentido nada más… en realidad, aun ahora, nada sentía.
Una sonrisa triste afloró en su rostro sin que ningún otro musculo demostrara la existencia de algún sentimiento detrás de ella. El hombre comprendió la razón de su victoria sobre el túnel casi tan rápido como aquel trago de licor bajó por su garganta. Había vencido, simplemente porque el túnel no tuvo armas contra él.
Para que el túnel ejerciera su poder, para que aquellas emociones que ataban a los hombres a Apego los obligaran a retroceder, era preciso poseer un corazón, un alma que vibrara con la oscuridad que los consumía. Pero el túnel se encontró en él solo el vacío. Nada que desgarrar, nada que asir.
El hombre había dejado todo allá en Apego. Específicamente en unos ojos oscuros y una cabellera morena que nunca supo, o quiso saber, de él ni de sus sentimientos arrullándose al calor de otros brazos. Él nunca supo que estaba comprometida, el único del caserío en no saber parecía. Toda su capacidad de sentir se quedó con ella, mientras su carcasa vacía huía por el túnel hacia cualquier parte.
El hombre se levantó suspirando, dispuesto a seguir el primer camino que encontrase. Obligó a sus pies a moverse sin que su cerebro marcara ninguna dirección. Solo un pequeño atisbo de esperanza le motivó a moverse hacia adelante. La esperanza de encontrar algo más que comenzara a llenarle… algo que reemplazara todo lo que había quedado allá en Apego, algo que le recuperara el alma…
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