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domingo, 19 de enero de 2025

La Cornisa

Como si de mil agujas de hielo se tratara, el viento flageló el rostro cansado del hombre cuya espalda, ajena al suplicio, permanecía pegada a la abrupta pared de roca. Las horas se habían desdibujado desde su caída por el precipicio que, horas antes, había atraído su mirada con irresistible curiosidad. Sin embargo, el sol, en su lento declive, le confirmaba una estancia de más de diez horas bajo la brisa marina y el implacable frío.

La estrecha cornisa que, milagrosamente, le había ofrecido un respiro en su caída al vacío, poco a poco redujo su eficacia a medida que el cansancio se apoderaba de su cuerpo reduciéndose a un exiguo lecho de piedra bajo sus pies entumecidos. Desde aquel instante en que quedó suspendido entre el cielo y el mar, la inmovilidad se había transformado en una tortura silenciosa de calambres, recuerdos y pensamientos fatalistas, mientras el aliento helado del océano le empapaba y le envolvía en una soledad implacable.

Es que la euforia y la adrenalina iniciales, que le permitieron aferrarse a la cornisa, se habían disipado poco a poco, dando paso a una profunda impotencia y a la sombría certeza de un final ineludible. Sabía que sus piernas, exhaustas, pronto cederían bajo el peso de su cuerpo, y la negrura abisal que se abría metros abajo lo engulliría para siempre.

Sin embargo, a pesar de todo, el hombre plantaba cara desafiante al viento resistiendo su embestida con terquedad. Solo el reflejo involuntario de sus párpados le impedía abrir los ojos y mirar de frente la furia que lo azotaba. Pero su postura, tensa aunque inmóvil, revelaba una entereza inquebrantable. La inmovilidad forzada no había mermado su espíritu; en su mente, refugio inviolable durante las últimas horas, cada etapa de su vida había sido minuciosamente revisada. Cada decisión, cada triunfo y cada derrota fueron sopesados bajo el rugido constante del océano… y, en la balanza final, su vida se le había revelado provechosa.

Estaba listo para partir y por más que gritara y rugiera, ni siquiera el océano, con todo y su furia le vería derrotado.

Solo había algo. Algo que, de cierta forma, se convertía en el cabo suelto que su vida reclamaba y que, llegada lo que consideraba su la hora, le hacía aferrarse con obstinación a aquella cornisa. Y, cosa extraña, aquel algo tenia hermosos ojos y un precioso cabello oscuro que reflejaba físicamente la rebeldía e indomabilidad que alimentaba el espíritu de su dueña.

Y es que aquel ángel con ojos de noche se había convertido para el hombre en un desafío mucho mayor que esa cornisa que, por el momento, se había convertido en su incomoda aliada. Se había prendado de su dulzura, de ese candor elemental que la hacía mirar al mundo en colores aun cuando el mundo se empeñaba en mostrarle a veces sus peores grises y ocres.  Había unido su corazón al de ella con tal fuerza que, por instantes, parecía latir exclusivamente al compás del suyo..

Una ráfaga de viento, más intensa que las precedentes, desprendió esquirlas de roca que, al impactar sobre su cabeza, lo arrancaron de sus cavilaciones. Maldiciendo en silencio, intentó apoyarse en una sola pierna, mientras movía la otra en un vano intento de aliviar el dolor punzante que le atenazaba las pantorrillas. Si el mar reclamaba su vida, tendría que arrebatársela con violencia. Él resistiría hasta el último aliento… 

¡Que cosas! –. Pensó, intentando esbozar una sonrisa. Aquella chica le había infundido ánimos y renovadas esperanzas cuando se tambaleaba al borde de los abismos metafóricos de su vida. Ahora, frente a este abismo real, oscuro y amenazante, solo su recuerdo ejercía el mismo poder. Apenas la evocación de aquellos ojos hermosos, mirándolo con cariño, bastaba para insuflar aliento a su espíritu exhausto.

Volviendo a afirmarse con ambos pies en la cornisa y aferrándose con los dedos a la áspera pared que lo respaldaba, se sumergió de nuevo en los recuerdos de la muchacha. Si su destino era caer, lo afrontaría abrazado a la belleza de esos pensamientos, no atrapado por los ecos del miedo y el dolor.

Se había prendado de aquella chica, había hecho todo por ella convirtiéndola en el centro de su vida…pero nunca se había atrevido a intentar llegar con ella a algo más que una “Sincera Amistad”. No por miedo a un rechazo, había tenido suficientes en la vida como para aprender también  a valorarlos. Su temor más grande con aquella chica, algo nuevo para él, era el no ser suficiente para ella. No ser digno de esa maravilla que el padre había puesto a su alcance y no tener lo necesario para ayudarla a crecer a su lado. Condición esta última,  esencial para merecer siquiera rozar su mano.

Apabullado por ese gran temor, tuvo que sufrir el verla sonreír a otros con amor, consentir sus pasos a su lado y prodigarles el brillo de esos ojos de noche que tanto amaba. Tuvo que presenciar cómo otros velaban por ella, mientras él se consumía en el anhelo de abrirle el mundo y conducirla de la mano para que se proclamase su dueña.

Y ahora, al final, ese gran temor se le antojaba el último reclamo que se le haría en el juicio póstumo de su vida. Nunca sabría si el miedo le evitó la decisión de su vida o, lo que es peor, de la vida de aquel ángel hermoso. Tenía muchas cosas que enseñar, mucho que dar y de alguna manera aquel miedo pudo haberlo evitado. 

Un dolor súbito y agudo en la pantorrilla derecha, mucho más fuerte que los anteriores, le arrancó un grito de dolor. Apoyándose con dificultad en el pie izquierdo, intentó aliviar la presión sobre la pierna dolorida, buscando inútilmente un respiro, aunque fuese fugaz. Esta vez el intenso dolor persistió. Enderezándose con esfuerzo, abrió los ojos al horizonte oscuro, dominado por el rugido ensordecedor de las olas… El final se acercaba; sus fuerzas no resistirían mucho más.

Con determinación, elevó los brazos rectos, trazando con ellos el contorno de la pared hasta adoptar la forma de una cruz, en un gesto que evocaba la fe de sus padres. Decidido a que el miedo y la desesperación no marcaran su final, invocó en sus pensamientos las más hermosas imágenes de su ángel de los ojos de noche, invocando la paz y belleza de espíritu que siempre hacían aflorar en su alma. Como última elección, cruzaría al otro lado en las alas del amor. Era su derecho.

Encomendándose a la divinidad,  desbalanceó su cuerpo inclinándose hacia el vacío… iniciando el camino a la eternidad. 

Un impacto brutal lo estrelló contra la cornisa, deteniendo su caída en el último instante. Apenas consciente, sintió una presión sorda, de algo grande y pesado, que lo aplastaba contra la pared rocosa, mientras un clamor confuso y luces cegadoras descendían desde la cima del acantilado, el mismo punto desde donde se había precipitado.

Desorientado, notó el súbito tirón de una cuerda que se apretaba alrededor de su torso, y una voz, desgarrándose la garganta, resonó cerca de su oído, luchando contra el estruendo del oleaje:

¡Calma! ¡Estamos aquí! ¡Te pondremos a salvo! ¡Vamos a subirte!

Casi sin enterarse, el hombre fue izado lentamente hasta alcanzar terreno seguro. Un equipo de rescatistas, después de horas de tensa labor, había urdido y ejecutado un arriesgado plan para rescatarlo. El estruendo incesante de las olas le había ocultado su presencia desde su precaria atalaya, metros más abajo, pero la arriesgada maniobra había culminado, afortunadamente, con éxito.

Dentro de una ambulancia, con ropa seca y arropado con una cobija térmica, el agotado hombre no podía dejar de ver el teléfono con el que la chica que había curado sus pies pasaba el reporte médico a sus superiores. Aun no comprendía completamente lo que había ocurrido y aquella situación le parecía irreal. Aun esperaba, en cualquier momento, sentir el agua del abismo en la cara y seguir su camino al otro lado.

Sin embargo, solo había una manera de convencerse de que aquello era real… 

¿Me lo prestas? –. Dijo a la chica, señalando el teléfono que acababa de dejar.

Ya con el Móvil en la mano, lo observó por un rato hasta que, decidiéndose, marcó rápidamente un número y se lo llevó al oído. Su cara de preocupación se ilumino al escuchar que alguien contestaba.

Hola, soy yo. ¿Cómo estás?. – Más calmado al escuchar aquella voz, se sentó en la orilla de la camilla y siguió la conversación. – Pues la verdad, si estuvo interesante el paseo, observé las olas muy de cerca

Mientras conversaba, pensó que se le había dado una segunda oportunidad y que no podía desaprovecharla. Así que, sin pensarlo dos veces, se lanzó 

Oye, te invito a cenar, necesitamos hablar…. Pues para comenzar, que dejes al novio ese que tienes y te vengas conmigo. Tengo mucho que compartir contigo… ¿Qué cosas?, Pues, por ejemplo, el mundo si lo quieres..

Y así, aquella cornisa, aquel borde en el acantilado, se erigió en una metáfora divisoria de su vida, trazando una línea nítida entre el antes y el después de la aceptación de su destino.


jueves, 9 de enero de 2025

Bhekisizwe (Microrrelato)

Bajo la sombra de aquel baobab, el anciano Bhekisizwe, sentado abrazando sus rodillas, contemplaba a su aldea extendiéndose a sus pies. Con tristeza, evocó sus años de ingane, cuando comenzó su leyenda al vencer chacales que lo superaban en número, tamaño y fuerza. Aún se contaban las historias del niño guerrero que, al hacerse hombre, había traído honor y gloria a su gente.

Pero todo aquello era ahora distante. Su tiempo parecía agotarse, y nadie reclamaba ya su ayuda o consejo. Una vida de victorias parecía reclamarle ahora su rendición y aparente inutilidad.

Un movimiento repentino lo distrajo de su introspección. Un grupo numeroso emergía de su aldea avanzando hacia él. Con el corazón palpitante reconoció a su hijo mayor, el actual induna, y al consejo de ancianos liderado por su propio padre. Seguidos por el resto de los aldeanos entonando un cántico jubiloso.

El grupo guardó silencio ante Bhekisizwe, quien, consciente de la importancia de la comitiva, se puso en pie. Su hijo y su padre, majestuosos y orgullosos, extendieron sus manos proclamando:

— Bhekisizwe Ndlovu, te invitamos a ocupar tu lugar en el consejo de ancianos. ¡Por los ancestros!

Con el pecho henchido de orgullo, respondió:

¡Por los ancestros! Acepto mi lugar en el consejo.

Así, entre aclamaciones, la aldea entera lo acompañó hasta su merecido puesto entre ellos.

Sin detenerse, el anciano dirigió una última mirada al viejo baobab dejando allí sus dudas. Seguro y fortalecido, siguió luego el camino de un nuevo capítulo en su extraordinaria vida.






Aporte para el reto
del Mes Enero de 2025 en
(Un micro de máximo 250 palabras en torno a la vejez y sus desafíos)



domingo, 5 de enero de 2025

El Despertar

Un furtivo rayo de sol, filtrándose por la ventana, irrumpió espantando la penumbra de aquella habitación. Con precisión casi deliberada, iluminó el rostro del hombre que dormía plácidamente, envuelto hasta el cuello en un manto de cálidas cobijas que lo protegían del frío de la noche que agonizaba.

La luz, implacable, irrumpió en sus párpados cerrados, asaltando inmisericorde su sueño. Instintivamente, el hombre alzó las manos hacia su rostro, buscando refugio contra aquella intrusión. Bajo las cobijas, un lento oleaje de estiramientos y leves temblores delató su despertar a regañadientes, los ojos aún sellados mientras emergía, poco a poco, del abismo de sueños en el que se había sumergido durante la noche.

Tratando de vencer la modorra que lo atenazaba, por fin abrió los ojos, aprovechando que el rayo de luz se había retirado y seguido su camino, liberándolo de su momentáneo dominio. Con la mirada fija en el techo, intentó reactivar sus pensamientos, aún renuentes a regresar al mundo tangible que habitaba. Su cerebro aun parecía estar en aquel otro mundo de sueños y se negaba rotundamente a materializarle en este mundo real. 

¿Real? –, Pensó para sí. 

Extrañamente, entre las brumas del duermevela, la historia de Zhuang-Zhou surgió en su mente como una representación teatral de su propia vida. Al igual que el filósofo, en aquel instante dudó si era un hombre que había soñado ser una mariposa o, por el contrario, era solo una mariposa soñando despertar como hombre.

Es que su cerebro, aún bajo el peso de un sopor somnoliento, se aferraba al sueño vivido en los últimos días, tal vez solo unas horas en aquel "otro" mundo. Un sueño en el que la vorágine de sentimientos que lo inundaba había obliterado toda conciencia y todo contexto que no resonara con sus deseos y necesidades. Un sueño en el que habría renunciado a todo por una improbabilidad inalcanzable.

Aun inmerso en esa intensidad, sabía que el despertar era inevitable. Obligando a su cuerpo a responder, empujó las cobijas y, literalmente, se lanzó fuera del lecho. O al menos lo intentó. Su cuerpo, rebelde, permaneció sentado a la orilla de la cama varios minutos tratando de reunir las fuerzas necesarias para ponerse de pie.

ufff, que duro que pegó ese sueño. Ni en las peores crudas me he sentido así –. Dijo en voz baja, cuestionando su debilidad al permitirse perder tanta energía.

Sonriendo, recriminó mentalmente a cuerpo y espíritu por no aceptar lo inevitable. Haciendo un gran esfuerzo de voluntad, se puso definitivamente de pie dispuesto a ya no dejarse llevar por la modorra y, decidido,  dedicó los siguientes minutos a asearse y recomponerse. 

Ya bien despierto, con una taza de café negro y humeante en la mano, el hombre salió al balcón buscando el tibio abrazo del sol, agradecido por aquel delgado rayo matutino que lo despertó a la vida. Desde allí, contempló en el patio las cenizas, aun humeantes, de la fogata que había mantenido encendida hasta la noche anterior. Aquel fuego, ahora casi extinto, había sido un centro de reunión, un espacio para compartir con amigos y desahogar el alma. Y él, absorto en su sueño, había permitido que se consumiera, quemando madera sin control, usando combustibles inapropiados y olvidando su propósito.

Apurando su café, bajó al patio y buscó con ahínco algo con que alimentar su fogata tratando de revivir su fuego. Algunas tablas recicladas y unos pocos restos de noches de tertulia pasadas permitieron que el fuego se avivase y reviviese la esperanza en el corazón del hombre. Cuidadosamente, cogió el hacha, y recogió y preparó más madera para alimentar el fuego sin dejar que se apagara, estaba agradecido, aun había mucho con que alimentarla.

Exhausto, al caer la noche, preparó un grueso leño, listo para alimentar la hoguera cuando comenzara a languidecer. De vuelta en casa, desde el balcón, escrutó el patio con creciente expectación. Sus esperanzas no tardaron en verse colmadas. Lentamente, un cortejo de sombras fue cercando el fuego, hasta que una multitud silenciosa inundó el espacio. El corazón le latió con fuerza, una sonrisa iluminó su rostro ante aquel espectáculo: cada sombra representaba una historia, un motivo, una chispa que reavivaría su propia llama. Sus amigos habían regresado, o siempre habían estado allí, ¿Quién sabe?… y con ellos, él mismo..

Satisfecho, el hombre se fue de nuevo a la cama sin temor. Esta vez sus sueños serían diferentes. En la mañana se sumaria nuevamente a los que cuentan historias alrededor de su fogata. 


sábado, 4 de enero de 2025

Ojos de Noche

Golpea usted con fuerza, amiga mía. Muy fuerte, aunque estoy seguro de que ya lo sabe. A estas alturas, incontables guerreros deben haberse perdido en la hermosa inmensidad de esos ojos de noche, dos abismos nocturnos capaces de atar almas con hilos de seda y someter corazones con la dulzura de un hechizo.

Es que golpea usted con fuerza, amiga mía. Son esos ojos, ojos de noche. Esas hogueras que arden con una intensidad que ciega. Es ese brillo intenso que parece intentar ser Bandera de peligro ondeando al viento. Un aviso incandescente que parece decir "Acércate, si te atreves, y arde en mis llamas". Solo que ¿Quién, ante tal espectáculo de fuego y misterio, podría reprimir la osadía de acercarse?. Vana advertencia entonces, ya que solo verse  reflejado una solo vez en esos hermosos ojos de noche es condena permanente.

Golpea usted con fuerza, amiga mía. No con la brutalidad de un puño, ni con la frialdad de un arma. Su poder emana de un lugar más recóndito, más profundo: de esa dulce candidez, esa pureza que, como un mandoble de terciopelo, desarma al guerrero más impávido, sometiéndole a la dulce esclavitud de su esencia. Sí, amiga, su fuerza reside en esa hechizante dulzura, un bálsamo que doblega voluntades con la delicadeza de una caricia, y en esa sonrisa, recompensa luminosa que colma cualquier anhelo con la generosidad de un amanecer, conjurando de antemano cualquier posible resistencia a la entrega total.

Golpea usted con fuerza, amiga mía. Con una fuerza que a menudo escapa a nuestra percepción consciente. Es que no hay refugio posible ante la noche estrellada que habita en sus ojos, un abismo sin orillas donde toda elección se desvanece. En el instante en que la mirada se posa en esas bellezas oscuras, usted se convierte en el universo entero, y su sonrisa, en la única estrella que guía. Sumergirse en las aguas profundas de su mirada es renunciar a todo otro aliento que no sea el suyo. Un solo instante reflejado en la noche de sus ojos, ojos de noche, y el mundo entero palidece, tiñéndose únicamente del brillo que emana de ellos.

De verdad que golpea usted con fuerza, amiga mía. Y uno ni siquiera se da cuenta… hasta que ya no se mira en esos ojos de noche. Entonces, el vacío se abre ante nosotros: sentido, voluntad, guía, motivación… todo nuestro universo se queda allí, con usted, en la inmensidad de su mirada. Todo se queda allí con usted y, con nosotros, solo ecos. Ecos de su presencia en cada paso, en cada instante, en cada rincón. Ecos de su candidez, su dulzura, su poder y, desesperación máxima. Vívidas reminiscencias de la noche profunda de sus ojos, pozos de amor dulce que se vuelven nuestro todo.

Es entonces, amiga mía, cuando comprendemos en realidad la magnitud de su impacto, la profunda herida que su ausencia deja… Lo duro que usted golpea.

Qué condena más cruel es esta, la de ya no encontrar mi reflejo en la hermosura de sus ojos, amiga mia. No existe sendero alguno que conduzca a la supervivencia sin dejar atrás, como tributo en un campo de batalla devastado, fragmentos del alma y jirones del corazón. Imposible salir indemne de este encuentro, y seguir siendo el mismo hombre, el mismo guerrero que por primera vez se miró en la profundidad de esos pozos de cariño. No hay escondite, ni distancia, ni rincón del mundo donde perderse sin ser hallado… la huella del dolor sería un camino demasiado fácil de rastrear… y la lejanía solo profundizaría la herida, convirtiéndola en un abismo insondable.

Si, amiga mía. Golpea usted con fuerza. Con mucha fuerza, aunque estoy seguro de que ya lo sabe… allí, desde la distancia que yo mismo impuse, sabe que no tengo salida. Sabe que no puedo luchar contra el hechizo de esos ojos de noche, que haga lo que haga no hay manera de librarse de ellos. Si, amiga mía, usted sabe que no puedo. 

Y también sabe que, la verdad, tampoco quiero. 

No quiero en realidad liberarme, no quiero perder esa dulzura, esa candidez, ese poder detrás de sus ojos de noche. No quiero rechazar esa maravilla que Dios mismo parece haber colocado a mi alcance para, de alguna manera, provocar el renacimiento de mi mejor versión. Confieso, amiga mía, que prefiero el corazón partido en dos estando a su lado que alma y corazón en retazos lejos de usted. 

Quiero mirarme de nuevo en esos ojos de noche, someterme a usted, volver a la tranquila esclavitud de su dulzura y su nobleza. Quiero volver a usted amiga mía, rendido sin condiciones.

Quiero volver a mirarme en esos ojos hermosos, ojos de noche.  Quiero volver a vivir, amiga mía…  Y no me importa como condición tener que llamarla así aun cuando las dos partes en que se ha demediado mi corazón la llamen a gritos de otra forma.

De verdad que golpea usted duro, amiga mía… de verdad que sí.