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11 diciembre, 2024

Rosa y Beige

El bullicio y la gran cantidad de gente que circulaba a su alrededor no parecía distraer ni un poco al hombre sentado en la barra de aquel local nocturno. Abstraído, fijaba su atención en un punto fijo de la abarrotada pista de baile, específicamente en una pareja que danzaba en el lugar más alejado. En realidad, si le preguntaban, no hubiera sido capaz de describir al par masculino de aquella pareja ya que toda su atención se centraba en la chica.

Pequeña, delgada y con una larga cabellera castaña, la chica vestía un conjunto beige que moldeaba a la perfección un hermoso cuerpo, resaltando sus formas con cada movimiento al compás de la música. La chica, sin duda, sabía cómo usar su guardarropa. Realzada por la altura de unos cuidadosamente seleccionados zapatos deportivos, aquella falda corta dejaba al descubierto unas piernas perfectas, mientras enmarcaba la suave caída de sus caderas y su atractivo derriere. El efecto se completaba con una finísima cintura perfectamente entallada y un escote que, aun siendo elegante, sugería apenas la hermosa visión de sus redondeces.

Todo el conjunto, complementado por unos hermosos ojos brillantes, unos labios carnosos y rojos, y un sexy lunar en la comisura inferior, que le otorgaban a la chica una increíblemente sensual femineidad. O al menos, así le parecía al hombre que con ojos cariñosos la observaba.

Volteando hacia la barra, hizo señas al barman para que le sirviera otra cerveza. Tomando un largo trago, se sumergió en sus pensamientos con la imagen de la chica aún grabada en su mente. La había conocido algunos años atrás, en tiempos de incertidumbre que habían llevado sus capacidades al límite, llevándolo muchas veces a un punto de quiebre en el que rendirse parecía ser la única opción.

Y fue en esos momentos difíciles que apareció ella. Como un ejército colonizador, llegó un día y plantó su bandera en el corazón del hombre, tomando posesión de sus motivaciones y anhelos, convirtiéndolos en su dominio. Esto de la manera más absoluta y extraña, probablemente sin proponérselo o siquiera darse cuenta. Y en esos días, con aquella chica, llegó la única razón que al final lo mantuvo firme en su trinchera sin desertar.

Tratando de evitar el abismo de la nostalgia, volvió a mirar hacia la pista. En su mente, detalló a la chica que recordaba de entonces, con su cabello un tanto salvaje y las hermosas trenzas con las que trataba de domarlo. Aquella visión parecía bastante diferente de la versión actual, con su cabello liso y bien arreglado, ondeante según el movimiento del baile de turno.

Sin embargo, la verdad, aquellas dos visiones no eran tan distintas. Apurando un trago de su cerveza, no pudo evitar sonreír al darse cuenta de que su corazón aún se aceleraba al recordar el conjunto deportivo rosa que usaba en sus ratos de ocio y que, ceñido y revelador, evidenciaba aquel cuerpo perfecto, juvenil y turgente. Casi de la misma forma que el vestidito beige que la abrazaba esa noche.

Rosa y Beige, símbolos de dos momentos separados en el tiempo y que, sin embargo, parecían fusionarse aquella noche en el baile de aquella chica. A pesar de tener años sin verla, y de no saber nada de su vida, aquella sensualidad que la diferenciaba había demostrado ser atemporal. La chica en ese aspecto no había cambiado y, de repente, todos los demás recuerdos le vinieron a la mente. Los proyectos culminados, las celebraciones, las conversaciones hasta altas horas de la noche y toda una serie de vivencias adicionales que tuvieron en común y que atestiguaron sobre sentimientos invertidos para bien y con excelentes resultados.

Rosa y beige; dos colores tan diferentes para visiones tan parecidas. Dos colores que, al final, tenían el mismo significado afirmativo. Dos colores que le recordarían siempre: ¡Has vivido!

Terminando su cerveza de un trago, el hombre se dirigió hacia donde la pareja aún bailaba. Con desparpajo, se abrió paso entre los bailarines, tomó a la chica suave pero firmemente por la cintura y la llevó al centro de la pista con un paso de baile que, aunque torpe, estaba lleno de intención. Ignorando a la sorprendida pareja masculina que quedó atrás, él se perdió en los ojos de la chica. Con el corazón acelerado, vio cómo en esos ojos hermosos se encendía nuevamente el brillo que alguna vez había amado. Con esperanza, recibió con alegría una sonrisa que le indicó que ella también lo recordaba.

Perdidos en sus recuerdos, los bailarines se entrelazaron moviéndose al ritmo de su pasado compartido. Y, en una danza evocadora, revivieron sus días felices entre acordes Rosa y Beige que hicieron al tiempo solo una lejana ilusión…

01 diciembre, 2024

La Fiesta

La alegre música y el bullicio estrepitoso que salían de aquella casa interrumpían lo que de otra manera de seguro hubiera sido una noche tranquila. El cielo estrellado y la hermosa luna llena atestiguaban el jolgorio que se celebraba en la única casa con las luces encendidas a esa hora de la noche.

Un movimiento en la esquina más próxima a la celebración, indicaba que la soledad de aquella plaza no era tan absoluta como parecía. Una mirada curiosa habría delatado a un hombre cómodamente sentado en el suelo, amparado en un árbol cuyas frondosas ramas le proporcionaban un camuflaje casi perfecto con su sombra. 

Pensativo, el hombre levantó una botella a la que dio un largo trago. Colocándola al contraluz de aquella casa iluminada, vio que ya no quedaba mucho en su interior. Sonriendo, pensó que debió salir de allí cuando aún quedaba licor para terminar la noche. Pero, como siempre, había tomado casi demasiado tarde la decisión a pesar de lo que su corazón le advertía. Afortunadamente, aquel "casi" le había asegurado al menos unos tragos de su licor favorito en la compañía de la única persona en quien realmente podía confiar... él mismo.

Colocándola de nuevo a su lado, el hombre pensó que en aquella botella prácticamente se resumía la historia de su vida. No se consideraba a sí mismo una persona altruista. Sin embargo, siempre se esforzaba al máximo para que las cosas se hicieran bien, ya fuera en el trabajo, en el amor o en la vida. Siempre trataba de ayudar a los demás en lo posible; le gustaba verlos prosperar. Pensaba que las cosas bien hechas agradaban a Dios y que, personalmente o a través de otros, su intervención le ganaría algunos puntos al final, cuando tuviera que rendir cuentas de su vida.

A veces, esta actitud realmente daba resultados. Había hecho grandes amigos en personas agradecidas que aún andan por ahí, triunfando y recordándole con cariño. Estaba seguro de que, si era posible, ellas le apoyarían en cualquier situación adversa. Esas personas serían sus testigos al final.

Otras veces, sin embargo, las personas solo se beneficiaban de su entrega y dedicación, pero al momento de la verdad, nunca obtenía su apoyo. Esas personas eran tiempo perdido. No le gustaba que le utilizaran, le molestaba infinitamente que se aprovecharan de sus buenas intenciones pero, sin embargo, insistía, continuaba apoyando y haciendo las cosas bien. Hacía lo que sabía hacer, sin esperar retribución. 

Hasta que, en algún momento, se cansaba. Y entonces, simplemente tomaba su botella con lo que quedara en ella y se marchaba. A buscar otro lugar donde su capacidad de apoyar, querer, trabajar o incluso amar, fuera correspondida.

Un aumento en el ruido proveniente de la casa le sacó de sus pensamientos. Observó la hora en el reloj de su móvil y murmuró para si

Ya es muy tarde. Voy a tener que irme –.

Es que, aunque ya tenían bastante rato en ello, aquella fiesta con la que celebraban el cierre de algún negocio desconocido para él, parecía estar en pleno apogeo. No eran raras aquel tipo de fiestas ofrecidas por su patrones a personas de su confianza. Extrañamente, a pesar de su dedicación al trabajo y a estar siempre presto a brindar ayuda cuando se necesitara, no se consideraba precisamente de la confianza de sus jefes y compañeros más allegados a ellos. Sin embargo, siempre parecía tener un cupo en ellas motivado seguramente a esa vocación de servicio que le llevaba a colaborar sin reclamos o recelos.

Solo que aquella noche se había cansado de ser un fantasma bueno para todo y merecedor de nada. Se había cansado y simplemente había tomado su botella y se había marchado. 

Súbitamente, una batahola se armó en la calle frente al hombre. Múltiples vehículos oficiales rodearon la casa y decenas de hombres uniformados bloquearon la calle amparados en el fenomenal ruido que la música y las risas proveían como cobertura. 

Rápidamente, los hombres penetraron en la casa. La música se detuvo y las risas se transformaron en gritos, amenazas y maldiciones que se mezclaron con declaraciones de arresto y algún lloriqueo histérico.

Desde su posición privilegiada, el hombre pudo ver cómo, en un desfile impensable, sus jefes encabezaban una larga fila de personalidades. Esta incluía chicas, contratistas, jueces, abogados y políticos de renombre, todos esposados y escuchando una larga retahíla de derechos antes de ser llevados a los vehículos policiales. Su destino, según lo que pudo escuchar desde la sombra, era poco prometedor. Contrabando, tráfico, conspiración y corrupción fueron solo algunas de las palabras que pudo entender entre los gritos y las órdenes de los oficiales.

Que mal les va a ir –. Pensó

Cuidándose de no ser visto, el hombre vació de un trago el contenido restante de su botella y emprendió camino por un sendero de árboles. Pensó que, después de todo, tenía suerte y que sus acciones positivas sí eran recompensadas, aunque de maneras inesperadas.

Viendo su reloj y ya con un poco de sueño, apresuró el paso pensando que, temprano en la mañana, debería salir a buscar un nuevo trabajo. Eso sí, no antes de llamar a aquel amigo que lo había contactado más temprano y le había advertido del allanamiento que se realizaría esa noche. Uno de esos amigos que practicaba la gratitud, uno de esos que hacían que todo valiera la pena.







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