El bullicio y la gran cantidad de gente que circulaba a su alrededor no parecía distraer ni un poco al hombre sentado en la barra de aquel local nocturno. Abstraído, fijaba su atención en un punto fijo de la abarrotada pista de baile, específicamente en una pareja que danzaba en el lugar más alejado. En realidad, si le preguntaban, no hubiera sido capaz de describir al par masculino de aquella pareja ya que toda su atención se centraba en la chica.
Pequeña, delgada y con una larga cabellera castaña, la chica
vestía un conjunto beige que moldeaba a la perfección un hermoso cuerpo,
resaltando sus formas con cada movimiento al compás de la música. La chica, sin
duda, sabía cómo usar su guardarropa. Realzada por la altura de unos
cuidadosamente seleccionados zapatos deportivos, aquella falda corta dejaba al
descubierto unas piernas perfectas, mientras enmarcaba la suave caída de sus
caderas y su atractivo derriere. El efecto se completaba con una finísima
cintura perfectamente entallada y un escote que, aun siendo elegante, sugería apenas
la hermosa visión de sus redondeces.
Todo el conjunto, complementado por unos hermosos ojos
brillantes, unos labios carnosos y rojos, y un sexy lunar en la comisura
inferior, que le otorgaban a la chica una increíblemente sensual femineidad. O al menos, así le parecía al hombre que con
ojos cariñosos la observaba.
Volteando hacia la barra, hizo señas al barman para que le
sirviera otra cerveza. Tomando un largo trago, se sumergió en sus pensamientos
con la imagen de la chica aún grabada en su mente. La había conocido algunos
años atrás, en tiempos de incertidumbre que habían llevado sus capacidades al
límite, llevándolo muchas veces a un punto de quiebre en el que rendirse
parecía ser la única opción.
Y fue en esos momentos difíciles que apareció ella. Como un
ejército colonizador, llegó un día y plantó su bandera en el corazón del
hombre, tomando posesión de sus motivaciones y anhelos, convirtiéndolos en su
dominio. Esto de la manera más absoluta y extraña, probablemente sin
proponérselo o siquiera darse cuenta. Y en esos días, con aquella chica, llegó
la única razón que al final lo mantuvo firme en su trinchera sin desertar.
Tratando de evitar el abismo de la nostalgia, volvió a mirar hacia la pista. En su mente, detalló a la chica que recordaba de entonces, con su cabello un tanto salvaje y las hermosas trenzas con las que trataba de domarlo. Aquella visión parecía bastante diferente de la versión actual, con su cabello liso y bien arreglado, ondeante según el movimiento del baile de turno.
Sin embargo, la verdad, aquellas dos visiones no eran tan
distintas. Apurando un trago de su cerveza, no pudo evitar sonreír al darse
cuenta de que su corazón aún se aceleraba al recordar el conjunto deportivo
rosa que usaba en sus ratos de ocio y que, ceñido y revelador, evidenciaba
aquel cuerpo perfecto, juvenil y turgente. Casi de la misma forma que el
vestidito beige que la abrazaba esa noche.
Rosa y Beige, símbolos de dos momentos separados en el
tiempo y que, sin embargo, parecían fusionarse aquella noche en el baile de aquella
chica. A pesar de tener años sin verla, y de no saber nada de su vida, aquella
sensualidad que la diferenciaba había demostrado ser atemporal. La chica en ese
aspecto no había cambiado y, de repente, todos los demás recuerdos le vinieron
a la mente. Los proyectos culminados, las celebraciones, las conversaciones
hasta altas horas de la noche y toda una serie de vivencias adicionales que
tuvieron en común y que atestiguaron sobre sentimientos invertidos para bien y
con excelentes resultados.
Rosa y beige; dos colores tan diferentes para visiones tan
parecidas. Dos colores que, al final, tenían el mismo significado afirmativo.
Dos colores que le recordarían siempre: ¡Has vivido!
Terminando su cerveza de un trago, el hombre se dirigió
hacia donde la pareja aún bailaba. Con desparpajo, se abrió paso entre los
bailarines, tomó a la chica suave pero firmemente por la cintura y la llevó al centro de
la pista con un paso de baile que, aunque torpe, estaba lleno de intención.
Ignorando a la sorprendida pareja masculina que quedó atrás, él se perdió en
los ojos de la chica. Con el corazón acelerado, vio cómo en esos ojos hermosos
se encendía nuevamente el brillo que alguna vez había amado. Con esperanza, recibió con alegría
una sonrisa que le indicó que ella también lo recordaba.
Perdidos en sus recuerdos, los bailarines se entrelazaron moviéndose
al ritmo de su pasado compartido. Y, en una danza evocadora, revivieron sus días
felices entre acordes Rosa y Beige que hicieron al tiempo solo una lejana ilusión…