La estridente música y la gritería en el exterior sacaron al hombre de sus cavilaciones. Suspirando, paseó nuevamente la mirada por la sucia habitación donde se encontraba. Cajas vacías, papeles viejos y mugre en todas partes donde dirigía la mirada. Excepto en la pequeña mesa y la silla en la que se encontraba sentado y que desentonaban con el resto de la decoración seguramente por haber sido puestas allí especialmente para él.
Algo le llamó la atención y le obligó a detener la mirada. Sobre un estante, tan sucio y desvencijado como el resto de la habitación, un casi imperceptiblemente movimiento delató la presencia de un pequeño insecto. Una íngrima cucaracha que, envalentonada por la aparente quietud de la habitación, había decidido darse un paseo a plena luz.
Aquella aparición solo le causó una pasajera curiosidad. Nunca había sufrido de fobias o miedos de ningún tipo. La verdad en este mundo eran muy pocas las cosas capaces de generarle algún tipo de emoción que le distrajera de aquel inmenso vacío que se había vuelto parte de él.
No hubo diván de loquero, de las decenas que visitó durante sus últimos años, que abriera la puerta del entendimiento y diera con el chiste de aquella oscuridad que le acosaba. La muerte de sus padres a los cinco años, la vida en la calle hasta los diez, los terribles hogares de acogida hasta los 18, su vida de pandillero hasta los 30 y la pérdida de su amada familia a los 41, fueron algunas de las causas que compró con su exiguo dinero sin obtener ninguna cura.
Desentendiéndose de su visitante, caminó por la habitación tratando de estirar sus piernas. Sus rodillas no dejaban de recordarle que, ante la ley, hacía rato ya que se le consideraba como “persona de la tercera edad”.
Detuvo su andar en un extremo de la habitación con la mirada fija en la pared ante él, desde donde una colorida figura parecía observarle socarronamente. Había visto esa representación muchas veces antes y aun no podía dejar de mirarla. Algunas veces con peluca verde, otras con trenzas azules y sombrero bombín, siempre en combinación con esa inefable chaqueta de mil colores y los pantalones bombachos con infinidad de parches arcoíris.
Había desarrollado un odio profundo hacia aquella cara blanca y esa estúpida nariz roja gigante. Aquella puta cara, que parecía divertir al resto del mundo, le causaba dolor de tripas y una urgencia inexplicable por, aun estando en la pared, soltarle un buen golpe aun si resultara lastimado.
Le reventaba su falsedad, la facultad de convertir ese pálido rostro en un lienzo sobre el cual dibujar la emoción más conveniente para lograr obtener de las personas lo que quisiera. Emociones falsas y sobreactuadas que, sin embargo, la gente aceptaba y celebraba.
La estúpida gente aceptaba esa cara pálida y esa horrible nariz sin cuestionar jamás a quien estaba detrás de ella. No les importaba quien era, quien había sido o en quien se convertiría. Simplemente aceptaban su mentira cambiándola por sus propias mezquindades.
Él en cambio sacrificó incontables años tratando de ser aceptado. Provocó risas, se convirtió en el mejor de los compañeros, hizo el bien al prójimo en cada oportunidad que se le presentó y, sin embargo, su “prójimo” no dejó de señalarle recordándole lo que fue y lo que nunca sería.
Sospechoso habitual en cada ilegalidad ocurrida en la ciudad. Monstruo nocturno con el que los padres amenazaban a los niños. Asesino, violador, asaltante y aberrado eran las palabras que se pronunciaban por lo bajo refiriéndose a él. Para todos, era más seguro señalarle y mantenerle alejado de ellos y sus familias.
Por eso odiaba a los putos payasos como el que le miraba. A nadie le interesaba el maldito que estaba detrás de esa cara pintada. Nadie le señalaba ni hablaba de él por lo bajo. Solo reían, aceptaban su mentira y nadie se sentía inseguro.
– ¡Carlos!. El llamado le sobresaltó y le trajo nuevamente a la realidad de la habitación en la que se encontraba. El ruido exterior casi había cesado. Solo se escuchaba algo de música festiva y voces de niños jugando y riendo.
Una mujer mayor había abierto la puerta y, desde el marco, le estaba hablando
– Carlos, ¡espabílate! Estamos listos. Te esperan.
Sonriendo, el hombre suspiró recriminándose interiormente por haberse distraído. Necesitaba el trabajo y no le contratarían más si cada vez se dejaba llevar por los recuerdos y el odio.
Haciendo un saludo militar a la imagen en la pared, que aún le miraba, contestó con su más alegre tono de voz
– Tranquila que solo estaba recordando a un viejo amigo, ¡vamos allá!Cogiendo impulso salió presuroso con una ligera carrera. La Mujer en la puerta dio una última mirada a la habitación y, apagando la luz, dijo para sus adentros:
– Olvidé revisar que no hubiera espejos. Siempre hace lo mismo y cada vez se distrae más.
Cerró la puerta tras de si y afuera se formó una gran algarabía. La voz se la mujer se alzó sobre el desorden infantil gritando para hacerse escuchar:
– Tiempo de Divertirse familia… Todos a disfrutar y a aplaudir la diversión que nos trae “Bonzo”, el Payaso Fiestero.
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Genial relato, lleno de magia y con una gran moraleja final. Me ha gustado. Un abrazo. :)
ResponderEliminarHola.. me alegra que te guste.. ¡Saludos!
EliminarHola Octavio, muy buen relato con un final que sorprende. Es verdad que detrás de los payasos se esconden dramas y tragedias quizás como los de todo el mundo, pero ellos se esconden tras su maquillaje y sus rutinas para hacer reír. Quizás es una forma de evadirse o quizás es solo una forma más de sobrevivir. Saludos.
ResponderEliminarHola. Los payasos y esa capacidad de esconderse detrás de sus pinturas, han sido temas de muchas historias y canciones... Desde Pagliacci hasta las canciones mejicanas actuales, sus dolores y sentimientos han acompañado a cuanto despechado hay en est mundo... eso sin contar las otras historias, las de terror y miedo que (por supuesto) tal vez puedas encontrar por aquí mas adelante.. ¡Saludos!
EliminarAl igual que los payosos se pintan la cara y salen al escenario transformados en un personaje para divertir, muchas personas se transforman antes de salir de casa para poder enfrentar su realidad. Tal vez no se maquillan tan llamativamente, pero se esconden tras su papel de "tengo una obligación que cumplir". Y , es verdad, muchas veces los fantasmas del pasado les persiguen, les incomodan. En general, el ser humano es poco de perdonar y olvidar. Eso tampoco ayuda. Un placer leerte.
ResponderEliminarFeliz semana
Hola, Así es. Dicen por ahí "Caras vemos, corazones no sabemos". Saludos
EliminarInteresante revelación. Resultó que odiaba esa identidad que asumió, que es aceptada y festivamente por otros.
ResponderEliminarMientras que lo odian, lo temen a él. La intriga es si justificado por prejuicio.
Muy bien contado. Saludos.