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miércoles, 24 de septiembre de 2025

Ella, el epicentro

 Ese día, él llegó al café con una inquietud leve, como si el tiempo hubiera resbalado un segundo fuera de sitio. No era tristeza ni alegría, sino una incomodidad invisible, como si el mundo tocara una melodía distinta sin pedir permiso. El murmullo de las conversaciones y el aroma del café recién molido parecían normales, demasiado normales, como si la rutina escondiera algo que estaba a punto de romperse.

Y entonces, ella entró sin anunciarse, como siempre. Llevaba esa camisa de mangas largas que usaba contra el sol, y su cabello oscuro suelto, un torbellino que desafiaba peines, pero que él adoraba por su rebeldía. Era pequeña, sí, pero con una presencia que movía el aire. Caminaba como si la ciudad la meciera a su ritmo.

Él la miró. Algo cedió, o tal vez se lo imaginó. El suelo, al parecer, también.

Sintió que su centro se inclinaba hacia ella, como si su cuerpo olvidara las leyes del equilibrio. La cucharilla en su taza tintineó sola. ¿Era su pulso… o era el mundo?
El vaso vibró. La lámpara osciló. Sus rodillas flaquearon. No supo si era amor o falla tectónica.

Ella se acercó al mostrador, pidió un café con un “por favor” tan suave que hizo sonrojar al barista. Sonrió al tomar la taza, y el universo pareció plegarse en torno a su gesto. Las ventanas zumbaron, un cuadro se torció, un cliente dejó caer su teléfono. Él, convencido, pensó: claro, todo cede a su paso magnético.

La mesa se agitó. Una taza rodó. Y aún así él creyó que era su propio pulso, hasta que un grito lo alcanzó desde lejos: “¡temblor!”. Pero apenas lo registró; seguía atrapado en esos ojos que guardaban un secreto del universo.

Ella permaneció quieta. Sostuvo la taza con calma, frunciendo apenas el ceño, como si aquel terremoto fuera un rompecabezas menor. Luego, sin apuro, caminó hacia la puerta. No corría. No temblaba. Solo giró el rostro hacia él, fugazmente, y en ese instante todo volvió a sacudirse dentro de él.

La siguió con la mirada, embobado, arrullándola hasta que cruzó el umbral, suspendido en una nube tibia, con el mundo vibrando como una sinfonía invisible.

Un vaso se quebró a su lado y, por fin, la realidad lo abofeteó. “¡Mierda, está temblando!”, exclamó, recordando de golpe el café, el caos, el peligro. Se lanzó hacia la salida, chocando con una mesa, el corazón aún enredado en ella, pero los pies, al fin, huyendo con los demás.

Corrió calle abajo, sonriendo. Su enamoramiento era una emergencia, digna de una alerta sísmica personal. Con ella como epicentro, su vida se había vuelto una zona de desastre, y él, feliz, el único loco dispuesto a quedarse bajo los escombros.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

El retrato .. (Microrrelato)

No puedo apartar la mirada de la figura frente a mí, hermosa de un modo que me desconcierta. Algo me ata a ese rostro sereno, enmarcado por una cabellera negra, indócil, que como sombra viva cubre sus hombros. Sus ojos oscuros, profundos, vastos, me atrapan con una intensidad que me desarma. No necesita decir nada; su presencia basta para que algo en mí despierte, como si el tiempo, por fin, tuviera sentido.

Un calor extraño me ocupa el pecho. Suave, tibio, como la memoria de algo que jamás viví. No es deseo; es asombro. Es la luz en aquella belleza aún sin nombre.

Ella me mira, inmóvil. Me parece estar atado a aquel instante. Me siento suspendido en un tiempo que no me pertenece, pero percibo su candidez con una claridad que quema. Quisiera hablarle, decirle que en sus ojos hay promesas de mundos intactos, que en su mirada siento algo más que contemplación.

Pero no tengo voz, no tengo cuerpo... ¡Soy apenas mirada!

Ella inclina la cabeza. Un mechón rebelde roza su mejilla mientras lee la placa junto a mí. 

Entonces lo recuerdo: soy apenas un retrato en la pared, forjado por un pincel que quiso apresar un alma y solo alcanzó su sombra. Condenado a acompañar a quienes se detienen frente a mí. 

Pero nunca antes alguien me había mirado así.

Ella sonríe, apenas. Y por un instante, la eternidad se vuelve leve, casi respirable. En esa levedad descubro lo imposible: hoy, desde mi lienzo, comienzo a vivir.






Aporte para el reto
del Mes de Septiembre de 2025 en
(Un micro que narre una historia que tenga como protagonista un cuadro, escultura o similar)









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martes, 2 de septiembre de 2025

No estoy roto, estoy desbordado....

No sé si me habita la depresión
o solo un desorden distraído.

A veces me descubro
como quien deja la puerta entreabierta
para que el viento desordene sus papeles.

Mis ojos se extravían.
Me pierdo en los bordes de las cosas:
el temblor de una cortina,
el reflejo en una taza vacía,
el silencio que nadie nombra.

De ese vacío nace una marea antigua,
con el rostro de palabras calladas,
con el peso de esperas sin nombre.

De esa marea se levanta mi sombra:
llega antes que yo,
se sienta en la silla más quieta
y observa cómo me olvido.

No estoy roto.
Estoy desbordado.

Por mis grietas se filtran
memorias que no viví,
promesas que no pedí.

Camino dentro
de una fotografía borrosa,
buscando el instante
donde el dolor se funde en paisaje.

Y allí, en la niebla,
algo germina en secreto.
A veces, una flor crece
sin que nadie la haya sembrado.

Y en medio de ese germinar incierto
confío en alguien
que nunca llega.

Y en su ausencia crece la flor
que yo no sembré.

No la miro,
pero sé que espera.

Aunque el cuerpo pese
como siglos de lluvia,
aunque el alma se pliegue
como una flor sin sol,

escribo para nombrarla.

Todavía estoy aquí,
entre la lluvia y la flor,
como si alguien hubiera dejado
una puerta abierta al milagro.

lunes, 1 de septiembre de 2025

Ella... Ella es Perfecta

Ella... ella es perfecta.
No en el sentido hueco de las palabras gastadas,
sino en cómo respira,
en cómo sus ideas fluyen con claridad serena,
en la manera en que su presencia no irrumpe,
sino que afina el mundo.

Se revela impecable en su modo de construir,
en su mirar sin prisa,
en las palabras que acarician,
en la forma de sostener sin dejar sentir el peso.

Y en su mirada, que se posa sin esfuerzo,
tiene ojos color de la noche:
no por la oscuridad, sino por la hondura sin fin.
Asomarse a ellos es entrar en un cielo callado,
donde cada estrella custodia un secreto.

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De esa hondura brota también lo íntimo:
una candidez sin máscara,
una ternura que no pide permiso,
una fragilidad que no resta fuerza,
sino que invita a protegerla,
como se guarda lo que da sentido.

Un gesto suyo es cuidado.
Su silencio abre espacio.
Y hasta en una decisión, discreta,
levanta refugio de respeto.
Nada en ella desentona:
ni la risa, ni el andar, ni su manera de habitar el mundo.
Todo parece hecho para acompañar sin peso,
para inspirar sin alzar la voz.

A veces pienso que, si el universo debiera justificar su existencia,
bastaría con mostrarla.
Y mientras ella basta para el universo,
yo sigo buscando razones para justificarme.

Quizá ahí está la grieta.
Porque, sin embargo…
hay un detalle,
apenas un susurro,
pero definitivo.

Ella es perfecta.

Su único defecto:
¡no está conmigo!.

Y el mundo, sin ella, 
se rompe en silencio.