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martes, 29 de abril de 2025

Una Carta sin Enviar

Para ti, que sigues siendo mi gran amiga... aunque ya no lo parezca.

Te escribo porque el silencio pesa. Porque cada palabra no dicha se  me queda entre el pecho y la garganta, reclamando un lugar donde hacerse verdad.

Te respeto y te quiero, más de lo que imaginas, por todo lo que haces creyendo sinceramente que es lo mejor para mí. Te alejas para protegerme, guardas silencio como quien ofrece refugio, levantas muros suaves e invisibles pensando que ahí, detrás, estoy a salvo. Pero no sabes, no alcanzas a ver, que esa distancia tuya me duele más que cualquier herida directa. Que tu ausencia me hiere justo donde más te guardo.

Y yo, desde este lado, me retiro también. Me callo, me escondo, creyendo que eso es lo que tú deseas y necesitas. Que desaparecer es un acto de consideración. Que no estar es otra forma de quererte. Así seguimos girando en este círculo sin salida. Tú cuidándome a tu manera, yo alejándome a la mía. Nos protegemos tanto que terminamos por herirnos. Nos queremos tanto, que olvidamos cómo permanecer sin rompernos.

Entre los dos seguimos apagando la magia. Día tras día, palabra tras palabra no dicha. Poco a poco, sin misericordia, estamos matando ese lazo que alguna vez fue luz, ese vínculo poderoso que nos permitía cruzar abismos, construir oportunidades, inventar belleza en medio del caos. Somos nosotros, no el tiempo o las circunstancias, quienes estamos dejando que la oscuridad devore lo que alguna vez nos unió.

Sin embargo, cuando pienso en ti. Cuando viene a mi mente esa mujer con los ojos color de la noche, tan hermosos como lejanos, algo en mí aún arde. Como si la amistad, incluso herida, incluso ahora, no quisiera rendirse. Como si esperara, todavía, que alguno de los dos recuerde cómo volver.

No te escribo para pedirte nada. Solo para que sepas que, aunque todo esto esté pasando, sigo aquí. Que lo que fuimos no ha muerto en mí. Y que si alguna vez decides mirar hacia adentro o hacia atrás, vas a encontrarme en el mismo lugar: firme, sincero, sin reproches… con la ternura intacta.

Con afecto,

Yo

martes, 8 de abril de 2025

Demonios

Recostado en su cama, envuelto por una oscuridad que parecía devorar el espacio, el hombre mantenía la mirada fija en un punto inexistente sobre su cabeza. Con sus sentidos agudizados por el miedo, percibía cómo el aire a su alrededor se tornaba denso, envolviéndolo en una especie de sudario invisible que comenzaba a robarle el aliento. 

Con desesperación, se atrevió a mirar a su alrededor tratando de observar el lugar en el que se encontraba, buscando la razón de su desasosiego. Su corazón golpeó sus costillas con furia al observar solo una oscuridad viscosa y opresiva, que rechazaba incluso el más mínimo destello de luz. Ni un pequeño brillo, ni el más mínimo resquicio luminoso parecían atravesar aquella improbable negrura que le rodeaba.

Con gran esfuerzo, movió sus manos, hasta ahora crispadas sobre su pecho, y se aferró con fuerza a lo que parecía ser una sábana que le cubría, buscando un ancla que le permitiera asegurarse al mundo físico, una conexión tangible con la realidad que detuviera la deriva de su cuerpo en lo que le parecía una pesadilla.

Cerró los ojos con fuerza, como si quisiera contener alguna amenaza interior, y se concentró en su respiración. Contó mentalmente hasta cuatro mientras inhalaba, sintiendo el leve ascenso de su pecho, y luego exhaló lentamente, contando hasta seis, tratando de expulsar la opresión que lo asfixiaba. Repitió el ciclo un par de veces, como un mantra silencioso en la negrura, sintiendo como, con cada exhalación su corazón se calmaba y el aire fluía mas fácilmente en sus pulmones.

Más calmado, aguzó el oído, intentando identificar el murmullo habitual de una casa, una calle, algo que revelase un mundo físico a su alrededor. Intentó al menos percibir el leve movimiento del aire sobre su piel, la sutil diferencia de temperatura en distintas zonas de la habitación. Nada. Era como si el espacio a su alrededor se hubiera vuelto estático, inmóvil, como si el propio aire hubiera contenido la respiración.

De pronto, algo cambió. No fue un sonido, ni un movimiento visible en la negrura absoluta. Fue una sensación, una punzada fría que se clavó en la base de su nuca y se extendió por toda su espina dorsal. Sintió que el aire a su alrededor se condensaba, como si una presencia invisible hubiera llegado, desplazando la quietud con su existencia. La certeza lo invadió como una ola helada: ya no estaba solo. 

Una presión sutil se posó sobre su pecho, no el peso conocido de la ansiedad ya controlada, sino algo externo, malévolo, que se había acomodado a horcajadas sobre él. Un escalofrío recorrió su cuerpo, un terror primitivo, instintivo, que le gritaba peligro. Intentó moverse, pero sus músculos estaban agarrotados, paralizados por un miedo que trascendía lo racional. Era como si una fuerza invisible lo mantuviera inmovilizado, disfrutando de su creciente angustia. 

Sintió un ligero cambio en la temperatura cerca de su rostro, un aliento helado que no era el suyo. Un hedor sutil, casi imperceptible, rancio y antiguo, envolvió sus fosas nasales.  Sintió como aquel ser invisible se inclinaba sobre él, y en lo más profundo de su mente, escuchó estas palabras:

"Soy la carta escrita que nunca se envió,
el suspiro escondido que nadie adivinó.
Soy mirada anhelante que no encuentra eco,
el puente invisible al huidizo afecto.
Soy ofrenda silente en un altar vacío,
el canto sin aire en un silencioso nido.
Soy la espera constante de la mirada ajena,
la flor solitaria que a nadie serena.

 .- ¿Quién soy? Falla, y cada noche vendré a devorar lo poco que queda de ti… acierta y serás libre.

Con las garras de la ansiedad intentando asfixiarlo una vez más, una claridad inesperada floreció en el interior del hombre. El acertijo de aquel demonio invisible, en vez de enigma desalentador, resonó en su mente con una tonalidad diferente, despojado de su veneno.

Es que, en aquel momento, el hombre recordó. Recordó al viejo enemigo que, noche tras noche, sin falta acudió a torturarle en sus pesadillas, a recordarle lo que había perdido, a destruir lo poco que quedaba de su espíritu tratando de atarlo definitivamente en aquella oscuridad y evitando su reconstrucción. Noche tras noche había venido. Y, noche tras noche, aquel demonio había ganado.

Pero aquella noche sería diferente.

Con voz firme, nacida de la profunda e inconsciente cicatriz de incontables noches de ansiedad, el hombre respondió. Las palabras, meditadas en secreto durante breves respiros de vigilia, se alzaron firmes en la negrura de su pesadilla: 

- ¡Te llamas desamor... y ya no tienes poder sobre mí!

Al pronunciar la última sílaba, una cálida oleada de energía recorrió su cuerpo, liberándolo de la opresión en su pecho y la rigidez que hasta ahora habían atenazado sus músculos. Las sombras a su alrededor se replegaron, perdiendo su forma amenazante. Sintió cómo los lazos invisibles que lo ataban se rompían, liberándolo de su yugo… aquel demonio invisible, ya no estaba.

Abrió los ojos. La oscuridad había desaparecido y reconoció nuevamente su habitación. Una luz suave se filtraba a través de las cortinas y el brillo de  un nuevo amanecer inundaba el espacio, tiñendo las paredes de tonos rosados y naranjas. Una promesa vibrante de un nuevo comienzo.

Por la puerta de su balcón, los primeros rayos del sol dibujaban un horizonte de esperanza, anunciando un nuevo día… un nuevo comienzo libre de cargas. Ahora, era libre. 







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