Aún recuerdo claramente la primera vez que lo vi. La verdad, no sé qué fue lo que me llevó a fijar mi atención en él. Es que no era fácil detectar la oscura silueta que se levantaba inmóvil en lo alto de aquella pequeña colina.
Recortada contra la brillante luna llena de aquella noche de octubre, la alargada silueta parecía más una de aquellas sombras de la noche a las que nuestro cerebro tiende a otorgar rasgos de humanidad.
Casi tan alta como el joven y desgarbado abedul a su lado, se podían diferenciar claramente dos troncos y dos largas ramas que bien podrían haber sido piernas y brazos si no fuera porque los unos parecía llegar casi hasta el suelo y las otras eran bastante más largas que el resto del cuerpo.
Recuerdo que me causó gracia comparar aquella figura con el pequeño juguete de goma que le robé a aquel niño bobo y con el que me divertía estirándolo hasta romperlo. Solo que las piernas del juguete no lograron estirarse tanto como los de aquella figura y su cabeza… ¡Por Dios!.. Qué extraña era la forma de su cabeza. Era una especie de caramelo ovalado que, por efecto de las sombras imagino, parecía tener aún el empaque a medio abrir, a modo de sombrero.
No lo pude evitar. No sé por qué lo hice, pero coloqué en el suelo la caja que llevaba en mis manos y con la que me pensaba divertir aquella noche en el bosque. Con un puntapié acallé los maullidos que salían de la caja y colocando mis manos a manera de bocina, le grité a aquella sombra:
–¡Eh! Cosa Horrenda. ¿Estás aburrido en tu porquería de colina?... baja aquí y diviértete conmigo.
Sentí como la sangre se congeló en mis venas, les juro que aquella sombra en la colina se movió y giró su cabeza hacia mí como si me mirara. Durante unos minutos, o tal vez horas no lo sé, me quedé allí parado mirando hacia la colina, esperando alguna señal de vida en aquella sombra que, extrañamente, permanecía allí inmóvil. Exactamente igual a pesar del avance de la noche.
– ¡Bah! Debo dejar el tabaco – Dije para mí, respirando profundo, tratando de influir de alguna manera en mi ánimo.
Me agaché a recoger la caja y, al levantar nuevamente la mirada, pude sentir como el corazón trataba de salir por mi boca. En la Colina solo estaba la sombra inconfundible de aquel abedul… ¡LA PUTA FIGURA ALARGADA YA NO ESTABA!
Sé que parece estúpido, pero el miedo se apoderó de mí de una manera que jamás había pensado. Casi a punto de estallar miraba desesperado en todas direcciones tratando de identificar cualquier amenaza. No había nada.
Súbitamente, un ruido a mi espalda me paralizó. Claramente sentí como algo se movía, pero el pánico me impedía moverme. Trataba de ordenar a mi cuerpo que moviera las piernas, que se girara, que soltara la caja y corriera… cualquier cosa que rompiera aquella inmovilidad. Pero algo me detenía, me paralizaba colocándome a merced de lo que fuera que estuviera allí acechándome.
Ese algo atrás de mí, tomándose su tiempo, se acercó hasta quedar completamente a mi espalda. Lo sentía allí, como una gigantesca presencia a la cual no podía ver por más que giré mis ojos hasta casi dar la vuelta hacia el interior de sus cuencas. Mi mente gritaba, pero mis labios no se movían, daba órdenes de huida a mis músculos pero mis nervios no las transmitían. Sea lo que fuera, me dominaba… era suyo.
De pronto, aquella sensación de realidad se hizo física. Algo me rozó la espalda y se deslizó pesadamente sobre mi hombro derecho. En ese momento pude verlo. Una pesada forma serpentina se movió por mi hombro bajando hacia mi cuello en un intento de terrorífico abrazo pesado y viscoso… Y eso fue todo. Mi sistema interior sufrió una descarga de adrenalina que, de alguna manera, venció aquella parálisis que me sometía y todo mi cuerpo reaccionó al unísono en una desesperada acción de supervivencia. La caja y su contenido volaron por el aire… y Corrí.
Corrí como nunca en la vida por aquel bosque oscuro y la carretera que llevaba a él. Corrí con el raciocinio consumido por el instinto de supervivencia. Corrí azuzado por un pánico más allá del miedo a la muerte. Corrí sin saber que no escaparía, que había cruzado las puertas del infierno y que ya no habría regreso.
Corrí hacia la nada porque, desde aquella noche, aquella silueta oscura ya no se separó de mí.
Durante meses, desperté sudoroso a media noche y la veía ahí fuera, en la ventana. Una cara pálida sin rostro bajo un sombrero ridículo, alto y chistoso. O al pie de cualquier árbol camino a la escuela, extendiendo hacia mí esos brazos alargados y sin manos, llamándome.
Me seguía aun yendo yo en mi bicicleta, dando grandes pasos con esas piernas como zancos. Sin importar cuán rápido fuera, siempre llegaba conmigo a cualquier lugar… Y solo me veía, con sus brazos extendidos.
Pasaron los años y, aun siendo un adulto, nunca pude separarme de mi acompañante. Me volví huraño y repudié la compañía de otros, quizá cansado de que se burlaran de mis miedos. Ahora, no tengo familia o amigos, ni nada que atestigüe mi vida… Solo me queda él.
Aún ahora está ahí afuera, puedo verlo a través de mi ventana, tal y como ha sido desde que era un niño. Pero ya estoy cansado, no huiré más. Esta noche, cuando la luna esté en su máximo esplendor, iré hacia él y aceptaré su abrazo. Ese abrazo que me ofreció una vez y que hoy pienso fue un error haber rechazado.
Iré con él esta noche, sé que no regresaré. Pero dejaré estas líneas para quien las encuentre. Dejaré mi historia para que el mundo sepa sobre la noche que invité a jugar a Slenderman.
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Un juego arriesgado sin duda, con oscuras consecuencias. Muy buen relato sobre este mito de las apariciones.
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Saludos.