Era una hora cualquiera del día, de esas que se desdibujan en la rutina diaria, cuando de pronto todo se detuvo. Ella estaba allí, como siempre, con sus ojos hermosos fijos en cualquier otra cosa que no fuera yo.
Había algo en ella que, como siempre, me robaba la mirada. Un distractor habitual convertido, en ese instante, en una fuerza gravitatoria irresistible.
Esta vez, sin embargo, no era solo distracción; mi dedicación mutó a la percepción repentina de algo extraordinario.
Mi atención se detuvo en el diseño del patrón que adornaba su pantalon: en la geometría impecable de esas bandas oscuras y claras alternadas. Siempre me ha gustado como luce en ella ese diseño, no puedo explicar por qué. Creo que me gusta cómo la arropa, cómo la abraza y la hace parecer ágil, activa, como una gacela dispuesta a jugar en la estepa abierta. En realidad se ve particularmente hermosa cuando lo usa.
Oculto aún a su mirada, en algún momento comprendí que aquella sensación que me erizaba la piel iba más allá de la mera sensibilidad estética. Era algo más intenso, algo que alcanzaba el rango de ley física.
Mientras caminaba hacia mi, dudé si esa danza prodigiosa podía llamarse simplemente "caminar". De pronto, la revelación se hizo evidente: ella alteraba, sutilmente, la realidad a su alrededor.
Es que ella no avanzaba simplemente en el espacio; su sola presencia generaba una poderosa onda invisible que influenciaba todo a su alrededor. Y esas bandas en su pantalón, ese patrón lineal que proyectaba sus piernas, parecía ser la expresión visible de su poderosa influencia. Como si aquellas bandas oscuras y luminosas fueran el rastro tangible de una perturbación mística que se propagaba en todas direcciones.
Al acercarse a mi, experimenté una especie de efecto Doppler visual y silencioso: la realidad frente a ella se comprimía, el tiempo parecía acelerarse en una alta frecuencia de lo inevitable, y las líneas del entorno se apilaban en una intensidad fuera de lo común.
Cuando me pasó de largo, el aire no se cerró de inmediato a su espalda, sino que se estiró lentamente, dejando un rastro de vacío que se demoraba en disiparse. El espacio se alargaba en una baja frecuencia grave, una longitud de onda que tardaba en volver a la normalidad. Por un instante, el mundo entero quedó fuera de fase, modulado por aquel andar hermoso, a la vez sublime e inefable.
No fue un simple caminar. Fue la prueba de que, para el observador adecuado, una sola persona puede ajustar la resonancia del universo entero.
Nota: El efecto Doppler es la ilusión de que las ondas, de sonido, de luz o de presencia, modifican su ritmo según se acercan o se alejan. Es el eco del movimiento: un canto agudo al aproximarse, un murmullo grave al partir.
Así también son sus ojos hermosos: al acercarse se tornan intensos, vibrando en la aguda proximidad; y al alejarse se vuelven graves, dejando un eco suave que se prolonga en la memoria.



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