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miércoles, 10 de diciembre de 2025

La huida

Llegué con el alma limpia, el cuerpo en calma y la certeza de no volver a caer. Creí que todo estaba firme, que ya nada podría torcer el camino.

Y entonces  ella entró.

No fue un gesto cualquiera. Fue una irrupción de luz que recogió el mundo entero y lo encerró en su figura.

Sus ojos , oscuros, color de la noche, se abrieron como abismos. En ellos cabían galaxias extinguidas y constelaciones que aún no tienen nombre.

No tuve defensa. Mi voluntad se deshizo como ceniza bajo aquella mirada que era a la vez absolución y condena. Me pregunté si era ella tan poderosa o si era yo quien se entregaba sin remedio.

Intenté bajar los párpados, volver la cara… Pero ¿cómo negarle la vista al paraíso cuando late a solo un palmo de distancia?

Caí. 

Una sola mirada bastó para ser suyo otra vez. Entero, sin restos. Me quedé allí, inmóvil, perdido en la inmensidad de sus ojos, como quien se abandona al mar sabiendo que ya no tocará tierra nunca más. Hasta que, cuando ya no quedaba nada por rendir, algo se alzó en mí. una última brizna de instinto. 

Entonces huí.

Un movimiento puntual, exacto, casi militar. Una estrategia desesperada para apartarme un instante de su poder antes de desaparecer del todo. Le di la espalda al Edén con el cuerpo todavía temblando, consciente de que solo me escapaba por un tiempo.

Porque sé lo que ella espera. y sigo intentando dárselo, aunque lo que entrego sea apenas la sombra de lo que arde dentro de mí.

Aun así, en esta tregua que yo mismo me impuse, sus ojos me acompañan. Oscuros, heraldos de la noche, arden como faros que nadie enciende. Ya no son solo recuerdo de lo perdido. son la promesa intacta de lo que volverá a suceder.

Y en la pregunta que nunca calla, si es su poder o mi amor desmedido, late ahora una certeza más peligrosa que todas: que regresaré, mañana o pasado, con la voluntad bien firme y la esperanza intacta de su mirada.

Aun sabiendo que esa misma mirada será, otra vez,  mi caída.