Con la delicadeza de un orfebre, el hombre depositó sobre la mesa el pequeño paquete que había custodiado en su bolsillo como un valioso tesoro. Como si descubriera la más frágil de las joyas, retiró el envoltorio de papel que lo protegía revelando una minúscula flor roja, un hermoso tulipán elaborado en algún tipo de tejido, engarzado en un material transparente con tonalidades que aparentaban gotas de rocío. Todo el conjunto tenía la apariencia de un hermoso bouquet de cristal, listo para ser exhibido en las manos de la más hermosa de las hadas.
Sonriendo y con un brillo de emoción en los ojos, el hombre extendió su mano y rozó lentamente y con delicadeza aquella flor que a todas luces era especial para él. Nadie que hubiera atestiguado aquel momento habría podido interpretar aquel gesto, revelación silente del torbellino de sentimientos que revolucionaban su interior. Es que, para él, ese pequeño tulipán se había convertido en el avatar de un cariño inmenso... En el Icono de un amor inmensurable y de un corazón roto que cicatrizaba poco a poco sin dejarse vencer por la desesperanza.
En cada hilo, en cada puntada, en cada cruce y doblez de aquella flor parecían entretejerse un sin fin de besos que no fueron, caricias que nunca llegaron y contactos que siempre se evitaron.
Había convertido aquella flor eterna en resguardo permanente de todo aquello que no fue, y tal vez no sería, a pesar de saberse un manantial represado de besos y caricias... a pesar de sentir como su piel, campo fértil listo para florecer, esperaba ansiosa entregarse a la sensación del contacto anhelado.
Aquella flor, minúscula en verdad y ni siquiera real, ahora era símbolo de entrega definitiva. Compendio absoluto de todos los sentimientos acumulados y que, desde un tiempo ya, habían dejado de ser suyos. Querer y no tener, Desear y no ser… dualidades sobre las que ya no tenía control y que en un gesto único y definitivo entregaría en custodia a quien amaba, ocultas en la forma de aquel pequeño tulipán rojo.Respirando profundo, el hombre rebuscó en la gaveta de la mesa hasta encontrar una barra de chocolate que había reservado para la ocasión. Torpemente, hizo un solo paquete con flor y dulce colocándole un pequeño lazo para darle aspecto de presente. No se atrevía a más. A pesar de que su alma rebosaba de deseos de demostrar su cariño de mil formas, no se atrevía a expresar sus sentimientos de manera más evidente. Alguien más ya se había adueñado de ese derecho.
Buscó nuevamente hasta encontrar una pequeña tarjeta y un lápiz. Se aprestó a escribir algún tipo de dedicatoria pero algo lo detuvo. En el último momento no sabía qué escribir ni cómo firmar la dedicatoria de aquella tarjeta. Nunca le habían llamado por su nombre y, la verdad, por el momento aquella pared, aquella barrera de respeto tras la cual había sido lapidado, y que no había logrado escalar por más esfuerzos que realizara, no le ofrecía ninguna alternativa que le inspirara.
Decidido, guardó la tarjeta en blanco y tomó el presente que había preparado, casi con indolencia, dirigiéndose a la salida. Al querer apagar la luz, su mano tropezó con el, bastante rayado ya, calendario en la pared que indicaba los días del mes de febrero.
"Jueves 13", leyó claramente la fecha de aquel día, y, en un extraño salto, le seguía "Sábado 15". Una gran mancha negra realizada con lápiz indeleble separaba ambas fechas en el lugar donde debería estar el viernes correspondiente. Pero el hombre no pareció prestar atención a este extraño detalle. Simplemente salió por la puerta hacia la calle y, sin detenerse o mirar atrás, siguió su camino decidido a entregar su presente.
Para el hombre del tulipán aquel mes de febrero, y tal vez muchos de los siguientes, no tendría día 14.



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