No hubo aviso, presentación o premeditación. Simplemente,
un día, apareció. Llegó y se plantó allí
a la orilla de mi vida con la seguridad del conquistador que toma posesión de
su botín.
Pequeña, ágil y de aspecto fuerte, irradiaba sin embargo
cierta fragilidad que de alguna manera me disuadió de objetar su incursión en
el campo de mi soledad, hasta entonces mi principal orgullo. Dos gruesas
trenzas negras, como ríos oscuros entrelazados, caían sobre sus hombros enmarcando
un hermoso rostro, adornado por unos ojos oscuros y penetrantes que, a pesar de
su desinterés, ejercían un magnetismo poderoso aun mirándolos de lejos.
Llegó un día y se plantó allí. Escogió mi mejor y más
visible roca y se sentó sobre ella reclamando señorío sin escándalos ni
aspavientos… y no encontró resistencia. Día a día la vi allí, atrincherada en la que hizo "su" roca, concentrada en su
mundo sin levantar la cara, dar señales de reconocerme, o mucho menos, de
asimilar el desastre que causaba en el mío.
Solo con su presencia, me temo, ganó la batalla y la guerra.
Es que de alguna manera verla allí tan cerca de mí,
irrumpiendo en mis defensas siendo tan hermosa, delicada y tan segura de sí misma, me hizo
cuestionar la soledad que tantas veces había defendido y a la que voluntariamente
me había sometido.
Viéndola allí, distante, compartí con ella toda una serie de
sensaciones que había olvidado formaban parte del contacto humano cercano. La
vi sonreír, disgustarse y llorar. Y desde lejos sonreí, me disgusté y lloré con
ella a pesar de que, como he dicho, nunca pareció siquiera darse por enterada
de mi presencia y mucho menos de las emociones que en mí generaba.
Nunca vio las nuevas flores creciendo a su alrededor, o las
ramas del árbol cuidadosamente colocadas para hacerle sombra. Jamás se enteró de
los cambios en su roca. No se preguntó cómo día a día la encontraba libre de
polvo. Como es que, poco a poco, la corteza dura y tosca fue rebajándose hasta descubrir
un centro más suave y cómodo para ella. Jamás la vi siquiera prestar atención a
como las grietas, formadas por años de intemperie, fueron disimuladas para evitar
que la maltratasen.
Nunca notó, ni se preguntó en realidad, cómo era que su
áspero refugio se transformaba en un lugar suave y acogedor, ni cómo las
cicatrices del tiempo en su pedestal desaparecían sutilmente para ella.
Y no me
importó. Es que aquellas cosas que hacía por ella, eran más bien resultado de
lo que ella, con su presencia, hacía por mí… Eliminando grietas, durezas y
callosidades de la vida.
Hoy, sin embargo, algo ocurrió durante su visita matutina.
La vi intranquila, preocupada. Miraba su teléfono con ansiedad y, por primera
vez, levantó su vista hacia mi lugar con una expresión de desesperación y
suplica. Si, en realidad sabia de mí. No entendí que ocurría, pero se mantuvo
en su roca algún tiempo hasta que, con tristeza, pareció darse por vencida y
emprendió su retirada.
Por eso estoy aquí. Impulsado por la urgencia, me acerqué a
esta roca y registré el área con desesperación, buscando la causa de aquel
inquietante suceso. No encontré nada tangible que explicara su repentina
partida. Sin embargo, sé cómo solucionarlo. Tengo la respuesta que necesita, la
misma que me fue confiada y que solo debía compartir con quien fuera digno.
Ella, aunque no me conoce, lo merece. Le entregaré esto, una herramienta que,
si la utiliza sabiamente, restablecerá el equilibrio y hará que nuestros
caminos vuelvan a ser paralelos, independientes pero cercanos...
__________
El Hombre hurgó entre sus bolsillos hasta dar con una libreta y un
lápiz. Con un trazo firme, casi furioso, escribió tres veces la palabra
“PACIENCIA” en mayúsculas, como un conjuro. Arrancó la hoja con seguridad fijándola a una gran roca con una piedra más pequeña, burlando al viento que
intentaba arrebatársela.
Dedicándole un tiempo a sus recuerdos, pasó la mano
suavemente por aquella roca que, curiosamente, solo se volvió importante para
él cuando una desconocida lo hizo. Sonrió pensando que, de no ser por aquella
chica, seguiría allí abandonada, rugosa y llena de grietas... existiendo sin
vivir al igual que él.
Luego de constatar la hora en su teléfono, se aseguró de que
su mensaje estuviera seguro sobre la roca y volvió presuroso a su campo a
seguir con la labor mientras esperaba el regreso de la chica. No tuvo que
esperar mucho ya que no pasó una hora antes de que apareciera atravesando el
campo de flores por el lugar de costumbre.
Cuidadosamente, la chica se acercó a la roca mirando en la
dirección del campo de trabajo del hombre, quien se había ocultado
convenientemente desde un punto en el que podía observar sin ser visto a su
vez.
Pareciendo darse cuenta por fin de que algo había cambiado,
la chica se fijó de repente en el papel sobre la roca. Sobresaltada. Miró a su
alrededor y, cuidadosamente tomó la nota y leyó su contenido. Un rictus de
perplejidad se adueñó de su rostro y, sin comprender, volvió a dar un mirada a
su alrededor tratando de encontrar una explicación a aquella nota.
Volvió a mirar la nota y, poco a poco, su expresión comenzó a cambiar y
una sonrisa iluminó de repente su rostro. Rápidamente, tomó su teléfono y con
agilidad tecleó algo en el aparato. Unos segundos después, un gritito de alegría
y un par de saltos que la llevaron a su puesto sobre la roca revelaron que había
obtenido la respuesta a sus problemas. Acomodándose sobre la roca, se sumergió allí
una vez más en su mundo, solo que esta vez, su ensimismamiento se veía
interrumpido por frecuentes miradas furtivas al campo vecino.
Con una sonrisa de satisfacción al ver el cambio de actitud
de la chica, el hombre se sumergió en su trabajo. Al caer la tarde, convencido
de que ella ya se habría marchado, se dirigió a la roca con la intención de
hacer una limpieza rápida antes de que el sol se ocultara. Sin embargo, al
llegar, una sorpresa lo esperaba: su nota permanecía intacta en el mismo lugar.
Pero eso no era todo. Entre los pliegues del papel cuidadosamente doblado, una
delicada flor de pétalos dorados parecía brillar, anunciando que algo especial
lo aguardaba.
Con el corazón en la boca tomó la flor y extendió el papel,
el mismo que él había dejado, y en el que ahora alguien escribió con lápiz de
labios
- Gracias por la contraseña de Internet. Me llamo María. Me gustaría que habláramos, Si tú quieres.
En su mente, un estruendo le anuló de repente los sentidos. Sabía
lo que era… dos mundos que seguían rutas paralelas y que acababan de
encontrarse con fuerza. Con una sonrisa, dobló con cuidado el papel y lo guardó.
Observando la roca, murmuró
– - Tendré que hacer algunos acomodos por aquí.
Parece que mañana seremos dos.
Y silbando y saltando como cuando era un niño, bajó rápidamente
hasta su casa. Traería algunas herramientas para seguir trabajando en su roca. Tal
vez, ya no estaría solo ¿Quién sabe?